Fe en el Señor Jesucristo

Mayo de 1983
Fe en el Señor Jesucristo
Por el élder Gene R. Cook
Del Primer Quorum de los Setenta

Gene R. CookAlguien ha dicho que en los grandes acontecimientos se manifiestan en nosotros tres tipos de personalidad: la del que ni siquiera se da cuenta de lo que está sucediendo; la del que se da cuenta de que algo pasa, pero no sabe qué es; y la del que no se ve porque está ocupado en el desarrollo de los hechos.

¿Cómo se logra que ocurra lo que se desea? ¿Cómo se puede alcanzar la excelencia siendo un joven, un padre, un líder en la Iglesia? ¿Cómo se logra en los estudios, en la vida? Creo que se consigue haciéndolo todo a la manera del Señor y por medio de la fe en El.

A algunas personas les preocupan sus estudios y no pueden destacarse en ellos como quisieran. ¿Puede la fe en el Señor indicarles el camino? A algunos les preocupa conseguir trabajo. ¿Puede la fe en el Señor indicarles el camino? A otros les perturba la idea del matrimonio; se preguntan si se casarán, cuándo y con quién. Hay quienes se inquietan al pensar en formar una familia, o en enfermarse, o en la muerte, los problemas de personalidad que tienen o su propio desarrollo. Una vez más os pregunto, ¿puede la fe en el Señor Jesucristo indicar el camino a esas personas?

Algunos tratan de encontrar solos las respuestas a estas difíciles preguntas, con grandes esperanzas de lograr lo mejor; pero aun así toman decisiones equivocadas que los hacen errar. Bien podría el Señor decirles: “¿Cuánto tiempo más es­tarás dando coces contra el aguijón? (véase Hechos 9:5). ¿Por cuánto tiempo harás las cosas a tu manera y no a la mía?”

Los santos fieles desean aprender a utilizar su fe para hacer que todo obre para su bien (véase D. y C. 90:24), para obrar por sí mismos y no para que obren sobre ellos (véase 2 Nefi 2:13-14, 16, 26-27), y para ejercer poder y autoridad en justicia (véase 3 Nefi 7:17-18). Desean co­nocer la voluntad del Señor con respecto a ellos y luego, con fe, ejercer la autodisciplina para so­meterse a Sus designios.

¿Qué es la fe? El profeta José Smith dijo:

“Si no fuera por el principio de la fe, los mundos jamás hubieran sido creados, ni el hombre hubiera sido formado del polvo. Este es el principio por medio del cual obra Jehová y ejerce su poder tanto sobre lo temporal como sobre lo espiritual. Si le quitáramos a Dios este prin­cipio o atributo (porque es un atri­buto), dejaría de existir. . .

“La fe, entonces, es el primer gran principio gobernante que tiene poder, dominio y autoridad sobre todas las cosas; por ella todo existe, todo se mantiene, o cambia, o per­manece, de acuerdo con la voluntad de Dios. Sin ella no existe el poder, y sin poder no podría haber creación ni existencia.” (Lectures on Faith, 1:9-10.)

La definición más sencilla que co­nozco de la fe es que la fe es poder. ¿Cómo podemos ejercerla para resolver los problemas de la vida? ¿Cómo podemos utilizar este poder para bendecir nuestra propia vida y la de otras personas? Me gustaría ofrecer seis sugerencias al respecto.

1 CREED

Cuánto me gustan estas sencillas pero sagradas palabras dichas por Nefi:

“Y sucedió que yo, Nefi, siendo muy joven todavía. . . clamé al Se­ñor; y he aquí que él me visitó y enterneció mí corazón, de modo que creí todas las palabras que mi padre había hablado; así que no me rebelé en contra de él como lo habían hecho mis hermanos.” (1 Nefi 2:16; cursiva agregada.)

¿Creéis así? ¿Podéis ejercer la fe en las palabras de vuestros padres y líderes, aunque no tengáis ninguna evidencia de la razón? Recordad que la incredulidad destruye la fe, como lo demostraron Lamán y Lemuel.

“. . . Lamán se irritó conmigo y también con mi padre; y lo mismo hizo Lemuel, porque se dejó llevar por las palabras de Lamán” (1 Nefi 3:28; cursiva agregada.)

Hay personas que se confunden o se dejan engañar y escuchan otras voces, como hizo Lemuel; defienden causas erróneas o a hombres indig­nos o abrazan principios equivoca­dos. Más adelante, Nefi les enseñó a sus hermanos cómo podemos obte­ner una mejor comunicación con Dios.

“. . . os ha hablado con una voz quieta y delicada, pero habíais dejado de sentir, de modo que no pudis­teis percibir sus palabras.” (1 Nefi 17:45.)

¿Cuánta evidencia necesitáis antes de poder actuar por la fe? ¿Sois capaces de creer en las pala­bras inspiradas de otras personas, o solamente seguís vuestro propio cri­terio? La fe no puede basarse en la evidencia material; primero debéis ejercerla y luego recibiréis las seña­les, la evidencia espiritual.

2 COMPROMETEOS

Comprometeos totalmente y disci­plinaos para cumplir el compromiso. A muchas personas les es más difícil establecer el compromiso que llevar a cabo lo necesario para cumplirlo; a veces pasan por la vida permitiendo que las circunstancias externas deci­dan qué será de ellos, y parecen dejarse llevar “por doquiera de todo viento de doctrina” (véase Efesios 4:14) y toda tendencia mundana. Estos pasan por el mundo teniendo sólo una vaga idea de lo que quieren de la vida.

Hay otros que deciden lo que quie­ren, se comprometen consigo mis­mos a obtenerlo y, en justicia, ejer­cen la fe hasta que lo logran. Lo espiritual siempre tiene prioridad para ellos hasta que han alcanzado aquello que deseaban. En esto tam­bién me conmueven grandemente la sagrada determinación y la autodisci­plina de Nefi cuando dijo:

“Vive el Señor, que como nosotros vivimos no volveremos a nuestro pa­dre hasta que hayamos cumplido lo que el Señor nos ha mandado.” (1 Nefi 3:15; cursiva agregada.)

La fe en el Señor Jesucristo es todo lo que necesitamos para soste­nernos en nuestros justos compromi­sos. El hombre puede lograr lo que se propone disciplinándose y hacien­do todo lo que se requiere de él. Vuestra palabra debe ser sagrada ante Dios y ante vuestros semejan­tes; comprometeos de corazón y ve­réis que el Señor obra en vuestro beneficio.

Quisiera hablaros de un joven a quien conocí siendo yo presidente de misión; era un misionero uruguayo, lleno de fe. Cuando llegué a la mi­sión, él había estado unos tres o cuatro meses, y noté que dondequie­ra que estuviera, había nuevos con­versos. Al principio pensé que esto se debiera a su compañero mayor, porque él parecía demasiado joven y nuevo para obtener esos resultados; pero cometí un error. Lo que pasaba era que él sabía cómo lograr lo que se proponía.

Más tarde fue llamado como com­pañero mayor y líder de distrito, y lo envié a una ciudad que era famosa por lo difícil que se hacía allí la obra misional. Hacía como un año que los misioneros no bautizaban a nadie en ese lugar ¡ni un alma! Los miembros estaban desalentados y sólo diez o doce asistían a la rama. Al notificarle el traslado, no le dije nada de todo esto. Tres semanas después él y su compañero empezaron a bautizar personas. En todo el distrito comen­zaron los bautismos. Es muy bueno tener un misionero que consigue con­versos, pero es mejor todavía si pue­de enseñar a otros cómo hacerlo.

Este misionero nunca escribía mu­cho en sus informes semanales. Por lo general, decían algo así: “Querido presidente: Todo está marchando bien. Con amor. . .” o “Presidente: El Señor nos bendice mucho. Amo la obra misional. Su hermano…”

Más adelante se le llamó como líder de zona para supervisar la re­gión norte de la misión, en la cual había varias ciudades que presenta­ban problemas. Su misión principal era enseñar a los misioneros a hacer lo mismo que él. Sirvió allí durante dos o tres meses y logró muchos bautismos; además, cambió el espíri­tu de toda la zona, tanto de los miembros como de los líderes y los misioneros. Todos juntos hicieron que ocurriera un milagro espiritual.

Después de esto comencé a sentir una gran inquietud, un conflicto espi­ritual. Había sentido la inspiración de enviarlo a Paraguay, donde la obra progresaba muy trabajosa y lentamente en aquel tiempo; en todo el país no teníamos más de veinte o veinticinco bautismos por mes. Lu­ché con aquella idea pensando: Aun­que ha probado ser muy eficaz aquí, quizás el mandarlo allá pueda lle­varlo a un estado de desaliento, como ha pasado con muchos otros. Tal vez le cueste mucho mantener la fe. Tuve que luchar conmigo mismo para auto convencerme de que debía mandarlo; pero terminé por obede­cer las impresiones del Espíritu.

Le envié entonces un telegrama diciéndole que lo transfería a Asun­ción, Paraguay, y que debía partir al día siguiente. Cuando llegó a Monte­video, aunque fue hasta la casa de la misión, no fue a verme (era muy modesto y siempre sentía un poco de cortedad de “ver al presidente”). Pero me dejó una carta, la primera que recibía de él, en la cual decía:

Querido presidente Cook:

Recibí su telegrama hoy notificán­dome de mi traslado a Paraguay, y creo que debo hacerle saber algunas cosas: (1) En Paraguay no hay bau­tismos. Ha habido por to menos diez o quince élderes que me han contado sus experiencias allá. (2) Los miem­bros no ayudan en absoluto. (3) Entre la gente que no es de la Iglesia hay algunos problemas muy serios de moralidad. (U) Hay muchas pare­jas que viven juntas sin están casa­das. (5), (6), (7). . .

Así seguía mencionando diez o doce de los aspectos más negativos y pesimistas que he oído en mi vida. Inmediatamente pensé: ¡Qué pena! La incredulidad ya ha tenido su influencia sobre él. Pero al terminar esta lista decía:

Quiero que sepa, Presidente, que no creo nada de eso.

¡Ah, por fin una evidencia de fe! Y después de expresarla abiertamen­te, continuaba con este compromiso:

Presidente Cook, le prometo que el día de Navidad bautizaremos a 25 personas. (La carta era de fecha 12 de diciembre.)

Al leer aquello, oré por él. Que el Señor te bendiga, élder, pensé. Tie­nes una fe inalterable y Él te sosten­drá. No conoces el país; jamás has estado allí; no sabes dónde vas a vivir, ni conoces a tu compañero, a los líderes ni a los miembros. No sabes absolutamente nada de ese lugar y, sin embargo, por tu fe crees que podrás bautizar a veinticinco personas en veinticinco días.

Pero aquel joven estaba lleno de fe y era el verdadero ejemplo de un gran líder hispanoamericano. El 25 de diciembre él y su compañero bau­tizaron a dieciocho personas y, aun­que no habían alcanzado su meta de veinticinco, la cantidad que bautiza­ron era el número promedio de un mes para todo el país.

Dos semanas más tarde tuve el gran privilegio de participar en un servicio bautismal en el que él y su compañero llevaron a las aguas bau­tismales a once personas más; ese día el número de bautismos en su distrito fue de treinta. ¿Podéis ver cómo un hombre justo puede cam­biar totalmente toda una cadena de circunstancias? El creyó, se compro­metió a hacerlo, y lo hizo junto con el Señor.

Si estáis llenos de fe en El, tam­bién vosotros podréis cambiar las circunstancias para vuestro bien y para el bien de los demás.

“Si puedes creer, al que cree todo le es posible.” (Marcos 9:23.)

Comprometeos con anticipación a lograr lo que deseáis en justicia, y el justo ejercicio de vuestra fe hará que ocurra.

3 HACED EL ESFUERZO

Esforzaos todo lo que podáis por hacer vuestra parte en lograr lo que queréis. Muchas personas fracasan y esperan que el Señor haga más de lo que le corresponde. En todas las Escrituras es evidente que, a menos que el hombre haga todo lo que esté de su parte, el brazo del Señor no se manifestará en su favor (véase Mosíah 14:1).

Después que una persona se ha sacrificado y ha hecho todo lo posible por sí misma, entonces Dios irá en su rescate y lo guardará en el momento en que lo necesite. Como enseñó Santiago, “la fe se perfeccionó por las obras” (Santiago 2:22).

No solamente debemos hacer lo que el Señor requiere, sino también esforzarnos por comprender en qué forma quiere que lo hagamos. El sacrificio que más a menudo nos exi­ge Él es el de nuestros propios peca­dos, los cuales quiere que sacrifique­mos por El con el corazón quebranta­do y el espíritu contrito que requiere de toda persona.

Esforzaos por hacer todo lo que esté de vuestra parte para lograrlo.

4 ORAD

Orad como si todo dependiera úni­camente del Señor. ¿Acaso no honra­rá El sacrificio de sus siervos, si se lo piden? Muchas veces, al llegar a este punto, las personas no le piden al Señor el don de la fe o el poder del sacerdocio para que ocurra lo que esperan. El mismo enseñó:

“Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá.” (D. y C. 4:7.)

Pero la iniciativa debe ser nues­tra. El Señor dijo:

“. . . les sería concedido según su fe en sus oraciones.” (D. y C. 10:47.)

Si una persona ejerce gran fe en sus oraciones y ayuna de acuerdo con sus necesidades, nuestro amoro­so y omnisapiente Padre le dará aquello que desea en justicia. Orad, creyendo en que vuestros justos de­seos os serán concedidos, y así será, en el debido tiempo del Señor.

5 ESPERAD QUE VUESTRA FE SEA PROBADA

Preparaos para pasar constantes e intensas pruebas de vuestra fe. El Señor dijo:

“Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones. . .” (D. y C. 58:4.)

El Señor jamás nos tentará, pero sí nos probará. Nuestra escuela te­rrenal está hecha de tribulaciones y problemas; la vida toda va cuesta arriba, transcurre toda remando con­tra la corriente. Hay momentos en que desearíamos poder retirarnos del torrente, descansar un poco, pero debemos continuar. Hay algu­nas personas que llegan a un banco de arena y ahí se quedan estancadas, pero es necesario que sigan adelan­te; éstas no oran con el debido fervor ni reciben sus pruebas con el debido espíritu.

Los problemas y dificultades que algunos de nosotros tenemos que soportar son precisamente los ele­mentos que nos refinan y nos hacen más semejantes a Dios. El Señor nos probará en todos nuestros atributos y en toda etapa de desarrollo a lo largo de nuestra vida. Nos probará una y otra y otra vez, hasta que estemos determinados a servirle a cualquier costo. ¡Cuán reconfortan­tes las palabras de Moroni!

“Quisiera mostrar al mundo que la fe es las cosas que se esperan y no se ven; por tanto, no contendáis porque no veis, porque no recibís ningún testimonio sino hasta después de la prueba de vuestra fe.” (Eter 12:6.)

6 ESPERAD QUE EL SEÑOR ACTUÉ EN VUESTRO BENEFICIO

Esperad que el Señor actúe de acuerdo con su santa voluntad y con vuestra fe. Su brazo se os manifesta­rá. El cuidará a sus santos, y quiere que otras personas aprendan fe por medio de nuestro ejemplo.

Él quiere que seamos capaces de lograr lo que nos proponemos, quie­re que recurramos al poder absoluto de su brazo y al que reside en noso­tros para hacerlo todo a Su manera. El no desea que nos interesemos demasiado o nos dejemos absorber por las cosas mundanas, temporales, superficiales o secundarias; aunque debemos enfrentarlas, tenemos que tratarlas espiritualmente.

Cuando oréis por algo que no ocu­rre de la manera que deseabais, no perdáis la fe. Toda oración justa es contestada en el debido tiempo y la manera del Señor, pero su tiempo y su manera pueden no coincidir con los nuestros. A veces, cuando pare­cería que no recibimos respuesta a una oración, es porque será contesta­da en una forma mucho más grandio­sa que la que esperábamos. Al en­frentarnos con estas pruebas, debe­mos redoblar nuestra fe, no sea que la perdamos.

Recibid con el corazón lleno de gratitud lo que sea que el Señor os dé. Alma dijo:

“. . . entre vosotros hay algunos que se humillarían, pese a las cir­cunstancias en que se hallaran.” (Alma 32:25.)

Lo mismo puede decirse de la gra­titud: Entre vosotros habrá quienes tengan el corazón lleno de gratitud, pese a las circunstancias en que se hallen. Recordad la extraordinaria respuesta de Job después de haber perdido todo lo que poseía:

“Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” (Job 1:21.)

Sed sumisos, humildes y pacien­tes, y el Señor os dará aquello que sea de mayor beneficio para voso­tros.

Para demostrar estas seis suge­rencias que os he hecho, me gustaría relatar una experiencia que tuve con la fe.

El 29 de julio de 1977, mi esposa y yo acabábamos de visitar la Misión Bolivia-Santa Cruz y nos encontrába­mos en el aeropuerto de Cochabamba, donde teníamos por delante una demora de unas cinco horas. Recuer­do que estábamos muy cansados por haber dormido poco la noche ante­rior, y contemplábamos con anhelo el próximo vuelo como un descanso. Mientras esperábamos, y en momen­tos en que me sentía vencido por el sueño, sentí la fuerte impresión de que debía despabilarme y escribir algunas ideas. El deseo de dormir era muy grande, pero las impresio­nes del Espíritu fueron más fuertes y comencé a escribir. Estuve escribiendo por casi tres horas, resolvien­do algunos problemas de organiza­ción con los cuales había bichado en los últimos años. Sentí fuertemente el Espíritu aquel día y escribí con entusiasmo cada una de las ideas que me inspiró. Cuando terminé, ya ha­bía pasado casi todo el tiempo de la espera.

Al llegar a La Paz, fuimos amable­mente recibidos por el presidente Chase Allred y su esposa, quienes nos llevaron a la oficina de la misión en una camioneta. Cuando llegamos allí, el presidente cerró con llave el coche en el cual habíamos dejado todo nuestro equipaje, incluyendo mi portafolios.

Ya en la oficina, el presidente Allred tuvo que atender el caso de una hermana cuyo esposo estaba agoni­zante. Mientras la asistíamos, nues­tras esposas se fueron a la casa de la misión. Cuando nosotros regresa­mos a la camioneta, noté inmediata­mente que faltaban de allí todas nuestras pertenencias y supuse que mi esposa las habría llevado consigo; pero en el curso de nuestro recorrido descubrí que la aleta de la ventanilla derecha del coche había sido forzada; inmediatamente sospeché que nos habrían robado el equipaje. Al llegar a la casa de la misión, mis temores se vieron confirmados. En seguida nos vimos confrontados con el problema de la pérdida de toda nuestra ropa, más una importante suma de dinero; pero esto era un problema tempora­rio. Lo que realmente me afectó fue la pérdida de mis Escrituras, junto con todas las ideas inspiradas que había escrito en Cochabamba y que se encontraban en mi portafolios. Me sobrecogió una enorme sensación de desaliento y enojo, además de una total impotencia acerca de la situa­ción. Mi esposa y yo oramos juntos; oramos también con los demás. Aun­que tratamos de disfrutar de la cena, no pudimos. Nadie podía saber hasta qué punto me afectaba aquella pérdi­da. Mis padres me habían regalado el juego de Escrituras cuando era un muchacho joven; en uno de los libros había una sagrada dedicatoria escri­ta por mi madre, y en el otro, una escrita por mi padre, ya fallecido. Yo me había pasado miles de horas en total marcando versículos y escri­biendo referencias correlacionadas y disfrutando de cada minuto que dedi­qué a hacerlo. Aquéllas eran mis únicas posesiones materiales a las que daba tanto valor. En muchas oportunidades le había dicho a mi esposa que en el caso de un incendio tratara primero de salvarse y salvar a nuestros hijos, y luego, si todavía podía sacar algo, que salvara mis preciadas Escrituras y no se preocu­para de lo demás.

El presidente y yo teníamos mu­cho trabajo que hacer porque sólo estaríamos juntos aquella noche. Sin embargo, yo tenía la fuerte impre­sión de que debíamos hacer todo lo posible por recuperar mis libros. Después de la cena todos nos arrodi­llamos otra vez para orar por ello. Decidimos que se revisaría toda la zona adyacente a la oficina de la misión, incluyendo un terreno baldío cercano, con la esperanza de que los ladrones se hubieran llevado todo lo de valor y hubieran tirado los libros en inglés por parecerles inservibles. En la oración pedimos que se me devolvieran las Escrituras, que quie­nes se las habían llevado pudieran comprender lo incorrecto de su ac­ción, y que la devolución fuera el medio de traer a alguien a la verda­dera Iglesia.

Al terminar, ocho o diez de noso­tros nos abrigamos bien y fuimos en la camioneta hasta la oficina de la misión, en el centro de la ciudad. Buscamos en todos los terrenos de enfrente y en calles y callejones ad­yacentes; preguntamos a guardias y a cualquier otra persona que acerta­ra a estar por allí, y agotamos todas las posibilidades. Nadie había visto ni oído nada. Finalmente, volvimos derrotados a la casa de la misión. El presidente Allred y yo trabajamos hasta muy avanzada la noche, y al día siguiente mi esposa y yo toma­mos el avión para Quito, Ecuador, donde vivíamos.

En las semanas que siguieron, los misioneros volvieron a revisar los alrededores; buscaron entre los ar­bustos, en recipientes de basura, revisaron un parque cercano, colocaron un cartel anunciando la pérdida y pidiendo la devolución de los li­bros, y se mantuvieron alerta a todos los lugares donde pudieran aparecer inesperadamente. Al fin, desconsolados ya, pusieron un aviso en dos diarios de la ciudad descri­biendo los libros detalladamente y ofreciendo una recompensa a quien los devolviera.

Por mi parte, en Quito, yo había comenzado una lucha espiritual que me resultó muy difícil. Después de casi tres semanas no había estudiado las Escrituras todavía. Había trata­do de hacerlo en varias ocasiones, pero cada vez que leía un versículo, recordaba sólo algunas de las refe­rencias correlacionadas que había puesto en mis libros en un período de veinte años. Me sentía descorazona­do, deprimido y sin ningún deseo de estudiar. Había orado muchas veces diciéndole al Padre que nunca había tratado de utilizar aquellos libros con ningún otro propósito fuera del de glorificar Su nombre y enseñar a otros las verdades que Él me había enseñado. Le suplicaba que hiciera lo que fuera necesario para que se me devolvieran, y mi esposa y mis hijos oraban constantemente por la misma bendición. Ya después de pa­sadas dos o tres semanas, todavía seguían pidiendo: “Padre Celestial, por favor, devuélvele las Escrituras a papá”.

Después de unas tres semanas tuve una fuerte impresión espiritual: “Eider Cook, ¿cuánto tiempo vas a seguir sin leer ni estudiar las Escri­turas?” Me pareció que aquello era una prueba y que tenía algo que ver con el “precio” de la bendición que deseaba. Las palabras quedaron que­mándome y consideré entonces que debía ser humilde y sumiso, y comen­zar de nuevo desde el principio. Mi esposa me dio sus libros y empecé con el libro de Génesis, marcando y escribiendo referencias correlaciona­das otra vez.

El 18 de agosto un buen amigo, Ebbie Davis, llegó a Ecuador proce­dente de Bolivia y puso sobre mi escritorio las Escrituras perdidas junto con un sobre que contenía los papeles con lo que había escrito en Cochabamba y algunos presupuestos para las misiones que había prepara­do anteriormente. Me dijo que eso era lo único que se había recobrado de lo robado, que el presidente de la misión se lo había dado al subir al avión, para que me lo entregara, y que cuando yo fuera al cabo de pocos días a hacer una gira por la misión, el presidente Allred me explicaría cómo habían llegado a sus manos.

El gozo que sentí en aquel momen­to y durante todo ese día es indes­criptible. Todavía me asombra el comprender que nuestro Padre Ce­lestial pudo, en una forma milagro­sa, sacar esos libros y papeles de las manos de los ladrones en La Paz y hacer que se me devolvieran intac­tos, sin una sola página arrancada, rota o dañada en manera alguna. ¡Qué hermosa recompensa para la fe de mi familia y de aquellos misione­ros! Ese día prometí a mi Padre que, a partir de ese momento, utilizaría mis Escrituras y mi tiempo de una manera más consciente a fin de que fueran instrumentos en sus manos para enseñar el evangelio.

El 22 de agosto llegué a La Paz en donde se me relató lo siguiente en cuanto a la forma en que se recobra­ron los libros y papeles:

Una señora que se encontraba en uno de los cientos de mercados al aire libre que hay en La Paz vio a un hombre borracho, que agitaba un libro negro que tenía en una mano. Sin poder explicárselo, tuvo la fuer­te impresión de que aquel hombre estaba profanando algo sagrado, por lo que se le acercó y le preguntó qué libro era; él le respondió que no sabía, pero se lo mostró. Al pregun­tarle la señora si tenía algo más, el hombre sacó otro libro parecido; ella volvió a repetir la pregunta, y él le mostró una carpeta con papeles que, según le dijo, se proponía quemar. Entonces la señora ofreció comprar­le todo por cincuenta pesos (aproxi­madamente dos dólares con cincuen­ta centavos de acuerdo con el cambio del día).

Después de hacer la transacción, se sintió completamente desconcer­tada por sus propias acciones. Se había dado cuenta de que los libros estaban en inglés, un idioma que no entendía; no tenía ningún motivo para querer libros en inglés; había pagado casi un diez por ciento de su ingreso mensual por unos libros que no podía leer y unos papeles que no le interesaban. Pero inmediatamen­te comenzó a buscar la iglesia cuyo nombre aparecía en la cubierta de los libros. Luego de recorrer varias, por fin llegó a la oficina de la misión, guiada por la mano del Señor. No había visto el aviso, que aparecería en los diarios ese mismo día, ni esta­ba enterada de que se había ofrecido una recompensa a quien recuperara los libros. No estaba interesada en el dinero, ni siquiera en recuperar los cincuenta pesos que había pagado de su bolsillo.

Los misioneros se regocijaron al recobrar los libros y papeles, y con­vencieron a la señora de que acepta­ra la recompensa ofrecida. Pero, ade­más, le hablaron del evangelio. Ella les dijo que asistía a otra iglesia, mas escuchó con atención todo lo que le dijeron, y recordó haber leído algo sobre José Smith en un folleto que había recogido en la calle dos o tres años antes.

Después de la primera lección, los misioneros informaron que su inves­tigadora presentaba grandes posibili­dades. Después dé la segunda lec­ción, se comprometió a bautizarse, y dos semanas más tarde, el domingo 11 de septiembre, en la Rama 1 de La Paz, la hermana María C. Cárdenas Terrazas y su hijo, Marco F. Miran­da Cárdenas, de 12 años, fueron bautizados por el élder Douglas Reeder.

¿Cómo podría describir el senti­miento intenso, descorazonador y de­primente de impotencia que me inva­dió cuando me robaron los libros? ¿Y cómo puedo describiros el regocijo y el gozo que sentí al ver revelarse el poder de los cielos en esta manera milagrosa?

Nuestro Padre Celestial escucha y contesta las oraciones de sus hijos si éstos ejercen la fe en el Señor Jesu­cristo. Él dijo:

“Porque de cierto os digo que cual­quiera que dijere a este monte: Quí­tate y échate en el mar y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.

“Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibi­réis y os vendrá.” (Marcos 11:23-24.)

Mis hermanos, éstos son días de milagros, y nosotros creemos en los milagros. Los Santos de los Últimos Días pueden esperar milagros, de acuerdo con su fe. Como miembros de la Iglesia estáis autorizados a tener un papel importante en el desa­rrollo del reino de Dios en la tierra, dentro de vuestras respectivas res­ponsabilidades. Orad fervientemen­te y procurad activamente aumentar vuestra fe; con este gran don de Dios podréis hacer que ocurran grandes hechos en vuestra vida y en la vida de otras personas.

Que el Señor os bendiga para que esta responsabilidad descanse direc­tamente sobre vosotros. Recordad que la fe en el Señor Jesucristo pue­de sosteneros inalterablemente. ¿Os indicará el Señor el camino en vues­tros estudios, en vuestro trabajo, en vuestro futuro matrimonio, en vues­tra familia? Sí, lo hará. Él está lleno de misericordia, voluntad de perdo­nar, paciencia y perseverancia, y desea abrir el tesoro de sus bendicio­nes a todos aquellos que están llenos de fe.

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3 Responses to Fe en el Señor Jesucristo

  1. Avatar de Carlos garcia sevilla Carlos garcia sevilla dice:

    Es impresionante . Y desconcertante como opera la fe verdadera. Como Dios se llega al corazon humilde y paciente

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  2. Avatar de des des dice:

    Gracias por compartir tan poderoso mensaje que sin duda es verdadero…

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  3. Hace unos años atrás, cuando era misionero lei este discurso, mi misión iba a tener un cambio de presidente, y el animo era bajo, solo puedo decir que el nuevo presidente, tenia muchos dones de Dios, tenia un carisma enorme, era valiente, objetivo, era un verdadero líder de la iglesia, el me enseño a trabajar por lo que deseamos, y si tenemos un mal día hacer algo para recompensar el animo. después al terminar mi misión se triplico la cantidad de bautismos… siempre dare gracias por la bella bendición del que fuese mi presidente de misión halla sido ese joven uruguayo, ese hombre no cambio nada!!!

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