Conferencia General Octubre 1979
La oración a nuestro Padre
Por el élder Bernard P. Brockbank
Del Primer Quórum de los Setenta
Un hijo de Dios no puede obtener la salvación por medio de las doctrinas y religiones fundadas y originadas por los hombres. El Señor le dice al hombre en la Biblia que sus caminos no tuvieron origen en esta tierra ni en el hombre.
«Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.» (Isaías 55:89.)
Los pensamientos y los caminos de Dios le dan al hombre las más grandes oportunidades y bendiciones que puede obtener en esta vida.
El Señor dio al hombre su más elevada meta cuando dijo:
«Y esta es la vida eterna: que te conozca a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.» (Juan 17:3.)
Casi todos los cristianos saben que el Señor nos mandó:
«Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente. » (Mateo 22:37.)
Amar y conocer a Dios es una gran bendición, y una de las maneras en que podemos llegar a conocerlos a Él y a Jesucristo, es por medio de la oración sincera.
El Señor nos manda:
«Ora siempre, y derramare mi Espíritu sobre ti, y grande será tu bendición si, aun más grande que si obtuvieras los tesoros de la tierra.» (D. y C. 19:38.)
En la Biblia se nos dice: «Orad sin cesar.
Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.» (1 Tes. 5:17-18.)
Por medio de la oración tendremos el poder para vencer las malas influencias de este mundo y de Satanás:
«Ora siempre para que salgas vencedor; y, para que venzas a Satanás, y para que te escapes de las manos de los siervos de Satanás quienes apoyan su obra.»
Orar a Dios es una gran bendición; Jesucristo no solo nos manda orar, sino que también nos enseña cómo debemos hacerlo diciendo:
«Vosotros, pues, orareis así: Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amen.» (Mateo 6:9-13.)
Nosotros debemos orar a nuestro Padre Celestial con un corazón humilde y pedirle que venga su reino, porque de esa manera nos comprometemos a ayudar a construir el reino de Dios en la tierra. Y cuando oramos para que su voluntad sea hecha tanto en la tierra como en el cielo, en realidad nos estamos comprometiendo a hacerla nosotros mismos.
Debemos agradecerle a Dios por «el pan nuestro de cada día» y pedirle que nos ayude a conseguir lo que necesitamos para mantenernos en esta tierra. Debemos pedirle a nuestro Padre que nos perdone por nuestros pecados y flaquezas, y comprometernos a arrepentirnos y a desarrollar y mejorar nuestro cuerpo y mente que han sido creados a la imagen de Dios.
Debemos también rogarle a nuestro Padre que nos ayude a vencer las tentaciones que encontremos en nuestro camino en la vida y que nos libre del mal. Cuando decimos de corazón, «porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amen», estamos haciendo un convenio con El. Recordemos que alcanzar el reino, el poder y la gloria de Dios debe ser una de las metas más valiosas e importantes del hombre.
Es tan importante orar que el profeta Nefi dijo:
«Más he aquí, os digo que debéis orar siempre, v no desmayar; que nada debéis hacer en el Señor, sin antes orar al Padre en el nombre de Cristo, a fin de que Él os consagre vuestra acción, y vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas.» (2 Nefi 32:9.)
Para que podamos orar con sentido es necesario que conozcamos hasta donde sea posible, la personalidad de Dios. Se nos ha dado el mandamiento de conocer a Dios. La oración nos conduce a la salvación y la ignorancia es un impedimento para alcanzar esa meta.
Jesucristo nos prometió que nos perdonaría por completo si nos arrepentimos y abandonamos nuestros pecados, y expreso estas palabras de aliento a los que se arrepienten:
«He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y, yo, el Señor, no más los tengo presente.
Por esto podéis saber que un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesara y abandonara.» (D. y C. 58:42-43.)
Todos debemos incorporar este mensaje en nuestra vida purificando y edificando nuestra mente y cuerpo para que sean como los de Dios, por’ medio del uso de los principios divinos del arrepentimiento, la oración y la obediencia.
Siendo que la oración sincera es una parte muy importante de la confesión, debemos confesar nuestros pecados, tanto a Dios como a los que hemos ofendido.
El Salvador nos ha prometido que contestara nuestras oraciones y nos bendecirá si oramos sinceramente:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallareis; llamad, y se os abrirá.
Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.» (Mateo 7:7-8.)
Debemos vivir y trabajar; estar en vigilia y tener esperanzas, siempre teniendo una oración en nuestro corazón, arrepintiéndonos de nuestros pecados cuando sea necesario y tratando de alcanzar nuestros propósitos.
De esta manera, un Profeta de Dios nos aconseja orar siempre:
«Y ahora, amados hermanos míos, observo que aun estáis meditando en vuestros corazones; me duele tener que hablaros sobre eso. Porque si entendieseis al espíritu que enseña a los hombres a orar, sabríais que os es menester orar porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar sino que no debe orar.
Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer en el Señor, sin antes orar al Padre en el nombre de Cristo, a fin de que Él os consagre vuestra acción, y vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas. (2Nefi 32:89)
Me gusta este relato del profeta Enós que nos habla del poder que ejerció la oración sincera en su vida:
«Y os diré de la lucha que tuve ante Dios, antes de recibir la remisión de mis pecados.
He aquí, salí al bosque a cazar, y las palabras que frecuentemente había oído de mi padre sobre la vida eterna y el gozo de los santos penetraron mi corazón profundamente.
Y mi alma tuvo hambre; y me arrodille ante mi Hacedor, a quien clame con ferviente oración y suplica por mi propia alma, y clame a El todo el día; si, y cuando anochecía, aun elevaba mi voz hasta que llego a los cielos.
Y vino una voz a mí, que dijo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido.
Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir, por tanto, mis culpas fueron borradas.» (Enós 1:2-6.)
Todos nosotros necesitamos al igual que Enós que nuestros pecados y flaquezas sean borrados por medio del arrepentimiento, la confesión y la oración sincera. Repito la promesa del Señor:
«He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y, yo, el Señor, no más los tengo presente.
Por eso podéis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí los confesara y abandonara.» (D. y C. 58:42-43.)
El arrepentimiento limpiara v purificara nuestra mente y cuerpo N los preparara para que se perfeccionen y se vuelvan más parecidos a los de Dios.
Cuando el rey Benjamin le hablo a su pueblo acerca de la oración y del arrepentimiento, le dio valiosos consejos acerca de cómo recibir contestación a sus oraciones:
«Creed en Dios, creed que existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra, creed que Él tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede.
Y además, creed que debéis arrepentiros de vuestros pecados y abandonarlos y humillaros ante Dios, pidiendo con sinceridad de corazón que El los perdone; y si creéis todas estas cosas, procurad hacerlas.
Y otra vez os digo, según dije antes, que así como habéis alcanzado el conocimiento de la gloria de Dios, o si habéis sabido de su bondad, probado su amor y recibido la remisión de vuestros pecados, que ocasiona tan inmenso gozo en vuestras almas, aun así quisiera que pudieseis recordar y retener siempre en vuestra memoria la grandeza de Dios, y vuestra propia nulidad, y su bondad y longanimidad hacia vosotros, indignas criaturas, y os humillaseis con la más profunda humildad, invocando el nombre del Señor diariamente, y permaneciendo firmes en la fe de lo que está por venir, que fue anunciado por boca del ángel.
Y he aquí, os digo que si hacéis esto, siempre tendréis gozo, os veréis llenos del amor de Dios y siempre retendréis la remisión de vuestros pecados; y aumentareis en el conocimiento de la gloria de aquel que os creo o el conocimiento de aquello que es justo y verdadero.» (Mosiah 4:9-12.)
Las Escrituras nos dan muchas otras promesas con respecto al poder de la oración y la necesidad de orar. Consideremos algunas de ellas:
Jesús dijo:
«. . .debéis velar y orar siempre, no sea que os tiente el diablo, y os lleve cautivos.
Y como he orado entre vosotros así orareis en mi Iglesia, entre los de mi pueblo que se arrepientan y se bauticen en mi nombre. He aquí, yo soy la luz; yo os he dado el ejemplo.» (3 Nefi 18:10-16.)
Y luego añade:
«En verdad, en verdad os digo que es necesario que veléis y oréis siempre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros para cerneros como a trigo.
Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;
Y cuando le pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justo, he aquí, os será concedido.» (3 Nefi 18:18-20; cursiva agregada.)
El Señor también nos aconseja tener oraciones familiares:
«Orad al Padre con vuestras familias, siempre en mi nombre para que sean bendecidas vuestras esposas e hijos.» (3 Nefi 18:21.)
Muy pocos de nosotros oramos demasiado; esta no es una de nuestras flaquezas.
Los padres tienen la sagrada responsabilidad de enseñar a sus hijos no solo el valor y la importancia de la oración, sino que también deben enseñarles como orar.
En muchos hogares, incluso entre las mejores familias, la oración se descuida e ignora. La oración es algo sagrado, por lo cual Jesucristo dijo:
«No juegues con las cosas sagradas.» (D. y C. 6:12.)
Otra bendición que podemos obtener por medio de la oración es el sentimiento de que Dios nos ama, y tenemos en las Escrituras esta promesa sagrada:
«Por consiguiente, mis amados hermanos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que os hincha este amor que Él ha concedido a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo, Jesucristo; que lleguéis a ser hijos de Dios; que cuando El aparezca, seamos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es; que tengamos esta esperanza; que podamos ser puros así como Él es puro. Amen.» (Moroni 7:48.)
Como hijos e hijas de un Dios viviente, de un Padre Celestial viviente, debemos mantenernos cerca de Él orándole humildemente, y teniendo un comportamiento digno, para que las oportunidades y bendiciones de esta vida nos proporcionen paz espiritual. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























