Pensamientos sobre los templos, la retención de conversos y el servicio misional

Conferencia General Octubre 1997
Pensamientos sobre los templos, la retención de conversos y el servicio misional
Presidente Gordon B. Hinckley

Gordon B. Hinckley

«Que consideren la Iglesia como su gran y buena amiga, su refugio cuando el mundo parezca cerrarse a su alrededor, su esperanza cuando las cosas se vuelvan tenebrosas, su columna de fuego.»

Hermanos, ahora que tengo el privilegio de dirigirles la palabra, repetiré algunas de las cosas que se han dicho durante esta conferencia con la esperanza de hacer hincapié en la importancia de ellas. Esta ha sido una reunión maravillosa; si prestamos oído y obedecemos los consejos que hemos recibido, nos beneficiaremos mucho.

Creo que ningún miembro de la Iglesia recibe lo fundamental que esta Iglesia tiene para dar mientras no reciba sus bendiciones del templo en la casa del Señor. Por consiguiente, estamos haciendo todo lo que sabemos hacer para acelerar la obra de la construcción de estos sagrados edificios y poner las bendiciones que allí se reciben al alcance de más personas.

Tras la dedicación del Templo de St. Louis, que tuvo lugar en junio de este año, tenemos 50 templos en funcionamiento. Pronto dedicaremos el Templo de Vernal, Utah. La próxima dedicación de un templo está programada para junio de 1998 y será el Templo de Preston, Inglaterra

Me complace comunicarles que los templos de Colombia; de Ecuador; de la República Dominicana; de Bolivia; de España; de Recife y de Campiñas, Brasil; de México; de Boston; de Nueva York y de Albuquerque siguen adelante ya sea en planificación o en diversas etapas de construcción. El plan de construir un templo en Venezuela, lo cual anunciamos antes, también sigue adelante y tenemos esperanzas de adquirir un terreno en un futuro muy cercano. Y seguimos en la tarea de conseguir los diversos tipos de permisos, contra alguna oposición, para la construcción de los templos de Billings, Montana y de Nashville, Tennessee.

En esta ocasión tengo el placer de anunciar que hemos resuelto edificar un templo en Houston, Texas, y uno en Porto Alegre, Brasil. Todo esto pone de manifiesto el gran interés que tenemos en hacer avanzar con vigor esta importante obra. Pienso que en total tenemos unos 17 templos en alguna etapa de su construcción, lo cual es una tarea prodigiosa.

Sin embargo, hay muchas áreas distantes y aisladas de la Iglesia, donde el número de miembros es pequeño y donde no es probable que éste aumente mucho en el futuro cercano. ¿Se han de negar a los que viven en esos lugares las bendiciones de las ordenanzas del templo? Mientras visitábamos una de esas áreas hace unos pocos meses, meditamos en esa pregunta y oramos al respecto. Creemos que recibimos la respuesta con toda claridad.

En algunas de esas áreas construiremos templos pequeños, edificios que cuenten con todas las instalaciones necesarias para administrar todas las ordenanzas. Se edificarían de acuerdo con el nivel que corresponde a los templos, el cual es mucho más elevado que el de los centros de reuniones. Contendrían todo lo necesario para efectuar bautismos por los muertos, el servicio de la investidura, los sellamientos y todas las demás ordenanzas que se deben realizar en la casa del Señor tanto para los vivos como por los muertos.

Presidirían esos templos, cuando ello fuera posible, hombres de la localidad que serían llamados como presidentes de templo, del mismo modo que son llamados los presidentes de estaca, y tendrían un período indefinido de designación de servicio en el cargo; vivirían en el área, en su propia casa. Uno de los consejeros sería el registrador del templo y el otro, el ingeniero o técnico del templo. Todos los obreros de las ordenanzas serían personas locales que ocuparían otros cargos en sus respectivos barrios y estacas.

Se esperaría que los participantes tuvieran su propia ropa del templo, y de ese modo no haría falta construir lavaderos muy costosos. Un lavadero sencillo podría encargarse de la ropa bautismal. No habría instalaciones para comer.

Esos edificios se abrirían de acuerdo con lo que fuese necesario, quizá uno o dos días a la semana, lo cual quedaría a criterio del presidente del templo. Cuando fuera posible, construiríamos el edificio en el mismo terreno de un centro de estaca y los dos edificios utilizarían el mismo estacionamiento, con lo cual se ahorraría mucho dinero.

Uno de esos templos pequeños se puede construir casi por lo mismo que cuesta mantener un templo grande en un solo año; se puede edificar en un tiempo relativamente breve, o sea, en varios meses. Repito que no faltaría ninguno de los elementos esenciales y podrían efectuarse en él todas las ordenanzas de la casa del Señor. Esos edificios pequeños tendrían por lo menos la mitad de la capacidad que tienen algunos de nuestros templos mucho más grandes, y podrían ampliarse cuando fuera preciso.

Ahora bien, creo que, al oírme ustedes decir esto, los presidentes de estaca de muchas áreas dirán que eso es exactamente lo que necesitan. Y bien, hágannos saber de lo que necesiten y nosotros lo tomaremos en consideración con detención y con oración; pero les ruego que no esperen que todo ocurra de inmediato, puesto que nos hace falta ganar un poco de experiencia para esta empresa.

El funcionamiento de esos templos requerirá cierta medida de sacrificio de parte de los fieles santos locales a los que sirvan; ellos no sólo prestarán servicio como obreros de las ordenanzas, sino que se esperará que limpien los edificios y cuiden de ellos. Pero la carga no será pesada; si se tienen en cuenta las bendiciones, la tarea será en verdad liviana. No habrá empleados remunerados: todo el trabajo del funcionamiento representará fe, devoción y dedicación.

Estamos proyectando esos edificios ahora mismo para Anchorage, Alaska; para las colonias SUD del norte de México y para Monticello, Utah. En las áreas donde el número de miembros de la Iglesia es mayor, construiremos más de los templos tradicionales; sin embargo, estamos elaborando planes encaminados a reducir los gastos sin que se reduzca la obra que en ellos se llevará a cabo. Hemos tomado la resolución, hermanos, de hacer llegar los templos a las personas y brindarles así todas las oportunidades de recibir las valiosísimas bendiciones que brinda la adoración en el templo.

Por ahora, baste con eso sobre ese tema. Lo que diré en seguida ya me lo han oído decir antes y han oído a otras personas hablar de ello. Espero que sigamos hablando del tema y que hagamos algo al respecto. Lo hago porque es algo que me preocupa muchísimo.

Junto con el aumento de la obra misional en todo el mundo, debe haber un aumento comparable en la labor de hacer que cada converso se encuentre a gusto en su barrio o rama. Llegará a la Iglesia este año un número suficiente de personas para constituir más de 100 nuevas estacas de un tamaño promedio. Lamentablemente, junto con esta aceleración en la tarea de la conversión, estamos descuidando a algunos de estos miembros nuevos. Confío en que se despliegue un gran esfuerzo en toda la Iglesia, en todo el mundo, para retener a cada converso que llegue a la Iglesia.

Esto es asunto serio. No hay razón para realizar la obra misional si no conservamos los frutos de esa labor; ambas tareas deben ser inseparables.

Quisiera leerles una carta, que es de las que recibimos de vez en cuando. Es de un hombre y dice:

«Me siento obligado a escribirle después de haber leído los comentarios que usted hizo en la conferencia general de abril. Me conmovió particularmente lo que decía con respecto a los ‘conversos y hombres jóvenes’. Leí el artículo en la red Internet y me enternecieron sus palabras. Su percepción de los conversos y de las necesidades especiales de ellos me emocionó de un modo muy hondo puesto que yo fui converso a la Iglesia. He querido escribirle para decirle que estoy de acuerdo con todo lo que usted señalaba y que, si más miembros de la Iglesia hubiesen sido conscientes de las necesidades de un converso, probablemente yo habría permanecido en la Iglesia.

«Me convertí a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en 1994. Eso ocurrió después de un largo tiempo en el que yo había estado buscando la Iglesia verdadera. Había investigado casi todas las religiones e iglesias pero nunca había hallado lo que buscaba. Desde el primer contacto que tuve con los misioneros, supe que me enseñaban algo que cambiaría mi vida. Al escucharlos, oí lo que había estado buscando durante todos esos años. No sé si habrá palabras para describir lo que sentí después de haber oído el mensaje de ellos. Por fin me sentí en paz. Todo ello tenía sentido. De todo corazón estudié la Iglesia y sentí como si hubiese hallado un ‘hogar’. Resolví ser bautizado el 8 de octubre de 1994. Fue uno de los días más grandes de mi vida.

«Sin embargo, después de mi bautismo, las cosas con respecto a la Iglesia cambiaron. De pronto me vi lanzado a un ambiente en el que se suponía que yo supiera todos los detalles. Dejé de ser el centro de atención para ser tan sólo un miembro más. Me trataron como si yo hubiese estado en la Iglesia desde hacía años.

«Me habían dicho que se me darían seis charlas después de que me uniera a la Iglesia, pero eso nunca se llevó a cabo. En ese mismo tiempo, mi prometida me presionaba intensamente para que no estuviera en la Iglesia; era sumamente antihormona [en sus] creencias y no quería que yo fuese parte de ella. A menudo nos peleábamos por la Iglesia. Pensé que podría hacerla comprender mis creencias. Pensé que si tan sólo tuviese más tiempo para participar en la Iglesia, ella no la consideraría como algo tan malo ni como una secta. Pensé que vería por mi ejemplo que ésta era la Iglesia verdadera y que llegaría a aceptarla.

«Me valí de los misioneros que me apoyaron mucho; ellos me ayudaron… a pensar en las formas de convencer a mi novia de que yo había tomado la decisión acertada. Todo eso anduvo bien hasta que a los misioneros los trasladaron a otro sitio; se fueron y yo me quedé básicamente solo. Al menos, eso fue lo que pensé. Busqué apoyo en los miembros, pero no lo encontré. El obispo me ayudó, pero no le era posible hacer más. Poco a poco fui perdiendo mi ‘cálida sensación’ con respecto a la Iglesia. Me sentí como un extraño y comencé a dudar de la Iglesia y de su mensaje. Con el tiempo, empecé a prestarle más oído a mi novia. Entonces concluí que quizá me había apresurado demasiado en unirme a la Iglesia. Le escribí al obispo y le pedí que se quitara mi nombre de los registros de la Iglesia. Permití que eso se hiciera. Ese fue un tiempo de desesperación en mi vida.

«Ya han pasado dos años desde que dejé la Iglesia. He vuelto a [mi antigua Iglesia] y no he tenido nada que ver con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde entonces. Constantemente le pido a Dios en oración que me guíe. Sé muy dentro de mí que El me guiará a Su Iglesia verdadera. No obstante, no sé si ésa es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ni siquiera si existirá. Lamento haber dejado la Iglesia y haber solicitado que se quitara mi nombre de los registros, pero cuando lo hice, pensaba que no me quedaba otro camino. El haberlo hecho me produjo una mala impresión que sería difícil borrar.

«Al prepararse la Iglesia para poner en marcha un programa de retención de nuevos conversos, he deseado hacerle saber a usted… que es probable que muchos conversos nuevos tengan experiencias semejantes a la mía. Sé que hay personas que se están uniendo a la Iglesia en contra del consejo de amigos y de familiares. Ese es un gran paso que ellos dan y se les debe apoyar en esa ocasión crítica. Sé por lo que a mí me ocurrió que si hubiera recibido el apoyo que me hacía falta no estaría ahora escribiéndole esta carta.

«Gracias por el tiempo dedicado a leerla», y firma la carta.

¡Qué tragedia! ¡Qué terrible tragedia! Creo que el autor de esa misiva todavía tiene un testimonio de esta obra. Ese testimonio lo ha tenido desde que se bautizó, pero se sintió solo y pensó que no tenía importancia para nadie.

Alguien falló y falló de manera lamentable. Digo a los obispos de todo el mundo que, pese a todo lo que ustedes tienen que hacer —y reconocemos que es mucho— no pueden hacer caso omiso de los conversos. La mayoría de ellos no necesitan mucho; como ya lo he señalado, necesitan un amigo, necesitan algo que hacer, una responsabilidad. Ellos necesitan ser nutridos por la buena palabra de Dios. Llegan a la Iglesia con entusiasmo por lo que han encontrado. Debemos valemos de inmediato de ese entusiasmo para fortalecerlos. Ustedes tienen personas en sus respectivos barrios que pueden ser amigas de todos los conversos; pueden escucharlos, guiarlos, contestar a sus preguntas y estar cerca de ellos para prestarles ayuda en todas las circunstancias y en todas las condiciones. Hermanos, esta pérdida debe parar; es innecesaria. Estoy convencido de que el Señor no está complacido con nosotros. Los invito, a todos y a cada uno de ustedes, a hacer de esto un asunto de primera prioridad en su trabajo administrativo. Invito a todos los miembros a acercarse con amistad y con afecto a los que lleguen a la Iglesia en calidad de conversos.

Van a oír mucho acerca de esto bibliotecasud.blogspot.com en los meses que vienen. Lo menciono ahora sólo para destacar que lo respaldo con el mayor entusiasmo.

Permítanme hablar en seguida de otro asunto. Deseo dirigirme a todos los muchachos que me estén escuchando en esta oportunidad. Expreso agradecimiento por lo que las demás Autoridades Generales les han dicho.

Primero, deseo puntualizar que los honramos y los respetamos a ustedes, los hombres jóvenes. Ustedes representan una generación portentosa en esta Iglesia. He indicado una y otra vez que creo que ésta es la mejor generación que hemos tenido. Ustedes y las mujeres jóvenes son formidables. Estudian las Escrituras. Oran. Asisten a seminario a costa de sacrificios. Procuran hacer lo correcto. Tienen un testimonio de esta obra, y la mayoría de ustedes viven de acuerdo con él. ¡Los felicito de todo corazón! Les expreso el gran amor que les tenemos. Sólo deseo especificar una o dos cosas, como añadidura a lo que he dicho anteriormente, lo cual espero sea alentador para ustedes al seguir adelante en la vida.

No podría desear nada mejor para ustedes que el que sean totalmente leales a la Iglesia, que tengan fe absoluta en la divina misión de ella, un amor total por la obra del Señor con el deseo de sacarla adelante y una dedicación total al cumplir con sus deberes como miembros del Sacerdocio Aarónico.

Viven ustedes en un mundo de espantosas tentaciones. La pornografía con su sórdida inmundicia azota la tierra como una horrorosa y pavorosa marejada. Es veneno. No la vean ni la lean. Los destruirá si lo hacen. Les quitará el respeto por ustedes mismos. Les robará la sensación de las bellezas de la vida. Los derribará y los arrastrará al lodazal de los malos pensamientos y posiblemente de los malos actos. Manténganse alejados de ella. Evítenla como rehuirían una enfermedad horrorosa, puesto que es igual de mortal. Sean virtuosos de pensamiento y de obra. Dios ha plantado en ustedes, por un propósito, un instinto divino que puede ser fácilmente trastrocado a fines malignos y destructivos. Mientras son jóvenes, no salgan con una sola señorita como novios. Cuando lleguen a la edad en que piensen en casarse, entonces podrán hacerlo. Pero ustedes, los jóvenes que están en la escuela secundaria, no deben hacerlo ni tampoco las jóvenes.

Constantemente recibimos cartas que tienen que ver con personas que, bajo las presiones de la vida, se casan cuando todavía son muy jóvenes. Hay un antiguo adagio que dice: «Cásate de prisa y tendrás mucho tiempo para lamentarlo». Eso es muy cierto.

Pasen ratos agradables con las jóvenes. Realicen actividades juntos, pero no piensen en algo demasiado serio demasiado pronto. Tienen por delante el campo misional y no pueden permitirse el correr el riesgo de perder esa gran oportunidad y responsabilidad.

El Señor ha dicho: «…deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente…» (D. y C. 121:45).

Aléjense del alcohol. La graduación de la escuela secundaria no es motivo para celebrar con cerveza. Es preferible mantenerse alejados y que los demás piensen que son mojigatos a ir a tales celebraciones y pasarse la vida lamentándolo después. Aléjense de las drogas. No se pueden permitir tocarlas, pues si lo hacen, éstas los destruirán totalmente. La euforia pasará pronto y los estranguladores tentáculos de este mal los atraparán. Llegarán a ser esclavos, esclavos del vicio. Perderán el control de su vida y de sus actos. No experimenten con ellas. ¡Manténganse libres de ellas!

Anden en la luz del sol, de la fortaleza y de la virtud del autodominio y de la integridad absoluta.

Cursen todos los estudios que puedan. La instrucción académica es la llave que abre la puerta de las oportunidades. Dios ha mandado a los de este pueblo adquirir conocimiento «tanto por el estudio como por la fe» (D. y C. 88:118; véase también 109:7, 14).

Ustedes son un pueblo adquirido por Dios. Desde luego que lo son. Ustedes han evitado las cosas del mundo y se hallan en el camino que conduce a algo más elevado y mejor. Tienen que adquirir instrucción. Tienen por delante el matrimonio como una gran y sagrada oportunidad en la casa del Señor.

Tienen que ir al campo misional. Cada uno de ustedes debe pensar prestar servicio misional. Tal vez tengan dudas. Quizás tengan temores. Enfrenten sus dudas y sus temores con fe. Prepárense para ir a la misión, pues no sólo tienen la oportunidad; tienen la responsabilidad. El Señor los ha bendecido y los ha favorecido de un modo notable y asombroso. ¿Es pedirles demasiado que dediquen totalmente dos años de su vida al Señor?

Mis jóvenes hermanos, ustedes son algo especial. Deben elevarse por encima de lo común. Deben vestirse de toda la armadura de Dios y vivir con virtud. Ustedes saben lo que es el bien y saben lo que es el mal; saben cuándo y cómo escoger el bien. Saben que hay un poder en el cielo al cual pueden acudir en los momentos de extrema necesidad. Oren con fervor y con fe. Oren al Dios del cielo que les ama y al que ustedes aman. Oren en el nombre de Jesucristo, que dio Su vida por ustedes. Levántense y vivan como corresponde a los hijos de Dios.

Los queremos mucho. Oramos por ustedes. Contamos mucho con ustedes, muchísimo. Que el Señor los cuide, los proteja y los bendiga.

En seguida quisiera decir algo a los obispos y a los presidentes de estaca con respecto al servicio misional. Se trata de un asunto delicado. Parece estar creciendo en la Iglesia la idea de que todas las mujeres jóvenes al igual que todos los hombres jóvenes deben ir a la misión. Necesitamos a algunas jóvenes; ellas realizan un trabajo extraordinario y pueden llegar a los hogares a los que los élderes no pueden llegar.

Confieso que tengo dos nietas en el campo misional. Son jóvenes inteligentes y bellas; trabajan arduamente y realizan mucho bien. Por sus obispos y sus padres, se sabe que ellas mismas tomaron la decisión de ir a la misión. A mí no me lo dijeron sino hasta después de haber enviado los formularios para la misión. Yo no tuve nada que ver con esa decisión de ellas.

Ahora bien, tras haber hecho esa confesión, deseo decir que los miembros de la Primera Presidencia y del Consejo de los Doce estamos unidos al indicar a nuestras hermanas jóvenes que no tienen la obligación de ir al campo misional. Confío en que pueda decir lo que tengo que decir de tal manera que no sea insultante para nadie. Las mujeres jóvenes no deben pensar que tienen un deber comparable al de los hombres jóvenes. Algunas tendrán muchos deseos de ir a la misión. De ser así, deben consultar con su obispo y con sus padres. Si la idea persiste, el obispo sabrá lo que ha de hacer.

Digo lo que ya se ha dicho antes, que la obra misional es esencialmente una responsabilidad del sacerdocio, por lo que nuestros hombres jóvenes deben llevar el peso principal. Ésta es la responsabilidad y la obligación de ellos.

No pedimos que las mujeres jóvenes consideren la misión como parte esencial del programa de su vida. A lo largo de muchos años, hemos conservado un nivel de edad mayor para que las hermanas vayan a la misión a fin de mantener el número relativamente bajo. De nuevo digo a las hermanas que se les respetará mucho, se les considerará que cumplen con su deber y sus esfuerzos serán aceptables para el Señor y para la Iglesia ya sea que vayan o no a la misión.

De continuo recibimos cartas de mujeres jóvenes en las que nos preguntan por qué la edad de las misioneras no es la misma que la de los élderes. Sencillamente les explicamos las razones de ello. Sabemos que se sienten desilusionadas. Sabemos que muchas han puesto el corazón en el servir en una misión. Sabemos que muchas de ellas desean vivir esa experiencia antes de casarse y de seguir adelante en su vida de personas adultas. Ciertamente no deseo decir ni insinuar que los servicios de ellas no se necesitan; sencillamente digo que la misión no es necesaria como parte de la vida de ellas.

Quizás parezca un tanto extraño especificar eso en una reunión del sacerdocio, pero lo digo aquí porque no sé en qué otro lugar decirlo. Los obispos y los presidentes de estaca de la Iglesia han oído ahora esto y ellos deben ser los que juzguen en este asunto.

Con eso es suficiente sobre ese asunto.

Para terminar, simplemente deseo expresar mi amor hacia cada uno de ustedes. Ustedes, los hombres y los muchachos proporcionan el liderazgo de esta gran organización, que avanza por el mundo de un modo prodigioso y milagroso. No tengo ni la más mínima preocupación acerca del futuro. Esta Iglesia ha llegado a ser una gran formadora de líderes. Se les ve por todas partes. Conversos que llevan sólo unos pocos años en la Iglesia sirven en calidad de obispos y de presidentes de estaca, así como en otros cargos. Es magnífico lo que están llevando a cabo, mis hermanos.

Maridos, vivan el Evangelio, sean bondadosos con su esposa. No podrán servir de un modo aceptable en la Iglesia si hay conflicto en el hogar. Padres de familia, sean bondadosos con sus hijos. Sean compañeros de ellos. Por mucho que trabajen por adquirir lo indispensable de este mundo, ningún bien material podrá compararse con el amor y la lealtad de la mujer cuya mano estrecharon sobre el altar del templo ni con el afecto y el respeto de sus hijos.

Que cada uno de ustedes sea bendecido en sus actividades laborales cualesquiera éstas sean, en tanto sean honorables. Que consideren la Iglesia como su gran y buena amiga, su refugio cuando el mundo parezca cerrarse a su alrededor, su esperanza cuando las cosas se vuelvan tenebrosas, su columna de fuego de noche y su columna de nube de día al seguir el camino de la vida. Que el Señor los tenga presentes y sea misericordioso y bondadoso con ustedes. Que hallen mucho regocijo en lo que hagan al servicio del Señor es mi humilde oración, junto con mi expresión de cariño y de afecto para cada uno de ustedes, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Hermanamiento, Obra misional, Sin categoría, Templos y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario