Conferencia General Abril 1969
La estructura del hogar se ve amenazada por la irresponsabilidad y el divorcio
por el presidente David O. McKay
(Leído por su hijo, Robert R. McKay)
Mis queridos hermanos: Esta mañana mi alma está profundamente conmovida, debido, estoy seguro, a una combinación de circunstancias y experiencias. Nunca había estado tan agradecido por las bendiciones del Señor, y por la fe y oraciones de los miembros de la Iglesia. Estoy agradecido por la restauración del evangelio y por el glorioso mensaje que ésta llevó al mundo: de que Dios vive y que su Amado Hijo Jesucristo es el Redentor y Salvador del mundo, de que somos sus hijos, y de que Él nos ha dado un plan mediante el cual podemos regresar a su presencia como seres resucitados e inmortales.
Estoy agradecido por el extraordinario progreso que la Iglesia ha hecho durante el año pasado, por el unido e ilimitado apoyo prestado por las Autoridades Generales y los oficiales generales de la Iglesia; por la fe, lealtad y devoción de las mesas generales de las organizaciones auxiliares, de los oficiales de las estacas, quórumes, barrios, misiones, y de los miembros de la Iglesia en general. Más que nada, estoy agradecido por la seguridad que tenemos de la guía y poder superior del Señor.
Extiendo a todos los presentes congregados en este histórico tabernáculo—nuestros visitantes especiales, líderes gubernamentales y educacionales, Representantes Regionales, oficiales y maestros de estaca, barrio y de organizaciones auxiliares—y a todos los amigos y miembros que nos escuchan por radio y televisión, mis más cordiales saludos y bienvenida a esta 139a. Conferencia Anual de la Iglesia.
Durante los últimos meses he estado preocupado por el bienestar de la humanidad en este mundo lleno de tribulaciones e ideas falsas. Con el aumento del crimen, la falta de respeto hacia la ley y el orden, el número siempre en aumento de divorcios, que da como resultado hogares destruidos; la inmoralidad con todas las maldades que la acompañan, los valiosos principios asociados con la libertad del hombre amenazados si no con el abandono, con el repudio, es tiempo de que los hombres y mujeres del mundo entero se vuelvan más conscientes, más devotos y más diligentes que nunca en busca de las causas del desastre de este mundo, y valiente y heroicamente escojan una vida mejor.
Esta es una época en que la humanidad debe volverse hacia las enseñanzas de Cristo nuestro Señor y Salvador, y en multitudes más grandes que las que el mundo haya presenciado antes, conformar sus actitudes y acciones hacia ellas. A menos que los hombres cambien de tal manera sus corazones y vidas, el mundo continuará en inquietud, y nuestra civilización actual estará amenazada con la desintegración.
Es deplorable, pero cierto, el hecho de que los corazones de los hombres en general están en dirección opuesta a Dios. El factor principal en la vida de la mayoría de las personas es la auto-promoción, y no la glorificación a Dios. La irreverencia se pone claramente en evidencia.
El mundo necesita más santidad y menos perdición; más auto-disciplina, y menos auto-gratificación; más poder para decir junto con Cristo: “Padre… no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42) Cristo vino a traer la paz. El rechazar su modo de vida ha sido la causa del exceso de aflicciones y contenciones. No ha sido el Señor sino el hombre, quien ha acarreado conflictos destructivos y la miseria subsiguiente. Las guerras nacen de la perversidad de los líderes injustos. No podemos esperar que las guerras se terminen y que la buena voluntad reine entre los hombres a menos que la libertad triunfe y venga sobre nosotros una paz justa.
Hoy, cuando estos hechos son tan evidentes, dejad que todos los hombres sinceros se den cuenta de las condiciones perversas que han causado las guerras, y que con la ayuda del Señor, se resuelvan a quitarlas para siempre. Debe venir una victoria de la justicia y la libertad, sobre la iniquidad y la opresión; repito, las guerras nunca desaparecerán a menos que los hombres cambien sus corazones y establezcan nuevos ideales.
El hogar es un elemento esencial y fundamental en la edificación y perpetuidad de un gran pueblo, la fortaleza de la nación; especialmente de una república, yace en los hogares bien ordenados de las personas. Es ahí donde en la caricia de la madre experimenta el niño la primera sensación de seguridad, en el beso materno capta la primera comprensión del cariño, en su solicitud y ternura, la primera seguridad de que hay amor en el mundo.
Recuerdo que durante la II Guerra Mundial, las condiciones existentes hicieron necesario que yo compartiera un coche “Pullman” con cuarenta jóvenes soldados, bien educados y un orgullo para cualquier nación. En el transcurso de la conversación, uno de ellos comentó: El cabello de mi padre también es blanco.” Entonces agregó, en un tono que expresó la profundidad de sus sentimientos: “¡Cómo me gustaría ver esa anciana cabeza esta maña-na!” Él y sus compañeros estaban en camino a un campamento para completar su entrenamiento antes de salir a cumplir su servicio al extranjero. Se habían alistado para defender no sólo la libertad del hombre, sino los derechos y la santidad del hogar y los seres queridos. El afecto que este soldado sentía por su hogar y familiares hará preferible la muerte antes que entregarse a un enemigo que destruiría su hogar y todo lo que el verdadero soldado estima tanto.
Uno de los ataques furiosos que están tratando de derribar la estructura del hogar es la búsqueda del placer en la vida conyugal, sin la voluntad de asumir la responsabilidad de criar a una familia. El razonamiento y la mutua consideración son factores que deben estar siempre presentes al determinar la llegada de los hijos al hogar.
Es importante que los jóvenes se den cuenta que la buena edificación de un hogar principia con una pareja de jóvenes dignos. Con frecuencia, la salud de los hijos, si la pareja es bendecida con ellos, depende de las acciones de los padres antes del matrimonio. De la prensa, desde el púlpito, y particularmente en el hogar, debe escucharse más frecuentemente el mensaje en el que los jóvenes están poniendo los cimientos para su futura felicidad o miseria. Todo joven, particularmente, debe prepararse para la responsabilidad de la paternidad guardándose físicamente limpio, para que de esta manera pueda hacerlo no como un cobarde o impostor, sino como una persona honorable y apta de formar un hogar. El joven que, al no reunir estas condiciones, toma sobre sí la responsabilidad de la paternidad, es peor que un impostor. La futura felicidad de su esposa e hijos depende de la vida del hombre en su juventud.
Enseñémosles también a las señoritas que la maternidad es divina, porque cuando se llega a la parte creadora de la vida, entramos en el reino de la divinidad. Por tanto, es importante que las mujeres se den cuenta de la necesidad de guardar sus cuerpos limpios y puros, parece ser un pasatiempo divertido en la juventud, o el pecado y la enfermedad. Un nacimiento puro, y una herencia de noble carácter son las bendiciones más gran¬diosas de la niñez. Ninguna madre tiene el derecho de poner obstáculos en la vida de su hijo para hacer lo que parece ser un pasatiempo divertido en la juventud, o el derecho de entregarse a las drogas y otras prácticas perversas. Aquellas que llegarán a ser madres deberían por lo menos vivir de manera que pueden concebir hijos que no estén agobiados por las enfermedades, debilidades o deformidades; porque los padres, en su juventud ardiente, como dijo Shakespeare: “descaradamente siembran las semillas de la debilidad y la flaqueza.”
Una calamidad dominante del mundo actual es la impureza moral. Ahora repito las palabras firmadas por el presidente Joseph F. Smith cuando todavía vivía: “Ningún cáncer más detestable desfigura el cuerpo y el alma de la sociedad hoy día, que la horrorosa aflicción del pecado sexual. Corrompe los fundamentos mismos de la vida, y transmite sus efectos inmundos al aún no nacido, como una herencia de muerte.” (The Improvement Era, Vol. 29, pág. 739) Aquel que es impuro en su juventud, viola la confianza que los padres de la muchacha pusieron en él; y aquella que es impura en su soltería, le es infiel a su futuro esposo, y pone los cimientos de desdicha, sospecha y discordia en el hogar. No os preocupéis por estos maestros que hablan acerca de inhibiciones; únicamente recordad esta verdad eterna: que la castidad es una virtud que debe estimarse como uno de los logros más nobles de la vida; contribuye a la virilidad del hombre; es la virtud que corona a la virginidad, y todo hombre que se precie de serlo, sabe que esto es cierto. Es uno de los factores principales para la felicidad del hogar. No hay ninguna pérdida de prestigio al mantener en una manera digna las normas de la Iglesia. Podéis “estar” en este mundo y no “ser del mundo”. ¡Más que nada, guardad vuestra castidad! Dios nos ha mandado ser castos: “No cometerás adulterio”, dijo el Señor en Sinaí. (Éxodo 20:14)
Las fuerzas degenerantes del mundo están en un estado desenfrenado, pero éstas pueden resistirse si la juventud abraza pensamientos puros y aspira altos ideales. El antiquísimo conflicto entre la verdad y el error está aumentando con furia acelerante, y en estos momentos el error parece estar llevando la delantera. El aumento de la vileza moral y la diseminada negligencia por los principios de honor e integridad están minando las in-fluencias de la vida social, política y de negocios.
El concepto exaltado del matrimonio considerado por la Iglesia se explica claramente en seis palabras que se encuentran en la Sección 49 de Doctrinas y Convenios: “el matrimonio es instituido de Dios.” (D. y C. 49: 15) Esa revelación fue dada en 1931, cuando José Smith tenía solamente 25 años de edad. Considerando las circunstancias bajo las cuales fue dada, encontramos en ella un ejemplo entre otros cientos que corroboran el hecho de que él fue inspirado del Señor. Ante nosotros están reunidos miles de oficiales presidentes de las estacas, barrios, quórumes y organizaciones auxiliares, a quienes decimos, es vuestro deber y el mío sostener en alto el sublime concepto del matrimonio tal como se encuentra en esta revelación, y estar alerta contra el peligro que amenace rebajar las normas del hogar ideal.
Se dice que las vidas mejores y más nobles son aquellas que se enfocan hacia altos ideales. Verdaderamente, los jóvenes no pueden apreciar otro ideal más alto concerniente al matrimonio, que el considerarlo como una institución divina. En la mente de los jóvenes, el fijarse tal norma es para ellos una protección durante el cortejo, una influencia siempre presente que los induce a refrenarse de hacer cualquier cosa que les puede impedir ir al templo para hacer su amor más perfecto en una unión duradera y eterna. Los ayudará a buscar la guía divina en la selección de sus compañeros, bajo cuya sabia decisión depende su felicidad en esta vida y la venidera; hace sus corazones puros y buenos y los eleva hacia su Padre Celestial. Tales gozos están dentro del alcance de la mayoría de hombres y mujeres si fomentan y aprecian los altos ideales del matrimonio y el hogar.
Las señales de los tiempos indican definitivamente que la santidad del convenio del matrimonio está peligrosamente amenazada. Hay lugares donde la ceremonia del matrimonio puede llevarse a cabo a cualquier hora del día o de la noche, sin ningún arreglo previo; mientras la pareja espera se expide la licencia y se efectúa la ceremonia. Muchas parejas, que han caído en la trampa de tales tentaciones, han visto terminar sus matrimonios en desilusión y sufrimiento. En algunos casos, estos lugares no son nada más que oportunidades para legalizar la inmoralidad. Oh, ¡cuánto se apartan del verdadero ideal! Hasta donde nuestro poder lo permita, debemos advertir a las jóvenes parejas los resultados de los matrimonios secretos y apresurados.
Es también de vital importancia que nos opongamos a las influencias insidiosas de la literatura que habla de la “bancarrota del matrimonio”, que está en favor de los matrimonios experimentales y que considera las relaciones premaritales al igual que las extramaritales.
La paternidad, y particularmente la maternidad, deben considerarse como una obligación sagrada. Existe algo en las profundidades del alma humana que se revela contra la paternidad negligente. En el fondo de las almas de los padres, Dios ha implantado la verdad de que con la impunidad no pueden evitar la responsabilidad de proteger a los niños y jóvenes.
Parece haber una tendencia creciente a cargar esta responsabilidad del hogar sobre otras influencias exteriores, tales como la escuela y la Iglesia. Por importantes que éstas sean, nunca pueden tomar el lugar de la influencia de los padres. El constante entrenamiento, la vigilancia y el compañerismo, el ser guardas de nuestros propios hijos, son actos necesarios a fin de mantener intactos nuestros hogares.
El carácter del niño se forma, en su mayor parte, durante los primeros doce años de su vida. Durante ese período, durante las horas de vigilia, pasa 16 veces más horas en el hogar que en la escuela, y 126 veces más que en la Iglesia. Los niños salen con el sello del hogar sobre sí, y sólo si estos hogares son lo que deben ser, los niños serán lo que también deben ser. Luther Burbank el gran científico y mago de las plantas, recalcó de la manera más impresionante la necesidad de atención constante en el entrenamiento de un niño, diciendo:
“Enseñadle al niño el auto-respeto; entrenadlo de la misma manera que entrenáis a una planta durante su crecimiento. Ningún hombre que se respete ha sido nunca un injerto. Por sobre todo, recordad la repetición, el uso de una influencia una y otra vez, haciéndolo eternamente.
Esto es lo que compone la forma de las plantas, la constante repetición de una influencia hasta que por fin queda tan irrevocablemente compuesta que le hace imposible volver a cambiar. No podéis daros el lujo de desalentaros; estáis tratando con algo de mucho más valor que cualquier planta: el alma preciosa de una criatura.”
Hay tres cosas fundamentales a las que cada niño tiene derecho: (1) un nombre respetable, (2) una sensación de seguridad y (3) oportunidades para el desarrollo. La familia le provee su nombre y un puesto en la comunidad. Una criatura quiere que su familia sea tan buena como las de sus amigos; quiere poder señalar hacia su padre con orgullo, y sentirse siempre inspirado cuando piensa en su madre. Es el deber de una madre vivir de tal manera que sus hijos la asocien con todo lo hermoso dulce y puro; y el padre también debe vivir de tal manera que el niño, que sigue su ejemplo, sea un buen ciudadano y, en la Iglesia, un verdadero seguidor de las enseñanzas del Evangelio de Cristo.
Un niño tiene el derecho de sentir que en su hogar tiene un refugio, un lugar para protegerse de los peligros y perversidades del mundo exterior. La unidad familiar y la integridad son necesarias para suplir esta necesidad.
El niño necesita padres que sean felices al adaptarse el uno al otro, que trabajen para lograr el cumplimiento de un ideal de la vida, que amen a sus hijos con un amor sincero y desinteresado; en una palabra, padres que sean personas bien equilibradas, bendecidas con cierto grado de percepción, que puedan proveerle un ambiente sano que contribuya más a su desarrollo que a las ventajas materiales.
Casi invariablemente, el divorcio priva al niño de estas ventajas. Recientemente recibí una dolorosa cartita de un niño de aproximadamente ocho años de edad, cuyos padres eran divorciados, y en la que decía: “Querido David O. McKay: Tengo un problema y es con papá y mamá. Ellos están divorciados y nosotros (queriendo decir sus hermanos) queremos estar juntos otra vez. ¿Puede ayudarme a resolver mi problema? Lo quiero mucho.” ¡Qué tragedia para esa criatura, y qué desdicha tan grande les ha causado a estos niños esta separación!
El aumento en el porcentaje de divorcios en los Estados Unidos es una terrible amenaza para la grandeza de esta nación.
A la luz de la escritura, antigua como moderna, nos justificamos al sacar en conclusión que el ideal de Cristo concerniente al matrimonio es el hogar estable, y las condiciones que causan los divorcios violan su mensaje divino. Excepto en los casos de infidelidad u otras condiciones similares, la Iglesia rechaza el divorcio, y las autoridades contemplan preocupadas el aumento en el número de divorcios entre los miembros de la Iglesia.
El hombre que ha hecho el convenio sagrado en la Casa del Señor de permanecer fiel en la promesa del matrimonio, es un traidor si se separa de su esposa y su familia, sólo para apasionarse por una hermosa cara o la figura esbelta de una joven que lo lisonjeó con una sonrisa. A pesar de que la libre interpretación de la ley de la tierra le concedería a tal hombre una cédula de divorcio, yo pienso que es indigno de recibir una recomendación para solemnizar su segundo matrimonio en el templo.
Y cualquier mujer que deshaga su hogar a causa de algún deseo egoísta, o que le haya sido infiel al esposo, de la misma manera es desleal a los convenios que haya hecho en la casa del Señor, Cuando hacemos referencia al quebrantamiento de los lazos familiares, llegamos a una de las experiencias más tristes de la vida. Es verdaderamente una tragedia que una pareja que haya vivido bajo el brillo del amor mutuo, pueda soportar ver que las nubes del mal entendimiento y la discordia oscurezcan la luz del amor de sus vidas. En la oscuridad subsiguiente, la chispa de amor en los ojos de cada uno queda apagada, y el tratar de recobrarla es en vano.
El considerar el matrimonio como un simple contrato al que puede entrarse sólo para satisfacer un atojo romántico, o con propósitos egoístas, y el separarse cuando surja la primera dificultad o mal entendimiento, es una maldad que merco la condenación, especialmente en los casos don¬de los hijos sufren las consecuencias de tal separación. El matrimonio es una relación sagrada a la que se entra con propósitos bien conocidos, principalmente el de criar una familia. La actitud insensata hacia el matrimonio, la teoría diabólica del “experimento sexual libre” y los tribunales de divorcios instantáneos son arrecifes peligrosos contra los cuales se estrellan muchas barcas familiares.
A fin de disminuir la disolución de hogares, la tendencia actual de menospreciar el concepto del matrimonio debería sustituirse por el punto de vista sublime que Jesucristo le otorgó. Consideremos al matrimonio una obligación sagrada y un convenio que es eterno, o que puede hacerse eterno.
Enseñadles a los jóvenes de ambos sexos las responsabilidades e ideales del matrimonio para que ellos puedan darse cuenta de que éste involucra la obligación y que no es un arreglo al que se entra con la idea de divertirse. Enseñadles que el amor puro entre los sexos es una de las cosas más nobles de la tierra, y que el dar a luz y crear a los hijos es el deber más sublime de toda la humanidad. A este respecto, es el deber de los padres poner el ejemplo en el hogar para que los hijos puedan ver y absorber, como debe ser, la santidad de la vida familiar y las responsabilidades a ella asociada.
El número de matrimonios disueltos podría reducirse si las parejas se dieran cuenta, aún antes de acercarse al altar, que el matrimonio es un estado de servicio mutuo, un estado de dar así como de recibir, y que ambos deben dar de sí mismos hasta lo máximo. Harriet Beecher Stowe escribe sabiamente: “Nadie puede crear un verdadero hogar a menos que desde el principio esté dispuesto a aceptar la vida heroicamente, a tropezar con el trabajo y el sacrificio. Sólo a éstos puede otorgárseles este poder divino, de crear en la tierra aquello que es lo cosa más semejante al ciclo.”
Otra condición que contribuye a la duración del convenio del matrimonio es el casamiento en el templo. Antes de que se efectúe dicha ceremonia, es necesario que el joven como la señorita obtengan primeramente una recomendación del obispo; irán a solicitarla en persona, y el obispo que cumple con su deber instruirá a la pareja en cuanto al carácter sagrado de la obligación que van a tomar sobre sí, recalcándoles todos los puntos que se han nombrado antes. Así, en la presencia del sacerdocio, antes de tomar sobre sí la obligación del matrimonio, la joven pareja recibe instrucciones en cuanto al sagrado deber que yace ante ellos; y, más aún, determinan si están o no preparados para ir en santidad y pureza al altar de Dios para sellar sus promesas y amor.
Por último, hay otro principio que me parece que llega a la base de la felicidad de la relación matrimonial, o sea la norma de pureza que se enseña y practica entre los verdaderos miembros de la Iglesia. En la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hay única¬mente una norma de moralidad. Ningún joven tiene más derecho de ser impuro que una señorita; ese muchacho que le pide una recomendación al obispo para llevar a una muchacha pura al altar, se espera que entregue la misma pureza que espera recibir.
Para resolver adecuadamente este gran problema del aumento de divorcios, debemos volvernos con confianza hacia Jesús que es nuestro Guía. El declaró que el matrimonio es de origen divino, que “el matrimonio es instituido de Dios” (D. y C. 49:15), que sólo bajo las condiciones más excepcionales deberá disolverse. En la enseñanza de la Iglesia de Cristo, la familia asume una importancia suprema en el desarrollo del individuo y la sociedad. La ceremonia del matrimonio, así como las relaciones familiares perduran por tiempo y eternidad cuando son selladas por la autoridad del Santo Sacerdocio. “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” (Marcos 10:9)
Que Dios nos bendiga para que consideremos más devota y sinceramente la santidad del hogar y del convenio del matrimonio, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























