Agosto de 1985
Semejanzas de dos profetas: Pablo y José Smith
Por Richard Lloyd Anderson
Si Pablo fue un profeta, José Smith también lo fue. Las evidencias que respaldan el llamamiento profético de Pablo sirven también para respaldar el de José Smith.
Se llega a tal conclusión como resultado de un estudio minucioso de la vida de estos dos grandes hombres. Por supuesto que con esto no se pretende declarar que José Smith fue exactamente como Pablo. Este no era un hombre apuesto, mientras que José Smith impresionaba a la mayoría de los que lo conocían por su estatura y buen porte. Pablo era un apóstol misionero, en tanto que José Smith presidió sobre Apóstoles y mayormente dirigió la obra misional, más bien que viajar para hacerlo personalmente. Pablo era un hombre versado, pues contaba con la mejor educación que su cultura podía proveer, mientras que
José Smith fue criado con bastante pobreza y su educación no sobrepasaba el segundo año de secundaria.
Pero pese a las marcadas diferencias personales, existen similitudes asombrosas. Poco importa el hecho de que uno hablaba inglés, y el otro, dialectos hebreos y griego, con tal de que ambos hablaran mediante la inspiración del Espíritu Santo. En vista de que nuestro interés principal en este estudio yace en el tema de su llamamiento, autoridad y revelación comunes, se hace necesario dejar a un lado la apariencia física para concentramos en realidades espirituales.
La primera visión
Tanto Pablo como José Smith tuvieron una “primera visión”. Desde luego que las circunstancias fueron diferentes, pero la visión ocurrida cerca de Damasco y la de la arboleda de Nueva York sirvieron para marcar la dirección y orientación de toda una vida de servicio para estos dos profetas. Cristo se le apareció a Pablo poco después de que El introdujo personalmente aquella dispensación, más el Padre y el Hijo se manifestaron ante José Smith para dar comienzo a la dispensación del cumplimiento de los tiempos. No obstante, ambas visiones incluyeron conversaciones con el Cristo resucitado, y en ambos casos se les instruyó a estos profetas que cambiaran el curso de sus vidas y se prepararan para recibir instrucciones adicionales del Señor.
Muchos cristianos que fácilmente aceptan la visión de Pablo rechazan la de José Smith. Mas sus críticas son poco sustanciales, puesto que lo mismo que arguyen en contra de la primera visión de José Smith tendría que aplicarse a la experiencia de Pablo en Damasco y restarle valor en igual grado.
Por ejemplo, se ataca la credibilidad de José Smith debido a que la primera descripción conocida de dicha visión no se hizo pública sino hasta doce años después de que ocurrió. No obstante, la primera descripción de la aparición cerca de Damasco, que se encuentra en 1 Corintios 9:1, no se registró sino hasta aproximadamente veinticuatro años después de ocurrida.
A los críticos les encanta hablar de supuestas irregularidades en las versiones espontáneas que José Smith dio sobre su primera visión. Sin embargo, cuando alguien relata varias veces alguna experiencia personal, siempre incluye diferentes detalles sobre la misma. José Smith fue muy discreto en cuanto a sus declaraciones públicas relacionadas con sus experiencias sagradas antes de que la Iglesia se fortaleciera y pudiera publicar debidamente lo que Dios le había dado a conocer. Por lo tanto, la versión más detallada de su primera visión no salió a luz sino hasta después de varias otras, es decir, cuando empezó a registrar su historia formal.
En este aspecto también, la experiencia de Pablo se asemeja a la de José Smith. Su versión más detallada de la visión que tuvo en el camino hacia Damasco es la última de varias que se encuentran registradas. (Véase Hechos 26:9-20.) Es precisamente en ésta en la que relató el detalle acerca de cuándo el Salvador glorificado profetizó concerniente a la obra de Pablo entre los gentiles. (Véanse los versículos 16-18.) ¿A qué se debe, entonces, el que Pablo haya incluido este detalle en su último relato y lo haya omitido anteriormente? Probablemente porque estaba dirigiéndose a una audiencia de gentiles, y no a un grupo de judeocristianos. Tanto Pablo como José Smith tuvieron razones justificables para postergar la revelación de detalles completos en relación a sus visiones hasta el momento y lugar debidos.
Profetas
Las primeras visiones de Pablo y de José Smith recalcan el contacto directo que ambos tenían con la divinidad. Ambos profetas estuvieron literalmente en la presencia del Señor resucitado y recibieron instrucciones específicas. Pablo relató que vio al Señor cuatro veces más, después de su visión inicial, durante el transcurso de los siguientes veinticinco años. (Véanse Hch. 22:17-21; 2 Cor. 12:1-4, inferencia; Hch. 18:9-10; y Hch. 23:11.) José Smith declaró haber visto al Señor en otras ocasiones a través de los quince años después de su primera visión. (Véanse, por ejemplo, D. y C. 76:22-24; 137:2-3; 110:1-10.) Ninguno de los dos se vio atrapado en las artimañas de los impostores; o sea, el de jactarse de tan sagradas experiencias.
Ambos profetas sabían que tenían la autoridad para representar a Dios; sus declaraciones están repletas del conocimiento personal de su autoridad para hablar en nombre del Salvador. Cuando Pablo fue desafiado, respondió: “¿No soy apóstol? . . . ¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?” (1 Cor. 9:1).
Y José Smith declaró: “Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto . . . había visto una visión; yo lo sabía, y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación” (José Smith—Historia 25).
Aunque a ambos profetas se les concedió un entendimiento profundo de verdades doctrinales, evitaron otra de las trampas comunes de los impostores, o sea que no afirmaban saber todas las respuestas. Pablo acabó con la arrogancia de los corintios cuando comparó el conocimiento humano con la comprensión de un niño: “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos” (1 Cor. 13:9). De igual manera, varias de las declaraciones de José Smith concernientes a los juicios y a la Segunda Venida de Jesucristo reflejan el comentario que hizo en 1839: “No sé cuán pronto sucederán estas cosas”.1
Tanto Pablo como José Smith fueron considerados como blasfemadores por sus contemporáneos. ¿Y cuál era su pecado? Habían hecho adiciones a las escrituras tradicionales. Por esta “ofensa”, a Pablo se le consideró antijudío, y a los seguidores de José Smith se les tacha hoy de anticristianos. Tanto el uno como el otro simplemente estaba haciendo lo que todo profeta judío o cristiano había hecho: estaba agregando su testimonio personal a revelaciones previas y proclamando el mensaje de Dios para una nueva generación.
Pablo demostró tal continuidad cuando se paró frente al concilio de los judíos y observó que se le acusaba por creer en lo mismo que creían otros fariseos: la realidad de la Resurrección. (Véase Hch. 23:6.) La diferencia en su caso fue que dio testimonio personal.
Cuando los corintios quisieron debatir el tema de la Resurrección, Pablo no arguyó con ellos sobre la posibilidad filosófica. Al contrario, expuso sus objeciones únicamente después de haber insistido en que él y los demás lo sabían por sí mismos, porque habían visto. Si no hay Resurrección, dijo, “somos hallados falsos testigos de Dios”. (1 Cor. 15:15.)
De manera similar, durante una reunión llevada a cabo en Filadelfia, Pensilvania, en enero de 1840, en la cual José Smith y Sidney Rigdon testificaron a favor de que se hicieran las restituciones correspondientes a los Santos de los Últimos Días después de las persecuciones de Misuri, el hermano Rigdon habló elocuentemente y a fondo sobre las evidencias bíblicas de la Restauración, pero José prácticamente saltó al púlpito momentos después para hablar de sus experiencias personales concernientes a su llamamiento de Dios, “dando testimonio de las visiones que había tenido y de la ministración de ángeles de que había disfrutado”.2
La misión esencial de un profeta es testificar personalmente, y en el caso de los profetas Pablo y José Smith, lo hicieron en base a su contacto personal y directo con Jesucristo.
Repaso de algunas de sus enseñanzas
Acceso a la revelación. En los tiempos de los profetas antiguos y sus contemporáneos, no existió una distinción marcada entre el clero y el hombre común. Desde el punto de vista de la autoridad y revelación doctrinal, los Apóstoles del Nuevo Testamento claramente ocupaban una posición especial de lirismo; sin embargo, desde el punto de vista de compartir la inspiración de Dios, invitaban a todos a bautizarse y a recibir el Espíritu Santo por la imposición de manos, así como a participar de los dones del Espíritu. Mientras corregía excesos cometidos, Pablo alentó a los primeros santos a procurar “los dones espirituales, pero sobre todo [a profetizar]” (1 Cor. 14:1). Escribió una impresionante perspectiva sobre el acceso a la revelación mediante el Espíritu Santo a toda persona: las cosas de Dios sólo nos pueden ser reveladas “por el Espíritu”, que “todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Cor. 2:10).
El paralelo entre las enseñanzas de Pablo y las de José Smith es ineludible. En una carta dirigida a su tío Silas Smith, quien todavía no se había unido a la Iglesia, José sostenía que las revelaciones dadas a los siervos antiguos de Dios constituían la historia de la religión, y no la religión misma. La verdadera religión requería comunicación actual con Dios. Las grandes respuestas de Dios a los dirigentes bíblicos eran realmente exhortaciones para buscarlas de nuevo. José le preguntó a su tío: “¿Es que no tengo yo el mismo privilegio que los santos de la antigüedad? ¿No escuchará el Señor mis oraciones, y dará oído a mis súplicas tan pronto como lo hizo con las de ellos, si es que yo me dirijo a El del mismo modo que ellos lo hicieron?3 Ningún siervo verdadero de Dios enseña que el día de revelación continua ha cesado.
En varias otras ocasiones José Smith afirmó que era un profeta de Dios, y agregó, usando las palabras de Apocalipsis 19:10, que cualquiera que pudiera obtener un testimonio de Jesús estaría disfrutando de profecía, “porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía”.4 O sea que, si todos pagan el precio por lograr la compañía del Espíritu Santo, todos pueden ser profetas. Además, dio sugerencias prácticas sobre la manera de identificar los sutiles, pero poderosos, susurros del espíritu: “Una persona se puede beneficiar al notar las primeras indicaciones del espíritu de revelación? dijo. “Cuando se siente un flujo de inteligencia pura, se puede experimentar el surgimiento repentino de un manantial de ideas.”5
Estas enseñanzas semejantes demuestran que los profetas verdaderos no se afanan por mantener un prestigio profesional dentro de un grupo exclusivo, sino por guiar a todos al mismo poder que Dios ha compartido con ellos.
El destino del hombre. Las revelaciones dadas a Pablo y a José Smith nos indican nuestro destino personal.
No hay nada más emocionante que la brillante escena de los tres grados de gloria que se describe en la visión de José Smith, la cual se encuentra registrada en la sección 76 de Doctrina y Convenios. El mundo cristiano desconoce tales grados de gloria; cree solamente en un cielo superficial y en un infierno tétrico. No obstante, Pablo se refirió humildemente a sí mismo como “un hombre en Cristo” que fue arrebatado hasta el “tercer cielo” para ver cosas gloriosas. (Véase 2 Cor. 12:2—4.) Y comparó la resurrección de los muertos con cuerpos “celestiales” y “terrenales”, que difieren en gloria tal como el sol, la luna y las estrellas. (Véase 1 Cor. 15:40-42.) Las enseñanzas de Pablo y las de José Smith se apoyan mutuamente —y difieren de las del mundo cristiano— debido a que ellos recibieron revelación verdadera personalmente. En las propias palabras de José: “Cuando una persona recibe una visión del cielo, ve cosas que jamás se había imaginado”.6
El amor. Son pocos los profetas que han enseñado el significado del amor mejor que Pablo y José Smith. En verdad, la autenticidad de su propio amor desinteresado confirmó la validez de sus enseñanzas sobre el tema.
Apenas si se hace necesario comentar acerca de la descripción del amor celestial que Pablo hace en 1 Corintios, capítulo 13, o en la abierta manifestación de preocupación paternal por sus conversos, tanto fieles como rebeldes.
La vida de José Smith exhibe la misma clase de preocupación por el prójimo. Por ejemplo, él pudo haberse escapado antes de que lo encerraran en la Cárcel de Liberty, pero no lo hizo por temor a las represalias a los santos.7 Después de cerciorarse de que su gente estaría fuera de peligro al disiparse las chusmas e iniciada la migración, trató de escapar tres veces, en maneras muy ingeniosas, mas sólo tuvo éxito en la última. Al final, José se regresó de la ribera lejana del Río Misisipí, observando que si su vida no tenía ningún valor para sus amigos, ningún valor tenía para él. Los documentos históricos relacionados con esta decisión prueban que él conscientemente puso su vida en peligro para evitar que las enfurecidas tropas entraran a Nauvoo a buscarlo y de ese modo peligrara la vida de su gente.8 Una y otra vez José relegó a segundo plano su propia seguridad, para dar prioridad al bienestar de su familia y de los Santos de los Últimos Días.
Por lo tanto, hay solidez en sus enseñanzas en Nauvoo sobre el amor.
Los comentarios que ofreció ante la Sociedad de Socorro, aunque tal vez simples, tuvieron un contenido divino: “Cuanto más nos acercamos a nuestro Padre Celestial, más dispuestos nos encontramos a sentir compasión por las almas que perecen, o a llevarlas sobre nuestros hombros y volver la espalda a sus pecados”.9 Previamente les había escrito a los doce Apóstoles, que estaban para salir de sus hogares para predicar el evangelio, que “un hombre que se encuentra lleno del amor a Dios no se contenta únicamente con bendecir a su propia familia, sino que va por el mundo, ansioso por bendecir a toda la familia humana”. 10
José Smith dio a conocer una de sus perspectivas personales más reveladoras unas semanas antes de su martirio. Su declaración de que “ningún hombre conoce mi historia” es su proclamación final de amor, en la cual une sus visiones con su entrega ilimitada hacia los demás: “No tengo enemistad hacia ningún hombre. . . porque los amo a todos, especialmente a estos mis queridos hermanos y hermanas. . . Nunca conocisteis mi corazón; nadie conoce mi historia. No puedo hacerlo. Nunca lo emprenderé. Si no hubiera experimentado lo que me ha tocado vivir, ni yo mismo lo habría llegado a saber.
Desde que nací nunca le he hecho daño a nadie; mi voz está siempre en favor de la paz”.11 José Smith afirma con esto que él sabía cosas maravillosas y que, por lo tanto, las compartía. Sabiendo, entonces, que tanto José Smith como Pablo amaron sinceramente, no puedo aceptar que ninguno de ellos haya tratado de engañar a nadie.
La gracia y las obras. ¿No es un tanto extraño que en los folletos que circulan sobre la salvación por medio de la gracia, raras veces se menciona a Cristo y su Sermón del Monte? Jesús concluyó tal sermón con la advertencia de que el sólo oír (o leer) sus palabras, sin llevarlas a la práctica, produciría una catástrofe moral similar a la de la casa que se derrumbó por falta de cimientos sólidos. (Véase Mat. 7:24-27.)
En varias de sus epístolas, Pablo enumeró los pecados morales que le impedirán al individuo entrar en el reino de Dios, si no se arrepiente. En cierta ocasión concluyó de la siguiente manera: “Os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican estas cosas no heredarán el reino de Dios” (Gál. 5:21). ¿Qué mejor prueba de la apostasía podría existir, que la transición del cristianismo de una religión de acción —basada en la creencia en la gracia redentora de Cristo— a una religión de creencia solamente?
José Smith también enseñó la importancia de la gracia, la misericordia y el amor del Salvador. “Y sabemos que la justificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera”, dijo, “y también sabemos que la santificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera”. Pero además, y en concordancia con las enseñanzas del Salvador y de Pablo, José Smith también enseñó el principio de la responsabilidad: “La santificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera, para con todos los que aman y sirven a Dios con toda su alma, mente y fuerza” (D. y C. 20:30-31; cursiva agregada).
No existe tal cosa como la salvación fácil y José Smith siempre predicó una basada en el dominio del cuerpo por el bien. Al igual que Pablo, enseñó que la maldad del impenitente no pasará inadvertida en el día del juicio. Exhortó a todos a poner en orden sus vidas y a “obrar con justicia delante de Dios y de todos los hombres; así estaremos limpios en el día de juicio”. 12
La doctrina de la importancia de las obras en ninguna manera le quita valor al papel de la redención del Salvador. ¿En dónde podemos encontrar un relato más conmovedor en cuanto al sufrimiento expiatorio de Jesucristo por la humanidad, que en las revelaciones dadas al profeta José Smith? “Padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.
“Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres.” (D. y C. 19:18-19.)
Por medio de José Smith se restauró el mismo evangelio que Pablo enseñó, reforzado con la seguridad del perdón después del arrepentimiento, y la promesa de que todo el que creyere y obedeciere los mandamientos podrá, por medio de Cristo, alcanzar la perfección.
Espiritualidad personal y sacrificios
Las cualidades espirituales tanto de Pablo como de José Smith son asombrosamente similares. Ambos hombres confiaban profundamente en Dios. Las sobrias epístolas de Pablo hacen referencia a sus constantes oraciones a favor de los santos y su esperanza de que éstos oraran por él. El gran milagro de quedar libres de la cárcel cuando sobrevino un terremoto tuvo lugar precisamente en medio de las devotas oraciones de Pablo y su compañero. (Véase Hch. 16:25-26.)
De manera similar, las cartas y diarios de José Smith, así como los discursos que pronunció en Nauvoo, están repletos de oraciones y súplicas por las bendiciones de Dios sobre su obra y sobre los Santos de los Últimos Días. No se trata de referencias arregladas ingeniosamente, sino de las súplicas espontáneas de un hombre sincero. Su cercanía al Señor se manifiesta en las cartas personales que le enviaba a su esposa, las cuales escribió sin la menor intención de que algún día fueran publicadas. Para citar uno entre numerosos ejemplos, en 1832 le escribió para avisarle de una demora en su regreso a casa, mencionándole sus fervientes oraciones a Dios para suplicar su perdón y bendiciones y se refería a Dios como su amigo y consolador: “He puesto mi vida en sus manos. Estoy preparado para cuando me llame. Deseo estar con Cristo. Considero que mi vida no es lo importante, sino hacer su voluntad”. 13
El sacrificio por la obra caracteriza la misión de ambos hombres. Cuando los corintios dudaron de la Resurrección, Pablo simplemente les preguntó por qué habría él de llevar una vida de aflicción, arriesgando su vida en todo momento, por defender algo que no era verdadero. En cierta ocasión enumeró algunas de las adversidades que había sufrido en su ministerio:
“De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.
“Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;
“en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos;
“en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez;
“y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.” (2 Cor. 11:24—28.)
José Smith también probó su sinceridad mediante el sacrificio. Al escribir a la Iglesia durante varios intentos de arrestos injustos que por varios meses lo obligaron a esconderse una y otra vez en Nauvoo y en otros lugares, también evocó: “La envidia y la ira del hombre han sido mi suerte común en todos los días de mi vida;… y, como Pablo, siento deseos de gloriarme en la tribulación” (D. y C. 127:2). En realidad, aunque el Profeta no haya resumido todas sus tribulaciones, cualquier historiador podría fácilmente tomar el formato del resumen de Pablo y adaptarlo a la vida de José Smith, tal como él mismo lo hiciera en la Cárcel de Liberty al referirse a las tribulaciones de su vida. (Véase D. y C. 122:5.)
Por ejemplo, en varias ocasiones hombres que profesaban ser cristianos apuntaron sus armas contra él en amenaza de muerte. En cierta ocasión fue golpeado, embreado y emplumado y dejado inconsciente. En dos ocasiones su vida se vio en peligro al viajar en diligencias a las cuales se les desbocaron los caballos, mientras que hacía la obra del Señor. Para escapar de sus enemigos tuvo que tomar rutas escondidas y vadear pantanos. Por la obra del reino, soportó por muchos años las condiciones incómodas de viajar por tierra, y se arriesgó en muchos viajes en buques de vapor por vías fluviales. Sufrió años de injusta persecución por parte de la justicia, lo que puso en peligro su propio hogar, y fue encarcelado durante todo un largo invierno en una cárcel inmunda, bajo acusaciones no verificadas. No obstante y en medio de todo, mantuvo su responsabilidad de dirigir la Iglesia, preocupándose, orando y planeando el bienestar de su familia y el de sus hermanos, los santos.
¿Por qué Pablo y José Smith soportaron todas estas cosas? Porque conocían positivamente la veracidad del evangelio, la Resurrección y el Juicio. José explicó que las persecuciones que había sufrido durante su vida por haber relatado sus visiones lo hicieron sentir “igual que Pablo. . . fueron pocos los que lo creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho;. . . aunque lo persiguieran hasta la muerte. . . Así era conmigo” (José Smith— Historia 24:25).
El martirio
Tanto Pablo como José Smith habían predicho que iban a sobrevivir las primeras persecuciones, pero predijeron exactamente su propia muerte. En su última epístola, Pablo escribió:
“Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano” (2 Tim. 4:6).
Desde el año 1842 José Smith había anunciado que su obra prácticamente estaba concluida y que en cualquier momento podría morir. En 1844 accedió a ser arrestado, diciéndole intrépidamente al gobernador Ford en varias cartas que el proceso legal era un pretexto “hasta que algún villano sanguinario encuentre oportunidad para matamos”. 14 En algunos diarios de su época se registran algunos de los presentimientos que José Smith tuvo cuando se dirigía a Carthage, Illinois. Willard Richards registró las palabras del profeta en la cárcel el día de su martirio: “He sentido una gran preocupación por mi seguridad personal, lo que nunca me había sucedido; es algo que no podía evitar”. 15
Su abogado, que no era miembro de la Iglesia, declaró que José había dicho la mañana del martirio “que no estaría vivo al siguiente día, tan seguro estaba de que sería asesinado, todo lo que sucedió efectivamente”. 16
Al leer las enseñanzas de José Smith y las epístolas de Pablo, podemos percibir la gran determinación y dedicación de estos profetas. Ambos eran hombres entregados a una misión. En cuanto a su obra, Pablo expresó: “Porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! (1 Cor. 9:16). Con la misma convicción y tono de urgencia, José Smith dijo: “Si no me hubiera embarcado en esta obra, y si no hubiese sido llamado por Dios, me retiraría de ella. Pero no puedo hacerlo; no tengo duda de la verdad”.17
Estos dos profetas, que habían estado en la presencia de Jesucristo, se daban cuenta de la urgencia de cada día y de la obra de las eternidades que se llevaba a cabo a su alrededor. Sus vidas son un elocuente testimonio de la veracidad de su mensaje —y de su llamamiento como profetas.
Richard L. Anderson, profesor de religión en la Universidad Brigham Young, tiene cuatro hijos y actualmente sirve en la presidencia de la Estaca 11 de BYU.
NOTAS
- Andrew F. Ehat y Lindon W. Cook, The Words o Joseph Smith [Las Palabras de José Smith] (Provo, Utah: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1980) pág. 12.
- Parley P. Pratt, Autobiography of Parley Pratt (Salt Lake City: Deseret Book Co., 1979), pág. 298.
- Carta de José Smith a Silas Smith, 26 de sept. de 1833, Kirtland, Ohio, cit. Lucy Smith. Biographical Sketches (Liverpool, 1853), pág. 208.
- Por ejemplos, véase Ehat and Cook, págs. 10, 164, 230.
- Ehat and Cook, pág. 5.
- pág. 14.
- Véase Pratt, págs. 195-197, que indican su custodia poco restringida en Independence, Misuri, antes de que se le pusiera en constante vigilancia en Richmond y Liberty.
- Véase Richard Lloyd Anderson, “Joseph Smith’s Prophecies of Martyrdom” [Las profecías de José Smith sobre su martirio], Sperry Symposium, Jan. 16, 1980 (Religious Instruction, Brigham Young University: Provo, Utah, 1980), págs. 9-10.
- Ehat and Cook, pág. 123.
- José Smith a los Doce, oct. de 1840, Nauvoo, Illinois, cit. Dean C. Jessee, The Personal Writings of Joseph Smith [Los escritos personales de José Smith] (Salt Lake City: Deseret Book Co., 1984), pág. 481, también cit. B. H. Roberts (ed.), History of the Church of Jesús Christ of Latter-day Saints [Historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimo Dias] (Salt Lake City: Deseret Book Co., 1978), 4:227.
- Chat y Cook, pág. 355.
- Ibid, pág. 133.
- José Smith a Emma Smith, 6 de junio de 1832, Greenville, Indiana; original en la Chicago Historical Society, cit. Jessee, pág. 239.
- José Smith a Thomas Ford, 22 de junio de 1844, cit. History of the Church, 6:540.
- Willard Richards, diario de José Smith, 16 de junio de 1844, manuscrito en posesión del Departamento Histórico de la Iglesia.
- J. W. Woods, “The Mormon Prophet” [El Profeta Mormón], Daily Democrat, Ottumwa, Iowa, 10 de mayo de 1885.
- Ehat y Cook, pág. 179.
























