Siete síntomas peligrosos de un matrimonio enfermizo

Siete síntomas peligrosos
de un matrimonio enfermizo

por Lindsay R. Curtís
Liahona Enero 1971

Durante los muchos años que he trabajado como consejero, tanto en mi profesión de médico como obispo, he notado ciertos sín­tomas peligrosos de un matrimonio enfermizo, los cuales agitan repeti­damente sus banderillas de precau­ción al igual que las luces amarillas en una carretera. Las personas que son lo suficientemente listas como para reconocer estas señales de peligro, disminuirán la veloci­dad en el camino que están siguien­do, o se desviarán para tomar uno más seguro que los alejará de la tragedia de la incomprensión y el divorcio.

Es importante reconocer el hecho de que ninguno de estos síntomas es irrevocable, pero si se pasan por alto, si se les permite continuar en ese mismo estado, pueden ser le­tales para un matrimonio. Veamos si alguno de ellos se aplica a vues­tro matrimonio.

El abandono de cortesías comunes

Hace muchos años, el élder Tilo­mas E. McKay1 fue mi presidente de misión en Suiza. Varios años más tarde, él y su querida esposa me visitaron en mi oficina; para ese entonces, la salud del presidente Thomas, como muchos lo llama­ban, no era muy buena. Sólo con penosas dificultades podía soste­nerse, y se requería la ayuda de un bastón en un lado y la hermana McKay en el otro para mantenerlo firme.

Lo observé a medida que des­cendía los escalones de la clínica y se dirigía al auto, el cual estaba estacionado frente al edificio. Con cierto desagrado aceptó la ayuda de la hermana McKay, y rechazó cualquier intento de ayuda que el resto de nosotros tratábamos de proporcionarle.

Siendo que el élder McKay es­taba incapacitado para manejar por razón de su salud, me imaginé que su esposa lo ayudaría a in­troducirse el auto, pero la caballe­rosidad típica de la familia McKay no iba a ser sacrificada aun por la falta de salud. Ante su insistencia, los dos se dirigieron al lado donde se encuentra el volante, donde él galantemente le abrió la puerta, cerrándola después de que ella se sentó.

No fue sino hasta entonces que el élder Thomas E. McKay, tamba­leante y con gran esfuerzo, soste­niéndose contra el auto con una mano, y con el cayado en la otra, fue hasta el lado opuesto del ve­hículo y se sentó junto a su esposa.

Las cosas sencillas tales como abrir la puerta del auto, ayudarle a, una mujer con su abrigo, permi­tirle ser la primera, ahorrarle pasos, ayudarla a sentarse, todas son co­sas pequeñas. ¿Expresan más efi­cazmente que las palabras un amor y consideración, una ternura que pocos de nosotros podemos expre­sar?

Muchas gracias. Por favor. Con permiso. Permíteme. Te amo. ¡Cuán importantes son estas pala­bras cuando se dicen en el momen­to oportuno!

A la entrada de un camino sin pavimento que conduce a un pe­queño pueblo, se encuentra una señal que dice: “Escoja cuidado­samente sus caminos; estará en ellos durante los próximos 14 km.” Escoge tus hábitos cuidadosamen­te, podrás estar en ellos por el res­to de tu vida.

Obviamente, uno de los caminos en que la familia McKay dirigió a sus hijos fue el de la cortesía y la caballerosidad, camino en el cual permanecieron toda su vida.

Pensando en términos de «Yo», en vez de «Nosotros»

Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando Wayne llegó a casa, precisamente al tiempo en que se escuchaba un leve altercado entre sus dos hijos pequeños. Joan se encontraba ocupada preparando la cena, la cual había planeado a fin de que estuviera lista para cuando él llegara a casa después de un día de frustraciones en la ofi­cina.

Tampoco contribuyó al ambien­te cuando Bruce, que tenía cuatro años de edad, derramó la leche so­bre la mesa, o cuando Terri no quería comer lo que se le había ser­vido. Pero finalmente pasó el pe­ríodo de la cena.

El “yo” en Wayne le recordó el juego de básquetbol que se trans­mitiría por televisión inmediata­mente después de la hora de la ce­na, y también que había sido invi­tado a participar en un juego de bolos. El “nosotros” le advirtió y señaló que los niños tenían que ba­ñarse y prepararse para ir a dormir, y le hizo ver el hecho de que Joan probablemente había pasado un día mucho más difícil que él. Quizás estaría más cansada y agradecería un poco de ayuda en la cocina y con los niños.

Wayne también pudo imaginarse la expresión de agradecimiento en el rostro de Joan si él le sugiriera que salieran a dar un paseo esa noche para cambiar de ambiente.

Dale a tu esposa la oportunidad de decir: “No, gracias. Creo que mejor otro día. ¿Por qué no vas esta vez con tus amigos?”

Los pequeños sacrificios recípro­cos no hieren a un matrimonio en absoluto, particularmente si son inesperados y repentinos. Durante los primeros tiempos de la vida ma­trimonial de mis padres, cuando solamente disponían de diez dóla­res semanales de salario y estaban luchando para pagar sus diezmos, alquiler, comida y ahorrar un poco para el nuevo miembro de la fami­lia que estaban esperando, se sen­tían ricos porque se tenían el uno al otro.

Mi madre me contó acerca de las muchas ocasiones en que mi padre caminaba del trabajo a la casa (6 a 8 Km.) a fin de ahorrar los diez centavos de transporte y comprar una naranja para ella. Él fue más que recompensado por este sacri­ficio en el gozo y agradecimiento que ella le mostró por este pequeño obsequio. :

Silencio inquebrantable

Jeannie, una atractiva madre de tres niños, se quejaba de que su esposo no tenía nada que decirle después de que éste regresaba del trabajo cada noche.

—¿Exactamente qué clase de trabajo hace tu esposo, Jeannie?

—Trabaja en una oficina; tiene algo que ver con compras, creo.

—¿Qué es lo que él hace especí­ficamente? ¿Cuánta responsabili­dad tiene a su cargo? ¿Está feliz con las oportunidades que le pro­porciona? ¿Estás orgullosa de él y lo que está haciendo?

—Caramba, realmente no sé mu­cho acerca de su trabajo.

—Jeannie, ¿le has preguntado alguna vez? ¿Verdaderamente te interesa cómo le va en el trabajo? ¿Has mostrado interés cuando él ha empezado a contarte respecto al mismo, o has estado demasiado ocupada con los problemas de los niños o tus propios intereses?

Hubo un momento de silencio antes de que Jeannie admitiera que su falta de interés podría ser la razón del silencio de su esposo. El mejor comienzo para una buena conversación es un interés sincero. La gente no está interesada en ha­blar a menos que encuentren per­sonas interesadas en escucharlos.

Empieza una conversación con una pregunta corta y sincera; en­tonces prepárate a escuchar aten­tamente. Te sorprenderás al ver lo mucho que tu esposo (o esposa) tiene que decir, si realmente estás interesada en escucharlo.

Y los esposos que se quejan que no pueden proveer lo que sus espo­sas necesitan, obviamente han pa­sado por alto la conversación, la cual no es algo caro, pero que pue­de ser de más valor que lo que el dinero puede comprarle a una es­posa que se siente olvidada. El silencio puede ser precioso en al­gunas situaciones, pero está car­gado de incomprensión cuando es necesaria la comunicación. Hay ocasiones en que todo, con excep­ción de las palabras, puede fraca­sar.

Falta de cumplidos

Celia es una mujer meticulosa, eficiente y bien vestida que tra­baja como secretaria.

¿Qué clase de problema tiene Celia?

—Me atrae un hombre que tra­baja en la oficina.

—¿Cómo lo conociste?—le pre­gunté.

—Todos los días pasa por mi escritorio y hace algún comentario agradable acerca de mi trabajo, mi cabello o mi ropa. Tiene la habili­dad de hacerme sentir como una persona importante. Mi concepto de mi misma ha mejorado cien por ciento desde que él empezó a tra­bajar ahí.

Una interrogación más profunda reveló que Celia ha sido feliz con su esposo.

—Lo quiero, pero nunca me fe­licita; nunca me anima y ocasional­mente me critica.

—¿Mereces que te critique?—le pregunté.

—Bueno, generalmente sí; pero lo que me molesta es que no dice mucho cuando hago las cosas bien. No parece notar la manera en que me arreglo el pelo, o cómo me visto, o si tengo un perfume nuevo. Creo que soy una de esas personas a quienes les gusta que les digan las cosas.

Más tarde tuve una oportunidad de hablar con Jack, el esposo de Celia, quien estaba preocupado por el interés que ésta tenía por su ad­mirador en el trabajo.

“Celia sabe que la aprecio y agradezco todo lo que hace; des­pués de todo, le compro lo que ne­cesita. Nuestra casa tiene todas las comodidades, ella tiene su pro­pio automóvil, ¿qué más puede pe­dir una mujer?—dijo Jack.

“Celia desea exactamente lo que su admirador le provee y exac­tamente lo que tú has pasado por alto. Quizás sí le prestas atención, pero en lo que a ella respecta, cree que ni siquiera sabes que ella exis­te. ¿Por qué? Porque no se lo dices. Una mujer sencillamente no cree que todos los cumplidos que recibió antes de casarse sean sufi­cientes para perdurar durante toda la vida conyugal sin que éstos ten­gan que repetirse una y otra vez.

Jack ha empezado una campaña para elevar a su esposa hasta lo más alto. Lo que dice no es vana adulación—todo es cierto—pero antes, simplemente lo pasaba por alto.

El ánimo de Celia ha mejorado, así como el aprecio de su esposo por ella. Hay esperanza para este matrimonio.

Demasiados matrimonios se de­sintegran, a causa de la negligencia. Es necesario que todo esposo y es­posa se digan cumplidos el uno al otro, no sólo siete veces, sino seten­ta veces siete, ¡cada mes!

No orar juntos

Si las miradas hubieran sido pu­ñales, Nellie y Lew hubieran esta­do cubiertos de sangre.

—Todo ha terminado—dijo Ne­llie—pero Lew insistió en que vi­niéramos a verlo. Realmente no tiene caso tratar de arreglar las cosas.

—De alguna manera, tengo pre­sente—dije—una imagen que no tiene cabida en esta separación en absoluto. Recuerdo a una emocio­nada novia que estaba tan enamo­rada que no podía ver a nadie más que a él en todo el mundo. Y re­cuerdo a un joven que no podía apartar la mirada de su hermosa novia a medida que decía “Sí”. Ad­miten que eran felices en esa época, ¿verdad?

—Sí—contestó Nellie—pero eso ya se acabó. Ya ni siquiera nos hablamos decentemente él uno al otro.

—Muy bien—continué—eran fe­lices en ese tiempo. Y recuerdo que cuando salieron de la ceremonia en el templo ambos tenían un senti­miento muy espiritual acerca de su futuro. ¿Puedo considerar que si­guieron fielmente el consejo que se les impartió y que oraron juntos?

—Sí, lo hicimos—dijo Nellie— pero eso fue hace mucho tiempo.

—Me imagino que frecuente­mente oraron abrazados y supli­caron la ayuda del Señor cuándo tenían problemas.

Ahora era el tumo de Lew.

—Sí, doctor, hicimos exactamen­te eso, y lo hacíamos a menudo. Y creo que me doy cuenta a la con­clusión a que quiere llegar. Lo que nos va a preguntar ahora es: ¿Por qué no le pedimos al Señor que nos ayudara a resolver nuestras dife­rencias a fin de que no llegáramos a la situación en que ahora nos en­contramos? ¿No es verdad?

—En cierto sentido. Lo que quiero saber es, ¿cuándo y por qué dejaron de orar juntos?

—Es una larga historia, y debo admitir que dejamos de hacerlo antes de que estuviéramos real­mente en problemas. Gomo el po­seedor del sacerdocio en la familia, reconozco que fui negligente y des­cuidé muchas cosas.

—Díganme sinceramente, ¿si pu­dieran gozar de la felicidad, el amor, la confianza y la intimidad que tuvieron cuando estaban re­cién casados, las aceptarían?

Nellie reaccionó.

—Esa es una pregunta difícil, doctor, con muchas dudas, pero la respuesta obvia sería sí. Sin em­bargo, temo que sea demasiado tarde, especialmente después de todo lo que nos hemos herido el uno al otro.

—Nellie y Lew, ¿han hecho al­guna vez algo en su vida que de­sean no haber hecho? No tienen que responder a esa pregunta, por­que todos nosotros pasamos por esa experiencia. ¿Les gustaría que el Señor borrara completamente todas esas cosas y no las recordara más?

—Usted sabe que sí, doctor— contestó Lew.

—Bien, si les gustaría y si es­peran que el Señor sea misericor­dioso acerca de las cosas que han hecho, ¿es mucho pedir que per­donen y olviden lo que se han he­cho mutuamente? ¿Sería demasia­do pedir que se arrodillaran con­migo mientras oramos y le pedimos al Señor que perdone nuestros pe­cados y nos brinde la capacidad para perdonarnos los unos a los otros? Y aprovechando la ocasión, ¿por qué no le pedimos que les dé otra oportunidad para honrar los convenios y votos matrimoniales, y le prometen que siempre acudi­rán juntos a Él en oración? Y por último, recuerden que el Señor es el mejor socio que jamás tendrán en su matrimonio. El permanece en silencio hasta que se le llama, y siempre está listo y dispuesto a ayudar. Háganlo un socio activo en su matrimonio.

No sentir y satisfacer las necesidades (no demandas) recíprocas

Las lágrimas le rodaban por sus rosadas mejillas.

—No me importa que no poda­mos tener una casa más elegante, o aun algunas de las cosas que to­das las personas consideran indis­pensables. Nunca me he quejado por las cosas que no tenemos, y trabajaré desde el amanecer hasta el anochecer para complacer a mi esposo, pero hay algo que sen­cillamente tengo que tener, y es el autorrespeto. Quizás sería mejor llamarle confianza, pero de todas maneras la he perdido toda.

Después de sólo tres años de matrimonio, Ruth, una jovencita de veinticuatro años de edad, se sentía vencida.

—Tengo que tener alguna segu­ridad de que soy una buena espo­sa y madre, tener por lo menos un éxito parcial en la vida. Quisiera que John me lo dijera de vez en cuando.

Por otro lado, Gerald, vino a mi oficina para hablarme acerca de Vickie, su esposa.

—Doctor—dijo Gerald—no soy un ogro, y claro está que no espe­ro que mi esposa piense sólo en mí, pero yo provengo de una familia cariñosa, y esto es parte del lazo que mantiene unidos a un hombre y a una mujer; pero Vickie senci­llamente me rechaza. La quiero más que cualquier cosa en este mundo, pero ¿qué debo hacer?

Bemard, de 32 años de edad, tenía esto que decir:

—Siempre he ido de cacería con mi padre y hermanos, generalmen­te durante dos días, lo cual forta­lece el lazo de amor familiar. Trato de pasar el resto de mi tiempo con mi esposa y familia, pero ella se queja tanto de este viaje, que aun cuando voy, me amarga el día.

Teresa es una atractiva rubia de 27 años de edad,

—Doctor, ¿es irrazonable que una mujer vaya al salón de belleza una vez por semana? No estamos endeudados, excepto con la com­pra de nuestra casa. Cada día de pago deposito algún dinero en aho­rros. Mi esposo tiene una lancha, armas, y equipo de pesca, y lo único que yo quiero es ir al salón de belleza una vez por semana. ¿Es demasiado pedir? El insiste en que no lo haga más, lo cual está casi amenazando nuestro matrimonio.

Parece una tontería ¿verdad? No obstante, este asunto tan tri­vial se convierte en algo monumen­tal cuando otros agravios insignifi­cantes se adhieren como la broma a una embarcación.

A la esposa de Albert Einstein se le preguntó si comprendía la Teoría de la Relatividad de su es­poso, a lo cual respondió: “No, pero creo que comprendo a Albert Einstein.”

Ya sea la necesidad de afecto, aprecio, confianza, atención, un platillo especial para la cena, o un peinado a la semana, un buen cón­yuge reconoce las necesidades espe­ciales de su compañero y trata de suplirlas. Ciertamente no sólo de pan vive el hombre, sino que en muchos casos subsiste en el cum­plimiento de sus necesidades espe­ciales por parte de un cónyuge aler­ta y que le manifiesta aprecio.

No expresar amor

El juez le preguntó a un hom­bre, cuya esposa estaba tratando de obtener el divorcio, por qué nunca le había dicho a su esposa que la amaba, a lo cual contestó que si le había dicho.

—¿Cuándo?—preguntó el juez.

—Cuando me casé con ella.—Y probablemente nunca se lo ha vuel­to a decir. Casi todo puede volver­se vulgar y trillado, excepto la fra­se “Te quiero”. A las mujeres (al igual que a los hombres) les en­canta escucharla una y otra vez. Les gusta sentir esa sensación de seguridad de que alguien los ama.

La mejor inversión que un hom­bre puede hacer, es depositar una moneda para llamar a su esposa por teléfono, simplemente para de­cirle cuánto la quiere. Trata y ve­rás. Observa su reacción cuando le digas que has estado pensando en ella y que preferirías estar en compañía de ella que de nadie más.

Nosotros los hombres, tendría­mos que unimos para otorgar los “Premios de Reina” a nuestras es­posas. Examina si tu esposa mere­ce alguno de estos nombramientos. Una “Reina” para:

La mejor actriz: Por aparentar agrado cuando debía haber estado desilusionada. Todo lo que recibió para el Día de los Novios fue un beso en lugar de un obsequio, por­que me olvidé de la fecha.

Le mejor escritora: A nuestros hijos que están lejos de nosotros, ya sea en la escuela, en misiones o en el servicio militar.

Le mejor directora: Por dirigir el tránsito eficazmente en la boca­calle más transitada del mundo: nuestra casa.

La mejor productora: Por pro­ducir los mejores resultados en nuestros hijos con la más mínima ayuda de un padre ocupado, y con el más mínimo desorden.

La mejor diseñadora de vestua­rio: Por diseñar y confeccionar el vestido para una fiesta, gradua­ción, baile formal o para ir a des­pedir a su hijo que sale a la misión.

La mejor actriz co-estelar: Por apoyarme de todo corazón en mis asignaciones eclesiásticas y profe­sionales.

Uno de los falsos conceptos de nuestros días es la idea de que cuando un hombre y una mujer se casan viven felices para siempre. Es cierto que se atraen mutuamen­te por aquello que es el comienzo del amor; entonces contraen matri­monio y juntos se dedican a edifi­car una vida de amor. Pero el amor verdadero, duradero y significati­vo no se obtiene por casualidad.

El amor es algo que se edifica en un firme cimiento de convenios y promesas durante la ceremonia matrimonial; pero entonces la cons­trucción del edificio debe conti­nuar, ladrillo por ladrillo, con ca­da acto de amor, ternura, desin­terés y consideración, durante to­da nuestra vida. Reconozcamos las señales y síntomas de un matrimo­nio, a fin de que podamos curarlos a tiempo y restaurar nuestra aso­ciación a su estado más saludable.

Y por último, hombres (y lo mis­mo podría decirse a las mujeres), si quieren que sus esposas dos tra­ten como reyes, trátenlas como reinas.


[1]Thomas E. McKay—Es ayudante del Consejo de los Doce, 1875-1958.

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2 Responses to Siete síntomas peligrosos de un matrimonio enfermizo

  1. Avatar de Limbania Faúndez Palacios Limbania Faúndez Palacios dice:

    Gracias por sus consejos.

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  2. Avatar de Jose Reinaldo Hernandez Herrera Jose Reinaldo Hernandez Herrera dice:

    Magnifico e inspirador mensaje,muchas gracias por publicarlo para bendición y guía de tantos matrimonios que están en crisis y necesitan de todos estos sabios consejos de los siervos autorizados de Dios.

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