Conferencia General Abril 1972
La bendición de un profeta

Por el Presidente Joseph Fielding Smith
Mis queridos hermanos y hermanas: Siento que el Señor ha estado con nosotros en todas las sesiones de esta conferencia, que se nos ha dado el pan de vida, y que estamos ahora mejor preparados para ser la clase de personas que el Señor quiere que seamos.
Estoy agradecido a todos los hermanos por sus sabios consejos y por los mensajes que nos entregaron respecto a cómo fueron guiados por el poder del Espíritu.
Pienso que debemos concluir esta reunión con nuestros testimonios y dando al Señor las gracias por las bendiciones que nos da.
Mis palabras son insuficientes para expresar los sentimientos de agradecimiento que albergo en mi corazón, por las infinitas y eternas bendiciones que el Señor ha dado, para mí, para mi familia, para la Iglesia y de hecho para todo el mundo.
Estoy muy agradecido por el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios porque mediante sus sufrimientos y muerte, todos los hombres pueden ser levantados en inmortalidad, mientras que aquellos que creen y obedecen sus leyes alcanzarán la vida eterna en su reino.
Doy gracias por la restauración de la verdad eterna en esta última dispensación del evangelio; por la misión y el ministerio de José Smith, el Profeta y mi abuelo Hyrum Smith, el patriarca; y por el hecho de que las llaves del reino de Dios, han sido confiadas otra vez a un hombre en la tierra.
Estoy muy complacido por el crecimiento y desarrollo de la Iglesia por la obra misional tan extendida, por los muchos templos que ahora tenemos, y por las vidas de todos aquellos que están buscando servir al Señor.
Oro porque el Señor bendiga a todos los miembros de la Iglesia, y en virtud de las llaves y el poder que poseo, bendigo a los santos, a aquellos que moran en la casa de fe y a todos los que aman y buscan al Señor.
¡Qué glorioso es tener las verdades salvadoras del evangelio sempiterno, de ser miembros de «la única Iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra» (D. Y C 1:30). Estar en el camino que lleva a la vida eterna en el reino de nuestro Padre!
Oh Dios; nuestro Celestial y Eterno Padre, mirad hacia abajo con amor y con gracia sobre esta vuestra Iglesia y sobre sus miembros quienes guardan vuestros mandamientos. Permitid que vuestro Espíritu more en nuestros corazones por siempre, y en ando las pruebas y calamidades de esta vida hayan pasado, que podamos retornar a vuestra presencia, con nuestros seres queridos, y morar en vuestra casa por siempre, lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























