Conferencia General Octubre 1975
Las llaves del Reino
Por el élder James E. Faust
Ayudante al Consejo de los Doce
Sábado 4 de octubre Sesión de la tarde
Una tranquila mañana de la semana pasada salí de mi oficina en Sao Paulo, Brasil, y me dirigí hacia el lugar donde se edificará el templo. Había una ligera neblina matutina que comenzaba a despejarse. Mientras caminaba por la suave pendiente que conduce al sitio, observé con gran interés y agrado que habían limpiado el terreno y colocado estacas nuevas para marcar los contornos del templo que pronto se erigiría para la gloria de Dios y para bendecir a sus hijos en Sudamérica. Este templo será diferente a cualquier otro edificio construido en estos lugares.
De pie, ante lo que será la entrada del templo, recordé cómo hace treinta y seis años mis compañeros y yo desembarcamos en Santos, después de veintiún días de viaje y nos dirigimos por tren a Sao Paulo. Había otros misioneros en el mismo buque con destino a Argentina y Uruguay (que en ese entonces eran misiones relativamente nuevas en el continente).
En toda Sudamérica, contábamos con sólo un puñado de miembros de la Iglesia, en su mayoría emigrantes europeos, muchos de los cuales se habían convertido en sus países. Al encontrarme en este lugar donde se levantaría este maravilloso edificio, recordé lo difícil y poco prometedor que parecía el futuro de la Iglesia en Sudamérica hace treinta y seis años. A pesar de los afanes de más de setenta misioneros, tuvimos únicamente tres bautismos en un año, en toda la misión. No se habían traducido Doctrinas y Convenios, la Perla de Gran Precio ni el Libro de Mormón al portugués. Llevábamos a cabo nuestras reuniones en cuartos pequeños e inapropiados para el importante mensaje que tratábamos de dar a conocer.
En comparación, el año pasado hubo en Sudamérica más de 8.000 bautismos. Contamos con veintidós estacas, diecisiete misiones, y con más de 152.000 miembros y podemos decir que la obra apenas comienza. Nuestra primera gran generación de representantes regionales y presidentes de estaca y misión sudamericanos son hombres de negocios, incluyendo banqueros, comerciantes, propietarios de fábricas y profesionales; hombres de una gran habilidad y fe.
Me maravilla la forma en que todo esto ha acontecido. Ciertamente es un cumplimiento de lo que Jesús dijo a sus primeros apóstoles: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos» (Mateo 16:19). He podido ver de cerca todo este progreso, y por eso no puedo menos que sentir que es la obra de Dios.
Lo que ha sucedido en Brasil también ha sucedido en otros países. El día que fui a ver el terreno del templo, el presidente McAllister de la Misión de La Paz, Bolivia, escribió: «Todavía nos sorprende el crecimiento de la Iglesia a partir de la última vez que estuvimos aquí. Cuando salimos en 1967, había menos de 300 miembros y en la actualidad ya suman 8.500». El presidente Bradford que ayer fue sostenido como Autoridad General, escribió desde Chile: «Si pensamos en lo nueva que es la Iglesia en Chile, no podemos menos que maravillarnos por la fortaleza y habilidad de muchos de sus directores locales». En verdad, las llaves del reino han sido conferidas a nuestro actual Profeta y a los apóstoles modernos, tal como el Salvador las confirió en la antigüedad.
La semana pasada, en el terreno del templo, después de mucha reflexión y consideración, avancé un poco hacia el lugar donde estarán ubicados los salones. Había desaparecido la niebla matutina de tal manera que desde la distancia podía ver parte de la gran ciudad de Sao Paulo. Recordé que siendo un joven misionero, presidí la obra en aquella ciudad, con trece misioneros y alrededor de 300 miembros. Ahora hay allí cuatro estacas y aproximadamente 100 misioneros. Existen también estacas circunvecinas en Campiñas y Santos.
Este gran progreso en Sudamérica representa en gran parte el sacrificio y la dedicación de cientos de misioneros y sus familias, así como de devotos presidentes de misión de los Estados Unidos y Canadá. Pero esto está cambiando. En la Misión de Porto Alegre, Brasil, hay 136 misioneros de los cuales cincuenta y ocho (o sea el 43 por ciento) son brasileños. ¿Cómo puede alguien que ha visto lo que yo he visto negar que ésta es la obra de Dios?
Me adentré un poco más en lo que serán los salones y traté de establecer por medio de las estacas, el lugar donde se encontrará la sala de sellamientos. Ya parece un lugar santo. Mentalmente, pude ver jóvenes parejas limpias y puras, asidas de la mano y con una sonrisa en su rostro, llegando a este lugar sagrado para ser unidos por el poder del Santo Sacerdocio de Dios por tiempo y toda la eternidad. Me fue fácil imaginar el gran gozo de todas las familias dignas que vendrán a este lugar para sellarse bajo la misma autoridad como familias eternas.
Descenderán de lugares elevados y de las altas planicies de los Andes; vendrán de las costas del mar o de las grandes ciudades. En aquel lugar, también se abrirán las puertas al reino para aquellos que murieron sin la oportunidad de aceptar las bendiciones del evangelio de Jesucristo sobre la tierra. Además, los miembros dignos recibirán las ordenanzas relacionadas con la trayectoria eterna de la humanidad y el potencial y desarrollo inagotable de cada alma humana. Todo esto ha sido planeado para toda la humanidad por un Padre justo y amantísimo, y estas inspiradoras ordenanzas permitirán que aquellos que hayan participado en ellas eleven al máximo su potencial en esta vida y por toda la eternidad, teniendo una asociación imperecedera con sus familias en presencia de su Creador.
Con todo esto en mi mente y con los ojos humedecidos por las lágrimas, recordé que uno de nuestros grandes presidentes de estaca en Sudamérica me había dicho que cuando asistiera a la Conferencia General en Salt Lake, él y su esposa tendrían que decidir cuáles de sus cinco hijos les acompañarían para ser sellados a ellos en el templo.
Ahora sus planes han cambiado. Han decidido llevar a sus cinco hijos al primer templo que habrá en Sudamérica. Su hermano, presidente de estaca en la misma ciudad, nunca ha tenido el privilegio de recibir su investidura y de ser sellado con su esposa y su familia en el templo.
Aquella mañana, hace ya una semana, me interné un poco más en el terreno del Templo de Sao Paulo. Después de haber observado estos planos muchas veces, sabía dónde me encontraba. Casi cada vez que había mirado esos planos me había inundado la emoción y mis ojos se habían humedecido. Un momento después me encontré de pie en el lugar donde se edificará la pila bautismal.
Como en todos los demás templos, desde el de Nauvoo, habrá en éste una pila bautismal sostenida por los lomos de doce bueyes de tamaño natural que representan a las doce tribus de Israel. A ese lugar se allegarán los jóvenes llenos del regocijo y la emoción característicos de la juventud, a efectuar la sagrada ordenanza del bautismo vicario por aquellos que no tuvieron esa oportunidad durante su vida terrenal. Fue fácil imaginar la alegría de los que estén a punto de ser bautizados y el gran gozo de aquellos que han esperado por tanto tiempo esta ordenanza redentora en su trayectoria eterna. Me sentí agradecido por las palabras de Jesús a sus apóstoles: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos». Contemplando todo esto, no pude dudar de que ésta es la obra de Dios sobre la tierra.
Había llegado entonces el momento de caminar por el exterior de las estacas que delineaban las dimensiones del templo por tanto tiempo esperado. Traté de imaginar la altura del chapitel principal. Al mismo tiempo traté de imaginar el momento en que los estoicos lamanitas de los países de América del Sur vendrán también a este lugar y mirarán hacia el mismo chapitel. Me pregunté si algunos de los hombres no admirarán la maravillosa mano de obra en los muros de este sagrado edificio y la compararán con la calidad de la mano de obra de los muros en los edificios sagrados de sus antepasados, todavía presentes en Cuzco, y Machu Picchu, y muchos otros lugares en Sudamérica Ellos también edificaron sus templos.
Estos descendientes de lamanitas y nefitas, con un gran pasado y con el poder esclarecedor del evangelio de Jesucristo, son un pueblo con un gran futuro. Uno de ellos, el élder Lee, fue sostenido ayer como Autoridad General de esta Iglesia. Recientemente había más de 8.000 lamanitas reunidos en la Plaza de Armas de Cuzco, Perú, a fin de presenciar el programa del conjunto «Generación Lamanita» de la Universidad de Brigham Young. Su tiempo está cerca.
¿Qué significa para esta gente este nuevo templo que está a punto de ser construido? Significa grandes e infinitas bendiciones. El presidente Kimball dijo recientemente en Tokio al anunciar la construcción del primer templo en el Lejano Oriente: «No se ha edificado todavía ningún templo que no haya requerido sacrificio y arduo trabajo.»
Desde los años de mi juventud, cuando la obra misional era tan ardua, se ha estado filtrando el Espíritu de Dios, y ha descansado poderosamente sobre los países en Sudamérica. ¿Cómo es en la actualidad la obra de Dios? Problemas. . . hay muchos; desafíos. .. muy grandes; pero el progreso es casi increíble. Lo que he dicho sobre Sudamérica se puede decir de muchas otras partes del mundo. Esta es una gran Iglesia internacional, y hasta ahora, sólo hemos visto el principio. Después de haber visto todo esto, no puedo negar que ésta es la obra de Dios. Invito a cualquiera que tenga dudas, pero que sea sincero y honesto de corazón, a investigar cuál es la fuerza generadora que hay detrás de este gran movimiento. Es el poder del amor, el amor de Dios, el amor a la familia y el amor a nuestro prójimo. Y porque Jesús nuevamente ha entregado las llaves del reino a un Profeta viviente y a sus apóstoles modernos, esta amor a la familia y a los demás puede ser tan eterno como el alma humana. Jesús dijo a sus apóstoles: «Y a ti te daré la llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que atares en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:19). Testifico que es promedio de estas mismas llaves y estos mismos poderes que esta maravillosa obra progresa por toda la tierra, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

























