El propagador mortal

Conferencia General Octubre 1979
El propagador mortal
Por el élder Thomas S. Monson
Del Consejo de los Doce

Thomas S. MonsonPrecisamente en estos días, un ejército de leñadores londinenses, se encuentra enterrando sus pesadas hachas y hundiendo sus sierras motorizadas en los otrora majestuosos olmos que supieron llenar de gracia los paseos que rodean el aeropuerto de Londres, Inglaterra.

Se afirma que algunos de los majestuosos monarcas sobrepasan los cien años de edad, y uno llega a preguntarse cuantas habrán sido las personas que en el correr del tiempo se habrán detenido para admirar su belleza, cuantos habrán descansado, bajo su sombra acogedora, cuantas generaciones de pájaros de dulce trinar habrán llenado el aire con su música, al tiempo que volaban entre las extendidas y naturalmente ornamentadas ramas.

Los patriarcales olmos yacen ahora muertos. Su fatal destino no es el producto de su avanzada edad, ni de las sequías ni los fuertes vientos que ocasionalmente azotan el área; su verdugo resulta mucho más inofensivo en apariencia de lo que los funestos resultados muestran. E1 culpable se conoce con el nombre de «escarabajo de la corteza», propagador de la plaga que afecta a los olmos. Este insecto ha exterminado bosques enteros de dichos continua sin poder ser controlada. Todos los recursos practicados hasta el momento han fracasado arboles a lo largo de Europa y América; su marcha destructora.

La enfermedad comienza con el marchitamiento de las hojas más jóvenes en la parte superior del árbol y continua propagándose hacia las ramas inferiores. A1 promediar el verano, la mayoría de las hojas se tornan amarillentas, se arrugan y caen. De pronto la vida del árbol se desvanece; la muerte se aproxima. E1 bosque se consume. E1 escarabajo de la corteza ha cobrado su terrible tributo.

¡Cuán parecido al olmo es el hombre! Ayer apenas una semilla, hoy, dando cumplimiento a un divino plan, crecemos, nos nutrimos y maduramos. Tanto la brillante luz de los cielos como las ricas bendiciones de la tierra son nuestras. En nuestro bosque llamado «familia y amigos», la vida es abundantemente remuneradora y hermosa.

De pronto, aparece frente a nosotros un siniestro y diabólico enemigo: la pornografía. A1 igual que el escarabajo de la corteza, esta es propagadora de una enfermedad mortal, la cual llamare promiscuidad perniciosa.

A1 principio, ni nos damos cuenta de la enfermedad; tomamos la situación en broma y hacemos comentarios frívolos con respecto a un cuento subido de tono o una reveladora fotografía. Con religioso celo protegemos los supuestos «derechos» de quienes contaminan y destruyen con su basura todo lo que es bello y sagrado. La plaga de la pornografía está llevando a cabo su mortal tarea, menoscabando nuestra voluntad, destruyendo nuestra inmunidad y paralizando el potencial que llevamos en nuestro interior. Nos decimos: “¿Es posible que esto sea real?» «Por cierto que este asunto de la promiscuidad perniciosa no puede ser tan serio.» “¿Cuál es la evidencia?» Escuchemos v observemos con cuidado, y luego actuemos.

La pornografía, o sea el propagador, es un gran negocio. Está auspiciada por la mafia, es contagiosa y crea un hábito. En un estudio realizado el año pasado, el FBI calculo que los estadounidenses gastaron 2.400 millones de dólares en la pornografía más explícita; otros cálculos afirman que se llegó a los 4.000 millones. Toda una fortuna que pudo haberse usado en causas nobles, malgastada en propósitos diabólicos.

La apatía que se demuestra hacia este vicio emana primordialmente de una actitud generalizada de que se trata de un crimen sin víctimas, y de que las fuerzas del orden pueden prestar mejor servicio en otros terrenos Muchas de nuestras leyes y disposiciones civiles son ineficaces; las sentencias, por demás leves, y los enormes estipendios que se reciben superan astronómicamente los riesgos que se corren.

El FBI también señala que la pornografía puede estar íntimamente ligada a los delitos de carácter sexual. La agencia federal de investigaciones afirmo que «en una de las más pobladas urbes del oeste de los Estados Unidos, el departamento de policía informo que el 72 por ciento de las personas arrestadas por violación y otros delitos vinculados con el sexo, tenían en su poder algún tipo de material pornográfico».

Muchos editores e impresores prostituyen sus imprentas a diario mediante la publicación de millones de ejemplares de material pornográfico, sin tener en cuenta el costo de producción; se combina el uso del papel más caro con la mejor aplicación de colores, a fin de concebir un producto que con seguridad habrá de leerse una y otra vez. Ni el productor cinematográfico, ni el director de los programas de televisión se encuentran libres de esta contaminación. Las restricciones del ayer han desaparecido de nuestro medio, y lo único que se ansia es el llamado «realismo».

Uno de los artistas más famosos de esta época comentó recientemente:

«Los límites del libertinaje se han extendido más allá de sus propias fronteras. La última película que filme es una verdadera basura; comprendí que así era cuando leí el libreto, y sigo pensando que es una basura; sin embargo, el estudio cinematográfico llevo a cabo un anticipo de estreno y e] publico proclamó su aprobación del filme.»

Otra estrella del cine declaró:

«Los cinematógrafos, al igual que los editores, están en el negocio para hacer dinero, y hacen todo el dinero que desean dándole al público lo que el público quiere.»

Muchas personas se esfuerzan por diferenciar entre lo que califican como pornografía »inocente» y pornografía «explícita». En realidad, una conduce a la otra.

Cuan apropiada es la clásica prosa del filósofo Alexander Pope titulada Ensayo sobre el hombre, cuando dice:

El vicio es como un monstruo

Al que mucho hay que temer,

Para que llegue a ser odiado,

No necesita visto ser.

Pero al mucho verle

Y hacérsenos familiar

Primero lo toleramos

Luego nos da pena,

Y terminamos por claudicar.

La constante y consumidora marcha de la plaga de la pornografía contamina vecindarios de la misma forma que contamina las vidas humanas, quedando en muchas de ellas mareadas cicatrices como resultado de su insidiosa influencia.

Acompañadme por un momento a un lugar del que se habla en docenas de canciones y tonadas, arraigado a la vida misma de este país norteamericano, la famosa avenida Broadway enclavada en Nueva York. En la intersección de Broadway y la calle 45, solitario y olvidado en un islote de cemento, rodeado por un constantemente agitado tránsito, se encuentra la estatua de Francis P. Duffymoso capellán de la Compañía 69 durante la Primera Guerra Mundial. Su efigie viste el uniforme del campo de batalla; en una mano lleva una cantimplora para aplacar el sufrimiento físico de los heridos y en la otra, una Biblia, para dar consuelo espiritual a los moribundos.

Al observar detenidamente esta estatua, no podemos evitar que crucen por nuestra mente los compases de esas muchas melodías que hablan de todo lo que forma parte de la tradición del lugar, y de aquellos que lo añoraron cuando se encontraban en el frente. Si pudieran retornar los guerreros caídos que bien sabían esas canciones y recordaban con afecto la esquina de Broadway y la calle 45, y se pararan con nosotros junto al monumento del padre Duffy, ¿qué panorama percibirían nuestros ojos? En cualquier dirección que uno mire hay prostíbulos, librerías pornográficas, cines donde se exhiben películas plagadas de suciedad, miles de carteles luminosos que atrapan la atención de los transeúntes. La figura de Francis P. Duffy está impotentemente rodeada de pecado y maldad. La plaga de la pornografía casi ha destruido esa zona, y su propagador se desplaza incansablemente, llegando cada vez más cerca de vuestra propia ciudad, vuestro vecindario y vuestra familia.

Laurence M. Gould, presidente emérito de una institución universitaria, verbalizó una nefasta más realista advertencia cuando dijo:

«No creo que la amenaza más grande que acecha nuestro futuro este en las bombas o en los cohetes teledirigidos, ni que nuestra civilización nos domine. Arnold Toynbee señaló que de veintiuna civilizaciones, diecinueve han muerto por su propia destrucción y no atacadas por fuerzas externas. No se oyó la música de bandas entonando sones de victoria ni se vieron banderas flameantes, cuando se produjo la caída de esas civilizaciones. Todo sucedió lentamente, en el silencio y en la obscuridad, cuando nadie lo sospechaba siquiera.»

Precisamente este mes estuve leyendo unos comentarios sobre una nueva película. La primera actriz le dijo al reportero que al principio había objetado el contenido del guion y el papel que ella tenía que protagonizar, en el que hacía de compañera de aventuras sexuales de un jovencito de catorce años. La actriz comentaba: «Al principio les dije que de ninguna forma me prestaría para dicha escena; pero luego se me aseguró que la madre del joven estaría presente durante todas las escenas de carácter íntimo, así que accedí».

Me pregunto: ¿Podría madre alguna mirar impávida como su hijo es estrangulado por una enorme boa? ¿Podría acaso obligarlo a probar arsénico o estricnina? Vosotras que sois madres,  ¿podríais hacerlo? Padres, ¿lo haríamos nosotros?

A través del tiempo y la distancia nos llegan los ecos de unas palabras que tienen tanto significado en la actualidad:

«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!

He aquí vuestra casa os es dejada desierta.» (Lucas 13: 34-35.)

Hoy nos topamos con el renacimiento de Sodoma y Gomorra. De las rara vez leídas páginas de polvorientas biblias nos llegan los nombres de aquellas ciudades reales, en un mundo real, sufriendo de la misma enfermedad: promiscuidad perniciosa.

Tenemos la capacidad y la responsabilidad de levantar un muro de contención separando todo lo que nos es querido, de la fatal contaminación de la plaga de la pornografía. Quisiera sugerir tres pasos específicos para nuestro plan de batalla:

Primero, el retorno a una vida justa. El poder entender quiénes somos y que es lo que Dios espera de nosotros, nos impulsara a orar, individualmente y con nuestra familia. Tal retorno revela la inalterable verdad de que «la maldad nunca fue felicidad» (Alma 41:10). No permitamos que el maligno nos persuada; en nosotros está el que nos dejemos conducir por el susurro del Espíritu, cuya guía es inequívoca y cuya influencia es invencible.

Segundo, el esfuerzo por llevar una buena vida. No me refiero a vivir en forma divertida, trivial o popular; más bien, os exhorto a que busquéis los valores de la vida eterna junto a vuestros padres, a vuestros hermanos, a vuestro cónyuge, a vuestros hijos, por siempre junto a ellos.

Tercero, el compromiso de luchar y triunfar en contra de la promiscuidad perniciosa. Al enfrentarnos a la plaga del propagador, la pornografía, hagámonos el propósito de no dejarnos pisotear ni vencer por este terrible enemigo.

Unámonos a Josué en su ferviente declaración:

«. . . escogeos hoy a quien sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová.» (Josué 24:15.)

Sean nuestros corazones puros, sean nuestras vidas limpias, hagamos resonar nuestra voz y que nuestras acciones se hagan ver y sentir.

Entonces, podremos detener la plaga de la pornografía en medio de su curso mortífero, la promiscuidad perniciosa será vencida y nosotros al igual que Josué, cruzaremos seguros nuestro Jordán para llegar a la tierra prometida, si, a la vida eterna en el Reino Celestial de nuestro Dios.

Que así podamos lograrlo lo ruego sinceramente, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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1 Response to El propagador mortal

  1. Avatar de Leticia Vidaurre Leticia Vidaurre dice:

    Que mensaje mas poderoso. La pornografía hace tanto daño que en estos países niñas entre 10 a 14 años y varoncitos también están siendo violados y nacen niños de niñas que no se habían terminado de formar ellas mismas. Gracias a este mensaje ahora sabemos que hay detrás de todo ello.

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