A nuestro amigo, el nuevo miembro

Abril de 1984
A nuestro amigo, el nuevo miembro
Por el élder Loren C. Dunn
Del Primer Quórum de los Setenta

Loren C. DunnDeseo dirigir mis palabras a un grupo especial de personas: a los nuevos conversos y a los que pronto se unirán a la Iglesia.

Amigo y hermano, le damos la bienvenida a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Hacemos nuestras las palabras del apóstol Pablo y le decimos: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios. . .  siendo la piedra principal del ángulo Jesucristo mismo» (Efesios 2:10-20).

El mero hecho de que haya sentido el Espíritu y haya recibido la doctrina de Cristo te convierte en alguien especial.

El Señor mismo se refirió a usted cuando dijo que sus “escogidos. . . escuchan mi voz y no endurecen su corazón”.

En la época del Antiguo Testamento, los elegidos de Dios vivían juntos en una misma tierra. Ellos tenían sus profetas, y el Señor se comunicaba con ellos para dirigirlos. Finalmente fueron llamados la casa de Israel y, con el transcurso del tiempo, muchos de ellos empezaron a olvidarse de su Dios y, a causa de su iniquidad, fueron dispersados en diferentes épocas a través de las naciones de la tierra.

Pero el Señor también les prometió que en los últimos días se acordaría de su pueblo que estaba disperso y haría que se congregaran otra vez.

“Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová.” (Jeremías 23:3-4.)

Esta profecía le habla a usted y se refiere a su entrada a la Iglesia de Jesucristo. Usted es uno de los elegidos que han escuchado la voz del “Buen Pastor” (véase Juan 10:14).

Hagamos un repaso de lo que le ha sucedido a usted como nuevo miembro, y lo que le espera en la Iglesia.

Primero, todo lo que ha recibido como introducción a la Iglesia está centrado en Cristo. Sentirá que hay algo especial que le liga a los nefitas de los tiempos antiguos, quienes dijeron: “Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”. (2 Nefi 25:26.)

Desde el principio se le pidió que se preparara para el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados. Esa preparación personal estableció su aceptación formal del evangelio de Jesucristo, con sus convenios y mandamientos.

También obtuvo el conocimiento y la seguridad de que su bautismo tiene validez, porque quien lo llevó a cabo fue llamado de Dios “por aquellos que tienen la autoridad” (quinto Artículo de Fe). Él no se llamó a sí mismo, sino que fue llamado de Dios.

También cumplió usted con los requisitos de la Primera Presidencia para poder entrar a la Iglesia.

Después del bautismo, fue coronado con el don de nuestro Padre Celestial, el cual le fue conferido por la persona indicada en la forma indicada: el don del Espíritu Santo, el cual llamamos también el Consolador y el Espíritu de Verdad. Los misioneros le instruyeron acerca de esta influencia sagrada y santificadora cuando le enseñaron las doctrinas de la Iglesia del Señor.

Recordará que cuando los misioneros le presentaron las enseñanzas y mandamientos específicos, le instaron a que orara al Señor para recibir su propia confirmación de que estas cosas son verdaderas. Lo que es más, le indicaron, conforme a lo que sabemos por medio de la revelación moderna, la forma en que el Señor respondería:

“Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien.” (D. y C. 9:8.)

“Sí, he aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón por medio de revelación; he aquí, es el Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón.” (D. y C. 8:2.)

“Por tanto, sentirás que está bien.” (D. y C. 9:8.)

Cuando se le preguntó al presidente Marión G. Romney, miembro en ese entonces del Quórum de los Doce, cómo sabía una persona cuándo estaba convertida, él contestó de esta manera: “La persona podrá afirmar de ello cuando por el poder del Espíritu Santo, su alma haya sido sanada. Cuando esto ocurra, lo reconocerá por la forma en que se sienta, porque se sentirá de la misma forma que se sintió la gente de Benjamín cuando recibió la remisión de sus pecados. Las Escrituras dicen que ‘. . . el Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión de sus pecados, y teniendo la conciencia tranquila. . .’ (Mosíah 4:3.)» (En Conference Report, octubre de 1963, pág. 25.)

Mediante el bautismo y al recibir el Espíritu Santo, dotó a su vida de algo particular. Con la calidez y la paz del Espíritu Santo aumenta la paciencia, el entendimiento, la confianza, la habilidad para hacer las cosas que antes le parecían estar fuera de sus posibilidades, mayor autoestima, mayor entendimiento por las personas que le rodean, un aprecio más grande por los principios del evangelio y más comprensión de las Escrituras.

¿A qué debes aspirar? Bien, después de un cierto tiempo sentirá el deseo de ir al templo. Uno de los propósitos de asistir al templo es consolidar el carácter eterno del matrimonio. Es decir, una pareja que ha sido casada por una autoridad o ministro civil, “hasta que la muerte les separe”, puede, en los templos de la Iglesia, ser sellada por esta vida y por la venidera.

El único propósito que tiene Dios para con el hombre es que éste pueda volver a Su presencia, la cual es la vida eterna. Todos aquellos que aceptan a Jesús como el Cristo y están dispuestos a obedecer los mandamientos de Su evangelio están encaminando sus pasos hacia la vida eterna. Otro requisito para lograr la vida eterna es el matrimonio eterno. Cuando se lleva a cabo un sellamiento o casamiento en el templo, eso significa que la familia puede ser eterna, o, en otras palabras, vivir con Dios en una unidad familiar. Tan perfecto es este plan que el Salvador promete a aquellos que viven el evangelio y que no han tenido la oportunidad de casarse, que no se les privará de las bendiciones relacionadas con esta ordenanza.

Una de las bendiciones prácticas del casamiento en el templo es que se unirá a un grupo de personas bastante exclusivas del mundo actual. Los sociólogos declaran que en nuestra sociedad moderna, uno de cada tres matrimonios fracasa, pero entre los casamientos que se efectúan en el templo el promedio de éxito es de un noventa por ciento. Entre las bendiciones del evangelio de Jesucristo se encuentra la de un matrimonio más sólido en esta vida para aquellos firmemente establecidos en la Iglesia, así como una promesa de que las familias pueden permanecer unidas eternamente.

Como nuevo miembro, usted ha pasado a ser parte de un barrio o de una rama. Se ha unido a otros miembros que como usted están desarrollándose en el evangelio y se esfuerzan por vivir vidas cristianas. Algunos de ellos han sido miembros por mucho tiempo, pero la mayoría está tratando cada día de hacer lo mejor que puede por mejorar. Claro está que no todo es fácil, y a veces es posible que haya alguien que le ofenda sin querer; y si es que desea ayudar a esa persona, sea paciente con ella y no guarde enojo, sino ayúdela para que pueda vencer esa dificultad. Aunque rara vez este caso podría presentarse.

Cuanto más se familiarice con sus hermanos en la fe, probablemente más gozará de la compañía de todos ellos, aunque posiblemente tendrá más afinidad con algunos pocos, con quienes se sentirá más a gusto debido a una similitud de intereses. Las personas con las que tendrá la necesidad de establecer lazos más estrechos podrían ser su obispo o presidente de rama y sus maestros orientadores. Para las hermanas, se da el mismo caso con la presidenta de la Sociedad de Socorro y las maestras visitantes. Los jóvenes también tendrán líderes especiales. La expresión más grande de amor y aprecio que los miembros de la Iglesia pueden brindarse mutuamente está en la visita que puedan hacerse al hogar como maestros orientadores o maestras visitantes. Si todavía no ha recibido la asignación, muy pronto la tendrá.

Dado que es nuevo y un tanto inexperto, deseo que recuerde que está haciendo una contribución maravillosa. Su vitalidad y frescura como nuevo miembro agregan nueva vida al barrio o a la rama. Aun cuando los miembros con más tiempo que usted en la Iglesia no se lo digan, ellos se sienten gozosos de su compañía, porque irradia de usted un espíritu que los reconforta. No es que ellos no tengan su propio testimonio, pero la frescura de su espíritu les ayuda a recordar el entusiasmo de su propia conversión. Nuestro profeta, el presidente Spencer W. Kimball, nos ha dicho que usted también forma parte de los que hacen que la Iglesia se mantenga fuerte y con vida.

Usted, como nuevo miembro, pasará por muchas experiencias que le harán progresar. Su testimonio, por más fuerte que sea, también es frágil. Debe nutrirse para que pueda crecer fuerte y no desvanecerse. Este alimento lo obtenemos cuando oramos sinceramente, asistimos a las reuniones de la Iglesia, pagamos un diezmo íntegro, guardamos el día del Señor, leemos las Escrituras, o en otras palabras, cuando obedecemos los mandamientos. De esta manera la influencia purificadora del Espíritu Santo siempre le acompañará.

Finalmente, sentirá que debido a que es nuevo en la Iglesia no cuenta con tanto conocimiento como el resto de los miembros que han estado más tiempo en ella. Aun cuando hay mucho para aprender, aunque en distinta manera el Señor le recompensará y le bendecirá con las mismas bendiciones que al miembro que ha estado en la Iglesia toda su vida.

Él nos enseña esta lección en la parábola del padre de familia que salió de su casa para contratar obreros para su viña. Al darles empleo a los primeros al inicio del día, vio que había otros que estaban desocupados y los llamó también para que trabajaran en su viña. Lo mismo hizo a la hora sexta y a la hora novena del día, y aun a la hora onceava del día, pagándoles a todos al final del día la misma cantidad, aun cuando no todos habían trabajado la misma cantidad de horas.

Cuando los obreros se quejaron, él les dijo:

“Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti.
¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?» (Mateo 20:13-15.)

Uno de los significados de esta gran parábola es que el Señor ofrece las mismas promesas de salvación y exaltación a todos sus hijos que ganan conocimiento de la verdad, si es que son fieles. Fíjese en que no se trata del arrepentimiento en el lecho de muerte. La parábola muestra que todos aquellos que obedecieron al llamado del hombre que poseía esta viña y fueron sin demora, más allá de la hora en que fueron llamados, recibieron el mismo pago. No hizo ninguna promesa a la persona que oyó el llamado, antes o después, y no fue.

Esta parábola también muestra que el Señor puede y de hecho llama tanto a los nuevos como a los viejos miembros a posiciones de responsabilidad en el reino. Cada uno tiene ciertas habilidades y determinado potencial y será llamado de Dios por revelación para desempeñar las posiciones para las que esté mejor preparado. Algunas veces esto sucede sin tomar en cuenta el tiempo que han sido miembros de la Iglesia.

Lo mismo le sucede hoy día a medida que aprende y se desarrolla como miembro. Se dará cuenta de que podrá hacer cosas que antes creyó imposibles de lograr, todo debido al don del Espíritu. Esto, en combinación con la guía de sus líderes del sacerdocio y las enseñanzas de las Escrituras, le proporcionará grandes bendiciones.

Una de las más grandes fuentes de fortaleza la encontrará en los miembros que han estado más tiempo en la Iglesia. Todos han sido instados por el Señor a nutrir y fortalecer a sus nuevos hermanos y hermanas en el evangelio de Cristo. En la hermandad de Dios, el Señor “no hace acepción de personas» (Hechos 10:34), y El espera que todos sigamos su ejemplo.

Leemos en el décimo capítulo de Hechos cómo fue que Pedro llegó a la conclusión de que todo aquel que obedeciera la ley iba a ser aceptado por el Señor. Como recordará, Pedro tuvo una visión sobre este asunto, “en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come” (versículos 12-13).

Debe tenerse en cuenta que estas cosas estaban prohibidas según la ley judía, así que Pedro reaccionó diciendo: “Señor, no; porque ninguna cosas común o inmunda he comido jamás” (versículo 14).

Y como respuesta recibió estas grandes palabras del Señor:

“Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (versículo 15).

No es de extrañarse que más tarde Pedro dijera: “. . . pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (versículo 28).

De ese momento en adelante en la Iglesia primitiva, el evangelio comenzó a predicarse no sólo a los judíos, sino a todo aquel que recibiera al Salvador y guardara los mandamientos del evangelio de Jesucristo.

Lo mismo ocurre hoy en la Iglesia restaurada del Señor. Esa persona a la que el Señor haya declarado limpia mediante su fe, arrepentimiento y bautismo seguido por la recepción del don del Espíritu Santo, es aceptada por la Iglesia.

Esa persona a quien el Señor pronuncia limpia es hermanada y aceptada en la misma forma por los miembros. Ni el Señor ni los miembros de la Iglesia hacen “acepción de personas”, sin importar si es hermano o hermana el que ha entrado por la puerta.

También Alma hace hincapié respecto a esta unidad, a esta aceptación mutua, como condición para todo aquel que entre en el reino de Dios a través del bautismo.

«… y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas de unos y otros para que sean ligeras; sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y a ser testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar. . . ¿qué os impide ser bautizados en el nombre del Señor?” (Mosíah 18:8-9, 10.)

Una evidencia aún más clara de esa aceptación del nuevo miembro la constituye el procedimiento y norma de la Iglesia de conferir, después del bautismo, el Sacerdocio de Aarón a todo varón recién convertido que tenga la edad apropiada, así como el de llamar a nuevos hermanos y hermanas para que desempeñen cargos en la Iglesia de acuerdo con su capacidad.

Sí, los miembros de más tiempo y ya establecidos en la Iglesia desempeñan una función muy importante de ayuda al nuevo miembro, para que pueda entrar al reino y encontrar el camino. Un nuevo converso, un hermano de nombre Alan John Nubeck, relata en cuanto a la reciente conversión de su familia y a la forma en que ayudaron los miembros con más tiempo en la Iglesia:

“Una de las maravillosas cosas que más nos ayudó a que nos uniéramos a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue una reunión un jueves por la noche antes de nuestro bautismo, en la que conocimos a una familia que tenía muchas cosas en común con nosotros. Ellos nos hablaron de la experiencia que íbamos a pasar al bautizarnos, y nos explicaron algunas cosas.

“Cuando llegamos al servicio bautismal, ellos nos saludaron en la puerta y dijeron que iban a estar durante nuestro bautismo. Me hizo sentir mucho más seguro cuando al entrar a las aguas bautismales vi tantas caras de amigos.

“Después de unirnos a la Iglesia, ellos nos ayudaron en las reuniones sentándose con nosotros además de otras familias, y el espíritu que sentimos de ellos fue algo grandioso. También nos ayudaban explicándonos sobre la doctrina de la Iglesia y con nuestro estudio de las Escrituras. Nos hermanaban durante todos los días de la semana, y especialmente durante nuestras noches de hogar y hasta nos ayudaron a diseñar una especial para nuestra familia. Después de las reuniones de testimonio en la Iglesia, nos invitaban a asistir a reuniones en su casa, a las que invitaban a otros miembros de la Iglesia para que nos conocieran. Aún siguen siendo nuestros amigos y todavía nos explican cosas que no comprendemos.

“Es por medio de este hermanamiento que sé que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera.”

Así, entonces, hoy se encuentra embarcado en una nueva jornada como valioso y confiable miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El Señor dijo: “Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida” (Mateo 7:14). Usted ha entrado por esa puerta y se encuentra en el trayecto que le conducirá a la presencia de Dios.

Él le ha dado el precioso don del Espíritu Santo, el cual mantendrá su testimonio fuerte y le guiará a toda verdad si es que obedece a sus susurros. Él le ha dado su Iglesia y ha establecido su reino sobre la tierra para que pueda ser instruido más perfectamente en la manera del Señor. Ha recibido la ayuda y la amistad de los líderes del sacerdocio y hermanos Santos de los Últimos Días para que puedan aprender y progresar juntos y ayudarse mutuamente, “asidos constantemente a la barra de hierro» que les guiará a la vida eterna.

Y finalmente el Señor le ha enviado a este mundo habilitado por muchos de sus hijos, hijos “cegados por la sutil astucia de los hombres que acechan para engañar, y no llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla” (D. y C. 123:12).

Es su ejemplo el que les mostrará el camino. Es el espíritu que de usted irradia el que sentirán y así reconocerán lo bueno y lo verdadero. Es mediante sus esfuerzos que esta gran experiencia del evangelio de Jesucristo se extenderá a todas estas maravillosas personas como “la ciudad asentada sobre un monte. . . para que alumbre vuestra luz delante de los hombres” (Mateo 5:14-16).

Y así a usted, el nuevo miembro, nuestra hermana, nuestro hermano, más allá de las circunstancias que caractericen su vida, su barco ha llegado seguro a playas tranquilas. ¡A usted, la nueva estrella en el firmamento, le decimos, bienvenido, bienvenido al hogar!

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