La desidia nos roba la vida eterna

Conferencia General Abril 1969

La desidia nos
roba la vida eterna

por Joseph Fielding Smith
De la Primera Presidencia y Presidente del Consejo de los Doce


Mis queridos hermanos: Nuevamente nos encontramos en otra conferencia general; estoy seguro de que todos nos sentimos muy felices de poder estar aquí, y les dantos la bienvenida a todos aquellos que estén escuchándonos. Espero y ruego que el Señor me bendiga en lo que tenga que decir.

La desidia, que podrá manifestarse en los principios del evangelio, es la ladrona de la vida eterna, que significa vivir en la presencia del Padre y el Hijo. Hay muchos entre nosotros, incluso miembros de la Iglesia, que piensan que no es necesario apresurarse para obtener los principios del evangelio y guardar los mandamientos.

Al referirse a la gente de los últimos días, Nefi escribió: “Si, y habrá muchos que dirán: Comed, bebed y divertíos, porque mañana moriremos; y nos irá bien.”

Y también habrá muchos que dirán: “Comed, bebed y divertidos; no obstante, temed a Dios, pues él justificará la comisión de unos cuantos pecados; sí, mentid un poco, aprovechaos de uno por causa de sus palabras, tended trampa a vuestro prójimo; en esto no hay mal. Haced todo esto, porque mañana moriremos; y si es que somos culpables. Dios nos dará algunos correazos, y al fin nos salvaremos en el reino de Dios.” (2 Nefi 28:7-8)

No penséis que esto lo dijo del mundo, a aun del “extranjero. . . dentro de tus puertas”. (Ver Éxodo 20: 10) Se estaba refiriendo a los miembros de la Iglesia. Más aún, Nefi nos advierte que en los últimos días habrá muchos que seguirán a Satanás. Podría continuar leyendo más de 2 Nefi, pero voy a citar el capítulo y verso para que cuando vayáis a casa, leáis de vuestro Libro de Mormón 2 Nefi, capítulo 28, versículos 20 al 29.

Estamos viviendo en los últimos días. ¿No hemos oído a las personas hablar como Nefi dijo que lo harían? ¿No hay muchos que se excusan y se aquietan durmiendo en “seguridad carnal”, pensando que el Señor no verá sus pequeños pecados? ¿No hay muchos entre nosotros que niegan el poder de la maldad, y que niegan que exista? ¿No “espiritualizan” los tormentos del infierno y dicen que el tal no existe? ¿No habéis oído enseñar estas cosas? De esta manera Satanás está enfureciendo el corazón de la gente, ¡y los miembros de la Iglesia no se escapan en absoluto de sus astutas sofisterías!

Los malos hábitos se forman fácilmente, pero no se rompen de igual manera. ¿Estamos cediendo a nuestros malos hábitos, pensando que después de todo son sólo insignificancias, y que nos desharemos de ellos en la tumba? ¿Esperamos que nuestros cuerpos sean limpiados en el sepulcro y que en la resurrección nos levantaremos con cuerpos perfectos y santificados? Entre nosotros hay algunos que enseñan tales cosas y se excusan por sus prácticas, diciendo que serán limpiados en la tumba.

Alma enseñó una doctrina muy diferente; él le dijo a Coriantón: “No vayas a suponer, porque se ha hablado acerca de la restauración, que serás restablecido del pecado a la felicidad. He aquí, te digo que la maldad nunca fue felicidad. . .

Porque lo que de ti saliere, volverá otra vez a ti y te será restituido; por tanto, la palabra restauración condena al pecador más plenamente, y en nada lo justifica.” (Alma 41:10. 15)

El Salvador también dijo: “. . . con la medida con que medís, os será medido.” (Mateo 7:2) Algunos piensan que un pequeño castigo no está tan mal, y están dispuestos a sufrir las consecuencias por sus ofensas en vez de guardar los mandamientos del Señor, como se nos ha mandado. Si pueden escapar con “algunos correazos”, pueden considerarse afortunados; pero recordemos que se debe pagar por el pecado. Se debe reparar el daño; tendremos que pagar el precio si nos rehusarnos a arrepentirnos y a recibir las bendiciones del evangelio.

El castigo no es fácil de soportar, especialmente cuando se tiene la conciencia intranquila. ¿Quién podría ser feliz sufriendo, y vivir pensando todo el tiempo que ese sufrimiento ha sido el resultado de haber violado los mandamientos de Dios, cuando se le había dado consejo y conocimiento para andar en rectitud? ¿Qué pensará el pecador ese día, cuando se haya arrepentido de sus malas acciones, y se dé cuenta de que el gran sufrimiento de nuestro Señor hizo innecesario que él sufriera si hubiera aceptado a Cristo y su obra?

Nuestro Padre Eterno ha preparado tres grandes reinos a los que las almas de los hombres irán a morar. No es nuestro propósito discutir aquí estos tres reinos; al hablar de ello solamente es necesario decir que a la gloria telestial irán aquellos que no han sido fieles: los que han profesado y no han oído (Doc. y Con. 41:1); los mentirosos, hechiceros, adúlteros y todos los que se rehúsan a andar por los senderos de la verdad. A la terrestre irán todos aquellos que han sido honrados, que han sido moralmente limpios, pero que no recibieron el evangelio; también los que murieron sin la ley.

Para entrar al celestial y obtener la exaltación, es necesario que se guarde toda ley. La palabra del Señor dice:

“Por lo tanto, es menester que sea santificada de toda injusticia, a fin de quedar preparada para la gloria celestial. . . .

Y aquellos que no son santificados por la ley que os he dado, aun la ley de Cristo, tendrán que heredar otro reino, ya sea un reino terrestre, o un reino telestial.” (Doc. y Con. 88:18, 21)

Para santificarnos hay ciertos convenios determinados que debemos guardar con devoción, viviendo con “cada palabra que sale de la boca de Dios”. (Doc. y Con. 84:44) “Estos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su entierro. . . .

De que por guardar los mandamientos pudiesen ser lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibir el Espíritu Santo por la imposición de las manos de aquel que ha sido ordenado y confirmado para ejercer este poder.

Y son los que vencen por la fe, y los que sella el Santo Espíritu de la promesa, el cual el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles.” (Doc. y Con. 76:51-53; ver también los versículos 54-60) Y los que no son sellados por el Santo Espíritu de la promesa y que no son fieles y justos no deben esperar recibir estas grandes bendiciones.

Nadie empieza demasiado pronto a servir al Señor. Los padres han recibido la instrucción de enseñar a sus hijos desde la niñez, con la advertencia de que se les tendrá por culpables si no lo hacen. Si desde su nacimiento se le enseña a un niño a andar en rectitud, lo más probable es que siempre sea un seguidor de la justicia. Aquellos que rehúsan buscar al Señor son abandonados en su hora de necesidad. Leed la historia de Israel, de los nefitas; ¡cuán a menudo fueron castigados a causa de su rebelión! ¡Cuán lento era el Señor en escuchar sus suplicas cuando necesitaban su ayuda a causa de sus pecados!

“Con desidia escuchaban la voz del Señor su Dios; de modo que ahora el Señor su Dios se demora en escuchar sus oraciones, y en contestarlas el día de su angustia.” (Doc. y Con. 101:7) Así le habló el Señor a Israel moderno.

¿Deseáis entrar al reino celestial y recibir la vida eterna? Entonces estad dispuestos a guardar todos los mandamientos que el Señor os diere. El bautismo y la confirmación son las ordenanzas mediante las cuales entramos al reino de Dios; pero éstas no nos garantizarán la exaltación.

Toda persona que se bautice en la Iglesia tiene la obligación de guardar los mandamientos del Señor. Él está bajo su convenio, porque el bautismo es un “convenio nuevo y sempiterno”. (Doc. y Con. 22:1) Cuando se haya probado a sí mismo mediante una vida digna, ha hiendo sido fiel en todas las cosas requeridas, entonces tendrá el privilegio de recibir otros convenios y tomar sobre sí otras obligaciones que harán de el un heredero y un miembro de la “Iglesia del Primogénito. Son aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas”. El recibirá la plenitud y gloria del Padre. ¿Vale la pena tenerlas? No pueden obtenerse sin esfuerzo.

Frecuentemente escuchamos las palabras que el Señor le dijo a José Smith: “Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia.” (Doc. y Con. 131:6) ¿En la ignorancia de qué? ¿Las filosofías del mundo? ¡No! En la ignorancia de las verdades del evangelio: ¡los principios salvadores y las ordenanzas mediante los cuales se obtiene la salvación! Estos no sólo deben entenderse, sino vivirse. El conocimiento en sí no nos salvará, pero la obediencia si lo hará. Entonces vendrá la plenitud de conocimiento, acarreando consigo sabiduría, poder y dominio; y la plenitud de estas bendiciones sólo puede obtenerse en el Templo del Señor.

Se nos dice que el temor (amor) al Señor es el principio del conocimiento, pero los necios desprecian la sabiduría y la instrucción.

“También os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno, desde ahora en adelante.

Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino.” (Doc. y Con. 88:76-77)

No olvidemos las palabras de Alma:

“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra.

Y como os dije antes, ya que habéis tenido tantos testimonios, os ruego, por tanto, que no demoréis el día de vuestro arrepentimiento hasta el fin; porque después de este día de vida, que se nos da para prepararnos para la eternidad, he aquí que si no mejoramos nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se puede hacer nada.

No podréis decir, cuando os halléis ante esa terrible crisis: Me arrepentiré; me volveré a mi Dios. No, no podréis decir esto; porque el mismo espíritu que posee vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno.” (Alma 34:32-34)

El Señor es siempre misericordioso y benévolo. Si nos acercamos a Él. Él se acercará a nosotros. “. . . buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; tocad, y se os abrirá.” (Doc. y Con. 88:63)

Nuestro problema mayor es que no buscamos diligentemente; nuestra búsqueda es superficial; creemos que el Señor tiene que escucharnos sin que tengamos que poner mucho esfuerzo de nuestra parte. Que la diligencia y el amor sean nuestras guías, y de esta manera encontremos el camino hacia la vida eterna.

Que todos sigamos estos consejos, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo, nuestro Redentor. Amén.

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