Regocijémonos en Cristo

“Regocijémonos en Cristo”
Por el presidente Ezra Taft Benson

Ezra Taft BensonAdaptado por el presidente Benson del mensaje que dio el 1 de diciembre de 1985, en una reunión devocional en el Tabernáculo de Salt Lake, el primer discurso oficial que ofreció después de ha­ber sido ordenado Profeta del Señor.

Sin Cristo no puede haber una plenitud de gozo.

En nuestra existencia premortal gritamos de gozo cuando se nos reveló el plan de salvación. (Véase Job 38:7.)

Fue allí que nuestro hermano mayor, Jesucristo, el primogénito de nuestro Pa­dre en el mundo de los espíritus, se ofre­ció voluntariamente para redimirnos de nuestros pecados. El habría de venir a la tierra para ser nuestro Salvador, el Cordero “inmolad. . . desde la fundación del mundo” (Moisés 7:47).

Demos gracias Dios, el Hijo, por ha­berse ofrecido a sí mismo; y demos gra­cias a Dios, el Padre, por haberlo envia­do. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3:16).

Antes de venir a la tierra, Jesús era un Dios, y nuestro Padre Celestial le dio un nombre por sobre todos los demás: el Cristo. Tenemos un libro cuya misión principal es convencer al mundo de que Jesús es el Cristo. Es el Libro de Mormón; es otro testamento de Jesucristo y “el más correcto de todos los libros sobre la tierra” (Enseñanzas del profeta José Smith, pág. 233).

En sus páginas leemos que “no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación pueda llegar a los hijos de los hombres, sino en y por medio del nombre de Cristo, el Señor Omnipo­tente”. (Mosíah 3:17.)

En lo que al hombre concierne, debe­mos establecer nuestro fundamento “so­bre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo”. (Helamán 5:12.)

El primer y gran mandamiento es amar a Cristo y al Padre. (Véase Mateo 22:37-38.)

Jesucristo es “el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el principio”. (Mosíah 3:8.)

“Pues he aquí,” dice Jacob en El Libro de Mormón, “por el poder de su palabra el hombre apareció sobre la faz de la tie­rra, la cual fue creada por el poder de su palabra. Por tanto, si Dios pudo hablar, y el mundo fue; y habló, y el hombre fue creado, ¿por qué, pues, no ha de poder mandar la tierra o la obra de sus manos sobre su superficie, según su voluntad y placer?” (Jacob 4:9.) Dios, el Creador, gobierna Sus creaciones, aun en este mis­mo momento.

Desde los días de Adán, todos los pro­fetas han testificado acerca del divino ministerio del Mesías mortal. Moisés profetizó con respecto a Su venida. (Véase Mosíah 13:33-35.)

“Nosotros sabíamos de Cristo y tenía­mos la esperanza de su gloria muchos siglos antes de su venida”, escribió Jacob en el Libro de Mormón. (Jacob 4:4.)

En este mismo libro de Escrituras se registra la manifestación del Cristo, en su cuerpo espiritual, al hermano de Jared. “Este cuerpo que ves ahora,” dice el Señor, “es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne”. (Eter 3:16.) Y así lo hizo.

Él es el Unigénito de nuestro Padre Celestial en la carne -el único hijo cuyo cuerpo mortal fue engendrado por nues­tro Padre Celestial. Su madre terrenal, María, fue llamada virgen tanto antes co­mo después de haber dado a luz a Jesús. (Véase 1 Nefi 11:20.)

Y así nació en Belén el Dios premor­tal; el Dios de toda la tierra; el Jehová del Antiguo Testamento; el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; el Legislador; el Dios de Israel; el Mesías prometido.

El rey Benjamín profetizó la venida de Cristo y su ministerio de la siguiente manera:

“Porque he aquí que viene el tiempo, y no está muy distante, en que con poder, el Señor Omnipotente, que reina, que era y que es de eternidad en eternidad, des­cenderá del cielo entre los hijos de los hombres; y morará en un tabernáculo de barro, e irá entre los hombres efectuando grandes milagros, tales como sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, ha­ciendo a los cojos que anden, a los ciegos que reciban su vista, a los sordos que oigan y aliviando toda clase de enferme­dades.

“Y echará fuera los demonios, o los malos espíritus que moran en el corazón de los hijos de los hombres.

“Y he aquí, sufrirá tentaciones, y dolor del cuerpo, hambre, sed y fatiga, aún más de lo que el hombre puede sufrir, sin morir; pues he aquí, la sangre le brotará de cada poro, tan grande será su angustia por la iniquidad y abominaciones de su pueblo.

“Y se llamará Jesucristo, el Hijo de Dios, el Padre del cielo y de la tierra, el Creador de todas las cosas desde el prin­cipio; y su madre se llamará María.” (Mosíah 3:5-8.)

El Señor testificó: “Vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre, porque mi Padre me envió. Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz”. (3 Nefi 27:13-14.) Y así fue.

Tanto en Getsemaní como en el Calva­rio, Jesucristo llevó a cabo la expiación infinita y eterna, el gesto de amor más grandioso que se haya registrado en la historia del mundo, a lo que le siguió Su muerte y resurrección.

Y así se convirtió en nuestro Redentor, redimiéndonos a todos de la muerte física, y redimiendo de la muerte espiritual a aquellos de nosotros que obedezcamos las leyes y ordenanzas del evangelio.

La Biblia prueba muy bien el hecho de Su resurrección, y el Libro de Mormón describe la aparición del Señor resucitado a los habitantes del continente america­no, a quienes les dijo:

“He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo. . .

“Levantaos y venid a mí, para que po­dáis meter vuestras manos en mi costado, y para que también podáis palpar las mar­cas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo.”

Una por una, alrededor de 2.500 per­sonas “metieron sus manos en su costa­do, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies”.

Y “clamaron a una voz, diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito sea el nombre del Más Alto Dios! Y cayeron a los pies de Jesús, y lo adoraron”. (3 Nefi 11:10, 14-17.)

En la actualidad, en la iglesia restaura­da de Cristo, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Él se ha revelado a sí mismo, y ha hecho saber su, voluntad, desde la época del primer pro­feta de la restauración, José Smith, hasta el presente.

“Y ahora,” dice el profeta José Smith, “después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre.” (D. y C. 76:22-23.)

Y entonces, ¿qué debemos hacer? Ciertamente, debemos hacer lo mismo que los reyes magos de la antigüedad. Ellos buscaron al Cristo y lo encontraron. Y así debemos hacerlo nosotros. Los que tengan la sabiduría de aquellos reyes lo buscarán, aun en la actualidad.

“Y ahora”, dice Moroni, “quisiera ex­hortaros a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles”. (Eter 12:41.) Y Dios ha provisto los me­dios para buscarlo —las Santas Escrituras, en particular el Libro de Mormón— a fin de que todo aquel que busque llegue a saber que Jesús es el Cristo.

En sus discursos sobre la fe, el profeta José Smith describe seis atributos divinos de Dios que el hombre debe comprender a fin de tener fe en El. Ei Libro de Mor­món constantemente testifica que Cristo posee todas estas cualidades.

Primero, Dios es el Creador y el que mantiene todas las cosas. El rey Benja­mín dijo: “El. . . creó todas las cosas. . . él tiene toda sabiduría y todo poder”. (Mosíah 4:9.)

Segundo, Dios se caracteriza por la ex­celencia de su carácter, su misericordia, longanimidad y bondad. Alma testificó que Cristo está “lleno de gracia, equidad y verdad; lleno de paciencia, misericor­dia y longanimidad”. (Alma 9:26.)

Tercero, Dios no cambia, Mormón re­veló que “Dios no es. . . un ser variable; sino que es inmutable de eternidad en eternidad”. (Moroni 8:18.)

Cuarto, Dios no puede mentir. El her­mano de Jared declaró: “Sé que hablas la verdad, porque eres un Dios de verdad, y no puedes mentir”. (Eter 3:12.)

Quinto, Dios no hace acepción de per­sonas. Mormón testificó que “Dios no es un Dios parcial”. (Moroni 8:18.)

Sexto, Dios es un Dios de amor. Con respecto a este atributo divino, Nefi es­cribió que el Señor “no hace nada a me­nos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo, al grado de dar su propia vida”. (2 Nefi 26:24.)

Dios designó al Libro de Mormón para llevar a los hombres a Cristo y a su igle­sia. Tanto nosotros como nuestros ami­gos que no son miembros podemos llegar a saber que es verdadero sometiéndolo a la prueba propuesta por Moroni. (Véase Moroni 10:3-5.)

¡Cuán maravilloso don sería recibir un mayor conocimiento del Señor! ¡Cuán maravilloso sería compartirlo con los de­más!

Con ese propósito, os insto a que no solamente leáis el registro bíblico acerca de la resurrección de Jesucristo, sino que también leáis y compartáis con un amigo que no pertenezca a la Iglesia el relato del Libro de Mormón cuando Cristo se apa­reció a los habitantes del continente ame­ricano, después de su resurrección.

Regaladles o prestadles un ejemplar del Libro de Mormón, aun el vuestro, si fuera necesario, ya que podría bendecir­los eternamente.

Para finalizar, y citando las palabras del Libro de Mormón, necesitamos “creer en Cristo y no negarlo”. (2 Nefi 25:28.) Necesitamos confiar en Cristo y no “en el brazo de la carne”. (2 Nefi 4:34.) Necesitamos “(venir) a Cristo y [perfeccionarnos] en él”. (Véase Moroni 10:32.) Necesitamos ir a Él con un cora­zón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 12:19), padeciendo hambre y sed de justicia (véase 3 Nefi 12:6). Necesita­mos ir “[deleitándonos] en la palabra de Cristo” (2 Nefi 31:20), conforme la reci­bamos de sus Escrituras, de sus ungidos y de su Espíritu Santo,

En resumen, necesitamos seguir “el ejemplo del Hijo del Dios viviente” (2 Nefi 31:16) y ser “la clase de hombres” que Él es (véase 3 Nefi 27:27).

Conjuntamente con Moroni, testifico que “los eternos designios del Señor han de seguir adelante, hasta que se cumplan todas sus promesas”. (Mormón 8:22.)

En un tiempo no muy lejano Cristo volverá, y lo hará en poder y fuerza, co­mo Rey de reyes y Señor de señores. Y por último, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Cristo.

Pero ahora testifico que Jesús es el Cristo, que José Smith es Su profeta, que el Libro de Mormón es la palabra de Dios y que Su iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es verdadera y que Cristo está a la cabeza de ella. Lo digo en su santo nombre.  Amén.

Adaptado por el presidente Benson del mensaje que dio el l de diciembre de 1985, en una reunión devocional en el Tabernáculo de Salt Lake, el primer discurso oficial que ofreció después de ha­ber sido ordenado Profeta del Señor.

 

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