«No nos ha dado Dios espíritu de cobardía»
por Gordon B. Hinckley
La fe esencia de la religión verdadera
Al viajar por todo el mundo y a través de toda mi vida, he conocido a mucha gente con diversos problemas y afanosas preocupaciones. En respuesta a esos problemas e inquitudes, con frecuencia he recordado algunas palabras escritas hace tanto tiempo por el apóstol Pablo. En aquellos momentos probablemente se encontraba prisionero en Roma, listo, como él dijo, «para ser sacrificado» (véase 2 Timoteo 4:6). Pablo había sido un gran misionero, incansable en su testimonio, celoso en su deseo de testificar en cuanto al Señor resucitado. Sabía que sus días estaban contados y con mucho sentimiento escribió a su compañero menor, Timoteo, a quien se refirió como su «amado hijo»: «Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti . . . Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:6-7).
¿Quién de nosotros podría decir que jamás ha sentido el espíritu de cobardía? No conozco a nadie que se haya sentido completamente libre de temores. Algunos, por supuesto, experimentan temores en un grado mayor que otros. Algunos tienen la capacidad para superarlos mientras que otros se sienten atrapados y arrastrados por el temor y aun se dejan vencer. Padecemos el temor a la burla, al fracaso, a la soledad, a la ignorancia. Algunos temen el presente, otros el futuro. Algunos llevan sobre sí la carga del pecado y darían casi cualquier cosa por librarse de esa carga, pero temen transformar su vida. Debemos reconocer que el temor no viene de Dios, sino que este elemento torturador y destructivo proviene del adversario de toda verdad y justicia. El temor es el antítesis de la fe y su efecto es corrosivo, y aun fatal.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio». Estos principios son antídotos eficaces de los temores que nos privan de nuestra fortaleza y que a veces nos llevan al fracaso. Son principios que nos dan poder.
¿Qué clase de poder? El poder del Evangelio, el poder de la verdad, el poder de la fe, el poder del sacerdocio.
Martín Lutero fue uno de los grandes y valientes reformadores de la Restauración. Me agradan mucho las palabras de su magnífico himno:
Baluarte firme es nuestro Dios,
de protección eterna.
Amparo grande es nuestro Dios;
los males Él sujeta.
Supremo es Su poder.
Rescata a todo ser.
Con potestad obró.
Él todo lo creó, y para siempre reinará.
-Himnos, 1992, N° 32
El conocimiento de que somos hijos e hijas de Dios nos proporciona un gran fortalecimiento. En nosotros se anida algo divino. Quienes poseen este conocimiento y permiten que influya en su vida no consentirán en hacer nada que sea malo, vulgar o indebido. Debemos alentar la naturaleza divina que poseemos para que se manifieste. Por ejemplo, no debemos temer que se burlen de nosotros a raíz de nuestra fe. En ocasiones hemos sido objeto de ciertas burlas, pero en nuestro interior contamos con un poder que nos hará superarlas y, en realidad, convertirlas aun en algo benéfico.
Recuerdo haber oído acerca de una experiencia que tuvo una joven adolescente que residía lejos de la cabecera de la Iglesia y que había logrado cambiar con éxito la vida de muchos de sus amigos. Estos, que ninguno era miembro de la Iglesia, hablaron acerca de tener una fiesta y ella, con firmeza, dijo: «Podremos divertirnos mucho, pero no tenemos necesidad de beber alcohol».
Lo maravilloso era que sus amigos la respetaban mucho. Además, su actitud contribuyó a desarrollar fortaleza en otros, quienes tuvieron la valentía de ser responsables, decentes y sensatos gracias a su ejemplo. Dios nos ha dado el poder del Evangelio para elevarnos por encima de nuestros temores.
Dios nos ha dado el poder de la verdad.
El presidente Joseph F. Smith declaró una vez: «Nosotros creemos en toda verdad, no importa a qué tema se refiera. No existe una secta o denominación religiosa [o, podría decir, ningún investigador de la verdad] en todo el mundo que posea un solo principio de la verdad que nosotros no aceptemos o que rechacemos. Estamos dispuestos a recibir toda verdad, no importa de qué fuente proceda; porque la verdad permanecerá, la verdad perdurará» (Gospel Doctrine, Salt Lake City, Deseret Book Co., 1939, pág. 1).
Nada debemos temer mientras caminemos a la luz de la verdad eterna. Pero será mejor que sepamos discernir. La sofistería tiene habilidad para disfrazarse como verdad. Las verdades a medias suelen emplearse aparentando ser verdades genuinas. Las insinuaciones son frecuentemente utilizadas por los enemigos de esta obra con el aspecto de la verdad. Las teorías y conjeturas suelen exponerse como si fueran verdades confirmadas, cuando en realidad tal procedimiento muy bien podría ser la esencia misma de la falsedad.
John Jaques, un converso inglés, lo dijo con estas hermosas palabras que hoy cantamos:
¿Qué es la verdad?
Es principio y fin,
y sin límites siempre será.
Aunque cielo y tierra dejaran de ser,
la verdad, la esencia de todo vivir,
seguiría por siempre jamás.
-Himnos, 1992, N° 177
No debemos temer mientras tengamos en nuestra vida el poder que emana del vivir correctamente en base a la verdad que proviene de Dios, nuestro Padre Eterno.
Y tampoco debemos temer mientras poseamos el poder de la fe.
La Iglesia cuenta con un sinnúmero de críticos y toda una hueste de enemigos que se burlan de lo que es sagrado. Subestiman y menosprecian lo que hemos recibido de Dios. Gratifican los deseos de otros que evidentemente disfrutan cuando ven que lo sagrado se representa como algo divertido. No puedo pensar en nada que esté menos en armonía con el espíritu cristiano tal como este tipo de actividad.
Nos duele que se profane lo que para nosotros es sagrado. Pero no debemos temer. Esta causa es superior a toda persona y prevalecerá sobre todos sus enemigos. Sólo necesitamos seguir avanzando, sin temor, mediante el poder de la fe. En los tempranos días de esta obra, el Señor dijo: «Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer . . . Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis. Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos» (D&C 6:34, 36-37).
Pablo escribió a los corintios: «Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos» (1 Corintios 16:13).
Dios nos ha dado el poder del amor.
¿Amor a qué? Amor al Señor; amor a Su obra, Su causa, y Su reino; amor por la gente; amor de unos a otros. Yo he podido comprobar, una y otra vez, que el amor de Dios puede trasponer el abismo del temor.
El amor a la Iglesia también puede rescatar al hombre de la duda. Recuerdo mi experiencia universitaria de hace más de cincuenta años. En diversas maneras, aquél fue un período deprimente. Fue una época de cinismo y desaliento. Eran los días de la llamada Gran Depresión económica. Cuando me gradué en 1932, el desempleo había llegado a más del treinta por ciento. Tanto los Estados Unidos como el resto del mundo se hallaban en situación desesperante. Fue una época en que se formaban largas filas para conseguir un plato de sopa y tuvieron lugar muchos suicidios.
Los jóvenes en edad universitaria tienden a ser, de todos modos, un tanto críticos y cínicos, pero tal actitud se vio incrementada en la década de 1930 por el cinismo propio de la época. Era fácil cavilar en cuanto a muchos temas, cuestionar las cosas de la vida, del mundo, de la Iglesia y de aspectos del Evangelio. Pero también fue una época de regocijo y de amor. Detrás de aquellos pensamientos, yo contaba con el íntimo fundamento que provenía del amor de mis padres y de mi buena familia, de un magnífico obispo, de maestros dedicados y fieles, y de Escrituras para leer y meditar sobre ellas.
Aunque en nuestra juventud teníamos dificultad en comprender muchas cosas, en nuestro corazón poseíamos algo del amor hacia Dios y Su obra maravillosa que nos enaltecía por encima de cualquier duda o temor. Amábamos al Señor y también a nuestros buenos y honorables amigos. De tal amor obteníamos una gran fortaleza.
Cuan inmenso y magnífico es el poder del amor para superar los temores y las dudas, las preocupaciones y el desaliento.
«No nos ha da-do Dios espíritu de cobardía, sino … de dominio propio».
¿Qué quiso decir Pablo con las palabras «dominio propio»? Yo creo que se refirió a la lógica fundamental del Evangelio. Para mí el Evangelio no es un gran volumen de jerga teológica, sino algo simple y hermoso, con una sencilla verdad tras otra en ordenada sucesión. No me preocupan los misterios. No me interesa si las puertas del cielo son giratorias o corredizas, sólo que se abran. No me preocupa si el profeta José Smith pudiese haber dado varias versiones de la primera visión más de lo que pueda interesarme que los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento provengan de diferentes autores, cada uno de ellos con su propio discernimiento y relatando a su manera los acontecimientos de conformidad con los propósitos del momento.
Mucho más me interesa el hecho de que Dios ha revelado en esta dispensación un plan maravilloso, magnífico y hermoso que inspira a hombres y mujeres a amar a su Creador y Redentor, a apreciarse y servirse mutuamente, a andar con fe por el sendero que conduce hacia la inmortalidad y la vida eterna.
Estoy agradecido por la maravillosa declaración de que «la gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad» (D&C 93:36). Estoy agradecido por el mandato que hemos recibido de buscar «palabras de sabiduría de los mejores libros» y de adquirir conocimiento, «tanto por el estudio como por la fe» (D&C 88:118).
Cuando yo era estudiante universitario, se suscitaban muchos debates en cuanto a la evolución orgánica. Yo tomé cursos de geología y de biología y escuché toda la historia del darvinismo tal como se enseñaba entonces. Era interesante y pensé mucho sobre eso, pero no permití que me desviara porque yo había leído lo que dicen las Escrituras en cuanto a nuestros orígenes y a nuestra relación con Dios. Desde entonces me he familiarizado con lo que para mí es una evolución mucho más importante y maravillosa. Y ésa es la evolución de los hombres y las mujeres como hijos e hijas de Dios, nuestro Creador, y de nuestro magnífico potencial de progresar como tales. Para mí, este gran principio es manifestado en los siguientes versículos de revelación: «Y lo que no edifica no es de Dios, y es tinieblas. Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto» (D&C 50:23-24).
Quisiera que meditáramos sobre estas palabras. Constituyen en sí una maravillosa promesa concerniente al gran potencial que cada uno de nosotros posee en su interior, un potencial nacido de la ofrenda plantada en nosotros como una expresión del amor de Dios por Sus hijos e hijas.
¿Qué es lo que debemos temer con respecto a nuestros problemas y dificultades en la vida? «Sólo el temor mismo», como dijo el presidente norteamericano FrariMin D. Roosevelt en un sentido diferente.
Refirámonos otra vez a las verdades enormemente importantes que Pablo enseñó: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio». Y entonces dio este gran mandato a Timoteo: «Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor» (2 Timoteo 1:7-8).
Ruego que este consejo sea un verdadero cometido para cada uno de nosotros. Andemos con confianza—jamás con arrogancia—y con tranquila dignidad en nuestra convicción concerniente a Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Fortalezcámonos con la fortaleza que de El proviene. Procuremos encontrar la paz que constituye la esencia misma de Su ser. Estemos dispuestos a sacrificarnos en base al espíritu de Aquel que se ofreció a Sí mismo en sacrificio por toda la humanidad. Andemos con rectitud de conformidad con Su mandamiento: «Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová» (Isaías 52:11). Arrepintámonos de toda maldad para cumplir así con Su mandato y entonces procuremos ser perdonados en base a la misericordia que El nos ha prometido. Demostrémosle nuestro amor mediante el servicio al prójimo.

























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