Libre albedrío y responsabilidad

Conferencia General Octubre 1983
Libre albedrío y responsabilidad
Elaine Cannon
Presidenta General de las Mujeres Jovenes

Elaine A. Cannon«La madurez espiritual requiere que comprendamos que no podemos culpar a nadie por nuestras acciones o nuestros problemas.»

A uno de los buenos hermanos de la Iglesia se le había dado la asignación de preparar el banquete de los Boy Scouts. Había cumplido bien; había hecho planes y los había ejecutado. Las mesas estaban puestas, la comida casi lista y se acercaba la hora. Su esposa había llegado temprano dispuesta a dar una mano. Todo estaba marchando, pero con ojo experto, ella vio que todo lucía muy descolorido. Entonces le dijo: «Querido, ¿qué piensas usar como centros de mesa?»

Sorprendido, el hermano miró las mesas tan sin gracia y, pensativo, frunció el entrecejo. Entonces, en pleno ejercicio de su masculino albedrío, declaró triunfante: «¡Pan y mantequilla, por supuesto!»

Este es un caso típico del ejercicio del libre albedrío. Y de esto hablaremos por unos minutos: del albedrío y de la responsabilidad. Quisiera, agregar que siempre que elijamos pan y mantequilla para decorar la mesa, podemos contar con que nadie nos felicitará por lo bien adornada que está. Tenemos el libre albedrío, pero también tenemos que aceptar las consecuencias de nuestras decisiones. Aplicado a los centros de mesa, es de poca importancia, pero en asuntos de vida y eternidad, es de valor crucial.

El albedrío es un principio eterno que forma parte de esta vida, la cual es una prueba. Siempre tendremos que elegir entre el bien y el mal. Satanás procuró destruir el albedrío, o la libertad de elección del hombre, y aun trata en la tierra de arrastrar al hombre hacia el pecado. (Moisés 4:3.)

Para ejercer nuestro albedrío con cordura, necesitamos conocimiento. Necesitamos conocer las leyes y también las bendiciones y castigos que las acompañan. Cuando conocemos el evangelio y los mandamientos, podemos tomar decisiones mejores.

Las Escrituras nos recuerdan: «. . .Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» (Juan 8:32.) Nuestra responsabilidad es buscar la verdad completa y aplicarla a nuestra vida. Aunque se nos da la libertad de elección, no se nos da licencia para decidir qué está bien y qué está mal. Eso fue determinado hace siglos. Podemos burlarnos de las cosas sagradas, excusar nuestra conducta, crear nuestras propias ideas, estar de acuerdo o discrepar, sin que esto cambie los principios básicos. No podemos alterar las leyes de Dios. Podemos valemos de la verdad con prudencia para alcanzar nuestras metas, o rechazarla, negarnos a vivirla y por lo tanto sufrir el inevitable castigo.

Tener que rendir cuentas es la consecuencia directa del albedrío y en esto se basa el plan diseñado para esta vida. Hermanas, somos responsables de nuestras propias acciones y tenemos que darle cuenta a Dios por la forma en que vivimos.

En Gálatas leemos algo que creo muy sensato (6:7): «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará». O sea, que cuando uno levanta una vara del suelo, por uno de los extremos, levanta también el otro. Cuando uno elige una senda, también escoge el lugar al que ésta se dirige.

Recuerdo muy bien una escena que me dio una notable perspectiva del albedrío y la responsabilidad. Me alojaba en un hotel en una villa de Taiwan y, desde una de las ventanas de los pisos superiores, divisaba una gran cantidad de hermosos niños que iban a la escuela. Desde el punto estratégico en que me encontraba, podía ver la escuela a la distancia. Los niños sabían que la escuela estaba allí, aunque todavía no podían verla, y, por supuesto, ignoraban mi presencia. Lucían encantadores con su uniforme escolar: falda o pantalón corto azul marino, pulcra y almidonada camisa blanca y, por ser un día de lluvia, un impermeable amarillo. Algunos de ellos lo llevaban arrastrando, otros puesto pero desprendido, volando al viento, otros lo llevaban abotonado como si tuvieran puesta la armadura de Dios para protegerse.

El camino de tierra que seguían estaba bien apisonado y demarcado, pero aquí y allá había charcos de barro, escondites entre los arbustos altos, y la tentación detrás de la puerta de una tiendita a un lado del camino.

Estos pequeños de la familia celestial doblaban la esquina del hotel en grupitos y, ejerciendo su albedrío, se tardaban desviándose a la menor distracción, o se apresuraban para alcanzar la meta, la escuela, un buen trecho más adelante. En ese momento la responsabilidad era toda suya; sus padres no estaban allí para guiarlos.

Me encontraba fascinada observando cómo los niños reaccionaban ante lo que les rodeaba. Algunos caminaban una y otra vez por los charcos de barro con el consiguiente resultado; en cambio, otros los evitaban sin siquiera prestarles atención. Otros, llenos de picardía, no podían resistir la tentación de tocar el iodo con la punta del zapato. Una niñita después se inclinó y trató de quitar con la mano el barro de su zapato, para luego limpiársela en el impermeable y después sacudirlo para quitarle la mancha. ¡Es difícil deshacerse del barro!

Interesante, ¿no les parece? La vida vista desde una ventana. Albedrío y responsabilidad. Los niños los ejercen y nosotros también.

Somos como niños caminando bajo la lluvia. Podemos caminar en el barro de la vida o evitarlo a voluntad, pero de cualquier manera, tenemos que aceptar las consecuencias. E inevitablemente, lo que escojamos ser ahora es lo que llegaremos a ser por toda la eternidad. La madurez espiritual requiere que comprendamos que no podemos culpar a nadie por nuestras acciones. Hay factores que dificultan que nos comportemos de acuerdo con lo que nuestro Padre Celestial quiere que hagamos, pero seguimos siendo responsables por la forma en que reaccionamos ante lo que nos sucede.

Una de las cosas que más admiro en nuestra madre, Eva, es la forma en que se hizo responsable de sus acciones. Cuando Dios le llamó la atención, explicó que Lucifer la había tentado, pero admitió con valentía: «Y yo comí» (Moisés 4:19).

Jesucristo triunfó por medio de la obediencia estricta, y no sucumbió a las tentaciones de Satanás. También nosotras, si hacemos lo que el Señor nos manda, no tendremos motivos para temer las consecuencias.

Decirle al Señor «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42) puede darnos paz en momentos de pruebas o de tomar decisiones. Hermanas, Dios vive y nos ama y este es su plan; El ama a cada una de ustedes. Obedecer su voluntad nos traerá gozo, tarde o temprano.

Pero me preocupo. A veces pienso si sabremos qué desea Dios para nosotras, si sabremos lo que es pecado y lo que nos puede dañar, y sus razones. Me pregunto si tendremos la menor idea de la gloria que tiene reservada para nosotras si somos obedientes. Me pregunto si las madres realmente enseñan a las hijas cuál es la verdad, y acerca del libre albedrío y la responsabilidad. ¿Les dicen las hijas a las madres lo que están aprendiendo? Las familias se fortalecen cuando sus miembros se ayudan entre sí a progresar en el evangelio de Jesucristo.

El nuevo lema para 1984 tomado de las Escrituras, que fue aprobado por las Autoridades Generales para que las jovencitas lo reciten todas las semanas en la clase, es: «Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que El nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado». (1 Nefi 3:7.)

¡Podemos hacer lo que debemos! No estamos solas. Podemos sentir el poderoso apoyo que nos brinda el Salvador. El nos ayudará si nos esforzamos por tomar decisiones acertadas a lo largo de la senda.

Ahora hermanas, que nuestra obediencia refleje el amor que sentimos por El. Esta es una época de fortalecimiento; este es el momento de que nos mantengamos firmes, porque somos un pueblo que ha hecho convenios por medio del bautismo, y en el templo, de que vamos a ser valientes y vamos a ayudar a que se eleven los que no son tan bendecidos como nosotros.

Hace poco, me encontraba luchando con la gran responsabilidad que tengo. ¡Las jovencitas necesitan tanta guía, protección y amor! Al comparar mi flaqueza con la inteligencia maléfica de algunas personas mundanas, admito que me sentí desanimada. Pero después de orar con fervor, vi en las profundidades de mi alma, allí donde el Espíritu puede conmovernos, y supe que yo nunca me daría por vencida. Supe que quería que el Señor pudiera depender de raí. Creo que todas podemos utilizar nuestro albedrío para llegar a ser personas en las que el Señor pueda confiar.

¡Hagámoslo! En el nombre de Jesucristo. Amén.

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