El injusto dominio en el matrimonio
Por el élder H. Burke Peterson
del primer quorum de los setenta
Liahona Junio 1990
Como reconocer —aun en sí mismo — Esta seria y grave amenaza, y la manera de superarla.
Las cartas y las llamadas telefónicas que las Autoridades Generales reciben de esposas fieles e hijos que son víctimas de abuso físico y emocional en sus propios hogares continúan aumentando. Es desconsolador oírles pedir ayuda; sus súplicas y sus oraciones no tienen fin. El que los esposos y padres, incluso muchos poseedores del sacerdocio, se comporten dentro de su propio hogar de una forma que no se admitiría en ningún otro nivel social es una verdadera tragedia que lamentablemente se repite con frecuencia. Ese comportamiento da como resultado innumerables congojas y vidas destrozadas.
El ejercicio del dominio injusto puede manifestarse de muchas maneras. Puede ser relativamente leve, cuando se revela en forma de crítica, ira o sentimientos de profunda frustración. Sin embargo, en casos más serios, también se manifiesta por medio del maltrato verbal, físico o emocional. Lamentablemente, cuando se presenta en esas formas menos obvias, a menudo se pasa por alto o no se reconoce como dominio injusto. Este artículo tiene el propósito de ayudar tanto a los esposos y a los padres, así como a sus familias, a reconocer este grave y creciente problema de la sociedad actual. Es posible que el reconocer y corregir estas formas menos obvias de comportamiento impropio nos ayude a evitar las otras que son más serias y se derivan de éstas.
Por supuesto, el problema del injusto dominio no sólo les concierne a los hombres. Cualquier persona, ya sea hombre o mujer, que guíe y dirija a otros puede, sin darse cuenta, ejercer ese tipo de dominio. A todo hombre y a toda mujer, ya sean casados o solteros, tengan hijos o no, les convendría aprender y poner en práctica los principios que se analizan a continuación. Tengo la esperanza de que las siguientes perspectivas y sugerencias lleguen a arraigarse firmemente en el corazón sincero de todo lector que necesite ayuda.
Ejemplos del dominio injusto
Una esposa escribió: “Mi esposo es un hombre bueno, trabajador y bondadoso, y su único deseo es que no me falte ninguna de las comodidades materiales de la vida, tanto así que dedica todo su tiempo a lograr esa meta; sólo se detiene para dormir, comer y asistir a la Iglesia los domingos”.
Lo que está hermana quiere decir en realidad es que preferiría que su esposo le proporcionara menos cosas materiales y que en cambio le dedicara un poco más de tiempo y atención a ella, en forma individual. Por otro lado, a causa del gran deseo que él tiene de proveer lo necesario para su familia y de sobresalir, muchas veces exige de ellos la perfección, y cuando considera que no la logran, los critica. La esposa continúa diciendo:
“Para las mujeres que se encuentran en una situación como la mía, la vida puede convertirse en una lucha triste y solitaria, ya que si acuden a otras personas en busca de ayuda, la mayoría de las veces les dicen que cambien de actitud, que amen más a su esposo y que estén dispuestas a ceder a fin de llevarse mejor. En ese caso, la mujer renuncia a sus deseos personales, sus esperanzas y sus sueños —los cuales muy naturalmente podrían convertirse en realidad si los dos cónyuges se comportaran con rectitud —, por alguien que constantemente le recuerda sus fracasos y le dice que no está viviendo de acuerdo con lo que él espera de ella. ¿Cómo puede una mujer pensar que alguna vez llegará a ser lo que nuestro Padre Celestial espera de ella si nunca, por más que se esfuerce, puede complacer a su marido?”
Otra hermana que llamó por teléfono estaba muy preocupada: su esposo compraba regularmente revistas pornográficas; además, todas las noches, después que veía videos y películas eróticas, exigía de ella actos impropios y ofensivos. A pesar de su comportamiento pecaminoso, del que los líderes del sacerdocio no se enteraron hasta el día en que la esposa hizo esa angustiada llamada telefónica, ese hombre había servido como obrero en el templo.
Una hermana expresó la preocupación que sienten muchas otras cuando dijo: “Mucho necesitamos del apoyo de los poseedores del sacerdocio en nuestro hogar y, sí, también de su disposición a dejar de lado de vez en cuando sus propios intereses en los momentos en que tanto necesitamos de su comprensión”.
Ese comentario pone de relieve la difícil situación de las mujeres que son casadas pero que están casi sin marido, de los hijos que viven bajo el mismo techo que su padre pero que casi no tienen padre. Esos esposos y padres han dado más importancia a otras cosas que a su propia familia; ellos afirman tener demasiado trabajo; en algunos casos, tal vez sean muy aficionados a los deportes, a la televisión, o sean algo callados y no mantengan una buena comunicación con los miembros de su familia; quizás hasta se trate de esos hombres que son muy “diligentes” en su llamamiento, o incluso líderes de la Iglesia que se pasan gran parte del tiempo en la casa de reuniones, “haciendo la obra del Señor”, con el fin de escapar a los problemas y presiones de la vida en el hogar.
Este ejemplo de injusto dominio destaca lo que el presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Muchas veces los hombres no demuestran a la mujer el respeto apropiado. A veces pienso que podemos considerar a algunas de las mujeres mormonas necesitadas, sólo por el hecho de que algunos de nosotros no somos delicados y considerados con ellas en la forma en que deberíamos serlo. Nuestras despensas pueden estar repletas de alimentas, y sin embargo nuestras hermanas pueden estar hambrientas de afecto y reconocimiento”. (Véase “Vivamos de acuerdo con estos principios”, Liahona, febrero de 1979, pág. 59.)
Otro ejemplo de injusto dominio es el padre que exige estricta obediencia a las reglas que él ha establecido arbitrariamente; esta actitud es contraria al espíritu de liderazgo en el evangelio. Un hombre puede, en efecto, añadir una cualidad especial a su condición de líder cuando considera e instituye reglas junto con su esposa e hijos, dando a éstos participación en la forma de establecerlas y obedecerlas.
El liderazgo despótico se manifiesta también de otras maneras. Una familia dejó de efectuar las noches de hogar a causa de la contención y la ira que prevalecían en todas las reuniones. El padre, que quizás fuera consciente de la responsabilidad que tenía de ayudar a su familia a progresar, imprudentemente utilizaba la mayor parte del tiempo para criticar a los miembros de la familia, recalcando las cosas que él pensaba que no estaban haciendo bien. El tiempo que dedicaba para dar reconocimiento o alabanzas era mínimo, y aunque hacía algún esfuerzo por elogiar a los niños, no era suficiente para compensar la crítica negativa.
El esposo preside en el hogar
En cuanto al liderazgo del sacerdocio, el élder John A. Widtsoe dijo lo siguiente: “El sacerdocio siempre preside y debe presidir para que haya orden. Habrá muchas mujeres entre la congregación y las organizaciones auxiliares que tal vez sean más inteligentes, posean mejores facultades mentales e incluso superen el poder natural de liderazgo de los hombres que presiden. Eso no significa nada. El sacerdocio no se confiere basándose en el poder mental, sino que se da a los hombres dignos y éstos lo ejercen bajo autoridad divina y bajo la dirección de los líderes de la Iglesia. La mujer tiene su don de igual magnitud, el cual se confiere tanto a la mujer sencilla y débil como a la que es hábil y fuerte” (Priesthood and Church Government, compilado por John A. Widstoe, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1939, pág. 90).
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó que esto se aplica también en el hogar. “No hay nada en las enseñanzas del evangelio que afirme que el hombre es superior a la mujer. Dios ha dado al hombre el poder del sacerdocio y lo ha enviado para que trabaje en él. El llamamiento para la mujer tiene otra dirección. Es el llamamiento más noble y exaltado de todos, el llamamiento para ser las madres de los hombres. Las mujeres no poseen el sacerdocio, pero si son fieles y rectas, llegarán a ser sacerdotisas y reinas en el reino de Dios, y esto indica que también se ha conferido autoridad. La mujer no posee el sacerdocio como su marido, pero sí cosecha los beneficios del sacerdocio”. (Guía de estudio personal, “Un sacerdocio real” 1975-76, pág. 109.)
No obstante, estos principios que estamos analizando se aplican también a aquellos hogares en donde el esposo no posee el sacerdocio. El presidente Spencer W. Kimball explicó lo siguiente: “El esposo preside en el matrimonio. En el principio, cuando Dios creó al hombre y a la mujer, le dijo a ésta: ‘…tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará [pero yo prefiero la expresión presidirá sobre] de ti’ (Génesis 3:16)” (Teachings of Spencer W. Kimball, pág. 316). En este respecto, es interesante notar la inscripción dedicatoria que aparece en la biografía del presidente Kimball, que dice: “Para Camilla Eyring Kimball, mi compañera en todo”. (Véase Edward L. Kimball y Andrew E. Kimball, hijo, Spencer W. Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1977.)
Según el orden de los cielos, el marido tiene la autoridad para presidir en el hogar; esto es algo que no se puede cambiar. Sin embargo, la manera en que lo haga se debe considerar y, si es necesario, cambiar.
A veces, considerando su papel como cabeza del hogar, el esposo piensa que eso le da el derecho de exigir perfección o dictar arbitrariamente lo que su esposa debe hacer. Pero en cualquier hogar que tenga como base un cimiento de rectitud, debe existir una relación de compañerismo entre marido y mujer. El marido no debe dar órdenes, sino que él y su esposa deben analizar la situación hasta que puedan llegar a una decisión con la que los dos estén de acuerdo.
El hombre necesita comprender que la única manera en que puede tener una influencia benéfica en su esposa e hijos es mediante el amor, el elogio y la paciencia, nunca mediante la fuerza ni la coerción.
Muchas mujeres llevan la pesada carga de criar a los hijos además de ocuparse de todas las demás responsabilidades del hogar; a veces hacen milagros al responder a todo lo que de ellas se exige. El marido que critica a su esposa por lo que no ha hecho en vez de darle las gracias por lo que ha podido hacer sólo siembra semillas de discordia. En cambio, si ofreciera una palabra de elogio o un poco de ayuda, vería cómo su esposa se esforzaría aún más por llevar a cabo su parte. La crítica tiene una influencia negativa en los sentimientos de amor y en el interés que se siente por el cónyuge. La mujer necesita el amor, el afecto y el apoyo emocional de su esposo.
Pablo ha dado la siguiente exhortación: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). En cuanto a este consejo, el presidente Spencer W. Kimball señaló esta importante perspectiva:
“¿Podemos acaso concebir el amor de Cristo por la Iglesia? Todo lo referente a ella era importante para él: El crecimiento de la Iglesia, cada uno de sus miembros, todo era de valor para El. Él les dio toda su energía, todo su poder, todo su interés; El dio la vida, ¿y qué más puede uno dar?… Cuando el esposo trata a los miembros de su familia de ese modo, no sólo su esposa sino también sus hijos reaccionarán en forma positiva ante ese liderato amoroso y ejemplar. Será algo automático, y el marido no tendrá que exigirlo…
“Ciertamente, si los padres quieren que se les respete, deben ganarse ese respeto; si quieren que se les ame, deben inspirar cariño, deben ser firmes, comprensivos y amables, y deben honrar el sacerdocio que poseen.” (Men of Example, folleto, Salt Lake City: Church Educational System, 1973, pág. 5.)
La autoridad y el poder del sacerdocio
Algunos hermanos no comprenden que existe una clara diferencia entre la autoridad del sacerdocio y el poder del sacerdocio; ambos términos no quieren decir necesariamente lo mismo. La autoridad del sacerdocio se obtiene mediante la imposición de manos por parte del que tenga la debida autoridad, mientras que, de acuerdo con la revelación del Señor, el poder del sacerdocio se obtiene sólo a través de un justo vivir.
En las Escrituras leemos:
“…los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de justicia.
“Es cierto que se nos pueden conferir; pero cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre.” (D. y C. 121:36-37.)
Este poder de los cielos es el poder para bendecir, fortalecer, sanar, consolar y traer paz al hogar; para edificar y motivar. Los que aprendan a desarrollar este poder recibirán las promesas que se describen en las Escrituras:
“Entonces serán dioses, porque no tienen fin; por consiguiente, existirán de eternidad en eternidad, porque continúan; entonces estarán sobre todo, porque todas las cosas les están sujetas. Entonces serán dioses, porque tienen todo poder, y los ángeles están sujetos a ellos.
“De cierto, de cierto te digo, a menos que te rijas por mi ley, no puedes alcanzar esta gloria.” (D. y C. 132:20-21.)
El principio del dominio justo está inseparablemente unido a la “ley” de la que hablan estos versículos. En Doctrina y Convenios 121:41-42 aparece la descripción de un hombre de poder según las palabras del Señor. Dicha descripción se aplica específicamente a los poseedores del sacerdocio, pero cualquiera que tenga autoridad, especialmente esposos y padres, harían bien en poner en práctica estos principios.
El hombre de poder es el que preside en esta forma:
Por persuasión. No usa palabras ni tiene un comportamiento que denigre, no manipula a los demás, busca lo mejor en las personas y respeta la dignidad y el libre albedrío de todo ser humano: hombres, mujeres y niños.
Por longanimidad: Cuando es necesario, espera y escucha a la persona más humilde o más joven; es tolerante ante las ideas de los demás y evita juzgar precipitadamente y llenarse de ira.
Por benignidad. Emplea más la sonrisa que el ceño fruncido; no es áspero, gritón ni infunde temor; no impone disciplina cuando está enojado.
Por mansedumbre. No es orgulloso, no acapara las conversaciones y está dispuesto a someter su voluntad a la del Señor.
Por amor sincero. No finge; es sincero, ama incondicionalmente, aun cuando los demás no lo merezcan.
Por bondad. Es cortés y es atento, tanto en las cosas pequeñas como en las que son más obvias.
Por conocimiento puro. Evita las verdades a medias y trata de comprender la forma de sentir y de pensar de los demás.
Sin hipocresía. Hace lo que predica; reconoce que no siempre tiene razón y está dispuesto a admitir sus errores y decir: “Lo siento”.
Sin engaño. No es engañador ni emplea artimañas en sus tratos con los demás, sino que es honrado y verídico cuando expresa sus maneras de pensar.
El uso indebido de las escrituras
Con mucha frecuencia, las personas que son culpables de injusto dominio hacen su propia interpretación de algunas enseñanzas de las Escrituras. Por ejemplo, consideremos Mateo 10:37: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”.
Algunos padres y madres que no interpretan este versículo debidamente lo usan como una excusa para descuidar a su familia. Como no han comprendido claramente este concepto, se basan en esa cita para justificar el tiempo exagerado que dedican a las actividades de la Iglesia. En muchos casos, lo hacen principalmente para recibir el elogio y la atención de los demás por destacarse en sus llamamientos. El atender a las necesidades de los miembros de la familia (lo cual a veces se interpone con las responsabilidades eclesiásticas) es algo que de seguro no llamaría la atención y mucho menos recibiría el elogio de los demás.
Naturalmente, tanto los obispos como los presidentes de estaca y demás líderes sienten gratitud hacia aquellos miembros que están dispuestos a aceptar y llevar a cabo sus llamamientos y asignaciones. Es así como debería ser. Lamentablemente, algunos líderes cometen el error de expresar cierto desagrado hacia aquellos miembros que de vez en cuando deciden prestar atención a algún asunto familiar en lugar de asistir a una actividad o cumplir inmediatamente una asignación particular. Tales líderes no confían en que ese miembro tenga la capacidad de elegir entre dos cosas buenas. Los que piensan de esa manera cometen el error de hacer que ese miembro se sienta culpable por haber dado prioridad a la familia. Eso no debe ser así.
Otro pasaje de escritura que se interpreta y usa erróneamente dice: “…reprendiendo en la ocasión con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere tu enemigo” (D. y C. 121:43).
Quizás debamos considerar lo que significa reprender con severidad. Reprender con severidad significa reprender con claridad, con cariñosa firmeza, con un propósito sincero. No significa reprender con sarcasmo, con amargura, entre dientes ni con voz fuerte. La persona que reprende en la manera prescrita por el Señor lo hace tomando en cuenta principios y no personalidades; no ataca el carácter ni humilla ni degrada a la persona.
En casi todos los casos que ameriten corrección, la reprimenda en privado es preferible y superior a la pública. A menos que sea necesario reprender al barrio entero, es mejor que el obispo le hable directamente a la persona en cuestión en vez de hacerlo en forma colectiva. De igual manera, un hijo o un cónyuge merece que se le hagan notar sus faltas en privado, ya que el reprender delante de otras personas es muchas veces cruel y siempre es un error.
El profeta Brigham Young nos dio la clave para reprender debidamente cuando dijo:
“Si tenéis que disciplinar a alguien, nunca lo hagáis si no disponéis del bálsamo para curar… Cuando tengáis la vara castigadora en la mano, pedidle a Dios la sabiduría para usarla, a fin de que no la uséis para la destrucción de la persona, sino para su salvación.” (En Journal of Discourses, 9:124-125.)
Para saber si tiene la tendencia a ejercer injusto dominio, todo esposo y padre debería hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Critico a mi familia más de lo que la elogio?
- ¿Insisto en que la familia me obedezca porque soy el padre o esposo y poseo el sacerdocio?
- ¿Busco la felicidad en mi trabajo o en alguna otra parte más que en mi hogar?
- ¿Temen mis hijos hablarme con respecto a sus maneras de pensar y sus preocupaciones?
- ¿Afianzo mi posición de autoridad mediante la disciplina o el castigo físico?
- ¿Establezco y pongo en práctica un gran número de reglas a fin de dominar a mi familia?
- ¿Intimido a mi familia?
- ¿Me inquieta la idea de dividir con otros miembros de la familia la autoridad y la responsabilidad de tomar decisiones?
- ¿Depende mi esposa totalmente de mí y es incapaz de tomar decisiones por sí misma?
- ¿Se queja mi esposa de que no tiene fondos suficientes para administrar las necesidades del hogar porque yo llevo el control de todo el dinero?
- ¿Insisto en ser yo la fuente principal de inspiración para cada miembro de la familia, en vez de enseñarles a que confíen en la inspiración del Espíritu?
- ¿Me enfado con facilidad y critico frecuentemente a mi familia?
Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es afirmativa, es necesario que evaluemos nuestra relación con los miembros de nuestra familia.
Para el poseedor del sacerdocio, la mejor manera de saber si está tratando de controlar a los miembros de su familia es examinar su relación con el Señor. Si ha perdido la influencia del Espíritu o se ha alejado de Él (si hay evidencia de contención, desunión o rebelión), podrá saber que está ejerciendo injusto dominio.
Lamentablemente, a muchos se les negarán las bendiciones por no haber comprendido y seguido el consejo del Señor concerniente al injusto dominio. A los que aprendamos a auto disciplinarnos y a hacer uso correcto de la autoridad, y dejemos “que la virtud engalane [nuestros] pensamientos incesantemente”, el Señor ha prometido:
“…tu confianza se hará fuerte en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás.” (D. y C. 121:45—46.)
¡Cuán glorioso será ese día! □


























Excelente discurso!! Me aclaro mucho dudas y preguntas que tenía hace mucho tiempo….
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El poder de Dios es luz y verdad «conocimiento» y lo pone en nuestras manos amo a mi padre celestial y a mi salvador quien marco la senda y al espiritu santo q nos guia
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Excelente. Los líderes de la Iglesia deberían aplicar en sus vidas estas enseñanzas hasta hacerlas parte de sus vidas y predicarlas de forma periódica.
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Excelente discurso, se que es verdad y que estas enseñanzas nos ayudan mejorar la relación no sólo con los miembros de nuestra familia, sino también con las demás personas.
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Gracias, un discurso de mucho consue
lo
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Este discurso nos muestra la forma correcta de ser padres dentro de un evangelio verdadero y a las mujeres nos muestra que tambien podemos ejercer injusto dominio , por eso, debemos cuidarnos al igual que los hombres de no hacerlo. He aprendido mucho hoy y sentido el espíritu fuertemente al leer este discurso. Saludos a todos.
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