Ensign, abril, 1995
La oración del profeta José Smith y la primera visión…
Durante muchos años, los Santos de los Últimos Días han entonado con dignidad y profundo sentimiento el inspirado himno «La oración del Profeta», escrito por George Manwaring. La letra de este sagrado himno describe la aparición de Dios al hombre, la cual llena de emoción el alma de todos los creyentes. Observemos la belleza pintoresca de estas palabras:
Qué hermosa la mañana; qué brillante era ̮el sol.
Pajaritos y abejas daban voces de loor
cuando en la arboleda suplicó José a Dios,
cuando en la arboleda suplicó José a Dios.
Con ahínco suplicaba en ferviente oración,
y la fuerza del maligno de angustia le llenó.
Más en Dios él esperaba y confiaba en Su ̮amor.
Más en Dios él esperaba y confiaba en Su ̮amor.
Descendió gran luz del cielo, más brillante que el sol,
y gloriosa, la columna sobre ̮el joven descansó.
Vio dos Seres celestiales, Dios el Padre y Jesús.
Vio dos Seres celestiales, Dios el Padre y Jesús.
“Este es mi Hijo ̮amado; da oído”, dijo Dios.
Su ̮oración fue contestada y ̮escuchó al Salvador.
¡Oh qué gozo en su pecho porque vio José a Dios!
¡Oh qué gozo en su pecho porque vio José a Dios!
Letra: George Manwaring, 1854–1889.
Tal como se describe en el himno, la primera oración de José Smith resultó en la extraordinaria experiencia que millones de personas actualmente conocen como la Primera Visión. Fue la primera de muchas visiones que el profeta José Smith recibió durante su breve ministerio terrenal. Fue la primera de una serie de acontecimientos que dieron inicio a la dispensación del cumplimiento de los tiempos, una época en que se llevaría a cabo una restauración de todas las cosas que habían anunciado todos los santos Profetas desde la fundación del mundo (Hechos 3:18-21).
Fue el primero de una serie de sucesos espirituales que acompañaron la restauración del Evangelio de Jesucristo y al establecimiento de «la única iglesia verdadera y viviente» (Doctrina y Convenios 1:30); marcó el comienzo de un movimiento mundial que ha de rodar «hasta que llene toda la tierra» (Doctrina y Convenios 65:2).
Pero la primera visión de José Smith no fue la primera de su tipo en la historia de la humanidad. Moisés vio a Dios cara a cara y habló con Él. En dicha visión, Moisés aprendió en cuanto a su relación con Dios, entendió que era un hijo de Dios, «a semejanza de [Su] Unigénito» (Moisés 1:6); aprendió, también, en cuanto a las tinieblas de Satanás y la gloria de la Deidad, en contraste con la condición actual del hombre (Moisés 1:2-20).
El apóstol Pablo testificó que Jesús de Nazaret se le apareció en el camino a Damasco, cambiando así el curso de su vida (Hechos 26:9-23). Su relato de la visión celestial llevó al rey Agripa a decir: «Por poco me persuades a ser cristiano» (versículo 28). ¡Quién sabe cuántos conversos más habrá tenido Pablo durante sus viajes misionales después de recibir aquella experiencia que cambió su vida! Otros, tales como Lehi, Nefi y Alma.
Un día, cuando José tenía catorce años, estaba leyendo la Biblia, y leyó Santiago 1:5. Más tarde escribió: «Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío» (José Smith—Historia 1:12). Agregar a la lista de personas privilegiadas que recibieron manifestaciones maravillosas por vía de poderes divinos. Cada visión que se recibió y se registró era gloriosa en sí, y se proporcionó de acuerdo con la voluntad divina y para llevar a cabo los propósitos divinos.
Bien podríamos preguntarnos cuáles fueron los fines divinos que se lograron por medio de la manifestación que se llevó a cabo en una arboleda cerca de Palmyra, Nueva York, en la primavera de 1820. La respuesta cabal a esa pregunta la reciben únicamente aquellos que comprenden las circunstancias en torno a ese singular acontecimiento.
La larga noche de obscuridad espiritual, la agitación extraordinaria sobre el tema de la religión, la división entre los que profesaban ser cristianos, las personas sencillas de granja que buscaban un mayor conocimiento en cuanto a asuntos divinos, así como otras condiciones singulares sirvieron para preparar el escenario para la entrada del profeta José en un drama cuya presentación aún no se ha terminado. Entre los muchos objetivos que se lograron y las verdades de inestimable valor que emanaron de la abundante fuente de la Primera Visión, se encuentran las siguientes:
- En las guerras de las palabras no hay ganadores. José descubrió que en el tumulto de opiniones en cuanto a los asuntos de la religión no hay ganadores. Tales contenciones favorecen los designios de Satanás, ya que él es el «padre de la contención» (3 Nefi 11:29). Él es el diablo, que hace que sacerdote contienda contra sacerdote y converso contra converso, creando así conflicto o suscitando buenos sentimientos más fingidos que verdaderos (José Smith—Historia 6).
Más aún, José verificó el hecho de que los asuntos importantes que tienen que ver con el Espíritu no se pueden resolver sólo «recurriendo a la Biblia», en tanto los maestros religiosos entendieran el mismo pasaje de las Escrituras de un modo tan distinto (José Smith—Historia 12).
- Los poderes y la obscuridad satánicos son reales. José descubrió el «poder de un ser efectivo del mundo invisible», que hizo que se le trabara la lengua y lo envolvió en una densa obscuridad cuando empezó a orar (José Smith— Historia 16; véase también el versículo 15). Éste fue el poder que utilizó el maligno, quien consideraba a José Smith como una amenaza para su reino de pecado y de error.
Pocos han sido los hombres que han perturbado y molestado al adversario más que José, pocos han sentido los poderes combinados de las tinieblas más que él, pocos han triunfado más noblemente sobre Satanás que él (José Smith—Historia 20).
- Los poderes de la luz y la verdad provienen de Dios. Mientras oraba para escapar de la influencia que le había trabado la lengua y había creado en él un sentimiento de destrucción, José descubrió lo que Moisés había descubierto hacía siglos en cuanto a la obscuridad y la nulidad de Satanás, en comparación con la luz y la libertad que van unidas a Dios (Moisés 1.10-15). José dijo:
«. . . Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
«No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. . .» (José Smith—Histoua 16-17).
«La luz y la verdad desechan a aquel inicuo.» (Doctrina y Convenios 93:37) Los poderes de la obscuridad huyen de los poderes de la luz, así como la noche desaparece con la alborada.
- El único Dios verdadero y Jesucristo se aparecieron. Al contemplar el glorioso aspecto del Padre y del Hijo, José descubrió que él había sido creado a la imagen de Dios, tal como lo afirman las Escrituras. José registró:
«. . . Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!» (José Smith— Historia 17).
En tan sólo unos momentos, se disipó el detestable mito de un Dios impersonal, frío e incomprensible. Se había manifestado la verdadera naturaleza de un Padre Celestial —el padre de nuestro espíritu— en compañía de su Hijo Amado, o sea, Jesucristo, quien había expiado los pecados del hombre (Hebreos 12:9).
George Q. Cannon dijo: «Pero todo esto [los mitos del cristianismo] se desvanecieron en un instante con la aparición del Todopoderoso mismo. . . En un instante se disipó toda esa obscuridad, y una vez más se encontró en la tierra un ser mortal que había visto a Dios, que había visto a Jesús, y quien podría describir la personalidad de Ambos» (Journal of Discourses, 24:371-372),
- Se reveló la unidad del Padre y del Hijo. José descubrió, con una mirada y por medio de algunas cuantas palabras habladas, la verdadera doctrina de la unidad de la Trinidad: una doctrina que por siglos habían confundido a los hombres equivocados. Ante él aparecieron dos personajes que eran tan separados y distintos como lo son cualquier padre e hijo terrenales. Sin embargo, los dos personajes manifestaron una unidad perfecta de pensamiento y de propósito que no se podía refutar. El Padre expresó Su amor por el Hijo y lo invitó a hablar, ya que sabía que el Hijo diría lo que el Padre diría si hubiera optado por tomar la palabra.
Una vez aclarada esa doctrina, no era preciso especular en las palabras registradas del Salvador:
«Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos;
Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.» (Juan 17:20-21).
- Ninguna de las sectas de aquellos días era la verdadera. A José se le indicó que no se uniera a ninguna de ellas. El registró dice:
«Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera (porque hasta ese momento nunca se me había ocurrido pensar que todas estuvieran en error), y a cuál debía unirme.
«Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en error. . .» (José Smith—Historia 18-19).
Quizás al principio esta declaración le haya causado alguna preocupación a José, ya que algunos miembros de su familia estaban afiliados a una iglesia específica y él tenía inclinaciones hacia otra. Pero Dios había hablado, y, ¿quién era José para disputar lo que Él había dicho?
- Quedaron al descubierto los errores de las iglesias existentes. José descubrió por qué no debía unirse a ninguna de aquellas iglesias:
«. . . El personaje que me habló dijo que todos sus credos eran una abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que “con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de mí; enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, más negando el poder de ella.» (José Smith—Historia 19).
Después de haber visto lo que vio y de escuchar lo que había escuchado, ¿cómo era posible que José se uniera a una iglesia que no era aceptable ante el Todopoderoso? Tal vez algunos de los profesores fuesen «humildes discípulos de Cristo; sin embargo, [eran] guiados de tal manera que a menudo [erraban] porque [eran], enseñados por los preceptos de los hombres» (2 Nefi 28:14).
Quizás los esfuerzos de estos maestros fueran sinceros, pero, pese a lo que se estaba haciendo, no bastaban «para enseñar a cualquier hombre la senda verdadera» (2 Nefi 25:28).
- El testimonio de Santiago era verdadero. José descubrió que «el testimonio de Santiago era cierto: que, si el hombre carece de sabiduría, puede pedirla a Dios y la obtendrá sin reproche» (José Smith—Historia 26).
También descubrió que un alma de principios del siglo diecinueve era de tanto valor ante los ojos de Dios como lo era un alma de la época de Moisés o del meridiano de los tiempos, ya que, ¿por qué razón contestaría el Señor la humilde oración de él y se aparecería en persona? Más aún, José descubrió que aquellos que se humillan y se acercan a Dios con fe firme y con corazones quebrantados y espíritus contritos pueden recibir revelación personal.
- José Smith tenía una misión. Tres años después de haber recibido la Primera Visión, José descubrió que «Dios tenía una obra para [él]» y que «entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría [su] nombre para bien y para mal» (José Smith—Historia 33).
Esa declaración se ha cumplido mediante la publicación del Libro de Mormón, la restauración del santo sacerdocio, el establecimiento de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y la predicación de la plenitud del Evangelio por todo el mundo.
- José llegó a ser un testigo especial de Dios y de Su Hijo Jesucristo. Desde el momento que recibió la Primera visión, hasta el momento de su muerte, la amarga persecución y las injurias persiguieron al profeta José. Sin embargo, permaneció fiel a su palabra, así como a su llamamiento especial. Él dijo;
«. . . Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo.» (José Smith—Historia 25).
A la tierna edad de treinta y ocho años y medio, José Smith fue martirizado, sellando su testimonio con su propia sangre, un testimonio que tenía como fundamento la Primera Visión.
Estas, y otras verdades tienen que ver con la primera visión del profeta José Smith. Cada una de las diez verdades previamente mencionadas constituye un singular y poderoso rayo de luz viviente que penetró la larga noche de obscuridad y apostasía que durante muchos siglos había mantenido a la humanidad en la esclavitud espiritual. Todos esos rayos, en combinación, proporcionaron una abundancia de inteligencia que ha acercado a muchos hombres y a muchas mujeres a Dios. Orson Pratt abrevió de la siguiente manera: «Un minuto de instrucción proveniente, de personajes investidos con la gloria de Dios que descienden de los mundos eternos vale más que todos los tomos que jamás hayan escrito los hombres sin inspiración» (Journal of Discourses, 12:354).
Todo empezó de manera tan callada, sencilla y maravillosa hace 177 años. Un jovencito crédulo dio un pequeño paso y oró. Un amoroso Padre Celestial escuchó y respondió. Lo que ha ocurrido a consecuencia de ello podría muy bien considerarse como un paso gigantesco para la humanidad.
Todas las torres que jamás se hayan construido y todas las naves que se hayan lanzado al espacio son ínfimas, en comparación a la primera visión de José Smith. A pesar de que los hombres alcancen alturas cada vez más asombrosas hacia el firmamento, nunca encontrarán a Dios ni verán Su rostro a menos que se humillen, oren y den oído a las verdades reveladas por medio del Profeta de la Restauración.
Neciamente, algunas personas han comentado: «Podemos aceptar su mensaje si le quitan lo relativo a José Smith, su oración en la arboleda y la Primera Visión». Esas personas querrían que enterrásemos el tesoro de las verdades salvadoras que se han citado, y muchas más, y que rechazáramos «el acontecimiento más importante que se ha llevado a cabo en toda la historia del mundo desde el día del ministerio de Cristo hasta la hora gloriosa en que ocurrió [la Primera Visión]» (Bruce R. McConkie, Mormón Doctrine, segunda edición 11966], pág. 285).
José Smith «vivió grande y murió grande a los ojos de. Dios» (Doctrina y Convenios 135:3). Él «. . . ha hecho más por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en él, exceptuando sólo, a Jesús» (versículo 3) Estas palabras de tributo, escritas por John Taylor, un amigo personal del profeta José y testigo ocular del martirio de José y Hyrum, eran verídicas cuando se pronunciaron y se ratifican con el paso de los días, a medida que él reino de Dios sigue adelante para que venga el reino de los cielos (Doctrina y Convenios 65:6).
Cuan tremendamente hermosa fue la mañana, en la primavera de 1820, cuando José Smith suplicó a Dios en humilde oración. Y cuan maravilloso es que un Padre Celestial amoroso, en compañía de Su Amado Hijo, diera respuesta a esa oración por medio de la Primera Visión. Nosotros, los que ahora nos regocijamos en la luz y en la verdad que emanaron de esa trascendental conversación que se efectuó entre Dios y el hombre, les debemos mucho a los que participaron en ese acontecimiento memorable.
Nuestro es el privilegio de dar loor al Profeta que habló con Jehová; de servir a Aquel que es el medio por el cual se logra la salvación, o sea, Jesucristo; y de adorar en espíritu y en verdad a Dios, nuestro Padre, el Dios; verdadero y viviente.

























