Mayo de 1983
Vivamos las enseñanzas del Salvador
Por el presidente N. Eldon Tanner
Nunca hasta ahora ha habido una mayor necesidad de que todo el género humano cambie su manera de vivir y viva de acuerdo con las enseñanzas de Jesucristo. Sólo tenemos que leer el diario, escuchar las noticias o conversar con alguien sobre lo que está pasando en todas partes, para sentirnos abrumados por las condiciones del mundo, las naciones o los problemas particulares propios o de otras personas. “¿A dónde nos conducirá todo esto?”, nos preguntamos desalentados. ¿Qué pasa a los líderes de los hombres o de las naciones para que estemos en condiciones tales? ¿Cuáles han sido nuestras fallas?
Podemos encontrar la respuesta a estas preguntas si examinamos los principios del Evangelio de Jesucristo y el hecho de que, en general, la gente no vive de acuerdo con las verdades que en él se encuentran. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de vivir en tal forma que su influencia para el bien se extienda hacia aquellos que, viendo nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos (véase Mateo 5:16). Como a menudo se dice, la forma más segura de que el mal triunfe es que aquellos que pueden hacer lo bueno no hagan nada.
Con cinco millones de miembros de la Iglesia en todo el mundo, deberíamos y podríamos ser una buena influencia si cada uno de nosotros viviera como Jesucristo enseñó. ¿Cuándo comprenderemos que la única forma en que podremos evitar el castigo y el exilio eterno de la presencia de nuestro Señor es aceptarlo como nuestro Salvador y obedecer sus mandamientos? Al darnos cuenta de que El dio su vida por nosotros a causa de su extraordinario amor por el género humano, deberíamos esforzarnos con todo nuestro empeño por demostrarle nuestro amor y gratitud por medio de una total aceptación de Él y su palabra.
Examinemos cuidadosamente algunas de las enseñanzas que dejó durante su ministerio. En el Sermón del Monte dijo:
“De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.
“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mateo 5:19-20.)
Y en el mismo sermón declaró más adelante:
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso él camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella;
“porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:12-14.)
Y al terminar el sermón dijo lo siguiente:
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.
“Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
“Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;
“y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
“Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina;
“porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (Mateo 7:24-29.)
Es muy interesante leer el relato que hace Mateo de los acontecimientos y las enseñanzas de Jesucristo, y notar el propósito principal de su ministerio. ¿Cómo puede cualquiera que lea las Escrituras dejar de reconocer que la misión de Cristo era, como lo dijo El mismo muchas veces y de diversas formas, “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”? (Véase Moisés 1:39.) Y ese propósito se lograría aplicando los principios del amor que sentimos por El y su Padre, y los unos por los otros. Cada una de sus enseñanzas está designada para hacer más feliz al hombre y lograr que su vida sea más plena y valiosa, con la promesa de que si obedece, finalmente tendrá la vida eterna en la presencia de Dios. ¿Por qué hay tantos que se arriesgan a despojarse a sí mismos de este patrimonio, no dándole importancia o negándose a hacerse merecedores de las bendiciones prometidas a los fieles?
Al leer el Evangelio de Mateo, encontramos a Cristo instruyendo a sus Doce elegidos, amonestando a los inicuos para que se arrepientan, enseñando a las multitudes mediante sermones y parábolas, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos y, en resumen, haciendo el bien. El organizó su Iglesia, advirtió que habría una apostasía, acabó la obra que su Padre le había dado para hacer (véase Juan 17:4); fue crucificado y enterrado, y resucitó, todo lo cual había sido predicho por El mismo y por los profetas de la antigüedad.
Todo eso sucedió; y, tal como habían predicho los profetas, también llegó el momento de la restauración del Evangelio de Jesucristo con la misma organización que existía en la Iglesia original. (Véase Artículo de Fe No. 6.) Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento proclamaron la Restauración y la publicación del Libro de Mormón. Poco después de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el profeta José Smith preparó una lista, que él llamó los Artículos de Fe, resumiendo las creencias de la Iglesia, que estaban en perfecta armonía con las enseñanzas que impartió el Salvador cuando estuvo entre los hombres. En una hermosa declaración de nuestra fe y creencias encontramos estas palabras en el decimotercero y último artículo:
“Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos.”
En esta declaración están comprendidos todos los atributos de bondad que el Salvador incorporó en su propia vida y que tan valientemente se esforzó por enseñar a otras personas. Hacemos que nuestros niños aprendan de memoria este Artículo de Fe; nuestros misioneros lo llevan impreso en sus tarjetas de visita; se lo repetimos regularmente a amigos e investigadores porque estamos orgullosos de formar parte de una organización con ideales tan elevados. Pero, ¿hasta qué punto estamos dedicados a vivir sincera y honestamente los principios que predicamos?
Cada uno de nosotros debe examinar su vida y resolverse a obedecer los mandamientos y a ser un ejemplo de rectitud y una influencia para el bien en este turbulento mundo. No podemos ser casi honestos, un poco castos o virtuosos, o más o menos benevolentes. Debemos estar totalmente dedicados; debemos tener un cambio de actitud; debemos apoyarnos los unos a los otros, en lugar de calumniarnos y recurrir al malicioso chisme.
Particularmente, en la política local y nacional debemos elegir representantes del pueblo que sean honestos y que auspicien la causa de la rectitud, y luego olvidar los partidarismos políticos y esforzarnos juntos por el bien común de todos. Como ya lo dijimos, debemos aspirar a todo lo “virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza”. Prestemos atención a las palabras de Cristo cuando les dijo a los escribas y fariseos:
“Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.
“Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.
“Y llamando a sí a la multitud, les dijo: Oíd, y entended:
“No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” (Mateo 15:8-11.)
Mateo también registró la pregunta que el fariseo le hizo a Jesús para tentarlo:
“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
“Este es el primero y grande mandamiento.
“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:36-40.)
Si pasamos ahora a los capítulos veintitrés y veinticuatro de Mateo, leemos sobre las tribulaciones y calamidades que precederán la segunda venida de Cristo. Si podemos comprender el espíritu de sus súplicas y sentir el supremo amor que Él tiene por nosotros, anhelaremos de todo corazón demostrarle, mediante nuestra fe y obras, nuestra gratitud por la agonía y el sufrimiento que soportó a fin de que pudiéramos salvarnos de nuestros pecados y resucitar de la muerte. ¿Podéis sentir su compasión y amor cuando dijo:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
“He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
“Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.” (Mateo 23:37-39.)
Todos nosotros, como miembros de su Iglesia, nos encontramos esforzándonos por lograr la paz, una vida mejor para nosotros y nuestros hijos, la seguridad, la fortaleza para sobreponernos a las dificultades y vivir como el Señor desea que vivamos, y por obedecer sus mandamientos. ¿Qué debemos hacer para tener éxito en este esfuerzo?
“Tu tarea es hacer un mundo más hermoso”,
dijo Dios. “¿Cómo?”, le pregunté.
“El mundo, tan vasto y complejo, tan grandioso;
y yo, tan pequeño e inútil. Nada podré lograr.”
Y El, Sabio Supremo, respondió me:
“De ti mismo un ser mejor puedes crear.”
























