La enseñanza por medio del Espíritu

Mayo de 1985
La enseñanza por medio del Espíritu
Por el élder Loren C. Dunn
Del Primer Quórum de los Setenta

Loren C. DunnEnseñar el evangelio por el Espíritu es la primera responsabilidad de cada maestro de la Iglesia.

Esta semana un joven piloto rural de la comunidad de Yellowknife en los Territorios Noroestes de Canadá se prepara reverentemente para enseñar a su quorum del sacerdocio el domingo. Un empleado de oficina en Darwin, Australia, se ha puesto de acuerdo con su compañero para hacer sus visitas como maestros orientadores. Dos mi­sioneros en Tokio, Japón, están a pun­to de enseñar una lección a un investi­gador, y una ama de casa en Stuttgart, Alemania, prepara con entusiasmo su siguiente clase de la Primaria.

Miles de personas, desde un confín de la tierra hasta el otro, virtualmente un ejército de hombres y mujeres, los maestros de la Iglesia, se encuentran efectuando un trabajo de gran impor­tancia. Cada uno ha aceptado un lla­mamiento de enseñar el evangelio: a miembros y no miembros, a niños y jóvenes, a hombres y mujeres en cada estaca y distrito, cada barrio y rama en toda la Iglesia.

No podemos elogiar suficientemen­te a estos fieles maestros por el benefi­cio que proporcionan. No simplemente transmiten información; su llamamien­to es mucho más grande que eso. Ellos enseñan el evangelio por el poder del Espíritu. Fortalecen a quienes les escu­chan, inspirándolos a hacer buenas obras. El Señor nos ha mostrado la si­tuación ideal para la enseñanza:

“Al estar reunidos os instruiréis y os edificaréis unos a otros, para que se­páis cómo conduciros.” (D. y C. 43:8.) Instruir es una cosa, mas ins­truir y edificar es algo más. Edificar sería instruir por el poder del Espíritu. Cuando una persona edifica o enseña por el Espíritu, instila en los que lo escuchan el deseo de superarse, de ac­tuar a la par con lo que se les ha ense­ñado.

Enseñar el evangelio por el Espíritu es, pues, la primera responsabilidad de cada maestro de la Iglesia. El mundo, al enseñar de acuerdo con los precep­tos de los hombres, simplemente inter­cambia información interesante o he­chos adicionales. Pero cuando uno enseña por el Espíritu, la experiencia es diferente: es una comunicación a las almas de aquellos que lo escuchan. Tanto el orador como el escuchante terminan edificados e iluminados. Hay un sentimiento interior de gozo y de querer vivir mejor.

El maestro de la Iglesia puede pre­pararse en diferentes formas. Entre ellas están el inscribirse en el curso básico del programa de desarrollo del maestro y seguir las instrucciones y ayudas que se encuentran en cada uno de los manuales de la Iglesia. Sin em­bargo, la preparación más importante del maestro es espiritual y debe efec­tuarse individualmente. Se nos ha di­cho: “Y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis.» (D. y C. 42:14.) Esto se puede aplicar de dos maneras. Prime­ro, a fin de aceptar el llamamiento de enseñar el evangelio, debemos bauti­zarnos y recibir el don del Espíritu Santo, el cual es la fuente de la verdad. Segundo, debemos vivir, actuar y orar de tal manera que el don del Espíritu pueda ser una fuerza viva en nuestras vidas, la cual, a su vez, nos edificará y fortalecerá a nosotros así como a aque­llos a quienes hemos sido llamados a enseñar. Y para confirmar esto, el Se­ñor, contestando la pregunta “¿A qué se os ordenó?”, replicó: “A predicar mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado para ense­ñar la verdad.” (D. y C. 50:13-14.)

Este parece ser el mandato de las Escrituras para todos los que enseñan en la Iglesia. Su importancia se ve realzada unos versículos después cuan­do el Señor dice: “El que es ordenado por mí y enviado a predicar la palabra de verdad por el Consolador,. . . ¿La predica por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera?

«Y si es de alguna otra manera, no es de Dios.” (D. y C. 50:17-18.)

Existe una preparación espiritual que cada maestro de la Iglesia debe efectuar a fin de asegurar su éxito co­mo maestro del evangelio. Esta prepa­ración no siempre va ligada con la edu­cación o la experiencia o la extensión de su conocimiento. Si uno se prepara, el Espíritu iluminará lo que enseña y el resultado será el aumento de fe. El maestro podrá llevar su mensaje al co­razón del escuchante y todos serán edi­ficados y se [regocijarán] juntamente”. (D. y C. 50:22.) Y aquellos que han sido inspirados de esta manera produ­cirán obras rectas.

Para tales maestros, ser fieles es tan importante como conocer el principio de la fe; disfrutar de las bendiciones que resultan por honrar el sacerdocio es tan importante como enseñar los principios del sacerdocio. La persona que vive lo que enseña es la que recibe el Espíritu.

Enseñar por el Espíritu no es sim­plemente relatar historias inspiradoras o narrar experiencias conmovedoras. Es mucho más que esto. De hecho, algunos tal vez confundan el encanto emocional con la obra sutil del Espíritu Santo y, sin embargo, no siempre son la misma cosa. La confirmación calla­da y apacible que llega al corazón del alumno de un maestro fiel no necesa­riamente tiene que ser emotiva de acuerdo con lo que el mundo llamaría una experiencia conmovedora. Sin embargo, edificará o fortalecerá espiri­tualmente al maestro y al alumno. Am­bos se regocijarán a medida que aprenden y repasan las verdades espiri­tuales. “He aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón”, y “sentirás que está bien”. (D. y C. 8:2; 9:8.)

Un maestro que enseña por el poder del Espíritu Santo posee ciertas características. Algunas de éstas menciono a continuación. Observad cómo se relacionan entre sí.

  1. Gracia. El Salvador inició su ministerio con estas palabras de Isaías:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos.” (Luc. 4:18.)

“A los que se encontraban en la sinagoga, el Salvador les dijo entonces: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.

“Y todos. . . estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca.” (Luc. 4:21-22.)

Hay gracia en aquellos que enseñan el evangelio por el Espíritu. Parece ser que la influye la humildad individual, la fe personal y el amor profundo y constante hacia los demás.

Hace algunos años, cuando vivíamos en Nueva Zelanda, tuvimos la fortuna, cuando los deberes no nos llamaban a otros lugares, de asistir a la clase de Doctrina del Evangelio en el Barrio 8 de Mount Roskill. En aquel entonces la maestra era Joan Armstrong, conversa a la Iglesia. Sus lecciones reflejaban una devota preparación. Nos enseñaba los principios del evangelio utilizando el manual como guía.

Sin embargo, las enseñanzas de la hermana Armstrong estaban impregnadas de sus propia fe individual. El espíritu de su enseñanza reflejaba las experiencias de su vida y la manera en que el Señor la había inspirado y dirigido. La hermana Armstrong no daba la apariencia de ser una maestra dinámica, como tampoco absoluta; pero siempre estaba preparada y todo su conocimiento la cubría de un acracia nacida del Espíritu. Ese mismo Espíritu gobernaba la clase. Había participación sin antipatía; había discusión pero escasa controversia. No se explayaba en misterios o especulaciones, y no tenía que hacerlo, porque estaba preparada. Los hermanos salían de la clase sintiéndose fortalecidos y edificados.

En la Iglesia contamos con miles de maestros tal como la hermana Armstrong. Se dejan llevar por los susurros del Espíritu, y éste crea en ellos una gracia que nace del Espíritu y conmueve a aquellos a quienes enseñan. Esto sucede aun cuando ejercen sus propias personalidades para enfocar la lección en forma diferente. Este es el común denominador que mantiene unidos a aquellos que poseen un gran conocimiento del evangelio y aquellos que son llamados a enseñar y que apenas inician su estudio ferviente del evangelio.

  1. Testimonio. “Porque yo os perdonaré vuestros pecados con este mandamiento: que os conservéis firmes en vuestras mentes en solemnidad y el espíritu de oración, en dar testimonio a todo el mundo de las cosas que os son comunicadas.” (D. y C. 84:61.)

Las clases de capacitación del maestro pueden y harán una obra maravillosa en ayudar a los maestros a desarrollarse. Los manuales han sido preparados para auxiliar a los maestros a presentar el evangelio de las escrituras y de los profetas y para mostrar cómo aplicar las lecciones en la vida diaria. Pero ninguno de éstos puede crear un maestro del evangelio a menos que éste agregue a su enseñanza el ingrediente más importante, el cual es su propio testimonio. Toda la habilidad combinada de la Iglesia no puede producir un manual lo suficientemente eficaz que reemplace a un maestro que no ha desarrollado su propio testimonio o que no lo emplea en su enseñanza. Cuán agradecidos nos sentimos por los miles de maestros en la Iglesia que enseñan el evangelio por el poder de su propio testimonio.

  1. Las Escrituras. “Se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios.” (Alma 17:2.)

El Señor ha proporcionado las Escrituras a la Iglesia como guía. Cuando decimos Escrituras, no sólo nos referimos a los cuatro libros canónicos sino también a los escritos inspirados de apóstoles y profetas modernos y otros dirigentes de la Iglesia según son “inspirados por el Espíritu Santo”. (D. y C. 68:4.)

Hace unos años tuve el privilegio de asistir a una charla fogonera para investigadores en el centro de la Estaca Parramatta en Sydney, Australia. El orador principal fue un miembro del Quórum de los Doce. La congregación consistía de muchos investigadores que por mucho tiempo habían escuchado los principios del evangelio, pero que no contaban con el testimonio necesario para hacer algo al respecto. El miembro de los Doce fue bendecido especialmente esa noche al relatar la historia de la restauración del evangelio en forma poderosa. Paso a paso, desplegó las Escrituras a todos los presentes. El Espíritu dio testimonio de que lo que estaba enseñando era verdadero. Al finalizar la reunión, siete de estos antiguos investigadores fijaron la fecha de su bautismo.

Los miembros de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce ejemplifican ante toda la Iglesia la importancia de utilizar las Escrituras para enseñar el evangelio y edificar a aquellos que buscan la verdad.

Joseph F. Smith dijo: “Aquello que caracteriza por sobre todas las cosas la inspiración y divinidad de las Escrituras es el espíritu en el cual están escritas y la riqueza espiritual que transmiten a aquellos que las leen fiel y concienzudamente. . . Estas tienen como propósito aumentar las dotes espirituales del hombre y revelar e intensificar el vínculo entre él y su Dios.” (Juvenile Instructor, abril de 1912, pág. 104.)

  1. Oración. “Y se os dará el Espíritu por la oración de fe.” (D. y C. 42:14.)

El paso más importante en la preparación espiritual es la oración. La oración es el medio de buscar ayuda y entendimiento. Es el reconocimiento de que “el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede comprender”. (Mos. 4:9.)

En actitud de humildad repasad el material que vais a enseñar. Cuando sintáis que sabéis qué dirección tomar con respecto a vuestra lección, consultad al Señor en oración. Con esta actitud de humildad, dejad que el Espíritu os guíe. Él nos dice: “Si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo.” (Mor. 10:4.) Si experimentáis un sentimiento de paz y seguridad, seguid adelante. Si hay confusión y duda, cambiad vuestro enfoque y presentadlo nuevamente al Señor en oración. Pedidle con humildad qué os otorgue su Espíritu en todo lo que hagáis, especialmente cuando estéis frente a aquellos a quienes habéis sido llamados a enseñar.

El presidente Spencer W. Kimball nos dice: “El sólo se pondrá frente a [la puerta] y tocará, más si no escuchamos, no cenará con nosotros ni contestará nuestras oraciones. Debemos aprender a escuchar, a retener, interpretar y entender. El Señor permanecerá llamando a nuestra puerta, nunca se retirará, mas nunca se impondrá a sí mismo. Si nuestra cercanía a él empieza a disminuir, somos nosotros, y no El, los causantes de ello. Y si alguna vez fallamos en obtener una respuesta a nuestras oraciones, debemos examinar nuestras vidas para encontrar la razón. O hemos olvidado hacer lo que debíamos o es que hemos hecho algo que no debíamos. Lo más seguro es que hemos ensordecido nuestros oídos o deteriorado nuestra vista.” (Spencer W. Kimball, La Fe precede al Milagros, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1973, pág. 211.)

Y de esta manera vemos que el gran principio rector para todos los maestros en la Iglesia es enseñar el evangelio por medio del espíritu. De hecho, José Smith dijo que “todos deben enseñar el evangelio por el poder y la influencia del Espíritu Santo; y ningún hombre puede predicar el evangelio sin el Espíritu Santo». (History of the Church, 2:477.)

Los maestros en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ejercen tanta influencia como cualquier grupo de personas en la Iglesia. Que el Señor les bendiga con gozo y éxito en sus llamamientos y que el Espíritu siempre los guíe al enseñar el evangelio.

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