Del valle de la desesperación a las cumbres de la esperanza

 Del valle de la desesperación a las cumbres de la esperanza

por el presidente Harold B. Lee
de la primera presidencia

(«From the Valley of Despair to the Mountain Peaks of Hope», New Era [Agosto de 1971]).

Esta es para mí una ocasión de lo más significativa y una asignación de lo más difícil, para la cual he orado muy fervientemente a fin de gozar del espíritu y la inspiración debidos. El propósito de este servicio no es el de glorificar la guerra, sino, citando las mismas palabras del Señor, establecer claramente la posición de la Iglesia con respecto a la guerra. No deseamos entablar una controversia en cuanto a lo equivocado o lo correcto de la guerra, sino calmar las tormentas de aquellos que tienen seres amados combatiendo en los terribles conflictos bélicos.

No estamos aquí para abrir viejas heridas en los corazones destrozados por la pérdida de los seres amados. Estamos aquí para ayudar a levantar los ojos de aquellos que lloran en el valle de la desesperación hacia la luz de las cumbres de la esperanza, encargarnos de contestar preguntas sobre la guerra, sobre las promesas de las bendiciones patriarcales y sobre los vínculos matrimoniales que se han roto por causa de muertes en la guerra. Y finalmente estamos aquí para traer paz a las almas afligidas, no como el mundo la da, sino únicamente ésa que proviene del Príncipe de Paz. Estamos aquí esta noche para elevarnos todos de las tinieblas a la luz y la vida.

En nuestra generación la verdadera posición cristiana en cuanto a la guerra ha sido claramente establecida por medio de una declaración en la que el Señor dice: «Por lo tanto, repudiad la guerra y proclamad la paz. . .» (D. y C. 98:16).

¿Cuál es la posición de la Iglesia con respecto a la guerra? Una declaración de la Primera Presidencia durante la II Guerra Mundial es aplicable aún en nuestra época. La declaración decía: «. . .La Iglesia está y debe estar en contra de la guerra. La Iglesia en sí no puede hacer la guerra a menos que el Señor promulgue nuevos mandamientos. No puede considerar la guerra como un medio justo para solucionar disputas internacionales; éstas deben y pueden solucionarse, con el acuerdo de las naciones, a través de negociaciones y ajustes pacíficos.»

Hay un pasaje que tiene relación directa aquí: «Y ahora, de cierto os digo concerniente a las leyes del país, es mi voluntad que mi pueblo procure hacer todo cuanto yo le mande.

«Y aquella ley del país, que fuere constitucional, que apoyare ese principio de libertad en la preservación de derechos y privilegios, pertenece a toda la humanidad, y es justificable ante mí.

«Por tanto, yo, el Señor, os justifico, así como a vuestros hermanos de mi iglesia, por apoyar la que fuere la ley constitucional del país;

«Y en cuanto a la ley del hombre, lo que fuere más o menos que esto proviene del mal» (D. y C. 98: 4-7).

Observen particularmente que la revelación está dirigida a los miembros de la Iglesia. Por lo tanto, se aplica a las personas de todas las naciones y no únicamente a las de este país.

Parece que todo el mundo se encuentra conmocionado. Como el Señor lo predijo, estamos en una época en que los corazones de los hombres los traicionan. Existen muchas personas que combaten en guerras y que son cristianos devotos. Son instrumentos inocentes —instrumentos de la guerra en su mayoría- de sus soberanías belicosas.

En cada lado, la gente cree que está luchando por una causa justa, en defensa del hogar, el país y la libertad. De cada lado oran al mismo Dios, y ambos piden la victoria. Es imposible que ambos lados estén completamente en lo correcto; posiblemente ninguno esté exento de culpa. Dios resolverá a su debido tiempo y en su propia forma la justicia y lo correcto del conflicto. Más no hará responsables del conflicto a los instrumentos inocentes.

Otra pregunta que frecuentemente se suscita es: ¿Por qué no fue protegido mi hijo, hermano, esposo o prometido en los campos de batalla como todos que testifican que fueron librados milagrosamente? Las personas que han perdido a sus seres queridos con frecuencia se sienten atribulados por los incidentes excepcionales de aquellos que se han salvado milagrosamente. Tal vez digan: “¿Por qué tuvo que sucederle a mi hijo (esposo, hermano o prometido)?’

Aunque esta pregunta tal vez jamás sea completamente contestada en esta vida, las Sagradas Escrituras nos dan algunas indicaciones aclaratorias. La ley eterna sí se aplica a la guerra y a aquellos que combaten en ella. Esta ley fue declarada por el Maestro mismo cuando Pedro cortó la oreja de Malco, quien era un siervo del sumo sacerdote judío. Jesús reprendió a Pedro, diciendo: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52).

En otras palabras, los perpetradores de la guerra perecerán por las mismas fuerzas destructivas que han desatado.

En el Libro de Mormón, tenemos las palabras del profeta Moroni, censurando erróneamente a Pahorán por su aparente negligencia mientras sus enemigos asesinaban a millares de sus hermanos. Moroni escribió a Pahorán:

“¿Creéis que por haber sido muertos tantos de vuestros hermanos ha sido a causa de sus maldades? Os digo que si habéis entendido esto, habéis pensado en vano; porque os digo que muchos son los que han caído por la espada; y he aquí, es para vuestra condenación;

“Porque el Señor permite que los justos mueran para que su justicia y juicios puedan caer sobre los malos. Por tanto, no debéis suponer que se pierden los justos por haber muerto; mas he aquí, entran en el reposo del Señor, su Dios» (Alma 60:12-13).

El pecado, como Moroni ha dicho, recae sobre aquellos que tienen el poder y están “en un estado de insensible estupor» (Alma 60:7), en un delirio de odio, quienes ambicionan el poder injusto y el dominio sobre su prójimo y que han puesto en movimiento fuerzas eternas que no comprenden ni pueden controlar. Dios, a su debido tiempo, juzgará a tales líderes.

Por tanto, debemos tratar de desechar toda mala disposición de nuestros corazones y esperar el juicio de Dios, como hizo el apóstol Pablo cuando escribió: «…Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Rom. 12:19).

Hay otra pregunta que se hace frecuentemente: ¿Por qué tuvo que morir? ¿Cuál es el propósito de la vida si se ha de destruir tan despiadadamente?

Al profeta Moisés, el Señor contestó esta pregunta en una oración: «Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).

La inmortalidad es un don gratuito para toda la humanidad, pero la vida eterna se obtiene por los hechos efectuados en la carne. Uno puede vivir tan solo un momento o vivir tanto como un árbol y habrá ganado inmortalidad: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Cor. 15:22).

Como dijo el apóstol Pablo: «Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres» (1 Cor. 15:19).

El presidente Joseph F. Smith, padre de otro de nuestros profetas, Joseph Fielding Smith, hizo un comentario al respecto: «Ocurren muchas cosas en el mundo en las cuales, a la mayor parte de nosotros, nos es muy difícil encontrar una razón firme para reconocer la mano del Señor. He llegado a creer que la única razón que he podido descubrir para que reconozcamos la mano de Dios en algunas cosas que suceden, es el hecho de que el Señor ha permitido lo que ha sucedido» (Doctrina del Evangelio, Vol. 1, pág. 62). No era la voluntad de Dios pero ocurrió por permiso del Señor.

George Washington dijo una vez: «Esta libertad parecerá fácil más tarde, cuando nadie tenga que morir para obtenerla.»

Sin duda alguna muchos de vosotros, padres, habéis exclamado en vuestros corazones, como lo hizo el rey David cuando recibió las tristes noticias de la muerte de su hijo Absalón, y como el élder Hugh B. Brown cuando se enteró de la muere de su hijo: «¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quien me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel 18:33).

Otra de las frecuentes preguntas es: Cuando hay muerte por causa de la guerra, ¿qué sucede con las bendiciones prometidas por el patriarca sobre la cabeza de dicha persona? ¿Por qué no se realizan estas promesas? Recuerdo ahora a dos padres enloquecidos que acababan de recibir el terrible y conciso telegrama del gobierno, informándoles la muerte de su hijo. Se presentaron buscando una entrevista para ver si podían recibir alguna luz y comprensión para aliviar sus corazones doloridos y reforzar su fe. Inmediatamente después de haber llegado de una misión de la Iglesia fue llamado a servir en el ejército. Antes de partir, había recibido una bendición patriarcal en la que se le prometía que tendría una posteridad. ¿Habían sido inspiradas las palabras del patriarca? ¿Por qué había fracasado esta promesa? preguntaban los padres, ya que hasta donde ellos sabían, su hijo había sido digno de cada bendición prometida a los fieles.

Semejante a este, hay otro incidente de una hermana que había cumplido una misión y había contraído tuberculosis. Poco después de su regreso, falleció. Me pidieron que hablara en el servicio fúnebre. Había recibido una bendición patriarcal en la que se le había prometido que sería una madre en Israel. La familia aseguraba que indudablemente nadie había vivido una vida más santa que ella. Hablé de esto porque me afligía. El patriarca de la estaca también tomó la palabra en el funeral. Él dijo: “Cuando un patriarca pronuncia una bendición inspirada, tal bendición abarca el total de la vida, no únicamente esta fase que llamamos mortalidad.”

«Si en esta vida solamente, esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres», dijo el apóstol Pablo. Si no comprendemos esta gran verdad, seremos miserables en tiempo de necesidad, y entonces, en ocasiones, nuestra fe será puesta en tela de juicio. Pero si tenemos una fe que vea más allá de la tumba y confíe en que la providencia divina traerá todas las cosas en su dimensión correcta y a su debido tiempo; entonces tenemos esperanza y recibimos calma para nuestros temores.

«. . .Fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas”, declaró el profeta Alma; «de modo que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas” (Alma 32:21). La vida no termina con la muerte temporal. Por medio de las ordenanzas del templo, que ligan a la tierra y al cielo, cada bendición prometida se realizará según la fidelidad de cada persona.

Recientemente, uno de nuestros amigos me dijo: «No puedo hacer que mi esposa acepte que el Señor contesta siempre las oraciones; aun cuando diga no, Él contesta nuestras oraciones.»

Existe otro factor vital al ejecutar el juicio final, el cual solo un juez infinito puede tomar en consideración y es en cuanto a las recompensas que se van a otorgar a alguien que muere antes de su tiempo. Tal vez recuerden el incidente en que el profeta José Smith vio en una visión a su padre, su madre y su hermano Alvin en el reino celestial. Alvin había muerto en 1824, seis años antes de la organización de la Iglesia. José se maravilló al ver que Alvin se encontraba en la gloria celestial ya que no había sido bautizado. Entonces la voz del Señor se dirigió a él diciendo: «Todos los que han muerto sin un conocimiento del evangelio, que lo hubieran recibido si se les hubiese permitido permanecer, serán herederos del reino celestial de Dios. . . porque yo el Señor, juzgaré a todos los hombres de acuerdo a sus obras, y de acuerdo a los deseos de sus corazones» (Documentary History of the Church, vol. 2, pág. 380).

«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.

«Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).

Y luego dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).

Después de haber pasado por experiencias similares al perder seres queridos, hablo por experiencia personal cuando digo que no lloréis, no tratéis de vivir demasiado. La cosa más importante no es que las tragedias y las penas entren a nuestras vidas, sino lo que hacemos con ellas. La muerte de un ser amado es la prueba más severa que enfrentaréis, y si podéis superar vuestra angustia y si confiáis en Dios, entonces podréis superar cualquier otra dificultad que os sobrevenga.

Henry Wadsworth Longfellow, uno de los escritores más talentosos de Estados Unidos, escribió sobre esto después de que su esposa había muerto tres años antes; Él la añoraba todavía. El tiempo no había suavizado su dolor ni aliviado el tormento de sus recuerdos. No tenía corazón para la poesía en aquellos días. No tenía corazón para nada, parecía. La vida se había convertido en un sueño vacío. Pero esto no podía seguir, se dijo. Estaba dejando pasar los días, cuidando su desaliento. La vida no era un sueño vacío. Él debe estar en pie y haciendo. Deja que el pasado entierre a sus muertos.

De repente, Longfellow estaba escribiendo en una oleada de inspiración, las líneas se acercaban casi demasiado rápido para su pluma de carreras; y solo leeré tres versos de este mensaje inmortal e inspirado para aquellos a quienes él amó:

«No me digas, en números tristes,
¡La vida no es más que un sueño vacío!
Porque el alma está muerta, que duerme,
Y las cosas no son lo que parecen.

«¡La vida es real! La vida es seria!
Y la tumba no es su objetivo;
Polvo eres, al polvo volverás,
No se hablaba del alma.

«Dejémonos, pues, levantados y haciendo,
Con un corazón para cualquier destino;
Aún logrando, todavía persiguiendo,
Aprende a trabajar y a esperar ”.

Longfellow escribió estos versos, “El salmo de la vida”. Al principio, dejó el poema a un lado, sin querer mostrárselo a nadie. Como explicó más tarde, «era una voz de mi corazón, en un momento en que me estaba recuperando de la depresión».

Las inmortales palabras de Abraham Lincoln regresan esta noche para que reflexionemos: “Con malicia hacia nadie; con caridad para todos; Con firmeza en el derecho, como Dios nos da para ver el derecho, luchemos por … atar las heridas de la nación; para cuidar de quien ha librado la batalla, y de su viuda y su huérfano, para hacer todo lo que pueda lograr … una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones «. (Segundo discurso inaugural, 4 de marzo de 1865).

La bendición que se encuentra en el dolor es una bendición inmediata y se desarrolla en medio del sufrimiento.

Como resultado de sus muchas experiencias con el sufrimiento, ese gran filántropo, el doctor Albert Schwéitzer, (1875-1965, médico teólogo, músico y filósofo alemán), nos dio este consejo: «No aflijáis vuestra mente ha tratado de explicar el sufrimiento que habéis padecido en esta vida. No penséis que Dios está castigándoos o disciplinándoos, o que os ha rechazado. Aun en medio de vuestro sufrimiento os encontráis en su reino. Siempre sois sus hijos y tiene sus brazos protectores alrededor vuestro. ¿Entiende un niño todo lo que hace su padre? No, pero puede confiadamente anidarse en sus brazos y sentir una felicidad perfecta, aun cuando las lágrimas brillan en sus ojos, porque es el hijo de su padre.”

Permitidme ahora transportaros a una escena sagrada, vivida por alguien que parecía estar perdiendo todo, y sentid su fortaleza ¡en una hora funesta! Acurrucada al pie de la cruz se encontraba la silenciosa figura de una hermosa madre de mediana edad, con un chal sobre su cabeza y hombros. Cruelmente atormentado sobre la cruz se encontraba su Primogénito. Apenas puede uno entender la intensidad del sufrimiento del corazón de María. Ahora se enfrentaba al cumplimiento doloroso de la predicción de Simeón sobre este hijo cuando todavía era un pequeñito.

«He aquí, éste está puesto para señal que será contradicha; (y una espada traspasará tu misma alma)” (Lucas 2:34-35).

¿Qué fue lo que la sostuvo durante su tragedia? Conocía la realidad de una existencia más allá de la vida mortal. ¿Qué no había conversado con un ángel, un mensajero de Dios? Indudablemente había escuchado la última oración de su hijo, antes de ser traicionado, registrada por Juan: «Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Esta santa madre con la cabeza inclinada, escuchó la postrer oración que musitó desde la cruz a través de sus labios torturados: «Pad, en tus manos en-comiendo mi espíritu” (Lucas 23:46), inspirándola de esa manera con resignación y un testimonio de la certeza de que muy pronto se reuniría con Él y con Dios, su Padre Celestial. El cielo no se encuentra demasiado lejano de aquel que con profundo dolor busca confiadamente el día glorioso de la resurrección. Fue un sabio el que dijo: «No podemos desvanecer los peligros, pero podemos desvanecer los temores. No debemos degradar la vida temiendo a la muerte.»

Recordad la historia de Job. Después de su tormento, su esposa se le acercó y dijo: «Maldice a Dios, y muérete” (Job 2:9). Y en la majestad de su fe, Job dijo: «. . .Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo;

«Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios;

«Al cual veré por mí mismo y mis ojos lo verán, y no otro, «Aunque mi corazón desfallece dentro de mí» (Job 19:25-27).

Por lo tanto, a vosotros que habéis perdido seres queridos, a vosotros que conocéis los tormentos de la soledad, algunos de nosotros también hemos atravesado el fuego y comprendemos lo que significa. A vosotros os decimos que la fe puede levantaros más allá de las sórdidas pruebas del día e indicaros el glorioso mañana que puede ser vuestro si también, como el profeta Job, podéis decir: «Yo sé que mi Redentor vive.”

Os dejo mi bendición, para que obtengáis la paz que sólo puede venir a través de ese conocimiento y del testimonio que podéis recibir si colocáis vuestra confianza en vuestro Padre Celestial.

Yo sé que Dios vive. Sé que ha abierto las puertas a la gloriosa resurrección. Espero el tiempo en que vendrá nuevamente, cuando la trompeta sonará, y aquellos que estén listos para salir en la mañana de la resurrección, saldrán para ser arrebatados por las nubes del cielo para recibirle.

Que Dios nos conceda ser dignos de estar entre aquellos que estarán con Él, lo pido, en el nombre del Señor Jesucristo. Amen

Esta entrada fue publicada en Esperanza, Fe, Guerra, Muerte, Testimonio y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

1 Response to Del valle de la desesperación a las cumbres de la esperanza

  1. Pingback: Los Santos del pasado nos brindan esperanza en este tiempo de pandemia

Deja un comentario