Modelos generales y vidas específicas

Modelos generales y vidas específicas
“Edifiquemos una posteridad recta”

Élder Jeffrey R. Holland
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Reunión Mundial de Capacitación de Líderes
9 de febrero de 2008

Se continúa haciendo hincapié en la familia

Hermanos y hermanas:

Bienvenidos a la transmisión de la capacitación mundial de líderes de 2008. Nuestro tema de hoy “Edifiquemos una posteridad recta”, continúa el constante hincapié de la Iglesia en los asuntos de la familia. Hace dos años, la transmisión trató el tema “Apoyemos a la familia”, que con­tenía consejos que hoy analizaremos.

También habrán escuchado mensa­jes orales y escritos, incluso cartas de la Primera Presidencia redactadas con mucho detenimiento, sobre la necesi­dad de fortalecer a la familia y prote­gerla. Una de esas cartas que debió haberse leído en la reunión sacramen­tal y que los maestros orientadores debieron haber entregado a las fami­lias decía así: “Hacemos un llamado a los padres para que dediquen sus mejores esfuerzos a la enseñanza y crianza de sus hijos con respecto a los principios del Evangelio, lo que los mantendrá cerca de la Iglesia… Sin importar cuán apropiadas puedan ser otras exigencias o actividades, no se les debe permitir que desplacen los deberes divinamente asignados que sólo los padres y las familias pueden llevar a cabo en forma adecuada”1.

Se darán cuenta de que en esta transmisión nos estamos dirigiendo a todos los adultos de la Iglesia. Puede resultar poco común que se invite a jóvenes adultos solteros a una charla sobre cómo edificar una posteridad justa, pero la invitación les fue exten­dida en forma deliberada. Ustedes, adultos solteros, deben ser y serán los padres del mañana y, a medida que se preparan para ello, forman parte de la posteridad de sus propios padres ahora y en el futuro. Oramos para que todos se dediquen de manera recta a los principios sobre la familia que la Iglesia y sus propios padres han adoptado.

Además, sabemos que hay perso­nas en el público y en la Iglesia que no están casadas o que no tienen una familia intacta que se ajuste al ideal al que solemos referirnos habitualmente en la Iglesia. Sepan que somos plena­mente conscientes de las diferentes circunstancias que hay entre nuestros miembros. Los amamos a cada uno de ustedes. También notamos que con­forme hay un número cada vez mayor de familias desorganizadas y a medida que las fuerzas culturales le restan valor al matrimonio, a los hijos y a la vida familiar tradicional, las Autoridades Generales y los oficiales generales de la Iglesia sienten una mayor urgencia de hablarles de idea­les y de principios centrados en el Evangelio. De no ser así, la desviación moral que el mundo inevitablemente experimenta podría llevarnos hasta el punto en que personas sinceras den­tro y fuera de la Iglesia se vean perdi­das en lo que se refiere a las expectativas divinas sobre el matrimo­nio y las normas de la familia eterna.

Modelos, patrones y réplicas

Permítanme usar una parábola que espero represente este punto, sea cual sea su circunstancia marital o familiar. Por falta de un mejor título, la llamo “La parábola de la camisa hecha en casa”. Mi madre era una costurera magnífica. De pequeño, cuando esca­seaba el dinero y no había para com­prar ropa nueva, a veces ella cosía la ropa que llevábamos a la escuela. Cuando yo veía una camisa en una tienda o en un catálogo, mi madre solía decir: “Creo que puedo hacerla”. Observaba la camisa lo más cerca posible; entonces cortaba la tela y la cosía de tal modo que se parecía muchísimo a la camisa original de alto costo.

Le rindo el tributo de estar dis­puesta a hacerlo y de ser capaz de hacerlo, aunque ella hubiera prefe­rido elaborarlo de otra manera. Aun cuando podía estudiar el producto comercial y aproximarse a él, lo que en realidad quería era un modelo o un patrón que le permitiera anticipar los ángulos, las esquinas, costuras y puntadas que, de otro modo, le costa­ría reconocer. Además, si fuera necesa­rio hacer una segunda o una tercera camisa, estaría trabajando en base a un modelo o patrón original y per­fecto, sin repetir o multiplicar las imperfecciones de una réplica.

Creo que me entienden: tendre­mos problemas al hacer una camisa a partir de otra camisa hecha de otra camisa. Un par de errores en el pri­mer producto (algo inevitable al no seguir un patrón) se repetirán y exa­gerarán, se intensificarán, serán más incómodos con cada repetición que se haga, hasta que finalmente la prenda que debo llevar a la escuela simplemente no me quede. Una manga es muy larga, la otra muy corta; la costura de uno de los hom­bros me cae hasta el pecho y la del otro por la espalda; y el botón del cuello se abrocha en la nuca. Les aseguro que esa imagen no causará una buena impresión entre los com­pañeros de la escuela secundaria.

El modelo ideal de Dios

Espero que puedan entender por qué hablamos del modelo o patrón, del ideal en el matrimonio y la familia cuando bien sabemos que no todos viven en esa circunstancia. Lo hace­mos precisamente porque muchos no tienen ese ideal, o quizás ni siquiera lo han visto, y porque hay fuerzas cul­turales que nos alejan continuamente de él; por eso hablamos de lo que nuestro Padre Celestial desea para nosotros, Sus hijos, en Su plan eterno.

Las diferencias de estados civiles y situaciones familiares suponen ajustes individuales; pero todos podemos estar de acuerdo con el modelo tal y como viene de Dios, y podemos esforzarnos por cumplirlo lo mejor que podamos.

A los que somos Autoridades Generales y oficiales generales se nos ha llamado a enseñar Sus reglas gene­rales. Ustedes y nosotros entonces lle­vamos vidas específicas y debemos buscar la guía del Señor en lo que se relacione a nuestras propias circuns­tancias. Pero habría una terrible con­fusión y se perderían las promesas del Evangelio si un ideal general y una norma doctrinal no se establecieran y, en nuestro caso el día de hoy, no se repitieran. Nos fortalece saber que el Señor ha hablado al respecto y acep­tamos Su consejo aun cuando no sea algo popular.

Gracias por comprender nuestra preocupación por proteger a todos los integrantes de las familias, cual­quiera que sea su edad, y por qué debemos hablar en contra de las ten­dencias o las fuerzas que procuran destruir cualquier aspecto del plan eterno de felicidad de Dios. Estamos muy agradecidos por lo que dijo el Señor: “Os daré una norma en todas las cosas, para que no seáis engaña­dos” (D. y C. 52:14).

NOTA

  1. Carta de la Primera Presidencia, 11 de febrero de 1999.
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