La obra del profeta José Smith

Conferencia General Octubre 1979
La obra del profeta José Smith
Por el presidente N. Eldon Tanner
De la Primera Presidencia

N. Eldon TannerHace muchos años en Noruega, una joven viuda que tenía dos hijos pequeños envió a un zapatero un par de zapatos para que los reparase. Cuando los zapatos, ya reparados, le fueron enviados nuevamente, le sorprendió mucho encontrar en cada uno de ellos un folleto religioso. Poco después, curiosa a causa de aquellos folletos, y con un paquete que contenía otro par de zapatos viejos, emprendió la media hora de camino hacia la tienda del zapatero.

Después que termino de hablar con él acerca de los zapatos, vaciló brevemente con una mano en el picaporte de la puerta, queriendo, y al mismo tiempo renuente a preguntar acerca de los folletos. Mientras ella vacilaba, el zapatero le dijo: «Tal vez le sorprenda oírme decir que yo puedo darle algo más valioso que las suelas para los zapatos de sus hijos».

«Usted me confunde», contesto ella. «¿Que puede darme usted, un zapatero, que sea mejor que las suelas para los zapatos de mis hijos?»

El hombre no vaciló. «Si me escucha», le dijo, «yo puedo enseñarle como encontrar la felicidad en esta vida, y prepararse para el gozo eterno en la vida futura. Puedo decirle de donde vino, porque está aquí sobre la tierra, y donde ira después de la muerte. Puedo enseñarle algo que usted jamás ha sabido: el amor que Dios tiene por sus hijos.»

Las palabras llegaron al corazón de Anna Widtsoe, cuyo esposo John Andersen Widtsoe había fallecido repentinamente el año anterior. Su hijo mayor, John Andreas, tenía seis años de edad, y su segundo hijo, Osborne, solo tenía dos meses de nacido. En el servicio funeral, la joven viuda y su hijo mayor habían estado cerca de la tumba abierta mientras escuchaban las frías palabras del servicio religioso: «Polvo eres, y al polvo volverás», que no contenían ninguna promesa de un encuentro futuro en un lugar más feliz que la tierra del hombre.

La vida de aquella mujer había sido solitaria; la inquietaban muchas preguntas espirituales a las cuales no había podido encontrar una respuesta, ni su propia religión las había podido satisfacer. Ella le hizo al zapatero una pregunta muy sencilla: «¿Quién es usted?» A lo que él respondió: «Soy miembro de la Iglesia de Cristo; se nos llama  ‘mormones’, y tenemos la verdad de Dios».

Cuando le devolvía a la viuda los zapatos reparados, siempre poma en ellos un nuevo folleto. Finalmente la curiosidad hizo que ella asistiera a una reunión de los mormones. Anna Widtsoe era una mujer inteligente, y conocía la Biblia; una vez tras otra, trato de vencer a los élderes, solo para salir ella vencida, insistía en discutir y en debatir los puntos doctrinales que no podía aceptar; y finalmente, sin quererlo, pero tras orar al respecto, se convenció de que estaba en la presencia de la verdad eterna.

Por fin, el 1° de abril de 1881, poco más de dos años después de haber oído hablar del evangelio por primera vez, fue bautizada en la Iglesia. Todavía había una capa delgada de hielo en los bordes del fiordo, y tuvieron que romperla con el fin de poder bautizarla. El agua estaba helada; sin embargo, ella declaró hasta el fin de sus días, que nunca en toda su vida se había sentido mejor ni con una mayor calidez interior que cuando salió de las aguas bautismales del fiordo de Trondheim en Noruega. La llama se había encendido para no extinguirse jamás.

Esta historia proviene del libro intitulado In the gospel net (En la red del evangelio), escrito por John A. Widtsoe, el hijo mayor de Anna, quien más tarde llegó a ser Apóstol y miembro del Consejo de los Doce en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

¿Cuál es la notable coincidencia que ha ocasionado una repetición de episodios similares en la vida de otras personas, desde el año 1830?

Fue el 6 de abril de 1830, tras una serie de acontecimientos que ocurrieron después de una manifestación celestial a José Smith, un joven granjero, cuando, de acuerdo con instrucciones divinas, fue oficialmente organizada La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con solo seis personas que fueron los primeros miembros. Después de atender a algunos asuntos relacionados con la organización, estos se dirigieron a un río donde otras varias personas fueron bautizadas y confirmadas miembros de la Iglesia.

En abril de 1980 la Iglesia celebrará su sesquicentenario, y se calcula que para entonces habrá alcanzado la cantidad de más de 4.300.000 miembros. Cuando pienso en la obra maravillosa y el prodigio que han ocasionado estos acontecimientos, siento el deseo irreprimible de dar gloria a Dios y rendir tributo a José Smith, el Profeta de la restauración, y a todos los santos profetas de Dios que han guiado su Iglesia bajo Su divina dirección.

Repasemos brevemente la juventud de José Smith. Nació el 23 de diciembre de 1805, en Sharon, Estado de Vermont; era hijo de Joseph Smith y Lucy Mack. En 1816 los Smith se mudaron a Palmyra, Estado de Nueva York, y poco después a un lugar cercano llamado Manchester. Fue allí donde José se enteró de todos los movimientos religiosos existentes, y un día leyó un pasaje que se encuentra en la Epístola del apóstol Santiago, el cual dice:

«Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.» (Santiago 1:5.)

Este pasaje surtió un gran impacto en aquel jovencito espiritual-mente dispuesto; al reflexionar sobre el significado de esas palabras, y sabiendo que él necesitaba la ayuda del Señor para decidir cuál de todas las iglesias era la verdadera se retiró a una arboleda para ofrecer una oración. En una manera gráficamente descrita por José en su propio testimonio, le aparecieron dos personajes que se sostenían en el aire, en una columna de luz, y uno dijo señalando al otro: «José, este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!» (José Smith 2:17.)

En respuesta a su pregunta, se le dijo que no debería unirse a ninguna de las iglesias existentes, y se le dieron las razones por las que no debería hacerlo. Cuando él relataba la historia de su visión a otras personas, lo ridiculizaban y despreciaban, y le dijeron que no había visiones ni revelaciones, que esas cosas habían terminado con los apóstoles, y que no volverían a existir jamás.

Durante los tres años siguientes continuo con sus ocupaciones diarias, y todo ese tiempo fue perseguido en gran manera por haber relatado su visión.

En septiembre de 1823, nuevamente recibió la visita de un mensajero celestial quien le dijo que su nombre era Moroni, y que Dios tenía una obra que José debía realizar.

El ángel le hablo de un registro escrito sobre planchas de oro, que se hallaba depositado en un cerro cerca de donde él vivía. Las planchas contenían la historia de los primeros habitantes del continente americano y también la plenitud del evangelio eterno, tal como el Salvador lo había comunicado a aquella gente de la antigüedad. José recibió instrucciones de visitar el lugar donde las planchas habían sido depositadas, una vez al año durante cuatro años. Así lo hizo, y en cada ocasión encontraba allí al ángel Moroni, el cual lo instruía, hasta que finalmente quedo preparado para recibir y traducir las planchas.

Si alguno de vosotros aun no está familiarizado con la historia del Libro de Mormón, os invito a que procuréis la oportunidad de hacerlo. Leed el libro, que en su último capítulo contiene esta promesa:

«Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, Él os manifestara la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.» (Moroni 10:4-5.)

Este es el poder que ha testificado a cientos de miles de conversos cada año, que José Smith fue un Profeta de Dios y que el Libro de Mormón es verdadero; que es un libro que complementa la Biblia, un testigo nuevo y adicional de la divinidad de Jesucristo, y una historia de su visita a los antiguos habitantes de América.

Consideremos ahora la razón para que exista el fuerte testimonio que arde dentro del pecho de los millones de fieles y devotos miembros de la Iglesia de Jesucristo. Pensad en aquel jovencito de catorce años que buscaba la Iglesia verdadera, confundido por las doctrinas contrarias que enseñaban ministros de las diferentes creencias. Me maravillo de que haya podido mantenerse el solo y padecer toda clase de persecución porque no podía negar el hecho de que había visto una visión.

Su propio relato afirma:

«Se me ha ocurrido desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presento su defensa ante el rey Agripa y contó la visión que había visto, en la cual vio una luz y oyó una voz. A pesar de eso, fueron pocos los que lo creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo, otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero aquello no destruyo la realidad de su visión. Había visto una visión; sabía que la había visto, y toda la persecución debajo del cielo no podría cambiar aquello; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, con todo eso, sabia, y sabría hasta su último suspiro que había visto una luz tanto como oído una voz que le hablo; y el mundo entero no podría hacerlo pensar o creer lo contrario.» (José Smith 2:24.)

Me compadezco de él cuando recibió las planchas y comprendió la gran responsabilidad de protegerlas y traducirlas. Con su escasa instrucción, tenía por delante la monumental tarea de interpretar un lenguaje extranjero. Sin embargo, el Señor estaba con él, y le preparo el camino, mediante el cual se encontraron los escribientes, el editor y los medios económicos.

Un escritor del diario New York Sun, escribió el 4 de septiembre de 1843:

«Este José Smith debe ser considerado como una persona extraordinaria, un Profeta héroe, como Carlyle podría llamarlo. Es uno de los grandes hombres de esta época, y ocupará su lugar en la historia futura, junto con aquellos que de una manera u otra han dejado su huella firmemente en la sociedad.» (History of the Church, 6:3.)

En un libro de John H. Evans, titulado Joseph Smith, an american Prophet, leemos lo siguiente:

«Este hombre llegó a ser alcalde de la ciudad más grande de Illinois, y el ciudadano más prominente del estado, comandante del cuerpo de soldados más grande de la nación, con excepción del Ejército Federal, y fundador de ciudades y de una universidad. . .

Escribió un libro (el Libro de Mormón), que ha confundido a los críticos literarios por más de cien años, y que es actualmente el libro que más se lee después de la Biblia. Al comienzo de una etapa de organización, estableció el mecanismo social más perfecto en el mundo moderno, y desarrollo una filosofía religiosa que desafía cualquier otra parecida en la historia, por motivo de su integridad y unidad; y estableció la organización de un sistema económico que podría quitar todos los temores del corazón del hombre, el miedo de no tener lo necesario debido a enfermedades, edad avanzada, desempleo, o pobreza.»

¿Cuál es el gran significado que tienen para el mundo las contribuciones de José Smith, el Profeta? Consideremos algunas de ellas. Quizás la más importante sea el concepto de la Trinidad. El Nuevo Testamento claramente establece que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres seres distintos y separados, y sin embargo, hay muchos en el mundo cristiano que no aceptan esto ni creen en un Dios personal, a cuya imagen el hombre fue creado. El Padre y el Hijo verdaderamente aparecieron personalmente a José Smith para establecer Su personalidad e imagen. Cuando el jovencito salió de aquella arboleda, sabía ciertos hechos: que Dios tiene la forma del hombre; que habla, que es considerado y amable y que contesta las oraciones; El llamo a José por su nombre, como cualquier persona lo hubiera hecho. Su Hijo es un personaje distinto, semejante a Él, y es el mediador entre Dios y el hombre.

Este acontecimiento en la arboleda fue una contradicción plena de la creencia de que la revelación había cesado, y que Dios ya no se comunicaba con el hombre. Las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento afirman repetidas veces la necesidad de la revelación continua. Consideremos las palabras de Amos:

«Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.» (Amos 3:7.)

Después de las revelaciones que el recibió, José enseñó con autoridad muchas verdades contenidas en la Biblia, de las cuales no se había hablado previamente, como por ejemplo: nosotros somos hijos espirituales de Dios; tuvimos una preexistencia; nos hallamos ahora en un estado terrenal para ser probados si somos fieles podremos regresar y vivir eternamente en la presencia de Dios, y mediante el progreso eterno, llegar a ser  semejantes a Él.

Otra enseñanza relacionada estrechamente con la paternidad de Dios y la filiación del hombre, es la realidad de Satanás, el diablo; él es un ser real y está resuelto a desviar de la presencia de Dios a cuantos pueda, y conducirlos a su cautividad. José enseñó la doctrina del libre albedrío: que somos libres de escoger por nuestros propios medios lo bueno o Lo malo, con sus consiguientes bendiciones o castigos. En la Segunda Epístola a los Corintios leemos:

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.» (2 Corintios 5:10.)

El dio al mundo un concepto nuevo del sacerdocio enseñando que es la autoridad dada por Dios al hombre para que pueda obrar en Su nombre. Mediante la revelación el Señor ha definido claramente todos los oficios y deberes del sacerdocio desde el diácono hasta el sumo sacerdote; y se hallan tan bien explicados en la sección 107 de Doctrinas y Convenios que 144 años después, aun estamos siguiendo esas instrucciones para la organización y administración de los asuntos de la Iglesia.

Esto demuestra aun más que esta es la Iglesia de Jesucristo, con la misma organización que existía cuando El la estableció en la antigüedad, con los mismos oficios.

Mediante la revelación, José Smith enseñó un nuevo concepto del cuerpo humano como el templo donde mora el espíritu. Por lo tanto el cuerpo del hombre es sagrado, y no se debe violar. Cualquier deterioro intencional es una ofensa contra Dios, y, por consiguiente, el cuidado del cuerpo es de gran significado espiritual. Para ayudarnos a cuidar nuestros cuerpos como morada digna para nuestros espíritus, José recibió una revelación conocida como «Palabra de Sabiduría», mediante la cual podemos obtener para nuestro cuerpo y mente grandes bendiciones.

El profeta José Smith enseñó acerca de la salvación de los muertos, que aunque se enseña en el Nuevo Testamento, no se había comprendido ni practicado desde los días de los apóstoles. Junto con esta doctrina se enseñó el principio de la unidad familiar eterna y el matrimonio celestial, el cual es por esta vida y por toda la eternidad.

¡Que sentimiento glorioso de satisfacción y seguridad es tener el conocimiento de que Dios y Jesucristo realmente viven! Saber que Jesucristo es la Persona real de quien se habla en la Biblia y en las Escrituras modernas, que vivió entre la gente, enseñó, bendijo a los niños y a los enfermos antes y después de su crucifixión y resurrección, y que se interesaba por el bienestar de todos mientras viajaba de un lugar a otro. ¿Porque podría preferir alguien considerarlo como un ser fabuloso, o como un gran filósofo, y negar que es literalmente el Hijo de Dios?

Para nuestra salvación es esencial tener fe en nuestro Señor Jesucristo, y el propósito de su misión aquí en la tierra fue enseñarnos lo que debemos hacer. Repetidas veces Él dijo: «Arrepentíos y bautizaos», y dio el ejemplo cuando recibió de las manos de Juan el Bautista su propio bautismo por inmersión. En esa ocasión dijo lo siguiente: «Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia» (Mateo 3:15).

Las últimas instrucciones que dio a sus discípulos fueron:

«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mateo 28: 19-20.)

El hizo la aclaración de que todas las ordenanzas de salvación deben ser efectuadas por los que son llamados por Dios y apartados por aquellos que tengan la autoridad para predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas. Hablo de la apostasía y de la restauración tal como las anunciaron los profetas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Juan el Revelador hizo esta significativa declaración:

«Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación tribu, lengua y pueblo,

Diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado, y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.» (Apocalipsis 14:6-7.)

Quisiera dar mi testimonio a todos aquellos que alcancen a oír mi voz, de que ese ángel ha volado y que el evangelio eterno ha sido restaurado y la Iglesia de Jesucristo ha sido restablecida sobre la tierra, con el poder para administrar sus ordenanzas.

El poder del sacerdocio, que es el poder de Dios delegado al hombre para actuar en Su nombre y oficiar en las ordenanzas del evangelio, fue conferido a José Smith y a Oliverio Courdery por los antiguos apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Tan abiertos están los cielos hoy día como lo estuvieron en los días de Pedro, Santiago, Juan, Pablo, y todos los demás apóstoles antiguos.

Dios contesta todavía las oraciones de los justos, y aun revela Su voluntad mediante un profeta, a la Iglesia establecida de Jesucristo. Así como Adán, Noé Abraham, A Moisés fueron escogidos por Dios como sus profetas en sus respectivas dispensaciones, así también José Smith fue llamado por Dios en estos postreros días como su Profeta, Vidente y Revelador. La Iglesia está cumpliendo con el divino mandato de predicar el evangelio a toda nación, familia, pueblo y lengua.

Nuestros misioneros, unos 29.000 de ellos, están predicando las verdades sencillas que Cristo enseñó cuando estuvo en la tierra, siendo el primero y más grande mandamiento:

«Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» (Lucas 10:27.)

»Creemos que los primeros principios y ordenanzas del evangelio son: primero: Fe en el Señor Jesucristo; segundo: Arrepentimiento tercero: Bautismo por inmersión para la remisión de pecados; cuarto: Imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo.» (Artículo de Fe No 4.)

Creemos que hoy día Dios habla a su pueblo sobre la tierra, y que dirige la Iglesia un Profeta de Dios, el presidente Spencer W. Kimball por medio de quien el Señor habla. El mensaje del evangelio es dulce; es un mensaje de paz y buena voluntad; es la única cosa que traerá paz al mundo; y ofrece salvación y exaltación a todo aquel que lo acepte.

Es mi oración que este testimonio llegue a todo aquel que esté buscando la verdad, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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