Conferencia General Octubre 1979
«Si guardas mis mandamientos»
Por el élder O. Leslie Stone
Del Primer Quórum de los Setenta
Para todos nosotros es inspirador recordar las enseñanzas de nuestro Salvador y las muchas cosas maravillosas que El dejo al mundo. Vivió desde una época anterior a la historia del mundo; estuvo en el gran concilio de los cielos; ayudo a su Padre en la organización del universo y en la creación de la tierra y del hombre, esto último respondiendo a la invitación del Padre cuando dijo:
«Descendamos y formemos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. . .» (Abraham 4:26.)
Oponiéndose al plan de compulsión que quería utilizar Satanás, El apoyo el plan del Padre por el cual se nos daba el libre albedrío, otorgándonos así la libertad de elección que tiene tan gran significado para nosotros.
E] nació lejos de la casa de sus padres, y fue acuñado en un pesebre.
Vivió en este mundo en el meridiano de los tiempos, en la Tierra Prometida.
Se dedicó a enseñar y a hacer el bien; y los hombres lo seguían, no atraídos por las riquezas del mundo, sino para obtener los tesoros de los cielos que Él les ofrecía.
El estableció un nuevo código de vida: que nos amemos unos a otros y que amemos incluso a nuestros enemigos; nos enseñó también a no juzgar, a perdonar y a dar a toda persona una segunda oportunidad.
Pensad cuán grande sería el cambio que traería sobre el mundo el hecho de que cada uno de nosotros, individualmente, y que las naciones de la tierra, pudiéramos vivir de acuerdo con ese código. Muchas veces oímos decir a las personas: «Estoy dispuesto a perdonar, pero no puedo olvidar lo que me ha hecho», lo que por supuesto significa que en realidad no han perdonado la ofensa.
En la sección 64 de Doctrinas y Convenios, versículos 8 al 11, el Señor nos dice que tenemos la obligación de perdonarnos los unos a los otros y que aquel que no perdone a su hermano será condenado porque es el peor pecador de los dos.
En Mateo, leemos sobre una instancia en que algunos de los principales abogados (doctores de la ley) de la época se acercaron a Cristo, diciendo:
«Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
Jesús le dijo: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo.» (Mt. 22:36-39.)
¿Puede una persona llegar al Reino Celestial si no ama a su prójimo como a si misma? Al dar el segundo mandamiento, Jesús dijo que este era semejante al primero, y agrego:
«De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mt. 22:40.)
El Señor les dio mucha importancia, tanta, que todas las demás leyes se basan en ellos.
Hagámonos otra pregunta: ¿Puede alguien obedecer el primer mandamiento si no obedece el segundo? En otras palabras, ¿podemos amar a Dios con todo nuestro corazón, si no amamos a nuestro prójimo? La respuesta es obvia.
Juan el Apóstol dijo:
«Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
Y nosotros tenemos este mandamiento de El: El que ama a Dios, ame también a su hermano.» (1 Juan 4:20-21.)
En el Libro de Mormón encontramos lo siguiente:
«Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino del diablo que es el padre de las contenciones, e irrita los corazones de los hombres, para que contiendan unos contra otros con ira.
He aquí, no es mi doctrina agitar con ira el corazón de los hombres, uno contra el otro; sino esta es mi doctrina: que tales cosas cesen.» (3 Nefi 11:29-30.)
Con todas estas declaraciones, debería ser perfectamente claro para todos el hecho de que el Señor desea que nos amemos y perdonemos mutuamente. Todos nosotros tenemos la obligación de tragarnos el orgullo v dedicar nuestros mejores esfuerzos a arreglar cualquier disensión que podamos tener con nuestros semejantes. Como acabo de citar, en 3 Nefi dice que las contenciones son del diablo y que nuestro Padre Celestial las desaprueba. Amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos hará que nuestra vida sea gozosa y feliz.
Cristo dedicó su vida a bendecir, sanar, restaurar, y fue siempre un pacificador. En muchas oportunidades sano enfermos, inválidos y ciegos, y hasta devolvió la vida a los muertos. Después de hacer todas estas cosas en beneficio de la humanidad, fue obligado a cargar su cruz hasta el calvario; pero, aun así, perdono a aquellos que le quitaban la vida, diciendo en el momento en que sus sufrimientos eran más intensos:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» (Le. 23:24.)
El murió para que nosotros pudiéramos vivir eternamente. En el Evangelio de Juan se encuentran registradas estas palabras que El pronuncio:
«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi aunque este muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.’ (Juan 11:25-26.)
Él se levantó de la tumba triunfando sobre la muerte, para bendecir al mundo con la resurrección.
El evangelio nos brinda un hermoso plan de salvación. Sabemos que hemos venido a la tierra para obtener un cuerpo, adquirir conocimiento, desarrollar habilidades y carácter; también venimos para aprender a sobreponernos al mal, tratar de mantenernos fieles y firmes, y ser lo suficientemente diligentes y obedientes a los mandamientos como para ser dignos de regresar a morar en la presencia del Señor.
Al meditar en las muchas, incontables bendiciones que se nos han dado, recuerdo las palabras del rey Benjamin que se encuentran en el Libro de Mormón, cuando después de mencionar todas las que su pueblo había recibido en abundancia, dijo:
«Y he aquí, todo cuanto El pide de vosotros es que guardéis sus mandamientos. . .» (Mosíah 2:22.)
Si, ¡lo único que el Señor requiere de nosotros es que guardemos sus mandamientos! Esto parece relativamente sencillo, ¿verdad? Pero todos sabemos que no lo es, ni ha tenido el Señor la intención de que lo sea. Donde mucho se da, mucho se espera, y El espera de aquellos que lo siguen, la virtud de vencer sus debilidades e imperfecciones, y exige de nosotros la autodisciplina y el sacrificio. No, no es sencillo, pero el Señor nos ha dado muchas sugerencias e instrucciones para ayudarnos a guardar Sus mandamientos.
A algunos de nosotros quizás de vez en cuando nos parezca que determinados mandamientos son un impedimento para que seamos felices en esta vida; no es así, y en el fondo sabemos perfectamente que siempre que los obedezcamos, con la misma seguridad con que esperamos que amanezca el día después de la noche, podemos esperar las bendiciones que se han prometido a los justos y fieles. El Señor dijo:
«Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; más cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis.» (D. y C. 82:10.)
Es posible que a veces no reconozcamos el cumplimiento de esas promesas; pero siempre se llevara a cabo.
¿Acaso nos gustaría que en el Día del Juicio se nos diga que hemos fracasado en nuestro papel, que hemos sido siervos indignos del Señor, porque no hemos sabido dar un buen ejemplo con nuestra propia manera de vivir? El Señor nos ha dejado un importante mensaje, que se encuentra registrado en Mateo:
«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» (Mt. 5:16.)
El no cumplir los mandamientos del Señor no solamente nos acarreara la condenación, sino que nos privará de muchas bendiciones aquí en esta; tierra, además de aquellas que son eternas y por las cuales todos luchamos. En 1 Corintios leemos lo siguiente:
«Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.» (1 Cor. 2:9.)
Finalmente, tenemos la gran promesa, que es para todo el género humano:
«Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios.» (D. y C. 14:7.)
Al terminal, quisiera daros mi testimonio de que, el Padre y el Hijo verdaderamente aparecieron ante José Smith, y le dieron instrucciones pertinentes a la restauración del evangelio verdadero. También testifico que el líder hoy nos guía, el presidente Spencer W. Kimball, y sus consejeros son profetas de Dios, y que todos deberíamos seguirlos por el camino de la verdad y la rectitud.
Ruego que estos hermanos puedan ser constantemente bendecidos con inspiración, y que el Señor les conceda salud y fortaleza para llevar la pesada carga de sus responsabilidades. Y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amen.
























