Convirtamos el conocimiento en sabiduría

Noviembre de 1983
Convirtamos el conocimiento en sabiduría
Por el presidente Marion G. Romney
Primer Consejero en la Primera Presidencia

Marion G. RomneyHace algunos años, en un artículo sobre los esfuerzos del almirante Roberto Peary, explorador ártico estadounidense, por llegar al Polo Norte, el autor presentaba una analogía que ha cobrado nuevo significado en nuestra época:

“En este viaje, el almirante Peary había andado todo un día en dirección norte, con los perros tirando incansablemente del trineo. Al llegar la noche, cuando examinó el rumbo para tratar de determinar la latitud en que se encontraba, se quedó sorprendido al ver que estaba mucho más al sur de lo que había estado por la mañana. Según parece, durante todo el día había estado moviéndose hacia el norte, pero sin darse cuenta de que iba sobre un gigantesco iceberg que una fuerte corriente oceánica arrastraba en dirección sur.

“Se me ocurre que todos nosotros nos encontramos a veces sobre este iceberg, apresurándonos en una dirección, mientras la tierra se mueve implacable en dirección opuesta.

“Con enorme fuerza y velocidad, nos dirigimos hacia descubrimientos e invenciones que reducen a una insignificancia la exploración de Peary del Polo Norte. En medicina, en tecnología, en alimentos, en materiales, técnicas y procesos, se ha obtenido mayor progreso durante los últimos cincuenta años que en los quinientos anteriores. Pero, al mismo tiempo, nuestra tierra parece estar moviéndose indefectiblemente hacia atrás, arrastrada, no por corrientes oceánicas, sino por corrientes sociales tan amplias y profundas que no las podemos comprender, y menos aún controlar.

“Al examinar nuestro rumbo para determinar la latitud en que se encuentra el ser humano a esta altura de la historia, nos quedamos más sorprendidos y consternados que Peary, al descubrir que estamos mucho más ‘al sur’ de lo que estuvieron nuestros padres y abuelos.

“Los dos primeros tercios del siglo XX han sido testigos de un monumental retroceso con respecto a las esperanzas y aspiraciones del siglo XIX. Por ahora al menos, con todas las nuevas técnicas que tenemos a nuestra disposición para dominar la naturaleza y controlar nuestro propio destino, estamos más lejos que nunca de nuestras metas.» (Sydney J. Harris, Deseret News, 7 de enero de 1964, pág. 14-A.)

Al releer estas palabras, creo que el periodista resumió bastante bien algunos aspectos de la situación actual del mundo. Verdaderamente, la humanidad tiene mayor conocimiento que nunca. “En medicina, en tecnología, en alimentos, en materiales, técnicas y procesos» hemos hecho y seguimos haciendo progresos sin precedentes. Y esos conocimientos no solamente se acumulan tan aprisa que es difícil mantenerse al tanto, aun en los aspectos más especializados, sino que, además, su aplicación está transformando nuestro modo de vida.

Estamos también adquiriendo conocimiento en otros ramos, por ejemplo, aquellos que tienen que ver con la conducta Individual de los seres humanos y sus relaciones entre sí. Sin embargo, lamentablemente no siempre somos capaces de utilizar ese conocimiento en forma provechosa. Este es el caso con el consumo del tabaco, que continúa a pesar de que se sabe perfectamente que aumenta en forma notable el riesgo de contraer cáncer del pulmón.

En las relaciones familiares se puede ver otro ejemplo. A pesar de todo lo que sabemos sobre las causas y los efectos destructivos del divorcio, y de la gran obra que llevan a cabo los consejeros matrimoniales y las agencias de servicios sociales, el índice de divorcio continúa elevándose.

Estos son sólo dos de los muchos casos que podrían citarse para apoyar la declaración de que “al examinar nuestro rumbo para determinar la latitud en que se encuentra el ser humano a esta altura de la historia, nos quedamos más sorprendidos y consternados que Peary, al .descubrir que estamos mucho más ‘al sur’ de lo que estuvieron nuestros padres y abuelos”.

Por supuesto, me doy cuenta de que no he dicho nada nuevo. Nuestra difícil situación se ha reconocido en general, y también se han sugerido muchas posibles soluciones. Hay quienes ponen sus esperanzas en las Naciones Unidas; otros sostienen que la solución depende de la educación; éstos dicen que debe basarse en el conocimiento de la economía, aquéllos tienen sus ojos puestos en el armamento de las naciones.

Sin duda, todas estas ideas tienen su razón de ser; pero, en mi opinión, ninguna de ellas ni todas ellas juntas podrían ser la panacea que curara nuestra fatal debilidad. Y digo esto porque, ya sea a sabiendas o involuntariamente, ninguna toma en cuenta esa debilidad fatal que es, según ya lo mencioné, la incapacidad para utilizar en nuestro provecho ¡os conocimientos que se relacionan con nuestra conducta y con la forma de tratarnos los unos a los otros, tanto a nivel local como nacional e internacional. Lo que dije acerca del tabaco también se aplica a la inmoralidad, que abunda entre la gente del mundo; y lo mismo se puede decir con respecto a la honestidad y todos los demás principios morales.

Se dice que si se pone un sapo en un recipiente con agua caliente, inmediatamente salta afuera, pero que si se le coloca en una olla de agua fría y se pone ésta al fuego, el sapo se queda allí hasta morir quemado. A muchas personas simplemente les falta la capacidad para aplicar con sabiduría el conocimiento que tienen sobre las filosofías opresoras de Satanás, y al enfrentar su influencia, reaccionan como los sapos. ¡Creo que en este sentido hay muchos que se encuentran en agua bastante caliente ya!

Hay quienes han llegado a la correcta conclusión de que nuestra única esperanza es volvernos a Dios y obedecer sus normas de conducta. Por ejemplo, el conocido aviador estadounidense Carlos Lindbergh decía que en su juventud él pensaba que “la ciencia era más importante que el hombre y que Dios” y que “sin un profundo conocimiento de la ciencia, el hombre moderno no tendría el poder de sobrevivir”. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue a Alemania y vio los resultados de los bombardeos en ese país que había llevado la delantera mundial en cuanto a avances científicos, dijo:

“Aprendí que si esta civilización va a continuar, el hombre moderno tendrá que dirigir el poder material de sus conocimientos científicos de acuerdo con las verdades espirituales de Dios.» (Reader’s Digest, febrero de 1964, págs. 95-96.)

Por supuesto, estamos de acuerdo con esas ideas generales. Pero, al igual que las estadísticas sobre la relación del tabaco con el cáncer del pulmón y los estudios sobre el divorcio y la inmoralidad, éstas tampoco obtienen ningún resultado. Aunque tienen «la apariencia de piedad”, les falta “la eficacia de ella” {véase 2 Timoteo 3:5); no pueden cambiar los hábitos del hombre ni impedir su constante ‘ descenso hacia la degeneración moral y filosófica.

Al meditar sobre los grandes conocimientos de la humanidad, nuestro progreso en el aspecto material, los profundos problemas que nos afectan y nuestra moralidad declinante, he llegado a la conclusión de que nuestras dificultades se deben, en gran parte, no tanto a ja falta de conocimiento, sino a la carencia de sabiduría, Y lo que es indispensable que hagamos urgentemente es reconocer y adquirir esa cualidad que convierte el conocimiento en sabiduría.

En nuestro vocabulario se distingue la sabiduría del conocimiento, siendo éste “una idea o noción de las cosas»; de la ciencia, que se define como “conocimiento exacto y razonado’’; y del hecho de informar, que quiere decir «enterar o instruir», es decir, comunicar un conocimiento. La sabiduría es sinónimo de prudencia, o sea, una «virtud que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello; discernimiento, buen juicio, templanza”. Es por carencia de esta virtud que nuestra generación está deteriorándose. El poder adquirir la capacidad de transformar el conocimiento en sabiduría es una de las bendiciones que se reciben al tener la guía del Espíritu Santo después de haber entrado en la Iglesia del Maestro.

Puesto que el conocimiento es tener una “idea o noción de las cosas” y la sabiduría es “discernimiento, buen juicio, templanza”, se deduce que esta última es un resultado del primero y que depende de él.

El Libro de Mormón habla específicamente de la sabiduría de Dios. Refiriéndose a Su plan para la salvación del hombre, Lehi dice:

“Pero he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe.” (2 Nefi 2:24.)

Así vemos que, en la misma forma que la perfecta sabiduría de Dios es el resultado de su conocimiento de todo («todo lo sabe”), la del hombre también depende del conocimiento que adquiera. No obstante, como el ser humano no lo sabe todo, es posible que tenga un vasto conocimiento en muchas cosas y que, aun así, le falte sabiduría, o sea, el «discernimiento” y el “buen juicio”, especialmente en lo relacionado con su propia conducta.

Generalmente, la humanidad ha demostrado que le falta dicha virtud en dos aspectos: Primero, el ser humano no tiene un conocimiento perfecto; y segundo, le falta la capacidad para utilizar al máximo el conocimiento que tiene. ¿Quiere decir esto que no hay esperanza de que la situación mejore? No. Existe una forma y esa forma es que el hombre llegue a conocer a Dios.

El salmista nos dio la respuesta cuando dijo: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová. . .” (Salmos 111:10). Yo he hecho un estudio sobre el significado de ¡a palabra temor que se utiliza en este pasaje, y puedo asegurar que el autor no la usó como sinónimo de miedo o terror, sino que lo que quiso expresar, cualquiera fuera la palabra original, fue una actitud de “profunda reverencia». Por lo tanto, para comprender mejor sus palabras podríamos parafrasear al salmista diciendo: “El principio de la sabiduría es sentir una profunda reverencia por el Señor.»

Consideremos por un momento el significado de esa expresión. Una definición de la palabra profundo es “intenso, penetrante”. La reverencia es el alma de la religión. La persona que es profundamente reverente siente veneración por Dios y la une con una conducta respetuosa hacia Él y todo lo que le concierna; lo ama, confía en El, ora y es inspirada por El. Todo el que siente profunda reverencia hacia el Señor puede recibir Su inspiración, y siempre ha sido así.

Al tener que formarse un juicio —lo cual requiere sabiduría—, la inspiración del Señor puede compensar por la falta de conocimiento. Por ejemplo, si la persona que se encuentra en una encrucijada, sin saber hacia dónde dirigirse, puede recibir inspiración de Dios, su decisión será tan sabía cómo si hubiera tenido un conocimiento perfecto. ¿Cómo puede ser así? Porque Dios «lo sabe todo» y la inspiración que de Él recibimos es una manifestación de absoluta sabiduría.

Esa inspiración no sólo compensa por la falta de conocimiento, sino que también induce al hombre a emplear el autodominio y aplicar en la conducta y en el trato con sus semejantes las normas más elevadas que conoce. En otras palabras, le da la capacidad para distinguir entre el conocimiento y la sabiduría.

Indudablemente, el salmista estaba inspirado cuando dijo que una profunda reverencia por Dios es el “principio de la sabiduría”. Es obvio que no se puede sentir reverencia hacia un ser desconocido, y, a la inversa, aquellos que sienten la más profunda reverencia por Dios son los que lo conocen mejor.

La conclusión a la que llegamos es que el mundo está escaso de sabiduría porque el hombre no conoce a Dios, ni siquiera muchos de aquellos que predican acerca de Él. Hasta que la humanidad llegue a conocerlo, continuaremos en nuestra confusión, no obstante todo el conocimiento que podamos adquirir en otros sentidos.

El Señor, que todo lo sabe, previo nuestro estado presente, y hace mucho tiempo, hablando de nosotros por boca del profeta Isaías, declaró:

“Porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.” (Isaías 29:14; véase también 2 Nefi 27:26.) .

Él ha confirmado en nuestros días estas palabras y ha explicado que la razón por la cual el hombre ha perdido la sabiduría es que lo ha abandonado a ES:

«Porque se han desviado de mis ordenanzas y han violado mi convenio sempiterno.

«No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo. . .” (D. y C. 1:15-16.)

También nos ha dicho claramente muchas veces adonde nos conducirá nuestro imprudente curso, y puedo aseguraros que esa condición estará muy lejos de ser agradable.

Si una persona desea obtener sabiduría, lo primero que debe hacer es buscar al Señor «para establecer su justicia», reconociendo que por sí misma es incapaz de obtenerla. Debe, con toda la sinceridad de su corazón, dirigirse a Él. Las palabras “buscad, y hallaréis” (Mateo 7:7) siempre han sido y siguen siendo el consejo y la promesa.

Al hacerlo, la persona puede —y ésa es la única manera— llegar a conocer a Dios, y de ese conocimiento surge la profunda reverencia que, según el salmista, es «el principio de la sabiduría”.

A fin de guiar al hombre hacia esa puerta de escape, Dios se reveló nuevamente en esta dispensación, juntó con su Hijo Amado, nuestro Redentor Jesucristo. Ei ha vuelto a revelar el sendero que debemos seguir si deseamos conocerlo. Primero, debemos buscarlo en la forma en que Él nos lo ha Indicado, o sea, por medio de la oración y del estudio de Su palabra en las Escrituras antiguas y modernas, pero principalmente en éstas últimas. Ese estudio y oración nos darán fe en Dios, el Eterno Padre, y en su Hijo, Jesucristo. El siguiente paso es el arrepentimiento sincero, y luego el bautismo y recibir el don del Espíritu Santo. Cuando una persona acepta y obedece estos primeros principios y ordenanzas fundamentales, tal como los enseña el Evangelio de Jesucristo, y adapta su vida a los mandamientos de Dios, recibe no sólo el concepto intelectual de cómo es Dios sino también un conocimiento íntimo que surge de esa “profunda reverencia” que da principio a la sabiduría. Cuando ésta se logra de esa manera, nos ayuda a solucionar nuestros problemas y, si la mayoría de las personas la obtienen, conducirá a la humanidad a la solución de las mayores dificultades que afectan a esta generación.

Deseo sinceramente que quede grabada en nuestras mentes y almas la idea de que uno de los propósitos principales de ser miembros de esta Iglesia es alcanzar esa sabiduría. Si no logramos entender y apreciar la importancia que tiene cuando la recibimos por inspiración del Señor, perderemos una perla de gran precio. Quiera Dios que esto no suceda y que podamos comprender el gran significado que esa virtud tiene en nuestra vida.

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