Buscad a Jehová y vivid
(Look to God and Live, comp. George J. Romney
[Salt Lake City: Deseret Book Co., 1971]).
Ahora bien, desde Adán hasta Noé y aún más adelante, el evangelio se enseñó de padre a hijo. Más tarde fue revelado a Abraham. Moisés lo recibió de nuevo después de un largo período del esclavitud de Israel en Egipto. Jesús, en el meridiano de los tiempos, lo enseñó y lo demostró. Igualmente los jareditas y los nefitas instruyeron por medio de la profecía.
Que los hombres no hayan gozado de esta paz, felicidad y continuo progreso no es, por tanto, porque el Señor haya dejado de enseñarles el camino por el que se podían obtener estas bendiciones. Es porque los hombres han rehusado obedecer las leyes reveladas sobre las que se predican estas bendiciones.
La carga de todos los profetas, desde Adán hasta nuestro profeta actual, ha sido persuadir a los hombres a buscar a Jehová y vivir. Una y otra vez en cada dispensación han proclamado las calamidades pendientes por causa de la vida corrupta y pecaminosa del hombre.
Caín recibió una maldición por su propio rechazo voluntario de los consejos de Dios. Los antediluvianos provocaron el diluvio en el que perecieron rechazando a Noé, quién les enseñó y les suplicó por ciento veinte años. Los jareditas siguieron su curso de rebeldía hasta lograr su destrucción total al desafiar las enseñanzas y advertencias de sus profetas. Siguiendo este mismo camino los nefitas sufrieron una gran destrucción al tiempo de la crucifixión de Cristo. Pudo haberse evitado toda esta tragedia, carnicería y tristeza interminable. Todos estos pueblos pudieron haber habitado en paz y prosperidad si hubieran estado dispuestos a buscar a Jehová. Jesús expresó la tristeza de esto cuando, viendo el destino seguro de la ciudad, dijo:
«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!
«He aquí vuestra casa os es dejada desierta.
«Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mateo 23:37-39).
Ciertamente la historia de la decadencia y la caída de las civilizaciones es sombría. Hay, sin embargo, dos notas luminosas en el registro, relatos que demuestran concluyentemente la eficacia de buscar a Jehová.
El más reciente se relaciona con el pueblo del Libro de Mormón que sobrevivió al cataclismo en América al ser crucificado Jesús. El registro dice que para 36 D.C. estos sobrevivientes (eran una minoría; los que no querían escuchar habían ido por su parte cuando ocurrió el cataclismo) «fueron convertidos al Señor» y éste fue el resultado:
Y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.
Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos tenían su libertad y participaban del don celestial.
Observaban los mandamientos que habían recibido de su Señor y su Dios, perseverando en el ayuno y la oración, reuniéndose a menudo tanto para orar como para escuchar la palabra del Señor.
Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.
Eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios (4 Nefi 2, 3, 12, 16, 17).
Esta condición ideal prevaleció entre ellos casi 200 años, y después, al comenzar el tercer siglo:
Empezó a haber entre ellos unos que manifestaron su orgullo, como el lucir trajes costosos, y toda clase de perlas finas y el lujo del mundo.
Y desde esa época dejaron de tener sus bienes y posesiones en común.
Y empezaron a dividirse en clases, y a edificarse iglesias con objeto de hacerse ricos; y comenzaron a negar la verdadera Iglesia de Cristo (4 Nefi 24-26).
Continuando con sus corruptas formas de vida, los nefitas como pueblo, al final del cuarto siglo fueron aniquilados debido a un conflicto de guerra.
El otro relato tiene un final más feliz. Está relacionado con los santos mencionados en las Escrituras como el pueblo de Enoc. En una época de guerra y derramamiento de sangre entre sus contemporáneos, este pueblo edificó una ciudad que se llamó la Ciudad de Santidad, aun SION» (Moisés 7:19). Tan prudentes fueron en buscar a Jehová y guardar sus mandamientos que el Señor mismo vino y moró entre ellos, y el temor del Señor cayó sobre todas las naciones, tan grande así era la gloria del Señor que cubría a su pueblo. Y el Señor bendijo la tierra, y fueron bendecidos sobre las montañas, y en los lugares altos, y florecieron.
Y el Señor llamó a su pueblo SION, porque eran uno de corazón y voluntad, y vivían en justicia y no había pobres entre ellos.
He aquí, con el transcurso del tiempo, Sión fue llevada al cielo (Moisés 7:17, 18, 21).
Aunque ha habido en cada dispersión hombres y mujeres que fielmente han buscado a Dios hasta el fin de sus vidas mortales, la Sión de Enoc, como sociedad organizada, es la única comunidad anotada en los registros en la que todos los miembros han persistido en buscar a Jehová. Todas las demás sociedades tarde o temprano han sucumbido.
Ahora, teniendo en mente las anteriores referencias del pasado, continuemos brevemente considerando la situación actual. Según mi punto de vista, lo que debemos ver claramente es (1) la dirección en la que va nuestra sociedad y (2) el curso que debemos seguir individualmente.
A mi manera de ver toda nuestra sociedad está en peligro. Solo que podamos cambiar las tendencias actuales, dentro de poco tiempo sentiremos algunas de las consecuencias más serias de nuestros pecados que han sido predichas. A continuación se halla una profecía que debería despertarnos. Fue pronunciada por el Señor en marzo de 1829:
Porque una plaga asoladora caerá sobre los habitantes de la tierra y seguirá derramándose, de cuando en cuando, si no se arrepienten, hasta que se quede vacía la tierra, y los habitantes de ella sean consumidos y enteramente destruidos por el resplandor de mi venida.
He aquí, te digo estas cosas aun como anuncié al pueblo la destrucción de Jerusalén; y se verificará mi palabra en esta ocasión así como se ha verificado antes (D. y C. 5.19, 20).
Ahora bien, no nos gloriamos en la esperanza del cumplimiento de esta profecía. Esperamos que estemos en error (yo por lo menos lo espero) al juzgar las condiciones actuales del mundo. Sin embargo, ni ustedes ni yo escribimos las Escrituras. Fueron dichas por el Señor. Y en cuanto a éstas Él ha dicho:
Escudriñad estos mandamientos porque son verdaderos y fieles, y las profecías y promesas que contienen se cumplirán.
Lo que yo, el Señor he hablado, he dicho, y no me excuso; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz, o por la voz de mis siervos, es lo mismo (D. y C. 1:37, 38).
Para nosotros como individuos está claro el camino. Por medio del precepto y el ejemplo deberemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para llevar el mensaje del evangelio, la solución del Señor a nuestros problemas, a los pueblos de la tierra e inspirarlos a buscarlo a él y vivir. Todavía existe una opción para cada individuo en este mundo, y aún queda abierta. Pero hagan lo que hagan los demás, no permitamos que nos desvíen de nuestro camino. No seamos «incrédulos sino creyentes» (Juan 20:27).
Busquemos por el resto de nuestras vidas «al Señor para establecer su justicia» (D. y C. 1:16). Probemos ser dignos de vivir con El eternamente en los cielos. No nos engañemos con los conocimientos y el razonamiento falaz de la maldad de este mundo. No olvidemos que Dios vive, que somos sus hijos, que su propósito es llevarnos hacia la inmortalidad y la vida eterna. Recordemos siempre que todo lo que el hombre ha aprendido y logrado, junto con todo lo que aún aprenderá y logrará en la mortalidad, es como una gota en el océano comparado con el conocimiento y las obras de Dios. Recordemos que a la luz del conocimiento de Dios, y Él sabe todas las cosas, sus instrucciones para nosotros siguen siendo principalmente, amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza.
Estemos constantemente conscientes de que vivimos en la última dispensación del evangelio, que Satanás ha reunido a todas sus fuerzas para la guerra; que está efectuando su última batalla pre-milenial por ganar nuestras almas y las de todos los hombres. Démonos cuenta que el conflicto en el que actualmente participamos se acelerará con tal intensidad «que todo hombre que no tomare su espada contra su prójimo tendrá que huir a Sión para hallar seguridad» (D. y C. 45:68).
Comprendamos que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es literalmente el reino de Dios en la tierra; que ni los apóstatas internos ni los enemigos exteriores podrán impedir su progreso. Está aquí para permanecer y triunfar. En las palabras de Moroni: «Los eternos designios del Señor han de seguir adelante, hasta que se cumplan todas sus promesas» (Mormón 8:22).
La justicia prevalecerá al final de esta dispensación. Asimismo declaró el Señor respondiendo a la pregunta de Enoc.
¿No vendrás otras vez a la tierra?
(Él respondió) Como vivo yo, aun así vendré en los últimos días, en los días de iniquidad y venganza, para cumplir el juramento que te he hecho concerniente a los hijos de Noé;
Y llegará el día en que descansará la tierra, pero antes de ese día se obscurecerán los cielos, y un manto de tinieblas cubrirá la tierra; y temblarán los cielos así como la tierra; y habrá grandes tribulaciones entre los hijos de los hombres, mas preservaré a mi pueblo. (Aquí el Señor está hablando con Enoc, mucho tiempo antes del diluvio, en cuanto a nuestros tiempos, la última dispensación del evangelio. Y continuó).
Y enviaré justicia desde los cielos (Oensen en el ángel Moroni y los demás mensajeros del cielo que vinieron al profeta José Smith); y haré brotar la verdad de la tierra para testificar de mi Unigénito; su resurrección de los muertos, sí, y también la resurrección de todos los hombres (Piensen en el Libro de Mormón y su testimonio del Cristo); y haré que la justicia y la verdad a nieguen la tierra como un diluvio (Piensen en los misioneros que salen hoy y cómo saldrán en el futuro en números mayores, ¿anegando la tierra como un diluvio de verdad y justicia), a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra a un lugar que yo he de preparar, una Ciudad Santa, para que mi pueblo ciña sus lomos y espere el tiempo de mi venida; porque allí estará mi tabernáculo, y se llamará Sión, una Nueva Jerusalén.
Y el Señor le dijo a Enoc: Entonces tú y toda tu ciudad los recibiréis allí y los recibiremos a nuestro seno, y ellos nos verán; y nos echaremos sobre sus cabellos, y ellos sobre los nuestros y nos besaremos los unos a los otros;
Y allí será mi morada, y será Sión, la cual saldrá de todas las creaciones que he hecho y por el espacio de mil años la tierra descansará (Moisés 7:59-64).
Estamos preparándonos para esta Sión descrita en las Escrituras, que aún hemos de construir, la cual ha mantenido a los justos sobre el camino recto en todas las dispensaciones. A nosotros también nos mantendrá si la tenemos siempre a la vista y nos hacemos el cometido, individualmente, de aceptar el desafío de Alma de «buscar a Jehová y vivir».
Doy mi solemne testimonio de estas verdades en el nombre de Jesucristo. Amen

























