Servíos por Amor los unos a los otros

Agosto de 1983
Servíos por Amor los unos a los otros
Por el élder L. Tom Perry
Del Consejo de los Doce

L. Tom PerryPorque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.

“Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Gálatas 5:13-14.)

El servicio ha sido una parte de las enseñanzas del evangelio desde el comienzo del mundo. Desde Adán hasta los tiempos actuales, se nos ha recomendado servir a nuestros semejantes. Yo tuve el privilegio de ser testigo de un verdadero cumplimiento del consejo de Pablo a los gálatas cuando les instruyó: “Servíos los unos a los otros”.

Cuando nuestra familia vivía en el estado de Massachusetts, nuestro hogar se encontraba en la pequeña ciudad de Weston, aproximadamente a 20 kilómetros al oeste de Boston. Era una comunidad con un toque antiguo exquisito y rebuscado, con una población de unos 11.000 habitantes. Weston contaba con muchos pintorescos y serpenteantes caminos rurales cercados por murallas de piedra. La pequeña sección comercial de la ciudad quedaba completamente desierta a las nueve de la noche. Sin embargo, a pesar de su exquisitez, Weston tenía sus problemas, especialmente con los estudiantes de secundaria que usaban drogas o traían licor a la ciudad, aun cuando en la comunidad no estaba permitida su venta legal.

No obstante, en esta oportunidad me gustaría relatarles algo sobre uno de los estudiantes de la escuela secundaria de Weston, quien estaba muy ocupado en otros asuntos y no tenía tiempo para las drogas o el alcohol. Este joven pasaba bastante tiempo en las pistas de esquí. No es una cosa rara ser un entusiasta esquiador en esa región, pero lo que hacía este jovencito con su talento sí lo era. Era un esquiador experto y amaba ese deporte; de hecho, era instructor y dedicaba aun su tiempo libre para enseñar a otros a esquiar. A menudo se le podía ver descender las montañas muy cerca de uno de sus alumnos, que a menudo eran mayor que él. Empezaban lentamente pero luego ganaban más velocidad, al mismo tiempo que hacían armoniosas curvas en el descenso, siempre manteniendo una conversación, riendo, gozando el fortaleciente aire y el radiante sol. Los observadores podían seguir con la vista a esa pareja hasta que llegaban al pie de la montaña, pensando que eran sólo dos esquiadores más que se estaban divirtiendo.

De lo que no se daban cuenta los observadores era de que uno de los esquiadores era ciego. Este joven estudiante de la escuela secundaria de Weston se dedicaba a enseñar a esquiar a los ciegos. Ni siquiera les cobraba. Cuando se le ocurrió la idea por primera vez, lo conversó con otras personas, quienes le aconsejaron que la olvidara. Una y otra vez se le dijo que sería una tarea imposible.

Pero este joven había presenciado la situación tan falta de esperanza de algunos de los ciegos y deseaba compartir con ellos el gozo de su vida. Quería que experimentaran el sentimiento del logro y del éxito; quería darles una nueva dimensión a sus vidas; deseaba hacerlos sentir que eran individuos reales y completos.

Realmente se interesaba en ellos. Se interesaba lo suficiente para dedicar su tiempo y ejercer la paciencia necesaria para lograr establecer una armonía de amor, estímulo y comprensión con esa gente, y de este modo ayudarles a edificar fe en sí mismos y en sus habilidades. Y gradualmente florecían las amistades.

Esa gente ciega depositó su confianza en ese joven; era su amigo; era la única persona a la que permitían que les pusiera las botas de esquí y luego les ayudara a ajustarse los esquíes. El joven decía que la cosa más importante en su entrenamiento era ayudarles a desarrollar una actitud de confianza y fe en sí mismos. Después de eso, la técnica se lograba fácilmente.

Lo último que supe es que había tenido éxito enseñando a esquiar a 13 personas ciegas, y continuaba en el proceso de enseñar más. Inclusive se le había pedido que escribiera un manual sobre la enseñanza de esquí a los ciegos. En esos tiempos él poseía, y estoy seguro de que aún posee, la confianza que se logra con el éxito. Pero lo que es más importante, ha desarrollado amistades imperecederas y ha aprendido cómo amar y compartir por medio del servicio.

Es una verdad eterna que la satisfacción más grande que encontramos en esta vida no es por lo que hacemos por nosotros mismos, sino por lo que damos en beneficio de los demás. Así como este joven de Weston encontró la satisfacción al servicio de los ciegos, así también nosotros podemos encontrar la satisfacción que viene de “servirse por amor los unos a los otros».

Que Dios nos bendiga a todos con el deseo de encontrar el verdadero gozo en el servicio a nuestros semejantes.

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