«Venid a mí…»

Conferencia General Octubre 1979
«Venid a mí…»
por el élder Mark E. Petersen
del Consejo de los Doce

Mark E. PetersenDespués de uno de sus viajes por Palestina, Jesús regreso a su ciudad natal y en el día sabático enseñó en la sinagoga.

Aquellos que le escucharon se asombraron de su doctrina, mas también se sintieron ofendidos. Él había sido su vecino y ahora pretendía predicarles.

Dijeron:
¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?» (Marcos 6:3.)

Jesús se afligió ante el rechazo, y «estaba asombrado de la incredulidad de ellos» (Marcos 6:6). Fue en esta ocasión que declaro: «No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa». (Marcos 6:4.)

Pero no fue rechazado solo en Nazaret. A1 final de su ministerio parecía que casi todo el país estaba en su contra.

Mientras reflexionaba en la forma en que había sido rechazado en Jerusalén, miró hacia la ciudad y exclamó:

«¡Jerusalén, Jerusalén! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mateo 23-37.)

Y, entonces profetizó el resultado de este rechazo, una consecuencia trágica que los judíos acarrearían sobre sí mismos. Dijo: «He aquí vuestra casa os es dejada desierta» (Mateo 23:38).

¡Y que desolación hubo! Cuando las legiones romanas saquearon la Tierra Santa unos años después, y asolaron Jerusalén, la catástrofe fue tal que se cumplió fielmente la profecía del Señor cuando dijo:

«Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.» (Mateo 24:21.)

Tal como la describe el historiador Josefo en sus anales, después de casi 2000 años, aun nos horroriza el contemplarla.

Una y otra vez, generación tras generación, conforme Israel rechazaba a los profetas, se volvía pagano adorando a dioses ajenos, y al hacerlo atrajo sobre si la desolación tal como había sucedido con sus descendientes cuando rechazaron a Cristo. Las doce tribus fueron sometidas a la esclavitud, y aunque dos regresaron, aun así quedaron sujetas al Imperio Romano. Las diez tribus se perdieron para el resto del mundo, y nuevamente vimos que el fruto de la rebelión fue la desolación.

¿Y que aprendemos de todo esto? ¡Aprendemos que ningún pueblo puede rebelarse contra Dios y vivir! Toda nación sentirá el peso del castigo si vuelve la espalda al Rey de los Cielos y viola sus leyes eternas.

Mientras estudio estas cosas en las Escrituras, contemplo la situación por la que atravesamos hoy día. ¿Nos hallamos en la misma categoría que los de la antigüedad? ¿Acepta o rechaza nuestro mundo moderno a Jesucristo? Y si lo rechazamos, ¿nos espera la perspectiva de la desolación?

¿Obedecen sinceramente al Señor las llamadas naciones cristianas? ¿O por sus crímenes y corrupción lo niegan con sus actos, mientras con sus labios profesan servirle?

¡Cómo odia El la hipocresía! Nadie se opone tan vigorosamente a ella como el Todopoderoso. Y aun así, ¿aceptan y obedecen las naciones cristianas a su Señor? ¿Cuál es la evidencia?

El mundo ya no honra Su día sagrado y su profanación es evidente en todas partes. El significado verdadero de la castidad ha sido casi destruido y para millones el fraude es una norma de vida.

Hasta en las iglesias se han cambiado o eliminado las santas ordenanzas y la autoridad divina se han perdido. Las doctrinas reflejan las enseñanzas de los hombres, poniendo en tela de juicio el origen divino de Cristo y su nacimiento virginal. Muchos ya no creen en su resurrección.

¿Puede este mundo moderno aseverar que acepta a Jesucristo? ¿No se asombrará El frente a la incredulidad actual tal como lo hizo mirando a Jerusalén?

¿No se asombraría el apóstol Pablo frente a las muchas divisiones que existen en el cristianismo actual? ¿No había declarado Pablo que Cristo no está dividido, sino que todos los cristianos deben hablar una misma cosa y que no tiene que haber divisiones entre ellos? ¿No instruyó a los cristianos que deberían estar perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer y no divididos en grupos separados? (1 Corintios 1.)

¿No son las divisiones en el cristianismo y el alboroto en las naciones cristianas evidencia de su alejamiento de Cristo?

Y ¿qué hay de nosotros mismos? ¿Qué se puede decir de nosotros los miembros de esta Iglesia? ¿Cuán devotos somos en la causa de Cristo? ¿Hay evidencia de que lo estamos rechazando? Si dejamos de obedecerle, ¿lo estamos rechazando?

Al bautizarnos hacemos un convenio de servir a Dios, y al participar de la Santa Cena nuevamente hacemos convenios de servirle, de guardar sus mandamientos y de recordarlo siempre.

En la Santa Cena sellamos el convenio al tomar los sagrados emblemas de su crucifixión. Por lo tanto, al participar, ¿no nos comprometemos literalmente a guardar todos los mandamientos? ¿Y no sellamos ese voto participando del pan y bebiendo de la copa?

¿Que representa el pan partido? ¡El cuerpo quebrantado de Cristo!

¿Qué significa la copa? Su sangre vertida en la cruz en medio de un sufrimiento infinito, sufrimiento que hizo que El, aun Dios, el más grande de todos, temblara a causa del dolor, y echara sangre por cada poro, y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu. (D. y C. 19:18.)

La Expiación es el hecho más trascendental en la historia del mundo y es en virtud de esta Expiación que rendimos obediencia a nuestro Padre Celestial. Nos comprometemos no solo a vivir el evangelio sino a guardar cada mandamiento en particular.

Al participar del pan, por ejemplo, ¿no le estamos diciendo a Dios que mediante este emblema sagrado nos comprometemos a santificar el día del Señor?

¿No afirmamos ante Dios que estamos dispuestos ahora a pagar un diezmo completo, y sellamos nuestra promesa al participar de la Santa Cena?

¿Tienen nuestros convenios un significado tan específico? ¿Es que acaso pueden significar otra cosa?

Nos hallamos bajo convenio de vivir conforme a cada palabra que sale de la boca de Dios, y observar sus sagradas ordenanzas. Tal obediencia debe incluir la templanza, la castidad, la sobriedad, la integridad, la honradez, la pureza, la caridad, la fidelidad, la diligencia en el servicio, la hermandad, la paciencia y la devoción, y también una completa aceptación de todas las ordenanzas.

Es por medio de la obediencia a sus mandamientos que demostramos nuestro amor hacia Él. ¿No dijo el Señor, «Si me amáis, guardad mis mandamientos»? (Juan 14:15)

El mismo dijo bien claro que si no lo obedecemos, es porque no lo amamos.

Ahora os pregunto, ¿en que nos diferenciamos los Santos de los Últimos Días del resto del mundo?

Y vuelvo a preguntaros, ya que la mayoría de la gente de este siglo no sirve al Señor, ¿vive acaso en un estado en que lo ha rechazado completamente? ¿Corre nuestro mundo moderno el mismo riesgo de desolación que sobrevino al mundo de la antigüedad y por la misma razón?

Más Él es misericordioso y aunque los de su época lo despreciaron. Jesús extendió amor y perdón a todos, aun a sus enemigos, si se arrepentían.

Fue por esta razón que les hablo diciendo:
«¡Jerusalén, Jerusalén…! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos… y no quisiste!» (Mateo 23:37.)

Al pensar en estas palabras, me pregunto si el Señor hablaría a los pueblos modernos en la misma forma compasiva con que lo hizo antiguamente, y estoy seguro de que lo haría, ya que El no hace acepción de personas.

¿Creéis que hoy día diría, «Estados Unidos de América, ¡cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas!. . .»?

O acaso diría, «Inglaterra, Inglaterra, ¡cuántas veces quise juntar a tus hijos! . . .»

Tal vez dijera a Alemania, Argentina, o a cualquier otro pueblo del mundo ‘‘¡cuántas veces quise juntar a tus hijos! . . .»

Si lo rechazamos en este siglo, ¿será nuestra apostasía menos sería que la de Israel cuando se volvió a la idolatría?

No es cosa frívola rechazar al Dios Todopoderoso, ya sea por la indiferencia o por perversidad premeditada. Las palabras divinas aun retumban en nuestros oídos: «No juegues con las cosas sagradas» (D. y C. 6:12).

Sus mandamientos se exponen claramente. Reconocidas son sus normas de moralidad, honradez y demás virtudes. Pero es triste confesar que se conocen más por el rechazo que sufren, que por la aprobación. ¿Querrá esto decir que en alguna forma vendrá la desolación sobre nosotros?

¿Porque deben los gobiernos tolerar las diferentes formas de inmoralidad tales como la homosexualidad? ¿Cómo pueden los oficiales de un gobierno aceptar y hasta proteger los vicios?

¿Están en esta tierra cristiana a favor o en contra de Cristo? ¿Puede existir neutralidad con respecto a Dios? ¡Cristo dice que no! O estamos con El o en contra de Él. (Mateo 12:30.)

¿Cómo pueden los gobiernos tolerar la profanación de leyes divinas como el santificar el día de reposo? ¿Cómo pueden los llamados cristianos soportar tales medidas?

Como niños inmaduros nos irritamos por carestías e incomodidades y resentimos cualquier restricción que nos impida realizar actividades que nos gustan. ¿Por qué no reconocemos, como seres maduros, que el rechazar a Dios constituye la base de todos nuestros problemas? ¿Por qué rehusamos despertar a la realidad de nuestra situación? ¿Porque, ciegamente, nos precipitamos hacia una catástrofe?

¿No debemos tomar pasos apropiados y justos para superar nuestros conflictos, crímenes y demás corrupciones?

Hay solo una vía segura e infalible: ¡Volver a Dios! Y para eso es necesario que aceptemos sinceramente al Señor Jesucristo y en forma fiel obedezcamos sus preceptos.

¡Que no haría el Señor por América si este continente lo aceptara verdadera y plenamente! ¡Que no haría por Inglaterra, Alemania, y por todos los pueblos del mundo si se volvieran hacia Él, se arrepintieran de sus transgresiones y aceptaran la invitación divina!

Él dice:
«Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» (Mateo 11:28-30.)

Calculad los gastos de las guerras y de las armas hechas para preservar la paz. Calculad la carga del crimen y de las deudas, personales y nacionales; calculad el peso de aflicciones personales que llevamos en este mundo.

Ahora imaginad el alivio que sentiríamos al deshacernos de estas cargas. Todo se cumplirá si aceptamos la invitación de Cristo.

Comparado con nuestras cargas y aflicciones, Su yugo es ligero en verdad. En el calor de Su seno divino recibirá a cada persona arrepentida. No debemos sentir temor de Él, porque es manso y humilde de corazón.

¡Escuchad! ¿Podéis oír su llamado? Aun ahora nos dice: «América, América, ¡cuántas veces os juntaría, si solo os acercarais a mí!»

Inglaterra, Alemania, Japón Corea y otros países. ¿Podéis oír? Os está llamando ahora, hoy mismo. Os juntara aun ahora; os nutrirá, os hará prosperar y os dará paz, si tan solo os allegáis a El humildes y arrepentidos.

A menudo cantamos en este país «Dios salve América». Cantémoslo continuamente como suplica. Pero, ¿por qué no cantamos también, Dios bendiga Inglaterra y Dios bendiga Japón y todos los países europeos, y los del Oriente y del Pacifico, y Dios bendiga TODAS LAS NACIONES? Y las bendecirá a todas con tal que se vuelvan a El de todo corazón; pues no hay otra vía.

Él puede dar fin a las guerras, los conflictos internos, la pobreza, el desempleo y la limosna. Él puede eliminar el crimen, la corrupción moral y sus resultados desastrosos

Él puede dar la paz la verdadera paz la paz mental, física, espiritual, económica y política. Pero deben pagar el precio, el cual es la obediencia sincera al Evangelio del Señor Jesucristo.

¿Por qué no lo comprendemos? ¿Por qué, como sería lógico, no nos volvemos hacia Él, prestos y animados? Es la única vía segura.

No estamos hablando de una retórica sin significado sino de hechos verdaderos, de las realidades de la vida.

Hubo una época en las antiguas Américas en que el pueblo gozo durante 200 años, la plenitud de estas bendiciones. Allí había solo paz y prosperidad. No había guerras, ni crímenes, ni cárceles, ni pobreza, ni corrupción moral, ni ninguna de las enfermedades causadas por el pecado; y todo esto duro 200 años.

No me refiero a un cuento de hadas. Sucedió en verdad. Es un capítulo importante en la historia del mundo, que paso, mas no se repitió. Sin embargo, puede repetirse hoy día en las mismas condiciones.

Los millones que gastamos en armamentos podrían usarse con propósitos de paz. Los millones perdidos en el crimen podrían usarse para el progreso humano. No habría conflictos raciales, ni huelgas, ni paros, ni ejércitos, ni marinas, ni operaciones satélite de espionaje.

Todo está a nuestro alcance como una gran realidad. El precio es mucho menor del que estamos pagando actualmente, y la recompensa es indescriptiblemente mayor.

¡Jerusalén! ¡América! ¡Europa! y todos los demás. El Señor os dice: «Venid a mí. . .y os haré descansar» (Mateo 11-28). En el nombre del Señor Jesucristo. Amen.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario