La elección del compañero Eterno

La elección del compañero Eterno

por el presidente David O. McKay

Al elegir al compañero en nuestro matrimonio, es necesario estudiar la disposición, herencia y preparación de la persona con quien recorreremos el largo camino de la vida. Pensad cuán importante es encontrar características tales como la honradez, lealtad, castidad y reverencia. Y luego de encontrarlas, ¿cómo podréis saber si hay afinidad, algo que os haga congeniar al menos? ¿Hay acaso una guía, —preguntáis. Si bien el amor no es siempre una guía, especialmente cuando no es recíproco o cuando se otorga a una persona ruda o insolente; tampoco hay felicidad sin amor. Pero sé que preguntaréis: “Muy bien, pero, ¿cómo podré saber cuándo esté enamorado?”

Esta pregunta es muy importante. Hace muchos años en la Universidad de Utah, una noche un compañero de estudios y yo hablábamos sobre el tema mientras caminábamos. Como generalmente sucede entre los jóvenes de esa edad, hablábamos de las muchachas. Ni él ni yo sabíamos si estábamos enamorados o no. Por supuesto en esa época yo aún no había conocido a mi esposa—la que hoy ha sido mi compañera por más de sesenta años. Mi acompañante esa noche, con el tiempo llegó a ser superintendente general de la Asociación de Mejoramiento Mutuo, presidente de misión, Ayudante del Consejo de los Doce y más tarde Apóstol. Me estoy refiriendo al finado élder George Q. Morris.

En respuesta a mi pregunta: “¿Cómo podremos saber si estamos enamorados?”, George me contestó: “Mi madre me dijo una vez que si en alguna ocasión conocía a una joven en cuya presencia sintiera deseos de progresar, de elevarme, y de hacer siempre lo mejor, tal mujer era digna de mi amor y lo estaba despertando en mi corazón.”

Os aconsejo jóvenes, que toméis esto como una guía. Y a vosotros, señoritas, os pido que también os guieis por esto.

El noviazgo es una época maravillosa. Debería ser algo sagrado. Es la época en que elegís a vuestro compañero. Jóvenes, el éxito de vuestras vidas depende de vuestra elección. Orad fervientemente al elegir a aquella que os inspirará a hacer lo mejor y recordad siempre que ningún hombre daña lo que ama.

Los adultos conocemos la potencialidad de la juventud, y nos damos cuenta de que vosotros, jóvenes y señoritas, habéis comenzado a vivir en ese período de la vida en que sois llevados por vuestras pasiones las cuales os han sido dadas por Dios. Jóvenes no os engañéis. Estáis en esa etapa de la vida en la que vuestra naturaleza física se manifiesta, pero al mismo tiempo debéis recordar que Dios os ha dado el raciocinio y os ha dado juicio con un propósito divino. Dejad que la razón y el juicio sean vuestra guía—vuestro equilibrio.

¿Os habéis detenido alguna vez a observar un motor—girando, arrojando fuerza y calor? En estos motores encontraréis equilibrio. Si no fuera por esto el edificio estallaría, Al intensificarse el calor, estas fuerzas equilibradoras se regulan de tal manera que todo queda bajo control. Vosotros tenéis la razón y el juicio como fuerzas equilibrantes de vuestras pasiones. Tratad de guardar el equilibrio, pues de lo contrario puede haber una explosión que arruine vuestras vidas.

Ahora bien, las semillas de un matrimonio feliz, se siembran en la juventud. La felicidad no comienza en el altar; empieza en la juventud y el cortejo. Estas semillas las cultiva vuestra habilidad para dominar las pasiones. La castidad debería ser la virtud más notables entre la juventud. En nuestra Iglesia no hay más que un concepto y se aplica a los jóvenes tanto como a las señoritas. Si seguís este concepto—si en verdad escucháis los dictados de vuestro corazón—aprenderéis que el autodominio durante la juventud y el vivir de acuerdo con las normas de moralidad, son fuente de la virilidad, la hermosura femenina, la base para un hogar feliz y un factor contribuyente para la fuerza y perpetuidad de la raza.

La negligencia en la juventud es una marca personal que se paga con los años. Veinte, treinta o cuarenta años más tarde, pagaréis por ella. El dominio y la castidad son también semillas que con los años dan fruto, y esos años pasan tan rápidamente.

Joven, recuerda que cuando llevas a una señorita a una fiesta, sus padres confían en tí. Ella es su tesoro más precioso. Permitidme daros aquí un consejo con todo mi corazón: Siempre recuerdo las palabras de mi padre, cuando siendo yo un adolescente comencé a cortejar a una señorita: “David, trata a esa señorita, del mismo modo que quieres que los jóvenes traten a tus hermanas.” Jóvenes, seguid este consejo, e iréis por la vida con la conciencia tranquila.

El matrimonio sigue al cortejo, en la misma forma en que el día sigue a la noche, y tiene el divino propósito de criar una familia. Ofrece la oportunidad de compartir nuestro amor y cuidado con los niños. Sin hijos—o con la creencia de que tener hijos no es importante—el matrimonio está incompleto y no logra su cometido.

Se nos enseña que debemos amar a todos nuestros semejantes y todos sabemos que las personas que más amamos son las que mejor conocemos. Amo a aquella que he visto sacrificar su vida por nuestros pequeños, y a cuya lado me senté tantas veces y juntos oramos y anhelamos por nuestros queridos hijos.

La felicidad que mi esposa y yo hemos conocido en más de sesenta y cuatro años de casados, proviene de que hemos tenido siete hijos, seis de los cuales aún viven. Estos hijos, junto con nuestros nietos y biznietos, son el tesoro eterno que poseemos.

Amo también a mi madre, quien ofreció su vida para que yo pudiera venir al mundo. Cuando nos encontremos con estas personas en el reino eterno, las reconoceremos por las experiencias en esta vida. Esta unión de nuestros corazones existirá para siempre después de esta vida. Por esta razón es que nos casamos y sellamos por tiempo y eternidad. No es simplemente un dogma de la Iglesia, es una verdad fundamental para la vida y felicidad de la humanidad. Es parte de tu sabiduría elegir la casa del Señor donde empeñarás tu amor y consagrarás tus votos.

Concluiré, dándoos aquí una síntesis del significado de este matrimonio. El novio que se arrodilla ante el altar tiene en su corazón la posesión más valiosa que un esposo puede desear—la seguridad de que esa joven que pone confiadamente su mano junto a la suya es tan pura como un rayo de sol tan inmaculada como la nieve recién caída del cielo. Él tiene la seguridad de que en su pureza y dulzura, es la representación divina de la maternidad.

Igualmente sublime es la seguridad que la novia tiene de que el hombre que ama, a quien se entrega en matrimonio, es tan puro y limpio como ella. Una unión así será verdaderamente un matrimonio ordenado de Dios para gloria de su creación.

Jóvenes, ésta es la herencia que deberéis recordar al elegir vuestro compañero eterno, y ruego que os deis cuenta de su valor y que logréis el verdadero gozo y felicidad de este caro ideal.

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