Conferencia General Octubre 1974
Integridad

por el Presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
Mis estimados hermanos del sacerdocio, considero esta invitación para dirigiros unas cuantas palabras como un gran honor y una gran responsabilidad. Confío en que el Señor nos bendecirá mientras me dirijo a vosotros. Espero poder decir algo que sea de ayuda tanto para el Sacerdocio Aarónico como para el de Melquisedec.
He decidido decir unas cuantas palabras respecto a la integridad.
Una de las definiciones de integridad es la siguiente: «Carácter de recto, probo, intachable.»
Al buscar sinónimos de integridad, encontramos: honradez, probidad, incorruptibilidad, justicia.
No es necesario recalcar el hecho de que en la actualidad el mundo necesita desesperadamente de hombres íntegros. La prueba de esta declaración se puede leer en cada publicación, escucharse en la radio, Y verse y oírse en todas las producciones audiovisuales.
«Dadnos un hombre integró» ha dicho alguien, «de quien sepamos que podemos depender totalmente, que permanecerá firme cuando otros fracasan; el amigo fiel y leal; el consejero honrado e intrépido; el adversario justo y caballeroso; tal hombre es un fragmento de la Roca de Eternidad.»
Nuestra propia civilización se encuentra en peligro. Si ha de ser rescatada, tendrá que serlo por hombres íntegros.
A fin de lograr esta tremenda tarea, el Señor ha llamado a su Sacerdocio, a todos nosotros, así como a todos nuestros compañeros poseedores del Sacerdocio Aarónico y del de Melquisedec.
El nos ha delegado el cargo más sagrado que ha dado a los hombres. No debemos fallarle; debemos ser íntegros. Nuestra exaltación individual depende de que podamos probarle al Señor que a través de todas las circunstancias, cumpliremos fielmente con el cargo que nos ha dado. (History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 3:380.)
El profeta José Smith enseñó que la integridad absoluta debe preceder a la promesa de la vida eterna. El dijo:
«Después que una persona tiene fe en Cristo, se arrepiente de sus pecados, es bautizada para la remisión de éstos y recibe el Espíritu Santo . . . . que continúe humillándose ante Dios, teniendo hambre y sed de justicia y viviendo de toda palabra de Dios, y muy pronto el Señor le dirá: Tú serás exaltado.»
Sin embargo, esta promesa se llevará a cabo únicamente después que «el Señor la haya probado a fondo y encuentre que está resuelta a servirle a pesar de todo » (History of the Church, 3:380).
Entre nuestros líderes en la Iglesia, en todos los llamamientos del sacerdocio desde los diáconos hasta los apóstoles, tenemos ejemplos de hermanos cuyo comportamiento demuestra que poseen esta integridad.
El presidente Kimball, por ejemplo. A través de los años ha sido un modelo de integridad; nadie duda que él estaría dispuesto a llevar a cabo el cargo sagrado que el Señor le ha conferido, aunque tuviera que arriesgar su propia vida.
Igualmente el presidente Tanner. De hecho, su comportamiento a través de distinguidas carreras de negocios y gubernamentales ha sido tan prudente y valeroso, que a menudo sus colegas se refieren a él como «Señor Integró’.
Ahora mencionaré algunos incidentes en los cuales está involucrado este asunto de la integridad. He aquí un relato en el que vosotros los poseedores del Sacerdocio Aarónico podéis reflexionar:
Cuatro jóvenes Santos de los Últimos Días salieron desde una ciudad de Utah para un viaje por todo el país. Habían ahorrado todo su dinero durante el último año de secundaria para este propósito, y después de haber pasado por la graduación, colocaron sus maletas en el portaequipajes del auto y se despidieron de sus preocupados padres y de sus amigos, que los envidiaban. Cuando cruzaron la línea divisoria del estado de Utah y entraron a otro estado celebraron el acontecimiento ruidosamente, y salieron del auto para saber lo que se sentía al estar en un sitio nuevo. Cada uno de los jóvenes viajeros experimentó un emocionante sentimiento de aventura.
Habían acordado enviarles a sus padres una tarjeta postal cada tercer día para indicarles dónde se encontraban, y también habían prometido enviar un telegrama si es que se encontraban en problemas. Uno de los muchachos comentó lo bien que se sentía al valerse por sí mismo, sin necesidad de obtener la aprobación de alguien por cada cosa que hacía. Otro sugirió que debían actuar como viajeros con experiencia y no dar la impresión de que eran muchachos de campo. A continuación, este mismo joven propuso a sus amigos que se olvidaran de todo lo concerniente a su religión mientras durara el viaje. Cuando los otros tres jóvenes le preguntaron porqué, respondió que ya no tendrían que ser tan estrictos en obedecer las leyes de Dios, y podrían probar algunas de las diversiones de que gozaban los que no eran miembros de la Iglesia.
—De todas maneras— dijo— ¿qué diferencia habrá? Por estos rumbos nadie nos conoce ni le importa nuestra afiliación religiosa.
La emoción de la nueva experiencia determinó su razonamiento, y el grupo resolvió seguir adelante. Decidieron que se presentarían a los demás como estudiantes originarios del este, que habían estado asistiendo a la universidad en Utah por un corto tiempo. Las placas de Utah que tenía el auto hacían necesaria esta explicación.
En la noche de su primera jornada se encontraban en un famoso sitio turístico, e hicieron arreglos para acampar cerca de ahí. Después de cenar se reunieron en el hotel para la diversión de esa noche. No hacía mucho tiempo que habían llegado cuando el cabecilla del grupo sugirió que empezaran inmediatamente a hacer las cosas que por tanto tiempo les habían negado sus padres y los maestros estrictos. Lo primero que les llamó la atención fue un enorme anuncio luminoso de neón en la parte posterior de la sala que decía «Bar-cerveza cócteles.» Considerándolo un paso moderado en el camino de «pecar un poco», acordaron ir al bar y pedir una cerveza para cada uno. Había en ellos un cierto aire de nerviosismo cuando entraron al bar fastuosamente alumbrado y examinaron los mostradores llenos de botellas de licor. El muchacho que había sido comisionado para hacer la orden perdió la voz en su primer intento, y tuvo que hacer un esfuerzo para poder articular. «Cuatro cervezas por favor «.
Lo que a la cerveza le faltaba en gusto, lo compensaron el ambiente y la emoción. Su intrepidez aumentó y empezaron a discutir la siguiente aventura. La conversación se hacía más interesante cuando de pronto un hombre muy bien vestido entró al bar y se dirigió hacia su mesa. La mirada de ese hombre extraño y el paso resuelto con que se dirigía hacia ellos los dejó completamente fríos.
Al llegar a la mesa le extendió la mano a uno de ellos y dijo:
—Disculpen, pero, ¿no eres el hijo de George Redfor, de Utah? El joven se quedó mudo y petrificado. Sus dedos se congelaron alrededor del vaso de cerveza, y respondió vacilante:
—Sssí, señor, sí soy.
—Creí reconocerte cuando entraron al hotel— continuó el extraño.
—Me llamo Henry Paulsen, soy vicepresidente de la compañía donde trabaja tu papá, y te conocí a ti y a tu mamá el invierno pasado en una cena de la compañía, en el Hotel Utah. Nunca he olvidado la manera en que explicaste tu sacerdocio mormón a uno de los oficiales ejecutivos de nuestra compañía, que te preguntó qué significaba ser un joven mormón. Debo confesar que me sorprendí un poco al ver que te dirigías al bar, pero supongo que los jóvenes mormones se meten en problemas tanto como los que no lo son, cuando están lejos de su casa.
Estos jóvenes habían escuchado un sermón que nunca oirían desde el púlpito; se sentían enfermos, avergonzados y abatidos. Dejando los vasos por la mitad se dirigieron hacia el vestíbulo del hotel; les parecía que todos los estaban mirando. El manto de la obscuridad les fue propicio mientras iban hacia su campamento.
—Bueno, no se puede ganar siempre— dijo el joven que había sugerido la aventura, tratando de aliviar la tensión.
—No estoy tan seguro— contestó el joven a quien le había hablado el extraño—, si tenemos todavía una pizca de sentido común, podemos hacer de esta experiencia la lección más provechosa de nuestra vida.
He aquí otra experiencia, ésta del presidente Joseph F. Smith, contada por el fallecido presidente Charles W. Nihley, en la que vosotros, jóvenes élderes, podréis meditar para vuestro provecho:
«Otro incidente que lo he oído relatar» dice el hermano Nibley, refiriéndose al presidente Joseph F. Smith, que fue presidente de la Iglesia y padre de nuestro fallecido presidente Joseph Fielding Smith «que muestra su valor e integridad, ocurrió cuando se encontraba de regreso de su misión a las Islas Hawaianas en el otoño de 1857. Regresó por vía Los Angeles (California), por lo que antes se llamaba la Ruta del Sur. En ese año, el ejército de Johnston marchaba rumbo a Utah, y naturalmente había mucha conmoción y rencor hacia los ‘mormones’. En el sur de California, poco después que la pequeña caravana había viajado una corta distancia y establecido su campamento, aparecieron varios rufianes antimormones montados a caballo, maldiciendo, blasfemando y amenazando con lo que les harían a los ‘mormones’. Joseph F. se encontraba a corta distancia del campamento recogiendo leña para el fuego, pero vio que los pocos miembros de su propio partido se habían ido con mucha cautela a esconder entre los arbustos del arroyo. Al ver eso, pensó: ‘¿Huiré de estos rufianes? ¿Por qué he de temerles?’ En seguida se puso en marcha con una carga de leña, cuando uno de los rufianes, aún con la pistola en la mano y profiriendo maldiciones contra los ‘mormones’ le gritó:
¿Es usted ‘mormón’?
«La respuesta fue directa:
—Sí, señor. Hasta la médula de los huesos.
«Al oír esto, el rufián le ofreció la mano, diciendo:
—¡Usted es el hombre más . . . simpático que he conocido! Venga esa mano. Me alegro de ver a un hombre que defiende sus convicciones.»
(Doctrina del evangelio, por Joseph F. Smith, págs. 349-50.)
Abraham Lincoln demostró su gran integridad en su famoso discurso de la casa dividida. En su libro Abraham Lincoln Man of God. John Wesley Hill dice: «Lincoln mostró su independencia y tenacidad de propósito cuando escribió su discurso aceptando la nominación para senador de los Estados Unidos. . . Este es conocido como el discurso de ‘La Casa Dividida’, e incorporada la histórica declaración de que la Unión no podía existir ‘mitad esclava y mitad libre’, Lincoln le dijo a su amigo, Jesse K. Dubois:
«Rehusé leerte el pasaje de la casa dividida, porque sabía que me perderías que lo cambiara o modificara, y estaba resuelto a no hacer eso; lo había prometido, y estaba dispuesto, si era necesario a perecer con el lo. . . preferiría ser derrotado con esta expresión en el discurso. . . que salir triunfante sin ella»‘ (Abraham Lincoln – Man of God, New York and London; G.P. Purnam’s Sons, 1 927, pág. 151).
Requirió gran valor por parte de Lincoln dejar esa frase «mitad esclava y mitad libré» en su discurso. Era ambicioso y parecía que el Senado era el camino a la presidencia, pero las condiciones políticas en esa época no estaba preparadas para la posición que tomó en ese asunto particular. Era probable que la declaración significara la derrota en su candidatura para el Senado, y fue así como resultó. Lincoln bien sabía todo esto; sin embargo tuvo la integridad de actuar en armonía con sus convicciones. No obstante que esto naturalmente le cerró las puertas del Senado, más tarde le abrió la puerta a la presidencia, afortunadamente para el país.
El presidente J. Reuben Clark, Jr., era un hombre de integridad semejante. Durante su juventud presidió por corto tiempo la Rama Sur del State Normal College en Cedar City, Utah. Desarrolló un gran interés por esa institución.
«Dos años después . . . se solicitó su ayuda a fin de animar a los miembros de la legislatura para que proveyeran los fondos que habían sido solicitados por la institución».
Respondiendo por carta «explicó con toda franqueza y sinceridad que no podría apoyar el . . . pedido» por $100.000 dólares.
«‘Francamente y sin reserva’, dijo, ‘creo que están pidiendo demasiado . . . «‘ . He considerado el asunto muy cuidadosamente y no me ha sido posible recomendar honradamente a sus diputados la apropiación que solicitan. . .
«‘Si accedieran a decir que no pedirán los $100.000 y trabajan para conseguir los $54.000, pueden contar con mi activa cooperación al máximo de mi pobre habilidad; pero si persisten en conseguir la suma mayor, inmediatamente se darán cuenta de que es mejor que me calle, y les prometo que lo haré.’
«La franqueza en esta carta habría de llegar a ser una característica particular de la correspondencia del presidente Clark, así como de sus negocios con los hombres durante su larga carrera. A pesar de que sus recomendaciones muchas veces no contenían lo que otros habían esperado recibir, no obstante su franqueza y completa honradez contribuyeron enormemente a la confianza que los hombres tenían en él, ya que sabían que podían depender de él para decir lo que en realidad pensaba» (Young Reuben, por David H. Yarn, Jr., Brigham Young University press, Utah, págs. 113-14).
Cuán glorioso sería, hombres del sacerdocio, si todos poseyésemos la integridad de un presidente Kimball, un Nathan Eldon Tanner, un Joseph F. Smith, un Abraham Lincoln o un J. Reuben Clark, Jr. El Señor espera eso de nosotros, los poseedores de su Sacerdocio.
Que Dios nos ayude a fin de que podamos pensar en esta gran cualidad de la integridad y vivamos vidas íntegras, lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























