No temamos a los cambios

Conferencia General Octubre 1979
No temamos a los cambios
Por el élder Marvin J. Ashton
Del Consejo de los Doce

Marvin J. Ashton1Un joven amigo nuestro, noto que una de sus plantas tenía una raíz excesivamente grande y había comenzado a deteriorarse, y decidió trasplantarla a otra maceta más grande. Con sumo cuidado la tomo por los tallos y la colocó en su nuevo recipiente, procurando mover las raíces y la tierra lo menos posible. El novicio jardinero inicio una atenta vigilia, y para su desconsuelo, observo que la planta continuaba marchitándose. Nuestro amigo manifestó su frustración a un experto, quien se ofreció para ayudarle. Cuando se puso la planta en manos del jardinero, este la voleo, la quito de la maceta, sacudió la tierra y cortó o arrancó todas las raíces dispersas; luego la colocó de nuevo dentro de la maceta, apretando vigorosamente la tierra a su alrededor. Al poco tiempo la planta llena de nueva vida, comenzó a creer en forma saludable.

¡Cuántas veces en nuestra propia vida echamos raíces en la tierra de nuestro vivir, las cuales nos enredan al grado de que corremos el riesgo de perecer! Cuando eso acontece, tendemos a tratarnos con suma delicadeza y mostrarnos reacios a todo aquel que trate de «mover la tierra» a nuestro alrededor o «arrancar las raíces dispersas». En estas condiciones, también nosotros debemos luchar por progresar. Sin duda, los cambios son difíciles y a menudo pueden llegar a complicarnos la existencia.

El Señor no desea que su Iglesia caiga en una maraña de raíces dispersas; por este motivo se necesita la constante revelación de los profetas para que Su reino crezca. No hay nada tan necesario ni tan inevitable como el cambio mismo. Las cosas que vemos, que tocamos v percibimos cambian continuamente. La relación entre amigos, entre cónyuges, entre padres e hijos, entre hermanos, está llenas de dinámicos cambios. Existe una «constante» utilizando un término matemático que nos permite valernos de los cambios para nuestro propio beneficio, y esa constante la forman las verdades eternas de nuestro Padre Celestial que nos han sido reveladas.

No hay razón para suponer que siempre debemos seguir siendo lo que somos en la actualidad. Entre los humanos se advierte la tendencia a considerar el cambio como un enemigo; muchos nos tornamos sospechosos ante la perspectiva de cambiar, y a menudo la combatimos y resistimos antes de siquiera descubrir los efectos que dicha medida producirá. Cuando se analiza cuidadosamente el mentado cambio, puede originar las más significativas y profundas experiencias de la vida; pero tengamos siempre presente que las modificaciones que hagamos deben ajustarse a los propósitos y enseñanzas del Señor.

Cuando nos enfrentamos a la oportunidad de cambiar, y esto acontecerá siempre, debemos preguntarnos: «¿En qué aspecto de mi vida necesito mejorar?» «¿Qué es lo que ansío lograr de la vida?»

«¿Adónde quiero llegar?» «¿Cómo puedo lograrlo?» La consideración de las diferentes alternativas es un requisito previo ineludible cuando uno proyecta hacer cambios. En el plan de Dios, por lo general somos libres de escoger los cambios que habremos de introducir en nuestra vida, y siempre gozamos de libertad para reaccionar ante los cambios que sobrevengan y sean ajenos a nuestra voluntad. No tenemos por qué renunciar a nuestras libertades pero del mismo modo en que una brújula constituye un importante instrumento para el marino, también el evangelio nos señala el camino al transitar por los senderos de la vida.

Cuando el escritor satírico C. S. Lewis escribió en cuanto a lo que Dios espera de sus hijos, indicó que el cambio implica, por lo general, un cierto grado de dolor:

«Imaginad que sois una casa viviente, y que Dios llega para reconstruirla. Al principio, quizás podáis entender lo que El está haciendo, al verle reparar los desagües, las rajaduras en el techo y demás desperfectos, de antemano sabíais que tales tareas eran necesarias, por lo que no os causan sorpresa. Sin embargo, de pronto comienza a martillar contra vuestras paredes en una forma que resulta dolorosa y que no parece tener ningún sentido. ¿Qué se propone hacer? Lo que sucede es que está edificando una casa bastante diferente de lo que habíais pensado, construyendo una ampliación de este lado, agregando un piso de aquel otro, levantando torres, y formando patios. Pensasteis que os convertiría en una agradable casita; pero El está edificando un palacio.»

No hay duda de que hay dolor en el cambio, pero por otro lado mucha es la satisfacción que se experimenta al reconocer el progreso que se está logrando. La vida es un conjunto de colinas y llanuras, y a menudo la medida mayor de crecimiento se experimenta en estas últimas. El cambio constituye una parte significativa del arrepentimiento, hay muchas personas que no pueden arrepentirse porque no están dispuestas a cambiar.

Recientemente fui invitado a participar en la ceremonia de la palada inicial para la construcción de una capilla en el predio de la Penitenciaría del Estado de Utah. Una vez finalizada la ceremonia, el director de la prisión nos invitó, a mí y otras personas, a hacer una gira por las diferentes instalaciones. Advertimos la atención y los cuidados especiales que habían dado al terreno que rodea al pabellón de máxima seguridad, para que tuviera un aspecto agradable y hermoso; al preguntarle quien había hecho el trabajo, él nos respondió que habían sido dos recluso a quienes se les permitió abandonar sus celdas por una horas, con el objeto de mejorar el predio. Le preguntamos si sería posible conocerlos, y nos llevó hasta el pabellón correspondiente; al ver aquellos dos reclusos caminando en dirección a donde nos encontrábamos, provenientes de las celdas donde se hallan quienes han sido sentenciados a la pena capital, percibimos que en su rostro se reflejaba la pregunta: «¿Qué hemos hecho mal ahora?»

«Deseamos felicitarlos por el excelente trabajo que han realizado en el terreno», les dijimos. ‘Los canteros de flores v la huerta se ven verdaderamente hermosos y bien cuidados. Nuestras sinceras felicitaciones.»

El cambio que se produjo en la expresión de ambos fue maravilloso; las inesperadas palabras de elogio les habían dado motivo para sentir estima por si mismos. Alguien había notado que sus esfuerzos han transformado un pedazo de tierra lleno de piedras y hierbas silvestres en un hermoso jardín. Lamentablemente, ellos no habían podido hacer de su vida, llena de piedras y hierbas, un hermoso y productivo jardín, pero ciframos nuestra esperanza en personas como estas, que pudieron ver la necesidad de un cambio en un área determinada y lograron algo tan favorable; tal vez la parte que desempeñaron en trabajar para cambiar el terreno los lleve a mejorar su propia vida.

El filósofo estadounidense William James dijo en una oportunidad:

«El descubrimiento más significativo de esta generación es que podemos cambiar las circunstancias que nos rodean, cambiando nuestra actitud mental.»  (Vital Quotatios, Bookcraft 1968, pág.19)

Jesucristo ayudó a todo tipo de personas a alcanzar alturas con las que nunca habían soñado, y eso lo logró enseñándoles a caminar por senderos nuevos y más seguros.

Muchas personas inician su vida en circunstancias tan funestas y adversas, que el cambio parece imposible. Quisiera compartir con vosotros algunos ejemplos de lo que podemos llamar «comienzos imposibles».

El primero de los ejemplos lo constituye un niño que se vio expuesto a una condición de hogar sumamente infeliz; su familia llevaba una vida nómada, hasta que el cumplió ocho años de edad; a menudo era físicamente castigado por su padre, el cual se mostraba demasiado estricto o demasiado negligente, según su estado de ánimo. El jovencito paso gran parte de sus primeros años de vida durmiendo en ómnibuses, estaciones de ferrocarril y hoteles de baja categoría. Cuando tenía catorce años fue aprehendido por haberse fugado de su casa. Tanto su familia como sus amigos lo consideraban indigno de confianza, a menudo violento y huraño.

El segundo ejemplo es el de un niño enfermizo de nacimiento. A lo largo de su infancia fue siempre propenso a contraer infecciones; su frágil cuerpecito parecía no estar en condiciones de resistir el peso de su desproporcionada cabeza. Su padre se preocupaba de que la gente pudiera considerar a su hijo «anormal», y en una ocasión hasta llego a castigarlo en público. Su madre, después de haber perdido a tres hijos mayores se vistió de luto y se apartó del mundo que la rodeaba.

En el tercero de los casos, nos encontramos con un joven que provenía de condiciones de vida sumamente pobres. Su familia se vio obligada a mudarse más de una vez como resultado de sus dificultades económicas; la poca instrucción escolar, si acaso la tenia, era por demás ínfima. Su madre manifestó en una oportunidad que el joven tenía menos inclinación hacia la lectura y el estudio que cualquiera de sus otros hijos. A causa de que sus vecinos consideraban «raros» gran parte de su conducta y sus ideas, se vio rechazado por los otros jóvenes de su edad. Durante toda su vida se vio acosado por la ley, por lo que continuamente se hallaba expuesto a dificultades.

Hay ciertos pasos que pueden ayudar a una persona a efectuar cambios constructivos y dignos en su vida.

«Cuando se sube una escalera, se debe comenzar por el primer escalón y subir peldaño por peldaño, hasta llegar arriba. Lo mismo acontece con los principios del evangelio.»

A fin de lograr cambios significativos en nuestra vida, debemos aceptar a nuestro Padre Celestial y sus verdades. El profeta Alma, en el Libro de Mormón nos dice:

«¿Habéis nacido espiritualmente de Dios?» «¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros?» «¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?» (Alma 5:14.)

Quisiera sugeriros cuatro pasos importantes a fin de lograr que el cambio constituya un elemento valioso en vuestra vida:

Primero, debemos comprender la necesidad que tenemos de cambiar. No vale la pena vivir a menos que examinemos v mejoremos nuestra vida. En una ocasión, un nuevo obispo compartió conmigo una experiencia que lo había frustrado enormemente. En su barrio había una jovencita que no estaba llevando la clase de vida que debía llevar. Cuando el obispo trataba de aconsejarla, ella se rebelaba y decía que el tenía que aceptarla tal como ella era. No podía reconocer el hecho de que «tal como ella era» simplemente no resultaba lo suficientemente buena para el obispo, para su Padre Celestial, ni, lo más importante, para sí misma. El ser consciente del error y reconocer la necesidad de experimentar un cambio, constituye un paso sumamente importante. El reconocer la necesidad de cambiar debe ser una fuerza mayor que la de darse el lujo de permanecer inmutable.

Segundo, los fines deben ser definidos: necesitarnos saber cómo, que, donde y por qué cambiar. El Evangelio de Jesucristo puede ayudarnos a establecer metas de corto, medio y largo plazo, enseñándonos quienes somos, la razón por la que estamos aquí, y hacia dónde vamos. Con este conocimiento, una persona puede contar con mayores fuerzas para cambiar.

Tercero, debernos establecer un sistema para cambiar. El filósofo norteamericano, Emerson dijo:

«Aquel que se sienta sobre un almohadón de ventajas, se queda dormido. Pero cuando es empujado, atormentado, y derrotado, se le iluminan sus sentidos, aprende a ser moderado y desarrolla verdaderas destrezas

Nuestro cambio debe ser ordenado y bien planificado. Una vez que hayamos establecido un sistema, debemos seguirlo hasta haberlo completado, aun cuando en alguna forma estorbe nuestras mismas raíces.

Cuarto, debemos comprometernos totalmente a seguir nuestro plan para cambiar. Un proverbio chino dice «Las grandes almas tienen voluntad; las débiles tan solo deseos». A menos que tengamos La determinación de mejorar, todos los demás pasos que conducen a producir en nosotros un cambio serán en vano. Este último paso es el que separa a los triunfadores de los que fracasan.

Antes mencione tres ejemplos de personas que vivieron en medio de las más adversas circunstancias. La vida del primer joven fue una serie de arrestos continuos por todas las causas habidas y por haber, desde vagancia hasta robo a mano armada y homicidio. Sin reconocer jamás la necesidad de cambiar, termino siendo un día convicto por asesinato.

El segundo ejemplo es una descripción de los primeros años de vida de Tomas Edison. De un comienzo que parecía ser imposible de superar, logro cambiar y progresar. Pese a que en un tiempo se le juzgo retardado, probó ser uno de los más grandes inventores de todas las épocas. Su determinación personal cambió en forma positiva el giro del mundo

El tercer caso nos refiere la historia de un joven en los albores de su vida en el noreste de los Estados Unidos. Nació en 1805, en medio de un frío invierno, en el estado de Vermont. Su nombre era José Smith. Sus comienzos fueron por demás difíciles; su vida se vio colmada de penurias, no sólo de carácter físico, sino también emocional y espiritual. Pero este joven reconoció la necesidad de mejorar por medio del cambio y se entregó a la influencia de una autoridad superior a él. Desde sus comienzos con tremendas dificultades, busco el cambio y abrió las puertas de esta última dispensación; su fe, oraciones y obras fueron el conducto por el cual llegaron a la tierra los cambios más grandiosos y profundos en los últimos días.

Alguien ha dicho que «si creemos que hemos terminado de cambiar estamos terminados». No hay edad alguna que pueda considerarse demasiado avanzada ni muy temprana para cambiar. Tal vez la edad avanzada sobrevenga cuando la persona se entrega y cede su derecho, posibilidad y dicha de cambiar. Debemos conservar siempre la virtud de aprender lo que se nos enseñe, pues es muy fácil caer presas del letargo y quedar estancados. Debemos estar siempre dispuestos i establecernos metas, ya sea que tengamos 60, 70, 50, o 15 años de edad. Mantengamos esa indispensable chispa de vida, no permitiéndonos jamás un momento en que no estemos dispuestos a mejorar mediante un cambio productivo.

Para muchos miembros de la Iglesia a menudo es difícil aceptar cambios en aquellos que nos dirigen. Tanto a nivel de barrio como de estaca, los cambios de líderes son necesarios, y a menudo demasiado frecuentes para nuestra conveniencia y comodidad. Algunos de nosotros nos sentimos inclinados a resentirnos y resistir cambios de personas, y a menudo se escuchan cementerios como estos:

«¿Por qué no lo dejan en ese cargo?» “¿Por qué tienen que ponerla a ella?» «¿Por qué motivo tienen que dividir el barrio?» Nuestra visión puede ser limitada. Son contadas las veces que se hacen cambios que no traigan el progreso necesario a una persona o a una situación particular. Muchas veces habremos pensado en forma retrospectiva: «No pude comprender la razón por la que se hizo ese cambio en el programa o por la que esa persona fue llamada para ese cargo, pero ahora me doy cuenta de que era precisamente lo que necesitábamos en ese momento».

Durante los momentos de transición, y de seguro que los hay en nuestra Iglesia, se requiere mucha paciencia, amor y longanimidad. Parte de nuestra filosofía continua debería ser: «Jamás os permitáis sentiros ofendidos por la actitud de quien está aprendiendo a cumplir con su deber.»

Los cambios en nuestras propias asignaciones en la Iglesia pueden llegar a ser aun más molestos. Muchas veces cuando manifestamos el d e se o de no tener que recibir de terminada asignación, el obispo o el presidente de la estaca nos of rece la bendición de ese llamamiento particular. En momentos como esos es oportuno recordar las palabras de Pablo, cuando, acosado por muchas aflicciones físicas, dijo:

«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.» (Filipenses 4:13.)

En nuestra Iglesia de líderes no asalariados, a menudo tenemos la bendición de los cambios. Muy pocos de nosotros nos sentimos capaces de afrontar dichos cambios con nuestros propios talentos. Cuan agradecidos podemos estar por la fortaleza con que nos dota Jesucristo, la que nos ayuda a enfrentar todos los que se produzcan como resultado de nuevos llamamientos y mayores responsabilidades.

El pasar de esta vida a la vida eterna junto a nuestro Padre Celestial, constituye la meta máxima a la que nos puede conducir un cambio total. Es mi oración que todos procuremos y aceptemos cambios buenos y ordenados, para el mejoramiento de nuestra propia vida. Esto lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amen.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

1 Response to No temamos a los cambios

  1. Pingback: Lo que debes saber sobre “El Grinch” antes de verla con tu familia

Deja un comentario