Cuando los hijos se descarrían
¿Existe tal cosa como una “familia perfecta”? Niños obedientes, padres súper pacientes, armonía continua en el hogar —una dinámica con la que solo se puede soñar. En realidad todos tenemos retos, tangibles o no, que rasgan la tela de nuestra familia, la cual se humedece con las lágrimas que derramamos al ver a seres queridos tomar decisiones que destrozan nuestro corazón.
¿Qué haremos cuando esto sucede? Por cierto que no darnos por vencidos, perder la esperanza, ni agonizar, sino tratar de ver las cosas a través de los ojos de Dios, ese Ser que nos creó y que nos ama perfectamente, aun cuando no ama todo lo que hacemos. Él no solo ve lo que somos hoy, sino lo que podemos llegar a ser. Él celebra lo bueno en Sus hijos, aguardando pacientemente que lo reconozcamos en nosotros mismos.
Cuando uno de los hijos se aparta de los valores o se aleja del amor de la familia, no significa que ese sea el final de todas sus grandes virtudes. Tal vez tendríamos que centrarnos no en la desilusión que sentimos, sino en lo bueno que vemos. Allí es donde está el potencial de crecer, y donde yace la esperanza. Después de todo, ¿no quisiéramos ser vistos así por los demás?
Un padre y su hijo se distanciaron debido a marcadas diferencias entre ellos, pero, con el tiempo, el hombre se dio cuenta de cuánto echaba de menos a su hijo —su creatividad y su buen sentido del humor. Fue allí cuando el padre comprendió que había juzgado apresuradamente al joven, y al decidir nutrir el amor del uno por el otro en vez de sus desacuerdos, nació entre ellos una nueva cercanía.
A veces calificamos a un ser querido de “rebelde”, pero esa es una categoría muy amplia en la que todos podríamos caber. Nadie es perfecto, y siempre podemos mejorar. Si nos cuidamos de la rigidez, llevaremos vidas más apacibles, y así podremos pacientemente dar paso a cambios positivos, en nosotros mismos y en los demás.

























