«Dad al César…»

Conferencia General, Abril 1968

«Dad al César…»

por el élder Howard W. Hunter

Hay más de tres y medio billones de personas en el mundo. Están divididas en tres grupos, cada uno bajo la dominación de sistemas por los que están sujetos al poder supremo de la tierra en que moran. En algunos países este poder supremo está investido en una sola persona, el soberano. Otros tienen formas de gobierno republicanas en las que la soberanía reside en el pueblo y el poder supremo, generalmente, lo expresa el cuerpo legislativo. Ya sea un individuo o el pueblo el que ejerza la soberanía, los ciudadanos están sujetos a ese poder supremo. Tienen los derechos y privilegios que les son concedidos bajo la ley, y tienen el deber de acatarse a las provisiones de ésta. Esto es esencial para el bien de la sociedad, para la protección de la vida y la libertad y para la promoción y la preservación de la felicidad del hombre.

En una república, el gobierno tiene el derecho y el deber soberano de proteger los derechos del individuo y de ajustar las disputas o desórdenes civiles por medios pacíficos. Los ciudadanos no tienen el derecho de tomar la ley en sus manos ni de usar la fuerza física. Las leyes soberanas del estado deberán ser apoyadas y las personas que vivan bajo esas leyes deberán obedecerlas para el bien de todos. A este respecto, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días asume una enérgica posición. Una de las normas fundamentales de su fe queda claramente establecida con estas palabras: «Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley» (12o. Artículo de Fe).

Aquellos en el mundo que creen en Dios, viven bajo la circunstancia de una doble soberanía. Además de estar sujetos al poder supremo del Estado, son leales a Dios y el guardar solemnemente los mandamientos que les ha dado. Esta idea de una realeza y una soberanía divina, está en todo Io Antiguo y el Nuevo Testamento.

Al describir el inicio del ministerio de Jesús, Marcos usa estas palabras: «Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios.

«Diciendo: el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio» (Marcos 1:14-15). Durante todo su ministerio, uno de los temas principales de las enseñanzas del Maestro fue «El reino de Dios se ha acercado». Algunos eruditos interpretan las palabras «se ha acercado» como la descripción de algo que tendrá lugar en el futuro cercano. Ellos alegan que el reino no fue establecido sobre la tierra hasta el día de Pentecostés, cuando el Espíritu se derramó sobre la multitud. Ellos establecen este evento como el comienzo de la Iglesia Cristiana. Los hechos, sin embargo, proporcionan una base para una conclusión diferente. Existe amplia evidencia de que el reino de Dios fue establecido en los días de Adán, el primer hombre y ha continuado hasta hoy. La gente del mundo, desde el principio, ha tenido un deber hacia Dios como su rey.

¿Es repugnante a la teoría de la soberanía que una persona o grupo de personas sean leales a dos monarcas por separado? ¿Se puede ser leal a dos poderes soberanos separados y distintos? A primera vista parecería que la doble soberanía sería incongruente, pero esta ha sido la situación desde que existió el hombre en la tierra. Estas circunstancias suscitan esta pregunta: Si hubiera un conflicto en cuanto a la fidelidad, ¿cuál deberá tomar precedencia? Un repaso de la historia de la humanidad responde a la siguiente pregunta: ¿Existe en realidad tal conflicto?

En cuanto a este punto, hubo un suceso muy interesante durante el ministerio del Maestro. Está contenido en tres de los libros del Nuevo Testamento: Mateo, Marcos y Lucas y se relaciona con una controversia sobre un impuesto. Judea estaba bajo la dominación romana, y la autoridad del Sanedrín, el consejo supremo de los judíos, había sido restringida bajo el dominio romano. Este consejo debía levantar los impuestos, pero no tenía el poder de decretar la pena de muerte. Este poder lo tenía el procurador romano de Judea, en ese entonces Poncio Pilato. Ya que el Sanedrín no tenía autoridad de decretar la pena capital, aquellos que conspiraban contra Jesús concibieron un plan para atraparlo obligándolo a dar una respuesta que les daría motivos para llevarlo ante Pilato acusado de traición, un crimen capital.

Se había levantado un impuesto sobre todas las personas que vivían bajo dominio romano. Esta probablemente fue la capitación romana, o sea un reparto de impuesto por cabeza. El impuesto no era mucho, pero era una cuestión de principios. Los judíos consideraban que vivían bajo una teocracia, con Jehová como rey. Rehusaron reconocer el gobierno romano. La pregunta, por tanto, fue esta: ¿Puede un judío pagar impuestos a los romanos en conciencia, o deberá luchar por su independencia por que solamente Dios es Rey de Israel? Llegó a ser una cuestión de fidelidad a la soberanía.

Los fariseos que concibieron el plan estaban ansiosos de tomar por sorpresa a Jesús, así que permanecieron escondidos y enviaron a algunos de sus discípulos jóvenes y a algunos herodianos a llevar a cabo el plan. Los herodianos no eran una secta religiosa, sino un partido político. Eran los seguidores de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, y simpatizadores del dominio romano. Los fariseos, claro está, estaban resistiendo la ocupación romana de Judea. El plan parecía consistir en aparentar controversia entre los jóvenes estudiantes fariseos y los herodianos y acudir al Maestro para preguntarle su opinión, y así resolver sus diferencias.

Se aproximaron a Jesús con respeto y cortesía y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres» (Mateo 22:16). Parecería que estas palabras endulzadas se pronunciaban para apartar sus sospechas, para que les diera su opinión confidencial para guiarlos en una cuestión moral. Entonces siguió la pregunta bien medida en sus palabras: «¿Es lícito dar tributo a César, o no?» La pregunta se formó maliciosamente de tal manera que requiriera una respuesta afirmativa o negativa, cualquiera de las cuales les darían base para destruirlo. Si hubiera dicho: «Sí, paguen el impuesto», le hubieran llamado traidor. Hubiera formado una brecha entre Él y sus seguidores y hubiera creado la rebelión. Si su respuesta hubiera sido: «No, no es lícito pagar el impuesto», lo hubieran entregado a las manos de Roma acusado de traición.

Sus adversarios tenían la intención de destruir a Jesús fuere cual fuere su respuesta. Lo interesante en cuanto a ésta es que no evadió la pregunta, sino que la contestó clara y positivamente sin que lo pudieran atrapar. Él dijo «¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario.» (Mateo 22: 18-19). Esta moneda tenía posiblemente la imagen de Tiberio o de Augusto. Él quería señalarles la imagen del César y la inscripción que daba su nombre y sus títulos. Había un dicho común acerca de que la persona que hace que se imprima su imagen y sus títulos en la moneda es el dueño de ésta y reconocido como el soberano. «Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Le dijeron: De César. . .» (Mateo 22:20-21). Habían reconocido que la moneda le pertenecía al emperador romano, y siendo la moneda vigente para el pago del impuesto, mostraba que el país estaba bajo dominio romano. «. . .Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21). En otras palabras: «No sean injustos: den a César lo que le pertenece, y a la vez no sean impíos: den a Dios lo que le pertenece.»

La sabiduría de su respuesta define las limitaciones de doble soberanía y define la jurisdicción de los dos imperios del cielo y la tierra. La imagen de los monarcas estampada en las monedas demuestra que las cosas temporales le pertenecen al soberano temporal. La imagen de Dios está estampada sobre el corazón y el alma del hombre y esto demuestra que todas sus facilidades y poderes le pertenecen a Dios y deberán emplearse para servirle.

La lección enseñada por el Maestro es tan clara que no es necesario especular, y no lo haré. La prueba que se deberá aplicar para evaluar la fidelidad a la soberanía, cuando existan soberanías dobles, es cuestión de sabiduría. Propongo que no existe ningún conflicto real que cree una cuestión seria en cuanto a la fidelidad.

En estos días de inquietud, se podría preguntar: ¿Qué le debemos a César? ¿Al país en que moramos? Debemos fidelidad, respeto y honor. Deberán observarse estrictamente todas las leyes hechas para promover el bienestar de todos y suprimir la maldad, así como pagar tributo para mantener al gobierno en el gasto necesario de proteger la vida, la libertad, la propiedad y para promover el bienestar de todas las personas.

En el año de 1835, hace 133 años, se escribió y se adoptó por votación unánime una declaración de creencias de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en cuanto a los gobiernos y las leyes. Está incorporada como la sección 134 de las Doctrinas y Convenios de la Iglesia. Aunque ya ha pasado más de un siglo, no se han hecho cambios ni modificaciones, y la declaración aún se aplica actualmente como en el día en que fue escrita. Me gustaría recordar una porción de esta declaración.

«Creemos que Dios instituyó los gobiernos para el beneficio del hombre, y que él tiene al hombre por responsable de sus hechos con relación a dichos gobiernos, tanto en formular leyes como en administrarlas para el bien y la protección de la sociedad.

«Creemos que ningún gobierno puede existir en paz si no se formulan y se guardan invioladas, leyes que garantizarán a cada individuo el libre ejercicio de la conciencia, el derecho de tener y administrar propiedades y la protección de su vida.

«Creemos que todo gobierno necesariamente requiere oficiales y magistrados civiles que pongan en vigor las leyes del mismo; y que se debe buscar y sostener, por la voz del pueblo si fuere república, o por la voluntad del soberano, a quienes administran la ley con equidad y justicia.

«Creemos que la religión es instituida por Dios; y que los hombres son responsables ante él, y él solo, por el ejercicio de ella, a no ser que sus opiniones religiosas los impulsen a infringir los derechos y las libertades de otros; pero no creemos que las leyes humanas tengan el derecho de intervenir prescribiendo reglas de adoración para ligar las conciencias de los hombres, ni de dictar fórmulas para la devoción pública o privada; que el magistrado civil debería restringir el crimen, pero nunca dominar la conciencia; que debería castigar el delito, pero nunca suprimir la libertad del alma.

«Creemos que todos los hombres están obligados a sostener y apoyar los gobiernos respectivos de los países en que residen, mientras las leyes de dichos gobiernos los protejan en sus derechos inherentes e inalienables; que la sedición y la rebelión no convienen a los ciudadanos así protegidos, y deben ser castigadas como corresponde; y que todo gobierno tiene el derecho de promulgar leyes que en su propio juicio estime ser las que mejor garantizarán los intereses del público, conservando sagrada la libertad de la conciencia al mismo tiempo» (D. y C. 134:1-5).

La declaración continúa pero no leeré más. Estas palabras señalan la obligación solemne del gobierno y la de los que debemos fidelidad. Este es un día en que la desobediencia civil parece prevalecer y hasta predicarse de algunos pulpitos, pero la posición de esta Iglesia y sus enseñanzas está clara.

Yo sé que Dios vive, que Él es el poder supremo del cielo y la tierra. Testifico en cuanto a la divinidad de Jesucristo, el Salvador de toda la humanidad. Mi conocimiento de estas verdades me produce una fidelidad a la soberanía divina, también me hace apoyar la ley de la tierra. No existe conflicto entre lo que es de César y la obligación a Dios. Que el Dios de los cielos otorgue inspiración y guía a aquellos dirigentes en el mundo que formulan las políticas de la soberanía mundial, y también a nosotros que somos gobernados por esos poderes. Que se coloque en su perspectiva correcta la rectitud para el bien de todos los hombres. La declaración del, Maestro deberá ser nuestra pauta: «Mas buscad primeramente el reino de Dios, y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33). La búsqueda honrada por la rectitud y la sumisión a la soberanía de Dios responde a los problemas de César. Que el Señor nos bendiga, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén

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