¿Mirar o ver?
¿Pueden sus ojos ser engañados? Eso sucede a diario. Lo que parece ser una hoja, tal vez sea un insecto. Una sombra en la pared puede hacer que la rama de un árbol tenga la apariencia de algo mucho más alarmante, mientras que los objetos en el retrovisor a menudo están más cerca de lo que creemos.
Por lo general estos son simples errores pero, ¿qué tal nuestras percepciones cuando miramos a una persona? Tal vez creamos que podemos determinar tanto sus virtudes como defectos pero, ¿será que las apariencias a veces engañan?
Una reportera cubría la historia de un comedor comunitario donde alimentaban a gente desposeída. Allí entrevistó a una mujer y le preguntó qué pensaba de las instalaciones, a lo cual respondió con un cuidadoso y detallado análisis y expresó su gratitud, sorprendiendo a la reportera con su elocuencia. Aquella fue una lección de que no debemos juzgar a nadie por su apariencia.
Henry David Thoreau dijo una vez, “El asunto no es lo que estamos mirando, sino lo que vemos”. Cuando observamos una hermosa pintura, allí están las pinceladas, los colores y las líneas, pero lo que vemos depende de si permitimos o no que el arte nos llegue al corazón a fin de que nos mueva y nos inspire. Toda pintura es más que apenas brochazos.
Lo mismo sucede con los seres humanos. Cuando conocemos a alguien, ¿miramos más allá de su apariencia exterior para ver en su interior?
Todos alguna vez hemos sido mal juzgados y etiquetados con base en una primera impresión. Penosamente, hemos sido testigos de cómo las generalizaciones basadas en cultura, política o religión pueden impedirnos ver que son muchísimas más las cosas que tenemos en común con otros seres humanos, que aquellas que nos separan y dividen.
No permita que sus ojos o sus prejuicios le engañen. Si estamos dispuestos a mirar más allá de lo superficial y tratar de ver lo que hay en el corazón de la gente, comprenderemos que cada ser humano que conocemos es un preciado hijo de Dios. Esa es la diferencia entre mirar y ver.

























