Liahona Julio 1963
Escudriñad las Escrituras
Por Belle S. Spafford
Presidenta General de la Sociedad de Socorro
Discurso pronunciado por la hermana Spafford en la Sesión General de la Conferencia Anual de la Sociedad de Socorro, realizada en el Tabernáculo de la Manzana del Templo el 3 de octubre de 1962. (N. del Editor)
Durante las diferentes sesiones de estas conferencias, como así también en casi todas las reuniones de la Iglesia, frecuentemente se hace referencia a la palabra del Señor, tal como se encuentra registrada en las Sagradas Escrituras. La Iglesia tiene cuatro volúmenes de Escrituras, considerados como “Libros Canónicos”:
(1) La Biblia, conteniendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, traducida de los idiomas originales.
(2) El Libro de Mormón, el cual es un compendio de los anales de pueblos que antiguamente vivieron en el continente americano. Este libro, de acuerdo a su prefacio, intenta “mostrar al resto de la casa de Israel cuán grandes cosas el Señor ha hecho por sus padres… y también para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios” Este volumen de Escrituras tiene un lugar de privilegio al lado de la Biblia, como una guía espiritual para la humanidad. El profeta Ezequiel declaró una significativa profecía con relación a ambos compendios, los cuales habrían de ser uno en las manos del Señor en los últimos días:
Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá, y para los hijos de Israel sus compañeros. Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros.
Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tus manos. (Ezequiel 37:15-17.)
(3) Otro tomo es el de las Doctrinas y Convenios, que contiene las revelaciones dadas al profeta José Smith, con algunos agregados de sus sucesores en la Presidencia de la Iglesia.
(4) Un cuarto volumen, el de la Perla de Gran Precio, contiene las visiones de Moisés, tal como fueron reveladas a José Smith, y la traducción de algunos registros antiguos — los escritos de Abrahán durante su permanencia en Egipto — que llegaron a las manos del Profeta.
Sin embargo, éstas no son las únicas Escrituras. No todas las Escrituras son encontradas en los libros canónicos. Nosotros creemos en la revelación continua y que aquellas enseñanzas que recibimos de nuestros Profetas modernos,
. . . cuando fueren inspirados por el Espíritu Santo, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación. (Doc. y Con. 68:4.)
¿Cuán frecuentemente meditamos, como individuos, sobre la importancia y significado que estas Sagradas Escrituras tienen en nuestras vidas? Muchas veces pienso cómo seríamos si estos volúmenes estuvieran sellados. La pérdida de bendiciones sería incalculable.
El Señor hizo notar a Nefi lo que significaba poseer los sagrados registros de los judíos que estaban en manos de Labán. Cuando habiéndosele indicado a Lehi y su familia que debían procurar estos anales y Lamán trató de obtenerlos, Labán se enfadó sobremanera expulsándolo de su presencia. Entonces, por expreso mandamiento del Señor, Nefi intentó conseguir los anales. A fin de que pudiera lograrlo, el Señor puso a Labán en manos de Nefi, indicando a éste que era necesario que le matara para evitar que Sus propósitos fracasaran. Nefi jamás había, hasta entonces, derramado sangre humana y por tanto se estremeció. Entonces el Espíritu del Señor le dijo:
. . Vale más que muera un hombre, que dejar que una nación degenere y perezca en la incredulidad, (1 Nefi 4:13.)
Nefi recordó entonces las palabras que el Señor le había dicho estando en el desierto:
,. . En tanto que tus descendientes guarden mis mandamientos, prosperarán en la tierra de promisión. Sí, y también consideré que no podrían guardar los mandamientos del Señor según la ley de Moisés, a menos que la tuvieran,
Y además, sabía que esta ley se hallaba grabada sobre las planchas de bronce. (Ibid., 4:14-16.)
Por consiguiente, Nefi obedeció la voz del Espíritu y obtuvo los anales para su pueblo.
No todas las personas han tenido la fortuna de poseer copias de las Escrituras para su uso individual. Hubo un tiempo en que la gente tenía que depender de las enseñanzas provenientes de sus escribas y sacerdotes. En la actualidad, somos abundantemente bendecidos de poder, sí queremos, poseer estos valiosos volúmenes que contienen la voluntad de Dios para Sus hijos, el divino plan de la vida eterna, el evangelio de Jesucristo — que es poder de Dios para salvación. Podemos disponer de ellos en nuestros hogares y leer las enseñanzas y mandamientos del Señor, estudiarlos y aplicarlos en nuestra propias vidas y circunstancias.
En oportunidad de una de las Conferencias Generales de la Sociedad de Socorro, el presidente José Fielding Smith, del Consejo de los Doce Apóstoles, dijo que no debe haber un solo hogar Santo de los Últimos pías en todo el mundo, que no tenga una Biblia, un Libro de Mormón, una copia de las Doctrinas y Convenios y una de la Perla de Gran Precio. Esto se aplicará, por supuesto, donde existan traducidos en sus idiomas nativos. Estos libros deben estar convenientemente a la mano, facilitando su disposición, y donde los miembros de la familia puedan verlos y considerarlos parte elemental del hogar. Es imperativo para nosotros y para nuestro progreso eterno, que las estudiemos y las escudriñemos diligentemente.
En las Doctrinas y Convenios se nos aconseja:
. . . Buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe. (Doc. y Con. 88:118.)
Los mejores libros son ciertamente aquellos que contienen la Palabra de Dios; libros que edifican la fe en Dios — Sus Sagradas Escrituras.
El profeta José Smith amonestó a los miembros de la Iglesia:
Escudriñad las Escrituras; escudriñad las revela- dones que publicamos y pedid a vuestro Padre Celestial, en el nombre de Su Hijo Jesucristo, que os manifieste la verdad; y si lo hacéis con el solo fin de glorificarlo, no dudando nada, Él os responderá por el poder de Su Santo Espíritu. Entonces podréis saber por vosotros mismos y no por otro. No tendréis entonces que depender del hombre para saber de Dios, ni habrá lugar para la especulación. (Enseñanzas del Profeta José Smith, página 7.)
Esta exhortación es para todo y cada individuo. Cada uno debe buscar por sí mismo. Sobre los padres descansa asimismo una responsabilidad adicional — la de guiar y orientar a sus hijos en la búsqueda de la verdad; de implantar amor y reverencia en sus corazones por la Palabra de Dios, tal como se encuentra en las Escrituras. Es el deber de los padres el adiestrar a los hijos en el uso de las Escrituras, porque el Señor nos ha dicho que es nuestra la responsabilidad de educar a nuestros hijos en la luz y la verdad. ¿Qué mejor cosa, para ello, que tratar de familiarizarlos con la Palabra de Dios — las Escrituras? Mientras la Iglesia, con sus quórumes del Sacerdocio y las organizaciones auxiliares, juega un vital papel en la enseñanza del evangelio, tal como lo contienen las Escrituras, la responsabilidad primaria descansa sobre los padres.
La madre es particularmente más favorecida en cuanto a esta responsabilidad, siendo que ella permanece en el hogar con los hijos durante más tiempo que el padre. Brigham Young dijo lo siguiente:
… La educación comienza con la madre y el hijo. . . En gran manera, depende de la madre lo que el hijo ha de recibir en su edad temprana en cuanto a principios y a todo lo que deba ser aprendido por la familia humana. … El carácter de una persona se forma durante la vida, en un mayor o menor grado, gracias a las enseñanzas de la madre. Los rasgos y las primeras impresiones que ella comunique al niño, serán elementos distintivos del carácter de éste a través de cada sendero de su existencia mortal. (“Journal of Discourses”, tomo 1, páginas 66-67.)
Las mismas Escrituras dan testimonio de la real influencia de la madre en la educación de los hijos. Escribiendo a su amado condiscípulo Timoteo y refiriéndose a la educación infantil del mismo, Pablo manifestó:
. . . Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. (2 Timoteo 1:3-5.)
Y un poco más adelante, agregó:
Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. (Ibid., 3:14-15.)
Conozco a una joven madre que, habiéndose casado con un ex-misionero, llegó a familiarizarse ampliamente con las Escrituras. Las mismas llegaron a ser tan significativas en su propia vida, que conscientemente se dedicó a ayudar luego a sus hijos para que las conocieran y las apreciaran. En la actualidad, sus dos hijos, una niña de diez años y un niño de ocho, tienen sus propias copias de los libros canónicos. Al principio, cuando eran pequeñitos, ella les leía algunas historias ilustradas, tomadas de la Biblia y del Libro de Mormón. Más tarde, cuando los niños aprendieron a hacerlo, leían de vuelta estas historias a su madre. Entonces, a medida que lo hacían, la madre les comparaba estas adaptaciones ilustradas con las propias Escrituras, explicándoles la diferencia entre ambas versiones. Siempre hacía destacar la prioridad de las Escrituras, inculcando en los niños la reverencia hacia las mismas. Y cada vez que un simple versículo tenía un significado especial para ellos, su madre les ayudaba a memorizarlo.
Cuando estos niños tienen hoy la ocasión de dar un discurso en la Escuela Dominical u otra de las reuniones de la Iglesia, ellos mismos seleccionan el tema de sus propios libros, con la ayuda y orientación de su madre. Por supuesto, el sujeto seleccionado es usualmente un principio del evangelio — la oración, la observancia del Día del Señor o de la Palabra de Sabiduría, etc. — más que una simple historia.
Una práctica común y regular en este verdadero hogar Santo de los Últimos Días consiste en que el padre, a la hora de la cena del día domingo, pregunte a sus hijos: “¿Qué aprendieron hoy en la Escuela Dominical?” Entonces, después de la cena, ayuda a sus hijos a encontrar una enseñanza específica en sus propios libros. La madre enseña en la Primaria y por lo tanto la familiarización con las Escrituras es orientada de tal manera que ha llegado a crear una feliz solidaridad y compañerismo entre cada uno de los integrantes de la familia.
En estos días de intenso esfuerzo misional, muchas madres en la Iglesia, posesionadas de un testimonio del evangelio, tratan denodadamente de preparar a sus hijos e hijas a fin de que sean dignos y puedan estar listos pirra recibir un llamamiento a la obra. ¿No es, acaso, el conocimiento de las Escrituras y el adiestramiento de cómo usarlas efectivamente una parte importante en esta preparación? Las Escrituras son, sin lugar a dudas, las grandes herramientas proselitistas de tocio misionero. Afortunado es, en verdad, el o la joven que llega al campo misionero conociendo y sabiendo cómo usar sus herramientas. Porque ello habrá de habilitarle para hablar con poder y autoridad convincentes a los que le escuchen.
Así nos lo destaca el Libro de Mormón, con referencia a la obra misional de los hijos de Mosíah, quienes, junto con Alma el joven, persiguieron a la Iglesia y fueron posteriormente convertidos tan milagrosamente como lo fue Pablo. Luego de su conversión, los hijos de Mosíah, trabajaron como misioneros entre los lamanitas. Cierto día, viajando por la tierra de Gedeón, Alma encontró a los hijos de Mosíah y se regocijó de poder verles; y el relato nos dice:
“. . . Lo que aumentó más su gozo fue que aún eran sus hermanos en el Señor; sí, y se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado inteligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios.
No sólo eso; habían orado y ayunado mucho; por tanto, tenían el espíritu de profecía- y el de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios.
. . . Por el poder de sus palabras muchos llegaron al altar de Dios para invocar su nombre y confesarle sus pecados. (Alma 17:2-4.)
El vasto contenido de las Escrituras no puede ser dominado en un momento o un día. Esta es una labor que demanda la vida entera.
Hace algunos años, cuando las hermanas de la Sociedad de Socorro estábamos estudiando el Libro de Mormón, se esperaba que cada una leyera el volumen completo. Como uno de los discursantes especiales de nuestra Conferencia General de ese año, y a fin de alentar a las hermanas en sus esfuerzos, fue invitado un miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, a quien se pidió que hablara acerca del Libro de Mormón. A último momento, sin embargo, las circunstancias no le permitieron cumplir su asignación y fue necesario’ llamar a otro orador, precisamente el mismo día de la conferencia. Este orador — el élder Matthew Cowley — pronunció un magnífico discurso, en el cual incluyó este impresionante testimonio;
Nada sé acerca de arqueología. No he estudiado los mapas aparentemente relacionados con el Libro de Mormón, los viajes de los lehitas y los lamanitas, y otras cosas. Muy poco sé acerca de las evidencias externas del Libro de Mormón, pero tengo un testimonio de su divinidad, Y este testimonio ha llegado a mí desde el contenido mismo del libro. (“The Relief Soeiety Magazine” enero de 1953, páginas 7-8.)
Después de aquella sesión de la Conferencia, sinceramente agradecida, dije al hermano Cowley: “He quedado maravillada al ver que pudo usted dar tan magnífico e inspirador discurso, habiendo tenido tan poco tiempo para prepararlo.” A esto, el hermano Cowley respondió: “¿Qué quiere usted decir con eso de que he tenido poco tiempo para prepararme? En verdad, he tenido mucho tiempo. Precisamente, lie tenido toda mi vida para ello. Mi preparación para ese discurso comenzó cuando era un niño pequeño, en la falda de mí madre,”
El Señor ha dicho:
El que temprano me busca, me hallará, y no será abandonado. (Doc. y Con. 88:83.)
En la segunda Epístola a Timoteo, que ya hemos mencionado, leemos lo siguiente:
Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, pata corregir, para instruir en justicia.
A fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. (2 Timoteo 3:16-17.)
Quiera el Señor bendecirnos para que podamos amar y apreciar estas Sagradas Escrituras y seguir sus admoniciones. Quiera El ayudarnos para que, como madres, podamos adiestrar en ellas a nuestros hijos.

























