Nuestra responsabilidad para con el transgresor

Conferencia General Octubre 1974

Nuestra responsabilidad
para con el transgresor

N. Eldon Tanner

por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia


Mis queridos hermanos, humildemente me presento ante vosotros en esta oportunidad, y ruego que el Espíritu del Señor y sus bendiciones nos acompañen mientras os hablo. Es un glorioso privilegio poseer el Sacerdocio de Dios, desde el más reciente de los diáconos en la más pequeña de las ramas de la Iglesia, hasta el mayor de los sumos sacerdotes, hemos hecho ciertos convenios con el Señor y por ello, nos corresponden las bendiciones prometidas siempre que honremos esos convenios y caminemos en justicia delante de Dios.

Hace poco tuve la oportunidad de hablar con un entusiasta exmisionero, que hace sólo cinco años que es miembro de la Iglesia. Os repetiré lo que me contó, porque me pareció sumamente interesante.

Me dijo que se crió en buen hogar, con excelentes padres que tenían elevados ideales. Pero nadie le había enseñado ninguna de las cosas que la Iglesia enseña, tales como el hecho de que hay un Profeta de Dios en la tierra o de que habrá una resurrección de la carne, por medio de la cual el cuerpo y el espíritu volverán a reunirse después de la muerte y continuarán progresando eternamente; ni siquiera había oído hablar del concepto más hermoso e importante: que él es un hijo espiritual de Dios. No se había enterado de que el evangelio había sido restaurado a la tierra, de que hay un Dios viviente y personal, ni de que Jesucristo, el Salvador del mundo, vive y que es el Hijo de Dios en la carne.

Mientras este joven trabajaba en un lugar de veraneo, donde también trabajaban otros jóvenes de su edad y donde todos parecían divertirse mucho de acuerdo al concepto mundano, reparó en otros tres muchachos; éstos parecían apartarse de los demás, sin participar en sus vicios de fumar, beber, usar drogas, etc., y vivir de acuerdo a elevadas normas morales en todos los sentidos.

«Me vi atraído en cierta forma hacia ellos», me dijo», y entablé conversación para tratar de averiguar por qué motivo eran diferentes. Me dijeron entonces que eran mormones, que observaban la ‘Palabra de Sabiduría —de la cual me dieron una explicación— y que el Señor había dicho: ‘No cometer adulterio’, agregando que el pecado sexual está considerado por la Iglesia como una de las transgresiones más graves.

«Con el correr del tiempo hice amistad con esos muchachos y me gustó mucho lo que enseñaban y la forma en que vivían. Fueron muy explícitos con respecto a la Iglesia. Parecían estar orgullosos de ella y no se avergonzaban de no vivir como los demás jóvenes. Sin embargo, destacaron el hecho de que había algunos miembros de la Iglesia en el mismo lugar, que no guardaban los mandamientos del evangelio.»

Al oír esto pensé que era muy lamentable que esos otros muchachos no vivieran como debían, que hubieran sucumbido a las tentaciones y que no fueran lo suficientemente fuertes como para defender lo que ellos sabían que era lo justo. Si hubieran estado convertidos y no se avergonzaran del evangelio de Jesucristo y sus enseñanzas, también podrían influir en otros para bien, y podrían cambiar su vida, como preparación para recibir las grandes bendiciones prometidas a los fieles.

Mi amigo continuó: «Uno de mis tres nuevos amigos había regresado recientemente de una misión, y al verme interesado, me enseñó el evangelio del mismo modo que lo había hecho en el campo misional. Yo les escribía a menudo a mis padres y en una de mis cartas les conté lo que había encontrado; esto los dejó muy desilusionados y tristes. Pero cuando al regresar a casa les conté todo con detalles, y vieron el buen efecto que la Iglesia había tenido en mi vida y en el cambio de mis hábitos, me dieron permiso para ser bautizado.»

Este joven tenía sólo 19 años cuando se convirtió a la Iglesia. Me habló del privilegio que fue para él recibir el Sacerdocio Aarónico y después, administrar y repartir el sacramento en memoria de la crucifixión del Señor. Me dijo que el carácter sagrado de esa ordenanza le hizo sentirse muy humilde, y que siempre trató de ser digno, de presentarse vestido y arreglado en forma adecuada y de actuar en tal modo como si el Señor mismo estuviera a su lado.

Se sintió sumamente bendecido cuando, siendo ya presbítero, pudo bautizar, comprendiendo que esto le daba el mismo privilegio y la autoridad que tenía Juan el Bautista cuando bautizó al Señor. A medida que este joven hablaba, sentí el profundo deseo de que cada joven pudiera comprender cuán grande es el privilegio y cuán importante es estar en condiciones de llevar a cabo esas ordenanzas, sabiendo que el Señor espera que todos seamos dignos y magnifiquemos el sacerdocio que poseemos.

Mi joven amigo me dijo más adelante cuán dichoso se sintió cuando, un poco después, al ser entrevistado para salir en una misión, pudo asegurarles al obispo y al presidente de estaca que estaba cumpliendo estrictamente con la Palabra de Sabiduría, que guardaba el día de reposo, que pagaba su diezmo y ofrendas, que se mantenía moralmente limpio y que honraba a las mujeres, tratando a las jóvenes exactamente en la misma forma en que deseaba que trataran a su hermana. Se sentía extremadamente satisfecho por eso, y feliz porque podía salir como embajador del Señor, sintiendo íntimamente que El lo aprobaba como su representante. Me expresó el glorioso sentimiento que lo embargó cuando bautizó y confirmó a su primer converso. Mediante experiencias como esa ganó humildad y llegó a comprender lo importante que es para un hombre ser digno del privilegio de actuar en el nombre del Señor; se sentía humilde y agradecido.

Para concluir, me dijo que pronto se casaría y que sentía gran felicidad y gratitud porque su novia era pura y digna de entrar al templo, donde serían sellados por esta vida y toda la eternidad.

Yo le dije: «No hay mayor privilegio y responsabilidad más grande para un joven, que recibir el Sacerdocio de Dios, que es el poder para actuar en su nombre. Y ahora disfrutarás de todos los demás privilegios y bendiciones: los que se reciben al ser sellados por el Sagrado Sacerdocio en el Templo de Dios.»

Entre los jóvenes que han sido criados en la Iglesia, hay demasiados que le restan importancia al sacerdocio y piensan que, en lugar de ser un privilegio, se trata de un derecho que les corresponde. Muchos piensan que actúan con astucia al faltar a la Palabra de Sabiduría o ser liberales respecto a la moral. Quiero poner énfasis en el hecho de que al Señor le desagrada profundamente esa actitud. Es extremadamente importante que el joven viva una vida digna de ese sacerdocio, y que no sea avanzado en él mientras no alcance esa dignidad.

Asimismo, debe ser digno y estar preparado antes de ser llamado a una misión. No puedo imaginarme que un ejecutivo de una gran compañía elija y autorice a una persona para que la represente y pueda hacer cualquier clase de contratos, a menos que esa persona demuestre ser conocedora, capaz y digna; en otras palabras, que sea alguien de quien se puede depender y en quien se pueda confiar plenamente. :

Es aún más importante que alguien que representa al Señor y actúa en su nombre, sea igualmente dignó. Estoy seguro de que El está sumamente complacido con todos aquellos que están dispuestos a hacer lo correcto y preparados para defender sus convicciones, la Iglesia y el evangelio de Jesucristo dando testimonio de la verdad y denunciando y combatiendo la maldad y la injusticia. Por otra parte, se siente desilusionado y apesadumbrado cuando aquellos que han hecho convenios con El fallan en honrarlos, del mismo modo que sufre por cada uno de sus hijos que se aparta de su camino.

Quisiera asegurar a cada joven que mientras obedezcamos los mandamientos, seremos felices, tendremos éxito y seremos amados y respetados, aun por aquéllos que pudieran ridiculizarnos. Ellos esperan que nosotros respetemos y guardemos nuestros convenios y compromisos, que defendamos nuestras creencias y que nos diferenciemos del resto del mundo por vivir de acuerdo a ellas. Esta actitud se hace evidente cada vez que un miembro de la Iglesia comete algún delito: se le destaca como mormón, mientras que las creencias religiosas de otros delincuentes involucrados con él, ni siquiera se mencionan.

Quisiera decir a nuestros líderes que tenemos la responsabilidad y el verdadero privilegio de trabajar de cerca con estos poseedores del sacerdocio y con aquellos que lo van a recibir en un futuro cercano. Mediante nuestro buen ejemplo, enseñanza y testimonio, debemos ayudarles a entender el evangelio y sus responsabilidades, así como la importancia de vivir de acuerdo con sus enseñanzas.

Hacedles saber a los muchachos que los amáis y que estáis dispuestos a hacer todo lo que esté a vuestro alcance para ayudarles a triunfar y ser felices; pero siempre debéis recordar que ningún joven debe pretender ser avanzado en el sacerdocio o recibir la recomendación para el templo, si no es digno. Tampoco debe esperar que le llegue el momento de ir a una misión para entonces arrepentirse y ajustarse a las normas de la Iglesia. Todo joven debe probar que es digno antes de ser llamado al servicio misional, porque el Señor desea contar con los mejores representantes.

Ahora, quisiera repetir a los jóvenes que es fundamental que sean honestos en todos los aspectos. Hay muchos que han mentido a su obispo y presidente de estaca, a los efectos de salir en una misión o recibir la recomendación para el templo. Esos, no son dignos de tales privilegios. El Señor no será burlado.

Directores del sacerdocio, debéis averiguar lo que el candidato a misionero piensa que el Señor espera de él como representante suyo. Nunca dudéis de hacer una entrevista profunda y detallada, para saber si el candidato es digno o si es culpable de alguna transgresión, y cómo se siente con respecto a su llamamiento misional. Luego, considerad juntos cómo se sentirá el Señor y actuad de acuerdo a la convicción que logréis. No es justo enviar a una misión a alguien que no está preparado o no es digno. Una persona así jamás logrará tener el espíritu del llamamiento, y, mientras se encuentre en la misión, será siempre un inútil peso sobre los hombros del presidente y un lastre para la obra misional. Yo sé cuán doloroso es para un presidente de misión tener que excomulgar a un misionero y enviarlo de regreso a su hogar, como consecuencia de una transgresión.

Si sabéis que un joven es culpable de una falta grave, hacedle saber que lo amáis y que estáis preparados para ayudarle en todo lo posible a fin de que vuelva al buen camino. Recordad que Satanás está suelto y que tanto él como sus huestes, están haciendo todo lo posible para guiar a los jóvenes hacia la perdición. Estad siempre preparados para alentar, guiar y ayudar a dirigirlos para que vivan de acuerdo a los principios del evangelio. Tened la determinación de que no habrá ningún joven, varón o mujer, que se pierda por causa de vuestra negligencia.

Y con respecto al transgresor: cada presidente de misión, presidente de estaca y obispo, tiene las instrucciones necesarias para actuar en estos casos. Una persona que sea culpable de una falta grave, no puede progresar ni ser feliz mientras lo atormente la culpa. Mientras no confiese y se arrepienta, se encontrará esclavizado. Todo transgresor que sea tratado como es debido, con amor pero con la disciplina adecuada, más tarde os demostrará su aprecio por vuestra preocupación y guía. Si lo tratáis en la forma apropiada, podrá encontrar la forma y las fuerzas para arrepentirse y volver a la actividad en la Iglesia. Pero es necesario reprenderlo.

Apercibíos de aquellos que están inactivos en la Iglesia, y si creéis que algo anda mal o que alguien es culpable de transgresión, tenéis la responsabilidad de acercaros con mucho amor y averiguar dónde radica el mal. El transgresor lo apreciará y, al no postergar vuestra intervención, podéis evitar mayores males. Salvad a quienes tengan problemas y traedlos de regreso al rebaño.

He oído que hay obispos y presidentes de estaca que han dicho que jamás excomulgaron o disciplinaron a nadie y que no tienen la intención de hacerlo. Esta es una actitud completamente errónea. Los jueces de Israel tienen la responsabilidad de administrar justicia siempre y donde sea necesario. Quisiera leeros de la sección 20 de Doctrinas y Convenios, un importante recordatorio para aquellos que tienen la responsabilidad de juzgar: «Cualquier miembro de la iglesia de Cristo que transgrediere o cayere en pecado, será juzgado según las escrituras» (D. y C. 20:80).

Hermanos, estudiad las escrituras y el manual del sacerdocio, y actuad de acuerdo a esas instrucciones; disciplinad a los miembros de la Iglesia siempre que sea necesario. Recordad que no se le hace ningún bien al transgresor cuando se ignora o se trata de disimular o esconder su iniquidad.

El presidente John Taylor dijo lo siguiente respecto a este tema: «Aún más, he oído que hay obispos que han estado tratando de ocultar las iniquidades de los hombres; a ellos les digo en el nombre de Dios, que tendrán que llevar sobre sí la responsabilidad de esas iniquidades; si alguno de vosotros desea participar, de los pecados de los hombres, o defenderlos, tendréis que ser responsables por los mismos. ¿Me escucháis, obispos y presidentes? Dios os hará responsables. Vosotros no tenéis derecho de falsificar o corromper los principios de justicia, ni de encubrir las infamias y las corrupciones humanas» (Conference Report, abril de 1880, pág. 78).

Estas son palabras ,muy fuertes, y fueron pronunciadas por un presidente de la Iglesia, un Profeta de Dios.

George Q. Cannon hizo esta significativa declaración: «El Espíritu de Dios indudablemente se lamentaría de tal modo que abandonaría, no sólo a quienes fueran culpables de esos actos, sino también a aquellos que permitiesen que fueran cometidos entre vosotros, sin tratar de detenerlos y amonestarlos.»

Tenemos que vivir en el mundo, pero no debemos pertenecer a él. Tenemos conocimiento del evangelio de Jesucristo, que establece claramente cuáles deben ser nuestras normas. El sacerdocio fue restaurado y nos fue conferido. En todo momento debemos dar el mejor ejemplo posible. Hay muchas escrituras de Doctrinas y Convenios que nos instruyen sobre cómo tratar al transgresor y cuáles son nuestras responsabilidades como poseedores del sacerdocio. Quisiera que prestarais especial atención a ésta:

«De modo que, con toda diligencia aprenda cada varón su deber, así como a obrar en el oficio al cual fuere nombrado.

El que fuere perezoso no será considerado digno de permanecer; y quien no aprendiere su deber, y no se presentare aprobado, no será contado digno de permanecer’ (D. y C. 107:99-100).

Las escrituras aclaran que los casos que deben ser disciplinados por la Iglesia incluyen, aunque no se limitan sólo a éstos: la fornicación, el adulterio, los actos homosexuales, el aborto y otras infracciones de índole moral; los actos criminales de vileza moral, tales como el robo, la deshonestidad, el asesinato, la apostasía; la oposición declarada y la desobediencia a las normas y reglas de la Iglesia; la crueldad para con el cónyuge y los hijos; el apoyo de la práctica del llamado matrimonio plural, o ‘cualquier actitud anticristiana que viole la ley y el orden de la Iglesia.

Si vosotros, los líderes, hacéis lo que el Señor demanda, El os bendecirá, fortalecerá y dirigirá, y podréis sentir un gran gozo trabajando en su servicio. Es sin embargo, sumamente importante que cuando alguien sea excomulgado o se le suspendan los derechos de miembro, le mostréis gran amor y consideración, y hagáis un verdadero esfuerzo para ayudarle a encaminar su vida de tal modo que pueda volver a la completa actividad en la Iglesia.

Leemos en Doctrinas y Convenios: «He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y, yo, el Señor no más los tengo presente.

«Por esto podéis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y abandonará» (D. y C. 58:42-43).

A todos los que estáis reunidos escuchándome, dondequiera que os encontréis, quisiera deciros que nuestra responsabilidad es salvar almas. Nosotros, los directores, tenemos que hacer todo lo que podamos, poner todo nuestro esfuerzo por mantener a las personas en el camino recto, mantenerlos firmes y en la fe hacerles saber que los amamos, que toda alma es grande ante la vista de Dios, que somos los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial y que El siempre está dispuesto a bendecirnos. Tenemos la responsabilidad de trabajar de cerca con los padres y sus hijos, para asegurarnos de que se mantengan moralmente limpios, que sean miembros dignos del reino de Dios y que se preparen para el reino de los cielos. Pero jamás intiméis demasiado con nadie del sexo opuesto.

Dentro de unos minutos recibiremos las instrucciones del Presidente de la Iglesia, un Profeta de Dios. Os doy mi testimonio de que él es un Profeta de Dios, que Dios en verdad vive, y que su hijo Jesucristo es el Salvador del mundo, que vino y dio su vida para que pudiéramos resucitar y disfrutar de la inmortalidad y la vida eterna. En la actualidad, Dios nos dirige por medio de su Profeta, el presidente Spencer W. Kimball. Es un gran honor, un privilegio y una bendición trabajar con él. Si nos guiamos por sus consejos, no nos desviaremos del camino recto.

Que podamos magnificar nuestro sacerdocio y disfrutar de las bendiciones del Señor, y, tal como dijo el presidente Romney, que «probemos nuestra integridad». Lo pido humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén

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