Los pecados de los padres
(Tomado de the Church News)
Una de las compensaciones principales que vienen por vivir de acuerdo con el evangelio consiste en ver la obediencia de nuestros propios hijos mientras disfrutan de una participación activa en el programa de la Iglesia.
Una de las tristezas más grandes de la vida, para los Santos de los Últimos Días que son sinceros, es ver a uno de sus hijos perder la fe y seguir la manera de vivir del mundo.
¿Por qué? Porque para los miembros convertidos de la Iglesia, aquellos que realmente entienden el valor del evangelio, la única cosa que verdaderamente vale en la vida es nuestra relación con Dios. Cuando esa relación queda hecha pedazos en el corazón de nuestros hijos, entra la tragedia en nuestros hogares.
Esto se ve manifestado en la siguiente carta, escrita a los padres de un joven por los padres de la señorita con quien se casó. No creemos que será necesario comentarla.
A los padres de nuestro hijo político:
Siempre los hemos amado, pero ustedes nos han causado más tristezas de lo que jamás sabrán. Su hijo se enamoró de nuestra bella y espiritual hija; y ella se enamoró de él.
Él no era activo en la Iglesia, pero el obispo le expidió una recomendación para que pudiera casarse en el Templo, porque pensaba que tal vez sería el medio de convertirlo en un joven sobre saliente.
Ustedes no fueron con nosotros al Templo, aunque se casaron en ese mismo lugar hace muchos años. Se valieron del pretexto de no poder ir por causa de sus negocios. Tal vez les dolió el corazón saber que no eran dignos de pasar por el Templo con su hijo y su hermosa novia.
Al principio parecía que iba a revivirse su interés en la Iglesia, y que sería un buen esposo para nuestra hija; pero al visitarlos, un año después, vimos cómo lo habían consentido ustedes.
Nos desagradó ver la forma en que nuestra hija tenía que servirlo y atender a las necesidades de su niñita al mismo tiempo; pero esa herida no fué nada al compararla con lo que hemos descubierto desde entonces. Está siguiendo el mismo ejemplo, el idéntico modelo que ustedes le enseñaron.
Hoy, él no sólo es inactivo sino que ha influido a tal grado en nuestra hija, que ella por último ha dejado los hermosos principios que tenía y juntos están criando a sus hijos en la misma manera en que ustedes lo criaron a él.
Dicen que si los hijos no quieren ir a la Iglesia, uno no debe “obligarlos”, sino esperar hasta que ellos decidan por sí mismos. Por consiguiente, ni van a la Iglesia ni adoran al Señor. Hay riñas y querellas entre ellos y es muy distinto del hogar ideal en que ella se crió.
Como ustedes bien saben, los pecados de nuestros hijos recaerán en nosotros. Tal vez ustedes habrán pasado por momentos inquietos al pensar en sus nietos, y deseado haber obrado de otra manera. No pueden, escribir a su hijo para sugerirle o recomendarle que enmiende su manera de ser, abandonando está vida infructuosa, se arrepienta y vuelva a ser activo en la Iglesia —no, no pueden hacerlo, porque saben que su hijo sólo de reirá de ustedes.
Hace años que perdieron toda la influencia que podrían haber tenido sobre él, cuando le permitieron hacer “como mejor le pareciera”. Ninguna influencia tienen ustedes en sus nietos. Nosotros tampoco la tenemos ahora, salvo nuestras oraciones, porque nuestra hija aún está, enamorada de él, y la vemos tan apenada cuando hablamos con ella—queriendo agradarnos y al mismo tiempo no deseando desagradar a su esposo— que no queremos aumentar sus congojas.
Sentimos esta aflicción de día y de noche, sabiendo que por causa de su indiferencia ellos han desalojado del templo de sus almas la esencia de la piedad, el Espíritu del Señor”, y que nuestras enseñanzas aparentemente han sido en vano.
No solicitamos una respuesta de ustedes. Solamente nuestro Padre Celestial puede mitigar nuestras heridas. Esperamos que alguien que lea esta carta entienda la angustia que se apodera del corazón, causada por los padres inactivos y el mal ejemplo que dan a sus hijos.


























