Anales de gran valor
por el presidente Marion G. Romney
Primer Consejero en la Primera Presidencia
Adaptado de un discurso dado en 1979 en el Simposio para Educadores Religiosos del Sistema Educativo de la Iglesia, en la Universidad Brigham Young.
Una de las mejores maneras de aprender el evangelio es escudriñar las Escrituras.
La palabra escudriñar quiere decir investigar, estudiar y examinar con el fin de descubrir el significado de algo. Escudriñar implica algo más que simplemente leer e incluso memorizar.
Cuando Jesús les dijo a los judíos, “Escudriñad las Escrituras”, estaba hablando a hombres que se jactaban de su conocimiento de las Escrituras. Habían pasado su vida leyéndolas y memorizándolas; estaban preparados para citar, y así lo hicieron, pasajes enteros de las Escrituras en respaldo de sus reglas y ritos apóstatas, mas fallaron por completo en descubrir su verdadero significado.
Recordaréis que los judíos a quienes habló trataban de encontrar errores, declarando que Jesús había quebrantado la ley de Moisés al sanar al hombre enfermo en el día de reposo. No obstante, Jesús no perdió el más mínimo tiempo disputando sus querellas en cuanto a detalles irrelevantes. Por ser el Señor del día de reposo, más bien respondió a sus acusaciones declarándose a sí mismo. Por rechazar ellos al Señor y su explicación tocante a la relación que existía entre El y su Padre Celestial, les dijo que carecían de conocimiento en cuanto a la palabra de Dios de la cual afirmaban ser maestros.
Si hubieran entendido las Escrituras, habrían aceptado las profecías de Moisés y de los otros profetas concernientes al Mesías prometido y también habrían reconocido a Jesucristo como el cumplimiento de las mismas.
En todas las dispensaciones ha habido hombres santos a quienes se les ha enseñado e instruido desde los cielos tocante al evangelio de Jesucristo. Estas enseñanzas e instrucciones se han preservado en las Escrituras a fin de que todos los que así lo deseen puedan aprender en cuanto a quién adorar y cómo vivir a fin de lograr el propósito de la vida mortal y así hacerse acreedores de las recompensas prometidas.
Es mi opinión que un estudio del Antiguo Testamento proporciona pruebas fehacientes del valor y beneficios del estudio de las Escrituras.
En el transcurso del año próximo, todos los adultos de la Iglesia estudiarán el Antiguo Testamento. Un enfoque que yo considero de gran ayuda para entender el Antiguo Testamento es aprender de otros libros de Escritura aquello que tenían para decir los hombres más justos de la época. Hombres tales como Abraham, Moisés, Lehi y Nefi bien pueden ser considerados especialistas en asuntos relacionados con el Antiguo Testamento. Podemos considerarnos afortunados por contar con algunas de las enseñanzas de estos hombres, las cuales fueron preservadas para nuestro uso. Considero que debemos estudiarlas y seguir sus consejos si es que deseamos entender y enseñar el mensaje del evangelio tal como se encuentra en el Antiguo Testamento.
Los escritos de Abraham, Moisés y Enoc según se encuentran en la Perla de Gran Precio, y los escritos de Lehi y Nefi según los hallamos en el Libro de Mormón, constituyen un gran complemento en nuestro intento de entender el propósito de los primeros escritos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, ellos dejan bien en claro el origen y la naturaleza del hombre.
Durante muchos años tuve la asignación de la Primera Presidencia de servir en lo que se conocía como el Comité de Publicaciones de la Iglesia. Teníamos la responsabilidad de leer y tomar decisiones en cuanto a los materiales preparados que se usarían en los cursos de estudio de nuestras organizaciones auxiliares. Al leer tales materiales, hubo veces en que mi espíritu se sintió ofendido por el lenguaje que se empleaba para expresar los puntos de vista de personas que no creían en la misión de Adán. Me refiero a palabras y frases tales como “hombre primitivo”, “hombre prehistórico”, “antes de aprender el hombre a escribir”, y descripciones similares.
El Señor nos dice que Adán fue el primer hombre (véase Moisés 3:7), lo cual, según yo lo entiendo, quiere decir el primer ser mortal en la tierra. Asimismo, Enoc declaró que se conservó un registro de Adán en un libro que fue escrito bajo la guía del Señor Todopoderoso mismo.
Sí confundimos la misión de Adán y Eva, también confundiremos la misión del Salvador. Las consecuencias derivadas de la misión que Adán y Eva llevaron a cabo hicieron necesario el sacrificio expiatorio del Salvador. Tal es el mensaje central del Antiguo Testamento. La práctica del sacrificio de sangre, descrita en el Antiguo Testamento, se instituyó como muestra del gran sacrificio expiatorio de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
Lehi y Nefi enseñaron estas verdades. De hecho, una de las más claras explicaciones del gran mensaje del Antiguo Testamento la podemos encontrar en tales escritos (véase 1 Nefi 20-21; 2 Nefi 6-8, 12-25).
Fue a causa de la importancia de las enseñanzas del Antiguo Testamento que el Señor inspiró a Lehi a enviar a sus hijos de nuevo a Jerusalén para obtener las planchas de bronce, para conseguir el Antiguo Testamento —pues eso era lo que contenían tales planchas. El Señor no quería que este nuevo pueblo que El levantaría de la simiente de Lehi se viera privado de esos anales.
Vemos entonces que Nefi nos ayuda a entender el mensaje del Antiguo Testamento cuando comenta las enseñanzas de Isaías. No creo que haya una explicación más sencilla, clara ni relevante del mensaje del Antiguo Testamento que la que encontramos en los capítulos 25 al 33 de 2 Nefi. Considero que un estudio detenido de estos capítulos resultaría menester para cualquier persona que desee entender y enseñar el mensaje del Antiguo Testamento. En estos capítulos Nefi separó lo importante de lo que no lo era. Escribió: “Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).
Estas son las palabras de Nefi, pronunciadas entre 500 y 600 años antes de Cristo, enseñando lo que había aprendido de los registros del Antiguo Testamento inscritos en las planchas de bronce. Se trata de un buen consejo para quienes en la actualidad somos padres y maestros. El Antiguo Testamento nos enseña en cuanto a la salvación y los mandamientos que debemos obedecer a fin de participar de la salvación.
Las personas que andan por la obscuridad tal vez no puedan discernir el significado fundamental ni los principios básicos que contiene el Antiguo Testamento. Pero como Santos de los Últimos Días, nosotros no tenemos excusa para no discernirlo. Es, por lo tanto, de suma importancia que no escondamos las verdaderas enseñanzas del Antiguo Testamento de nuestros hijos ni de aquellos a quienes se nos llama para enseñar, apartándonos de su fin y perdiéndonos en elementos de menos importancia. Debemos concentrarnos en el trigo y no en la paja.
No contamos con el tiempo aquí para considerar todas las lecciones importantes que se pueden enseñar del Antiguo Testamento —tales como autoridad, sacerdocio, obediencia, lealtad, unidad, fe, la importancia de seguir a los profetas vivientes, y muchos otros asuntos de vital importancia. Sin embargo, analizaré brevemente unas cuantas enseñanzas del Antiguo Testamento que opino que son de singular relevancia.
El Antiguo Testamento nos proporciona muchos ejemplos tocante a la importancia de escuchar y seguir lo que el Señor nos amonesta concerniente a aquellas cosas que nos depara el futuro. El Señor amonestó a José, y el pueblo de Egipto sobrevivió una carestía precisamente por escuchar las palabras de José. El Señor preservó a la familia humana y a otras formas de vida por medio de la obediencia de Noé al construir el arca. El también preservó a Moisés, a Abraham, a Mesac, Sadrac y Abednego. En muchas ocasiones amonestó a Israel; algunas veces lo escucharon y otras no. En nuestra dispensación, repetidamente se nos ha amonestado en cuanto a la necesidad de prepararnos. En las revelaciones modernas leemos: “Preparaos, preparaos para lo que ha de venir, porque el Señor está cerca” (D. y C. 1:12).
El Señor sabe en cuanto a las calamidades que sobrevendrán a los habitantes de la tierra antes de su venida, y nos ha dado instrucciones para nuestra protección, del mismo modo que lo hizo en la antigüedad.
Hoy día se nos ha dado la responsabilidad de amonestar a los habitantes de la tierra, responsabilidad solemne que debemos recordar y analizar tanto en la mente como en el corazón. Como Santos de los Últimos Días, se nos ha comisionado a compartir con las personas a quienes enseñamos aquello que hemos recibido del Señor. No obstante, hay veces que pretendemos enseñar sin obtener de antemano la debida información y el espíritu propicio.
Hyrum Smith, el hermano del Profeta, recibió instrucciones en cuanto a este asunto en una revelación dada por el Señor antes de la organización de la Iglesia. Sintiéndose muy impresionado por el mensaje de la Restauración, deseaba salir a predicar antes de darle al Señor la oportunidad de prepararlo. En la revelación el Señor dice:
“No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi palabra, sí, el poder de Dios para convencer a los hombres” (D. y C. 11:21).
Para aquellos que deseamos compartir el evangelio eficazmente —ya sea con nuestros hijos, nuestros hermanos y hermanas como parte de una enseñanza formal, o con nuestros amigos— encontramos en esta revelación lecciones muy importantes. Debemos poner nuestra vida en orden a fin de que el Espíritu del Señor pueda influir en nuestros pensamientos y acciones —para que podamos recibir la debida inspiración de los cielos. Es menester que nos esforcemos y que aprendamos su palabra con un deseo absoluto para que sus enseñanzas puedan llegar a ser nuestras enseñanzas. Entonces podremos hablar con poder y convicción. Si decidimos preparamos de alguna otra manera, nuestro éxito no está asegurado, y transmitiremos nuestras propias ideas o algunas de las ideas de los hombres, mas no las del Señor. La fuente primordial de las palabras del Señor la encontramos en los libros canónicos, las cuales se ven recalcadas, según sea necesario, por los profetas vivientes.
Considero que es importante que nos familiaricemos con estos aspectos espirituales básicos. Estoy seguro de que podremos tener mayor éxito en nuestra vida diaria y al compartir el mensaje del evangelio con el mundo, si por lo menos escudriñamos las Escrituras y adquirimos un mejor entendimiento de la palabra, la intención y la voluntad del Señor.
Adaptado de un discurso dado en 1979 en el Simposio para Educadores Religiosos del Sistema Educativo de la Iglesia, en la Universidad Brigham Young.



























