¿Cuál va perdiendo?

C. G. Octubre 1974
¿Cuál va perdiendo?
Por el élder Marvin J. Ashton
Del Consejo de los Doce

Marvin J. Ashton1Una calurosa tarde del verano pasado mi esposa y yo disfrutábamos de un juego de béisbol profesional cuando, durante la primera parte de la competencia, un espectador que llegó tarde desvió nuestra atención del juego al acercarse a mí y preguntarme: «¿Cuál va perdiendo?» Yo le respondí: «Ninguno de los dos.» Después de mi respuesta, el desconocido dio una mirada al marcador de los tantos notando que el juego no iba en empate; siguió caminando, y supuse que indudablemente iría pensando en lo que yo le había contestado.

Segundos después que se hubo sentado en un asiento distante, mi esposa me dijo: «Se nota que no te conoce, ¿no es cierto?» Al preguntarle por qué me decía eso, su respuesta fue: «Pues si te conociera, sabría que tú no crees en eso de que alguien vaya perdiendo, sino que unos van adelante y los otros atrás; pero en tu concepto ninguno pierde. . . ¿no es así?» Sonreí en señal de aprobación, experimentando al mismo tiempo un cálido sentimiento interior.

Todos nosotros, jóvenes y viejos, haremos bien en darnos cuenta que la actitud es más importante que los tantos que se apuntan en el marcador; el deseo es más importante que la ventaja que se logre; el impulso, más importante que alcanzar el triunfo. El rumbo que sigamos es más importante que la posición o el lugar en que nos hallemos.

La verdad que se encuentra en Proverbios 23:7, que dice: «Porque cual es su pensamiento (del hombre) en su corazón, tal es él» es tan aplicable hoy en día como en cualquier otra época de la historia. Recuerdo a un joven que conocí hace años y que se había tatuado en el cuerpo las siguientes palabras: «YO NACÍ CON MALA SUERTE.» Creo que no os sorprenderéis cuando os diga que lo conocí en una prisión del estado.

También recuerdo una ocasión en que pregunté a dos muchachitos si sabían nadar; uno me respondió sencillamente «no» y el otro, «No lo sé, porque nunca lo he intentado.» Tal vez inocentemente pusieron en evidencia sus respectivas actitudes.

Una actitud apropiada en este mundo dominado por la crisis, es una posesión de valor incalculable. Nunca ha sido más importante que ahora, que sigamos hacia adelante con convicción. Podemos quedarnos atrás, pero no estaremos perdiendo si guiamos nuestros pasos en la dirección correcta. Dios no hará la cuenta de nuestros actos sino hasta el final de la jornada. El, que nos hizo, espera que salgamos victoriosos y está pronto y ansioso a dar respuesta a nuestra petición de ayuda. Es triste, pero es cierto, que en la actualidad son muchos lo que se encuentran a la retaguardia en sus contactos con Dios, abrigando y dando forma a actitudes destructivas, tanto hacia sí mismos como hacia sus semejantes. Es necesario que contemplemos la vida con buen ánimo, optimismo y valor si hemos de seguir hacia adelante y hacia arriba.

La esencia de las siguientes palabras: . . .y dad las gracias en todo» (D. y C. 98:1), «darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas» (D. y C. 59:7) y «el que recibe todas las cosas con gratitud, será glorificado’ (D. y C. 78:19), no constituyen sólo recomendaciones sobre la forma de expresar agradecimiento sino que son poderosísimas pautas de una actitud que presenta modelos satisfactorios. Pensad en el cometido personal de dar las gracias a Dios en todas las cosas. Si damos las gracias a Dios en todas las cosas no nos permitiremos el lujo de quedar atrás. Debemos esforzarnos todos los días por superar el registro de nuestro ayer; el nuestro, no el de otra persona. Con la ayuda de Dios podemos realizar todas estas cosas y ser en verdad ganadores en los procesos de la eternidad.

Debemos esforzarnos por llegar a obtener una arraigada actitud de confianza en nosotros mismos, que nos hará creer en nuestro propio yo. ¡Cuán importante es que en nuestra vida desarrollemos un equilibrio apropiado entre confianza y humildad! La apropiada confianza en sí mismo permite al hombre saber que existe dentro de él una chispa de divinidad, en espera de que se le suministre lo necesario para desarrollarse. Una actitud adecuada nos da la posibilidad de vivir en armonía con nuestros potenciales.

Hemos de cuidarnos del orgullo. El egoísta no llegará nunca a ninguna parte porque considera que ya lo ha alcanzado todo. Alguien ha dicho que el egotismo es el anestésico que insensibiliza el dolor de la estupidez. Este rasgo de carácter puede constituir un cáncer para el alma.

La disposición con que comenzamos cada día ejerce control sobre los resultados que se obtengan en el mismo. En lugar de preocuparnos con lo que nos sucede, debemos concentrar más nuestro interés en la actitud que hemos de tomar frente a lo que suceda. Conservar una buena disposición hacia nosotros mismos es un empeño eterno. Una actitud personal positiva nos brindará la seguridad de que rendiremos lo mejor que podamos aun cuando en el momento pudiese parecer adecuado que rindiéramos menos. La actitud apropiada exige que seamos realistas, incluso rígidos con nosotros mismos, que ejerzamos la autodisciplina.

Permitidme compartir con vosotros un verso de un escritor del siglo XIX, Josiah Gilbert Holland. El busto de Holland se encuentra en el Hall of Fame (Salón de la fama), y debajo se halla inscrito este poderosísimo poema que él escribió y que intituló «Se buscan».

Hombres nos da Dios.
Tiempos como éstos demandan
Brillantes intelectos,
Grandes corazones,
Fe sincera y manos prontas.

Hombres a quienes
La codicia del oficio no mate,
Hombres a los que
El soborno político no compre,

Hombres de firme opinión,
Actitud y voluntad,
Hombres que rindan culto al honor,
Hombres que no mientan.
(Traducción libre)

La actitud correcta es un requisito indispensable para que se actúe con distinción. Necesitamos hombres que posean el valor de poner en acción actitudes apropiadas. Hoy en día necesitamos más hombres que tengan paciencia y resistencia firme. Necesitamos que posean la intrépida convicción de un José Smith, un Harold B. Lee, un Spencer W. Kimball, como este último lo declaró tan valerosamente en su discurso de apertura. Y José Smith . . . su actitud podrá llegar a emocionarnos vivamente mientras comparto estas líneas con vosotros, impregnadas de su majestad:

«Así era conmigo, efectivamente había visto una luz; en medio de la luz vi a dos Personajes, y ellos en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, me censuraban y decían toda clase de falsedades en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios? ¿O por qué cree el mundo que me hará negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; cuando menos, entendí que haciéndolo ofendería a Dios y caería bajo condenación» (José Smith 2:25).

Otro importante ingrediente de la actitud debida es la elasticidad, vale decir, la habilidad para hacer frente al cambio. La capacidad de adaptación a nuevas circunstancias amortigua el impacto de los cambios y las desilusiones de la vida.

El amor puede ser un gran amortiguador conforme vayamos pasando por tribulaciones y tragedias.

Necesitamos fomentar constantemente la esperanza, tanto en nosotros mismos como en aquellos que nos rodean. Es necesario que personalmente convirtamos los días oscuros en radiantes. ¿Acaso no nos inunda de gozo, nos eleva y nos ilumina ver a alguien que con grandes problemas y penurias, sale adelante victorioso en la única batalla que en verdad importa? La esperanza nos hace saber que aun en los fracasos y reveses temporales siempre existe una próxima, vez, siempre un mañana.

Una de las mayores tragedias de nuestro tiempo la constituye el hecho de que los hijos de Dios —vosotros y yo— vivimos y actuamos por debajo de nuestra capacidad. La fortaleza y el valor sobrevienen cuando nos damos cuenta de que la invitación «ven y sígueme» (Mateo 1 9:21), fue hecha por el amoroso Salvador de esperanza y fe, y que la extendió a todos, sin distinción de dónde estemos o hayamos estado. El suyo fue el ejemplo perfecto; y su actitud, perfecta. También El tuvo una vida perfecta; fue fiel a su llamamiento a cualquier costo, sus obras, su vida y sus enseñanzas constituyen apreciables posesiones. Nuestro sendero se halla claramente marcado gracias a sus pasos. Sus experiencias dan cimiento a nuestra fortaleza. Yo he dicho muchas veces a nuestros misioneros que no es tan importante que un muchacho haya pasado por la experiencia de una misión, como lo es el hecho de que dicha experiencia le haya servido de provecho.

Aunque Jesús fue un hijo que se embarcó con toda diligencia en los negocios de su Padre, nunca estuvo demasiado ocupado para ayudar a una madre afligida, un hombre enfermo, un pequeñito. Esta actitud, estos servicios, no son sino la evidencia externa de la grandeza interior. A medida que nosotros también vayamos aprendiendo a servir como El lo hizo, iremos aprendiendo a vivir generosamente. Una actitud correcta nos ayuda a encontrar a Dios mediante el servicio a sus hijos.

Nazaret era una aldea pequeña y despreciada, que recibió los más fuertes embates del ridículo. No había sido escenario de ningún acontecimiento histórico, no había producido ningún vencedor: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Juan 1:46.) Su actitud, sus obras, su vida, elevaron la aldehuela sacándola de la oscuridad. «Jesús de Nazaret», llamó al Maestro el mundo, otorgando honor a la una vez despreciada aldea.

Después de haber sido rechazado por los suyos, la voluntad, la vía y la obra todavía habían de identificarlo como Rey de reyes y Señor de señores. Experimentó el menosprecio, el ridículo y el abuso, y no obstante, la victoria y el triunfo fueron suyos porque se embarcó diligentemente en la realización de buenas obras. A aquellos que sembraban la destrucción, el desaliento, que derrotaban saliendo vencedores, les enseñó que la verdad habría de triunfar. A aquellos que profanaron sus templos les declaró enérgicamente: «Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Mateo 21:13). Sus palabras y acciones en esta circunstancia representan otra evidencia de su carácter, convicción, valor y actitud apropiada.

Toda persona de este mundo que ame el proceder valeroso y que aprecie una actitud correcta, debe leer y releer los últimos capítulos de la vida de Jesús. El, el Príncipe de Paz, vivió en verdadera majestuosidad. Su pueblo despreciaba sus notables acciones, algunos de sus discípulos lo habían desamparado y sus enemigos se creían a punto de triunfar. ¿Qué actitud asumió El? ¿Fue de queja, de censura, de reproche? ¡Nunca! sus majestuosas palabras fueron: «No se turbe vuestro corazón» (Juan 14:1); «Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).

En la última semana de su vida los clamores populares se tornaron de «¡Hosanna!» Su resuelto valor lo llevó hacia adelante y lo elevó en forma triunfal. Su justo corazón conocía la causa porque abogaba y sabía porqué había de morir. Las escenas finales de la última semana de su vida terrenal despliegan ante nosotros lecciones de la grandeza de su actitud. Aprendamos más sobre su valor y divinidad, al leer cómo continuó fielmente hasta el fin en aquellos penosos días. Imaginemos juntos la Ultima Cena con sus discípulos, la visita al jardín para comunicarse íntimamente con su Padre . . . «si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Véase Mateo 26:39), la señal de victoria después de la batalla y la escena de la crucifixión. Cuando fueron en su busca y lo confrontaron audazmente, preparados para encontrar resistencia y rebelión, fueron saludados con la pregunta: «¿A quién buscáis? . . . Yo soy» (Juan 18:4,5). Fue clavado a una cruz en una árida colina cerca de las que seamos realistas, incluso rígidos con nosotros mismos, que ejerza paredes de la ciudad. Cuando sufría su cruel crucifixión había sin duda observadores que con su limitada perspectiva pensaban «ha perdido,» «ha sido derrotado». ¡Qué equivocados estaban y qué equivocados están! ¿Derrotado, Jesús de Nazaret? ¡Jamás! El es nuestro Salvador, nuestro Redentor, un vencedor, el Hijo de Dios.

El quisiera que adoptásemos la actitud de convicción y dedicación que tan conmovedoramente se expresa en una estrofa de uno de nuestros himnos. «¡Qué firmes cimientos!»

Al que se estriba en Cristo Jesús,
No quiero, no puedo dejar en error;
Yo lo sacaré de tinieblas a luz,
Y siempre guardarlo, y siempre guardarlo,
Y siempre guardarlo con grande amor.
Himnos de Sión No. 1144

Hermanos, es para mí un placer inmenso dar un testimonio especial de su realidad, su fortaleza, su divinidad y sus propósitos terrenales. Esta es su Iglesia y éste es su evangelio. Este es su plan para aquellos que logren el dominio de sí mismos, que continúen fielmente y salgan victoriosos. Doy testimonio de estas verdades en el nombre de Jesucristo.

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