Conferencia General 15 Septiembre 1979
Las mujeres de los últimos días
Por la hermana Barbara B. Smith
Presidenta General de la Sociedad de Socorro
Agradezco al coro que tan bellamente ha puesto en música una de las preguntas más importantes que puede hacerse una mujer mormona: «Oh, Dios, que me diste un corazón de mujer, una mente de mujer, un alma de mujer, ¿qué quieres tú de mí?»
Esta pregunta ha sido hecha hoy en una súplica de 400 voces y repetida en silencio por cada una de nosotras que también preguntamos: «¿Qué quieres que yo haga?»
Las Escrituras nos hablan de la respuesta de una mujer: la reina Ester. Su momento de duda fue difícil y penoso, cuando su tío Mardoqueo le mando decir que debía ir ante el rey y suplicarle que salvara a su pueblo de la destrucción planeadas Aunque era la reina, ella no tenía derecho de ir ante el rey a menos que el la llamara; el rey tenia absoluto poder y ella no podía apelar. Pero era la única que podía tener entrada al trono e influencia sobre su poder. Su tío le recordó que quizás con ese propósito hubiera llegado a ser reina. (Ester 4:14.)
La fortaleza de Ester provenía de una buena enseñanza, y la hizo decidirse a pedir a todos los judíos del reino que ayunaran y oraran con ella. Luego se preparó para aparecer muy hermosa al ir a comparecer ante el rey.
A cada instante debe de haberse preguntado: «¿Me extenderá el cetro real?» «¿O me condenará a muerte?» «¿O quizás a la pobreza y el olvido?» Pero ante él se mostró joven, hermosa, serena. . . aun sabiendo que estaba totalmente en sus manos. Más también sabía que había suplicado la ayuda de Dios y que lo que se iba a hacer era algo muy injusto. Tenía que responsabilizarse ante el Dios que la había creado, fueran cuales fueran las consecuencias.
Toda mujer en el mundo actual tiene responsabilidades similares a las de la reina Ester. Las circunstancias son diferentes para cada una, pero cada mujer se enfrenta al cometido de ser fiel a los principios del evangelio si desea mejorar su vida mortal y hacerse digna de la oportunidad de progreso eterno. Debe comenzar por comprender quien es y que tiene un magnifico potencial como hija de Dios. Sus metas deben ser elevadas. Las Escrituras dicen:
«Sed pues vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.» (Mateo 5:48.}
Os advierto que esta no es una meta que se obtenga en un paso, en un día o en un año. Nos lleva una vida entera de esfuerzo consciente, de luchar, aprender y tratar de convertirnos en mujeres santas.
En 1874 Eliza Snow dijo:
«El apóstol Pablo hablo en sus días de mujeres santas; es deber de cada una de nosotras serlo. Todas tenemos metas elevadas. Si hemos de ser mujeres santas, sabremos que se nos llama a importantes deberes, y nadie está exento de ellos. No hay ninguna hermana tan aislada, en una esfera tan estrecha que no pueda hacer mucho para establecer el reino de Dios en la tierra.»
El método del Señor es que aprendamos línea por línea y precepto por precepto. Pongamos metas alcanzables y posibles a fin de sentir el gozo de la victoria sobre nosotras mismas.
Una amiga está obteniendo una victoria así; tiene doce hijos y aunque tiene sus días de desaliento, trata de (1) levantarse temprano y hacer ejercicio. Lo detesta, por lo tanto se apura a hacerlo y quedar libre de él. (2) Lee las Escrituras. Y disfruta tanto que tiene que obligarse a dejar al cabo de la media hora fijada de antemano. (3) Ora, hablando al Padre de su gratitud, sus preocupaciones, y así siente que tiene su guía y dirección aun cuando todo no salga como lo ha planeado. (4) Tiene una actitud positiva y alegre para con sus hijos.
Quisiera que todas pudiéramos realizar nuestras labores del hogar con la actitud de mi amiga. Ciertamente ella ha obtenido la perfección en su hogar y comprende que aun cuando sus hijos no estudien el piano cada día, si continúan haciéndolo, al fin desarrollaran al menos el conocimiento necesario como para amar la música y mejorar por medio de ella. Mi amiga sabe del desafío de vivir con el salario de su marido, y además conoce la importancia de amarlos a él y a sus hijos y de reír con su familia aunque quizás no conozca las palabras de un escritor que dijo
«La labor del hogar es seguramente la más importante del mundo. ¿Para que existirían las naves, los trenes, las minas y los gobiernos si no hubiera gente para alimentar, abrigar y proteger en los hogares? Tenemos las guerras para lograr la paz. Trabajamos para tener tiempo libre. Producimos comida para alimentarnos. Así que por vuestra labor, todas las personas existen.»
Si pudiéramos escuchar las oraciones más fervientes de mi amiga, veríamos que son muy similares a las nuestras. Se perfectamente que todas las mujeres no pueden quedarse en su casa, sino que deben encontrar empleo para ayudar a su esposo o mantener la familia. Y se les debe admirar porque el suyo no es un papel fácil, pero si de vital importancia. Espero que ellas eleven sus súplicas al Señor para que Él les confirme su decisión de trabajar fuera, lejos de sus hijos pequeños solo cuando sea necesario. Cuando la mujer trabaja fuera del hogar justificadamente, debe sentir confianza y cumplir sus labores con alegría.
Hermanas, ¡sois maravillosas! ¡Siempre hacéis lo que es necesario!
Me sentí profundamente conmovida por la obediencia de las hermanas de un país en guerra con quienes me reuní recientemente. La presidenta de la Sociedad de Socorro las elogió por su dedicación a la obra del Señor y a servirse mutuamente durante los momentos peligrosos que enfrentan diariamente, y les dijo: «Aunque no sabéis si al salir seréis atacadas por los terroristas, igual hacéis vuestras visitas y asistís a todas las reuniones de la Iglesia. Sois valientes y realizáis vuestra labor sin protestas en tiempos tan difíciles».
Como Ester, debemos fortaleceremos para que cuando nos lleguen los momentos penosos podamos pedir a Dios su fuerza, sabiduría y visión, a fin de actuar de acuerdo con los principios correctos.
El eco de las palabras de Mardoqueo llega hoy a nuestros oídos: «¿Quién sabe si no hemos sido enviadas para momentos como estos?»
Podemos regocijarnos por estar entre aquellos a los que el Señor ha enviado al reino para realizar Su obra, para criar a Sus hijos, para enseñar el evangelio, para preparar una generación que lo reciba a Su venida.
Que podamos cumplir con el cometido de ser mujeres santas en estos últimos días, que «seamos linaje escogido, nación santa. . . para que podamos anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó desde las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9). Porque Él vive y nos ama. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
























