Conferencia Genera Octubre 1963
El Verdadero Propósito de la Vida
Por el presidente David O. McKay
Quisiera comenzar citando de las Escrituras: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.” (Salmos 8: 3-5.)
Tanto los animales como todo otro ser viviente, puede crecer y reproducirse sólo de conformidad con las leyes preestablecidas de la naturaleza y el divino mandamiento que reza: “. . . Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. . .” (Génesis 1: 24.)
Habiendo sido dotado de un organismo físico tan material y químico como el de los animales, el hombre está también sujeto a los apetitos, pasiones y otros anhelos de la carne. No obstante, cuenta con un don especial que no ha sido concedido a ninguna otra criatura viviente, Cuando el Creador “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Ibid., 2: 7), el Señor lo invistió con él poder para escoger. Sólo al ser humano dijo el Creador: “…Podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido.” (Moisés 3: 17.) En verdad, siendo que Dios quería que el hombre llegara a ser como El, era necesario que lo hiciera libre. Y fue así que el hombre quedó dotado de la bendición más grande que puedan recibir los seres mortales—el don del libre albedrío.
La humanidad no podría progresar si no contara con este poder divino de elegir libremente.
Un destacado científico, el Dr. Lecomte Du Nouy, en su obra “El Destino Humano” dice con respecto al don del libre albedrío: “Al dotarlo de libertad y conciencia, Dios abdicó parte de Su omnipotencia en favor del hombre—y esto representa la luz de Dios en él. (‘Dios está dentro de nosotros.’) Siendo que Dios mismo rehusó impedirla, la libertad es, pues, real.”
Un inspirado Profeta de la antigüedad, exhortó: “Anímense pues, vuestros corazones, y recordad que sois libres para obrar por vosotros mismos. . .” (2 Nefi 10: 23.)
La libertad de hablar y actuar dentro de los límites que no transgredan la libertad de otros, son derechos inherentes del hombre—dones divinos “esenciales para la dignidad y la felicidad humanas.”
El hecho de que una persona o grupo de personas, aun sabiéndose conscientemente capaz de elevar su dignidad por sobre las proporciones compatibles con las criaturas más bajas, se contente con obedecer los instintos animales sin hacer esfuerzo alguno por experimentar el gozo que traen la bondad, la pureza, el dominio propio y la fe que surgen de la armonía con las reglas morales, resulta ser una verdadera parodia de la naturaleza humana. ¡Cuán trágico es que el hombre, “hecho poco menor que los ángeles y coronado de gloria y de honra”, se contente con arrastrarse por los niveles del reino animal!
Abraham Lincoln dijo lo siguiente: “Este amor por la libertad que Dios ha sembrado en nosotros, constituye el baluarte de nuestra libertad e independencia. No son nuestras altas murallas, ni nuestras escarpadas costas; no es nuestro ejército ni nuestra armada. Nuestra defensa está en el espíritu que estima la libertad como una heredad de los hombres en todas las naciones, sea donde fuere. Destruyamos este espíritu y habremos sembrado las semillas del despotismo a nuestras mismas puertas”
Lo opuesto a la libertad es esclavitud, abyección restricción — condiciones que inhiben la mentalidad, sofocan el espíritu y aplastan la hombría. La coerción, la compulsión y el servilismo de los individuos, son partes preponderantes del plan que el comunismo ofrece a la familia humana.
Aparte de tener que resistir tal opresión externa, todo hombre lleva dentro de sí mismo la responsabilidad de vivir noble o indignamente. Toda persona normal debe enfrentarse diariamente con la necesidad de escoger entre la sumisión a lo que Pablo designó como “las obras de la carne”, o la obtención de los frutos del espíritu, que sor “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; porque contra tales cosas no hay ley.” (Gálatas 5: 19-23.)
Las condiciones existentes en el mundo actual, parecen indicar que demasiados seres humanos están viviendo no muy encima de la escala animal. Aun entre las naciones consideradas Cristianas son muy comunes la astucia, la decepción, el robo, la mentira, la crueldad, la brutalidad y las inclinaciones pendencieras.
En su obra “La Vida Simple”, Charles Wagner nos ofrece esta impresionante admonición contra la condescendencia a los deseos bajos;
“Aquel que vive para comer, beber, dormir, vestirse, salir a caminar — o en un palabra que se gratifica a sí mismo en todo lo que puede —, ya sea el cortesano que se tuesta al sol, el obrero que se emborracha, el plebeyo que vive para su barriga, la mujer que pasa sus horas frente al espejo, el libertino con o sin recursos, o simplemente el amante ordinario de placeres — que sea demasiado obediente a las necesidades materiales, ese hombre o mujer está en la pendiente del deseo y su caída es fatal. Aquellos se conforman a dichas necesidades materiales, obedecen las mismas leyes que un cuerpo sobre un plano inclinado. Víctimas de un ilusión constantemente repetida, piensan; ‘Sólo unos pasos más, los últimos, hacia aquello que allá abajo codiciamos, y entonces nos detendremos’. Más la velocidad que van adquiriendo los empuja, y cuanto más lejos van, menos capaces son de resistir.
“He aquí el secreto del desasosiego y la locura de nuestros contemporáneos. Habiendo condenado su voluntad al servicio de sus apetitos, sufren las consecuencias. Y así se entregan a pasiones violentas que devoran sus carnes, aplastan sus huesos, succionan su sangre y no pueden ser saciadas. Esto no es, precisamente, una evidencia de moral elevada. Yo he podido escuchar lo que la vida misma dice, y a medida que han ido surgiendo, he registrado algunas de las verdades que retiñen en cada esquina.
“Como una finalidad de las bebidas, ¿ha encontrado la borrachera, los medios de saciar la sed? Por supuesto que no. Por el contrario, podría llamársele el arte de hacer que la sed sea inextinguible. El franco libertinaje, ¿amortigua acaso el espoleo de los sentidos? No; sólo los envenena, convirtiendo un deseo natural en una obsesión mórbida y una pasión dominadora. Dejad que vuestras necesidades imperen sobre vosotros — sí, mimadlas, — y pronto las verséis multiplicarse como insectos bajo el sol. Cuanto más les concedáis, más os demandarán. El que busca la felicidad en la prosperidad material solamente, es un insensato. . . Nuestras necesidades, en lugar de estar nuestro servicio, llegan a ser entonces una multitud turbulenta y sediciosa, una legión de tiranos en miniatura. El hombre que sea esclavo de sus apetitos, podría ser comparado a un oso con un aro en la nariz, por medio del cual es conducido y obligado a bailar conforme a la voluntad del que lo sujeta.
“Sólo podrá modelarse eficazmente una sociedad mejor, mediante una directa acción sobre la juventud. Todo pseudo-misticismo — social, filosófico o político — debe ser reemplazado por el espíritu Cristiano, el único basado en la libertad y el respeto a la dignidad humana. Cuando los pueblos reciben la misma educación y obedecen los mismos principios morales, no aceptan fácilmente la idea de luchar unos contra otros, sabiendo que es posible un perfecto entendimiento mutuo.
“En la actualidad, las naciones constituidas por individuos que poseen una vida independiente, quieren subsistir y concentran todos sus esfuerzos hacia dicho objetivo — algunas veces animados por el sincero interés de sus ciudadanos y otras solamente en beneficio de sus líderes o de lo que éstos consideran como un ideal superior al de los individuos. Evidentemente, los gobiernos tienen el deber de proteger a sus países contra el enemigo, cuidando así a los individuos que representan. Pero también tienen la responsabilidad de preparar el futuro de la nación difundiendo la luz y atacando las raíces del mal.”
Con gozo solemos cantar:
En prados de primor, en árbol y en flor,
En todo ser, en todo ser;
Mano del Creador vemos en derredor,
Cual bello resplandor de su poder.
Las aves con su voz, las gracias a su Dios
Entonarán, entonarán;
Sus trinos de loor, aclaman al Señor;
Su obra con amor ensalzarán.
(Emmeline B. Wells)
Cuando recorremos las montañas y sus cañones, estremeciéndonos la gloría de la naturaleza engalanada con la brillantez de sus colores otoñales, y nos encontramos absortos en la historia de las épocas pasadas…, podemos decir con Tennyson: “Yo sé lo que Dios y el hombre son.”
Más aun con toda su majestad y maravilla, la tierra no es el fin ni el propósito de la Creación. En cuanto a ello, el Señor mismo ha dicho que consiste en “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” (Moisés 1:39.) Y al ejercitar el don divino del libre albedrío, el hombre debe sentir el deber — y más aún la obligación — de asistir al Creador en la realización de Su propósito divino.
El verdadero fin de la vida no es una simple existencia, ni el placer, la fama o la riqueza, sino la perfección de la humanidad mediante el esfuerzo individual y bajo la guía de la inspiración de Dios.
La verdadera vida es el producto de lo mejor que hay dentro de nosotros mismos. Si vivimos sólo para los apetitos, el placer, el orgullo y el dinero, y no para la bondad, la pureza, el amor, la poesía, la música, las flores, las estrellas, las esperanzas eternas y Dios, estamos muertos en vida.
La existencia física del hombre puede ser dividida en dos fases: primera, la lucha natural por la subsistencia y la obtención de comodidades; y segunda, la tendencia a arrastrarse. La primera es natural y recomendable; la segunda es degradante y, cuando gratificada, rebaja a los hombres hasta el nivel de los animales. Cuando un individuo cobija la idea de que para poder vivir es necesario perjudicar al prójimo, comienza, en ese preciso momento, a confinar su vida. Y entonces la amargura reemplaza a la felicidad, el egoísmo suplanta a la generosidad, el odio toma el lugar del amor y un desarrollo irracional va desplazando la naturaleza humana.
Hay en el hombre un sentido de divinidad que lo alienta y eleva. -Nosotros creemos que este poder interno es el Espíritu que viene de Dios. Existimos antes de venir a la tierra y estamos aquí para luchar y perfeccionar nuestro espíritu- En cierta época de su vida, todo hombre siente el deseo de estar en comunicación con lo infinito; su espíritu, entonces, trata de encontrar a Dios. Este sentimiento es universal y, por lo tanto, todo hombre debería estar profundamente comprometido en la misma gran obra — la búsqueda y el cultivo de la paz y la libertad espirituales.
Cada uno de nosotros es el arquitecto de su propio destino. Desdichado es aquel que trata de edificarse a sí mismo sin la inspiración de Dios, sin comprender que el hombre crece desde adentro y no desde afuera. Las pestes destructivas que apenas podemos ver con la ayuda de un microscopio, suelen derribar árboles que basta entonces han podido prevalecer contra los más fuertes huracanes. De la misma manera, los más grandes enemigos de la humanidad son precisamente aquellas sutiles y a veces invisibles influencias que pululan en la sociedad, minando la hombría y la femineidad de hoy. En resumidas cuentas, la demostración de la fidelidad y efectividad de los hijos de Dios es una tarea individual. Cada una de las tentaciones que llegan a nosotros, coincide con una de las tres siguientes formas:
1. Una tentación del apetito o la pasión:
2. La gratificación del orgullo, los hábitos o la vanidad; y
3. El deseo de riquezas o poderes mundanales y la pretensión del dominio sobre tierras o las posesiones temporales de los hombres.
Tales tentaciones se presentan ante nosotros en nuestras reuniones sociales, actividades políticas, relaciones comerciales y convenios en cada uno de los asuntos de la vida; aquí y allá enfrentamos, a cada paso, influencias insidiosas. Debemos ejercitar la defensa de la verdad, precisamente cuando estas tentaciones se manifiestan ante la conciencia de cada uno de nosotros.
La Iglesia nos enseña que la vida mortal es de probación. El hombre tiene la responsabilidad de ser el dueño y no el esclavo de la naturaleza. Debe controlar sus apetitos y utilizarlos para el beneficio de su salud y la prolongación de su vida; asimismo, dominará sus pasiones para la felicidad y bendición de otros.
La dicha más grande del hombre proviene de negarse a sí mismo para el bien de otros. Los progresos de la ciencia y los descubrimientos hechos desde la alborada de la historia hasta el presente, no son sino el resultado de los esfuerzos de hombres que han querido sacrificarse a sí mismos, cuando necesario, en aras de la verdad.
¡Cuántos dolores y lágrimas han costado aun el paso más corto hacia el progreso del hombre! Cada milímetro que se ha avanzado se debe a la agonía de alguna alma; y la humanidad ha podido ir obteniendo, con los pies sangrantes, bendición tras bendición de entre todas sus realizaciones benéficas.
No debemos perder de vista el hecho, sin embargo, de que estos grandes líderes del mundo fueron más que recompensados por el gozo supremo que proviene de hacer algo positivo.
En la actualidad hay muchos que prácticamente han fracasado, endureciendo sus propios caracteres; más si por un momento lo meditaran profundamente, aun la adversidad con que han debido enfrentarse podría resultar un medio para elevar sus espíritus. La adversidad misma puede guiar al hombre hacia Dios y la iluminación espiritual; nuestras privaciones podrían ser fuente de vigor, siempre y cuando conservemos la dulzura en nuestra mente y nuestro espíritu. “Dulces son los fines de la adversidad,” dijo Shakespeare, “la cual, como el sapo, feo y venenoso, luce sin embargo una joya preciosa sobre su cabeza.”
Vuestra alma se henchirá de felicidad si vivís en armonía con las inspiraciones del Espíritu Santo. Más si os apartáis de ellas y si conscientemente os priváis de lo que sabéis que es justo y verdadero, seréis desdichados aunque poseáis todas las riquezas del mundo.
En sus desmedidos anhelos por pasar un buen momento, nuestros jóvenes son a veces deshonestos consigo mismos al ceder a cosas que sólo satisfacen el grado más bajo del ser humano, cinco de cuyos principales y más comunes exponentes son: primero, la vulgaridad y la obscenidad; segundo, las reuniones indecorosas; tercero, la impudicia; cuarto, la deslealtad; y quinto, la irreverencia.
La vulgaridad es frecuentemente el primer paso hacia el camino de la intemperancia. Ser vulgar consiste en ofender las normas del buen gusto y de los sentimientos refinados. De la vulgaridad a la obscenidad hay sólo un paso. Está bien, y es en verdad esencial para su felicidad, que nuestros jóvenes participen en reuniones sociales; pero es, asimismo, una indicación de moral baja cuando para su entretenimiento deben recurrir a la estimulación física y el envilecimiento. Las reuniones indecorosas van dando forma a un ambiente en el cual los sentimientos se entorpecen y las pasiones se desenfrenan.
Cuando en lugar de una vida de altos principios morales se prefiere la indignidad, y el individuo desciende hasta el grado más bajo en la escala de la degeneración, su deslealtad es inevitable. La lealtad hacia los padres va desapareciendo, la obediencia a sus enseñanzas e ideales es descartada, la fidelidad a la esposa o esposo y los hijos va siendo empañada; la devoción hacia la Iglesia se hace imposible y frecuentemente es suplantada por una actitud negativa o despreciativa con respecto a sus enseñanzas.
La espiritualidad consiste en el reconocimiento del autodominio, la comunión con lo infinito; nos alienta a prevalecer contra las dificultades y a adquirir más y más vigor. Una de las más sublimes experiencias de la vida es sentó nuestras facultades desplegadas y nuestra alma henchida por la verdad. Nuestra espiritualidad se desarrolla cuando somos honestos con nosotros mismos y fieles a los nobles ideales. La prueba real de toda religión estriba en la clase de hombres que va formando. Ser “honestos, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos, y hacer bien a todos los hombres,” son las virtudes que contribuyen a las más altas realizaciones del alma. Es precisamente “lo divino en el hombre, el supremo y noble don, lo que lo hace rey de todas las cosas creadas;. . . una torre sobre los demás seres vivientes”
Tengamos siempre en cuenta que la vida es, principalmente, resultado de lo que nosotros mismos hacemos; y que el Salvador de los hombres ha indicado, clara y simplemente, cómo hemos de obtener paz y felicidad duradera: por medio del evangelio de Jesucristo y la obediencia al mismo. No importa cuán humildes sean, cumplamos con nuestros deberes y resolvámonos a enfrentar con valor toda dificultad y desaliento que se nos presente,
Ruego que, como líderes de Su Iglesia restaurada, Dios nos ayude: y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.
























