Conferencia General Abril 1971
Un testimonio y una bendición

Por el presidente Joseph Fielding Smith
Mis queridos hermanos y hermanas:
Ahora que llegamos al término de otra gloriosa e inspiradora conferencia, nuestros corazones están rebosantes de gratitud por las abundantes bendiciones que han sido derramadas sobre nosotros.
Nos hemos deleitado con la palabra de Cristo; nuestras mentes se han vivificado con el poder del Espíritu Santo; y hemos adorado al Señor en espíritu y verdad.
A todo lo que ha sido dicho, quiero agregar mi testimonio personal de la verdad y divinidad de esta gran obra y dejar con todos los santos fieles de todo el mundo, mi bendición.
Os digo a vosotros, a la Iglesia entera, y en este caso, a todo el mundo, que un bondadoso y amoroso Padre ha hablado otra vez desde el cielo en estos últimos días a sus siervos los profetas.
Su voz ha sido tal que invita a todos los hombres a venir a su Hijo amado, a aprender de Él, a participar de su bondad, a tomar sobre ellos su yugo, y ocuparse de su salvación mediante la obediencia a las leyes del evangelio. Su voz ha sido de honor y gloria, de paz en este mundo y vida eterna en el mundo venidero.
Sé que Dios vive y, que envió a su Unigénito al mundo para llevar a cabo la infinita y eterna expiación.
Sé que Jesucristo es el Hijo de Dios y que recibió de su Padre el poder para rescatar al hombre de la muerte temporal y espiritual traída al mundo por la caída de Adán.
Sé que el Señor ha establecido su Iglesia y su reino sobre la tierra por última vez; que en el reino de estos últimos días se encuentra el poder y autoridad del santo sacerdocio y que esta Iglesia administra el evangelio y pone sus bendiciones al alcance de todos aquellos que creen y obedecen.
No desconozco que hay personas buenas y devotas entre todas las sectas, partidos y denominaciones, y que serán bendecidas y recompensadas por todo el bien que hacen. Pero el hecho de que solamente nosotros tenemos la plenitud de esas leyes y ordenanzas, las cuales preparan al hombre para la plenitud de recompensa en las mansiones Celestiales, permanece. Así decimos al bueno y noble, al recto y devoto pueblo en todas partes: Mantened todo lo bueno que tenéis; apegaos a cada principio verdadero, pero venid y participad de la mayor luz y conocimiento, el cual Dios, que es el mismo ayer, hoy, siempre, está otra vez derramando sobre su pueblo.
Oro porque nuestro Padre Celestial bendiga a su pueblo, porque lo bendiga abundantemente y en toda medida.
Oro porque los Santos puedan permanecer firmes contra las presiones y tentaciones del mundo; porque consideren de mayor importancia en sus vidas las grandezas del reino de Dios, porque sean veraces a toda confianza que en ellos se deposite y mantengan todo convenio.
Oro por los jóvenes y por la generación que se está levantando; que puedan tener sus mentes y sus cuerpos limpios; libres de la inmoralidad; del uso y abuso de drogas y del espíritu de rebelión, y desafío a la decencia que está arrollando la tierra.
Padre Nuestro, derrama tu Espíritu sobre estos tus hijos, que ellos puedan ser preservados de los peligros del mundo y mantenidos limpios y puros, dignos de retornar a tu presencia y morar contigo.
Permite que tu cuidado protector se extienda a todos aquellos que buscan tu rostro y que caminan ante ti con integridad en sus almas; que puedan ser luces para el mundo e instrumentos en tus manos para que se cumplan tus propósitos en la tierra. Y que pueda tu Espíritu estar con nosotros ahora y por siempre, lo ruego en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























