Como ser misionero para el cónyuge

Marzo de 1984
Como ser misionero para el cónyuge
Por Mollie H. Sorensen

“Por mansedumbre y amor sincero. . .”

Un gozo indescriptible llenó mi alma cuando mi esposo se dirigió hacia el púlpito para ser sostenido como segundo consejero en la presidencia de la estaca. Al expresar su testimonio de su amor hacia el Salvador y el evangelio, también dio gracias por mí. Acudió a mi mente la ocasión cuando, al volver a casa después de un día de trabajo, encontré un cartel que mi esposo había preparado y que decía: “¡Amo a mi esposa porque ella tiene fe en mí!”

Me parecía que no hacía mucho que había anunciado firmemente: “Mejor que no me pidan que dé un discurso en la reunión sacramental porque eso es algo que nunca haré». Hoy es uno de los oradores preferidos en la estaca.

También recordé que mi esposo me había dicho: “¡No creas que porque tú tomas parte en actividades teatrales me vas a persuadir a mí a hacer de actor, porque no lo soy!” Sin embargo, se destacó en el papel principal de una obra que presentamos en la estaca.

“Yo no tengo pasta de lector», había repetido muchas veces. Ahora lee las Escrituras, fielmente, cada día y las enseña a toda la familia cada mañana.

“No entiendo cómo usar el sacerdocio”, dijo una vez, pero desde aquel entonces ha bendecido a nuestra familia con el poder del sacerdocio en numerosas ocasiones.

Sí, mi esposo ha cambiado. Hace dieciséis años no poseía el sacerdocio mayor. ¿Qué fue lo que produjo este cambio tan grande? A mis hermanas que están en la desconcertante situación de ser misioneras para sus esposos, desearía compartir algunas ideas. Dado que hablo por experiencia, hablo como esposa, pero los principios podrían ser usados también por los hombres que tienen la necesidad de ser misioneros para sus esposas.

No es fácil tener fe en el cónyuge si él ha sido motivo de repetidas desilusiones. Y para la mujer que goza de las verdades espirituales, resulta toda una frustración no poder compartirlas abiertamente. Su deseo de lograr que el esposo entienda y aprecie el evangelio a veces se torna insoportable. Y ello es normal, pues habiendo alcanzado un elevado nivel de gozo, la consecuencia natural es querer compartirlo con los seres amados. Pero en estos casos, puede presentarse una situación bastante delicada. El hombre es cabeza de la familia —es el que debe dirigir, no el que tiene que ser dirigido. La mujer, aunque es una parte igual en el matrimonio, debe sostener y apoyar al esposo en su papel de cabeza de la familia. Pero si él no es activo o si no es miembro de la Iglesia, hace que ella se encuentre en una situación frustrante. A menudo, sí ella desea asistir a los servicios dominicales, tener noches de hogar para la familia y participar en otras actividades de la Iglesia, se enfrenta con una batalla interna y puede llegar a tener conflictos directos con el esposo, derrotando en esa forma su propósito de llevar unidad y espiritualidad al seno del hogar.

¿A dónde se puede dirigir una mujer para encontrar guía en su papel como misionera para su esposo? En el estudio de las Escrituras se pueden encontrar muchos buenos puntos de vista. Por ejemplo, aprendí una lección muy importante al estudiar en cuanto al concilio en los cielos y los puntos que allí fueron presentados.

Satanás propuso un plan para obligar a todos a obedecer los principios de su Padre Celestial. “Rescataré a todo el género humano», dijo, “de modo que no se perderá una sola alma, y de seguro lo haré».

Mas el Padre Celestial no quiso «destruir el albedrío del hombre que yo, Dios el Señor, le había dado”. En cambio, estableció el plan de salvación mediante su Unigénito, por el cual podríamos gozar de la libertad de elección. (Véase Moisés 4:1-4.)

De este relato podemos sacar en conclusión que al Padre Celestial no le agrada que Intentemos forzar a los demás a aceptar el evangelio. El no sólo se Interesa en que ellos regresen a su presencia, sino también en que lo hagan por su propia voluntad y elección. Él quiere que ellos descubran por sí mismos que las verdades que ha dado son correctas y buenas y que son las que acarrearán el más grande de todos los gozos. A fin de lograr esto, cada uno tiene que ser libre para experimentar y descubrir por sí .mismo.

En Doctrina y Convenios hay algunos métodos verdaderos mediante los cuales se puede ejercer influencia:

«Sino por la persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;
«por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia” (D. y C. 121:41-42).

Estas cualidades, métodos de persuasión del Señor, pueden llegar a ser parte de nuestra naturaleza si vivimos dignos de alcanzar la Investidura de su Espíritu. He aprendido que aunque la esposa puede animar y ser una luz para su marido, lo que produce el cambio en la vida de la gente es el Espíritu del Señor.

En Gálatas 5:22-23 encontramos lo siguiente; “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza».

Hay quienes aconsejarían a las esposas a simular que tienen estas cualidades de amor, bondad y mansedumbre a fin de establecer una mejor relación con sus maridos. Pero en este engaño olvidan al Salvador, puesto que El condenó la hipocresía.

Me he dado cuenta de que el núcleo de nuestro ser debe ser purgado de su inclinación natural a criticar y perder la fe. Para lograrlo debemos obtener mayor poder que el que podemos tener por nosotros mismos. El Padre Celestial puede concedernos esta habilidad de cambiar—de convertir la disposición agria, que nos lleva a buscar faltas en los demás, en una disposición dulce, como la de los niños. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”, rogamos, “y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Salmos 51:10). Él puede bendecirnos con la habilidad de ver mejor, de descubrir cualidades hermosas en el carácter de nuestros cónyuges.

Aunque tal vez no sea fácil amar a quienes nos han desilusionado, se nos promete que el Espíritu puede investirnos con el poder de amar a quienes se nos hace difícil amar por causa de sus actos:

“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo, Jesucristo” (Moroni 7:48).

Una mujer que alcanzó este estado de naturaleza amorosa con la ayuda del Espíritu lo expresó en esta forma:

“Hubo una época en la que me sentí tan frustrada con lo que mi esposo no hacía, que no podía apreciar lo bueno que estaba haciendo. Yo estaba aferrada a la letra de la ley y olvidé las cosas más importantes, tales como el amor, la paciencia, el perdón y la fe. Parecía estar obsesionada con la impaciencia esperando que él cambiara.

“Entonces, de alguna manera, reconocí cuán equivocada estaba; me di cuenta de que mi actitud hacia mi esposo no tenía esperanza. Busqué al Padre Celestial para poder cambiar mi actitud, orando y ayunando. Como un milagro, gradualmente mi corazón comenzó a cambiar. Cuanto más sentía la calidez del Espíritu en mi vida, tanto más perdí aquella compulsión a criticarlo. Y eso no fue todo, sino pude amarlo y respetarlo en maneras que antes había pasado por alto. Comencé a apreciar profundamente su paciencia para con nuestros hijos, su tolerancia hacia los demás, su disposición alegre, así como también la forma en la que trabajaba con sus manos: en una hora podía hacer lo que muchos hombres harían en medio día.

“Naturalmente, sigo esperando que se active en la Iglesia, pero he desarrollado verdadera tolerancia hacia él mientras que crece a su modo. Ruego que yo pueda ser el ejemplo de amor que él necesita a fin de sentirse libre para progresar. Quiero que vea por mis hechos que el evangelio de Jesucristo es realmente maravilloso, dulce y motivo de mucha felicidad.”

Comparemos esto con la mujer que usa la amargura, la ira, la desesperanza y el espíritu de contención como sus instrumentos de persuasión. En su frustración por tener todo en orden, ella da un ejemplo de lo que no es el evangelio de Jesucristo, alejando más al esposo y dejándolo sin el sabor de lo bueno que el evangelio ofrece.

Satanás querría desviarnos en nuestros intentos de influir con amor, pues el amor es nuestra arma más fuerte. El querría que nosotros fuéramos contenciosos y que ejerciésemos coerción. El desearía que nosotros mismos dejáramos a lado nuestro propio alimento espiritual—oración, ayuno, estudio—a cambio de la furia de la impaciencia. El querría que fuésemos como los fariseos, demasiado escrupulosos y dispuestos a pasar por alto los principios. Por ejemplo, es correcto tener la noche de hogar para la familia, pero no es correcto que la esposa presione al marido, poniéndolo en apuros delante de otras personas, para establecer la práctica. Hay ocasiones en que las esposas de hombres inactivos en la Iglesia, o que no son miembros, deben contentarse con dejar sin cumplir parte de la ley a fin de esperar con paciencia que sus maridos inicien la marcha. En tales casos, «lo más importante de la ley” (Mateo 23:23) no tiene que quedar sin hacerse, pues ello consiste en los dones del Espíritu, el cual ayudará a la mujer a no tener «más disposición a obrar mal [quejarse, sermonear, juzgar], sino a hacer lo bueno continuamente hacía su esposo» (véase Mosíah 5:2).

Probablemente todos hemos tenido la experiencia de ser influidos por el espíritu de una reunión y gozar de los sentimientos de amor y calidez humana. A medida que nos acercamos a nuestra casa, el sentimiento subsiste. El mundo entero parece diferente: lleno de amor, entusiasmo y promesa. Los mismos niños cuyo parloteo pudo habernos molestado cuando íbamos hacia la reunión ahora parecen brillar con rostros de ángeles.

Tal es la influencia del Espíritu, el cual es amor, paz y gozo. Nosotros deberíamos orar pidiendo diariamente esta influencia. Solamente con ella podemos vencer y bloquear los esfuerzos de Satanás dirigidos a destruir nuestros matrimonios.

Una mujer se me acercó llorando después de una reunión de la Sociedad de Socorro y dijo:

—Estoy a punto de darme por vencida; pensé que un año era bastante para que se produjeran cambios, pero aún no tiene mayor inclinación a activarse en la Iglesia que la que tenía el año pasado. Tengo el sentimiento de que el Señor me ha fallado. ¿Por qué tengo que seguir intentándolo si él no va a cambiar?

Después de escuchar e intentar comprender, le pregunté:

—Usted dice que sigue tratando; ¿se ha dedicado a su propio sostén espiritual últimamente, tanto como lo hacía hace un año cuando sentía una esperanza firme en bien de la relación de ambos?

Me respondió que no, que no tenía deseos de orar, y que por motivo de su mudanza a otra residencia estimaba que no le alcanzaba el tiempo para estudiar.

—Bien, —agregué—, sé que cuando comienzo a perder fe en mi esposo y en nuestra relación, o cuando comienzo a ponerme en actitud de crítica, siempre es porque he desatendido la alimentación de mi espíritu. Pero a medida que comienzo a restaurar un espíritu de dulzura en mí, miro a mi esposo con nueva fe y nuevo amor.

Pocas semanas después aquella misma hermana me llamó para decirme que mediante un compromiso renovado con ella misma para alimentarse espiritualmente, una vez más tenía esperanza en su esposo y en su matrimonio. Me dijo:

—Yo estaba equivocada. En él ha habido un cambio; es tan tenue que yo no lo había notado antes.

Semanalmente, al participar del pan y del agua en memoria del Salvador, recibimos la promesa de que si guardamos sus mandamientos, tendremos su Espíritu con nosotros. Y con su Espíritu los cónyuges pueden saber cómo ser una ayuda mejor y fuente de fortaleza mutua.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

1 Response to Como ser misionero para el cónyuge

  1. Avatar de Rubidia Rubidia dice:

    Fue una gran ayuda para mi ya q estoy pasando lo mismo q en este mensaje está pero aún más porque mi esposo es miembro pero cuando trato de llamarle la antecion eso trabaja en contra de mi misma no se como ayudarle a mejorar si el conose más según.

    Me gusta

Deja un comentario