Compartiendo el Evangelio con Otros

Compartiendo el Evangelio con Otros

Por Preston Nibley
Liahona Junio 1951


El Presidente Jorge Alberto Smith fué un misionero por naturaleza. Desde su juventud, ha tenido un ardiente deseo de compartir las enseñanzas del evangelio con sus semejantes para ha­cer saber a “los hijos e bijas de Dios”, a quienes considera sus hermanos, las verdades que fueron reveladas al profeta Jo­sé Smith.

En varias ocasiones, he tenido el pri­vilegio de viajar en tren con el presiden­te Smith, y cada vez, observé que, tan pronto como se normalizaba la marcha después de la partida, tomaba algunos fo­lletos sobre el evangelio de su cartera, los ponía en su bolsillo, y comenzaba a pasear entre el pasaje. Con sus maneras amisto­sas y agradables pron­to trababa conoci­miento con algún pasajero, y a poco, yo podía oírlo relatarle la historia de la fun­dación de la Iglesia por el profeta José Smith, o diciéndole del éxodo de los San­tos de Nauvoo y sus sufrimientos y difi­cultades al cruzar los llanos hacia Utah, o explicando alguno de los principios del evangelio a su flamante amigo. Conversa­ción tras conversación seguía con un pa­sajero después con otro hasta finalizar el viaje. En mi amplio trato con el presi­dente Smith, que se ha extendido por más de cuarenta años, he aprendido que, don­ de quiera que se encuentre, él es, prime­ro y ante todo, un misionero de la Igle­sia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

El presidente Smith llevó a cabo su primera misión a fines del año 1891, cuan­do tenía 21 años de edad. Fué llamado por el presidente Wilford Woodruff a traba­jar entre la gente joven de las estacas de Juab, Willard, Beaver y Parovran en la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Jó­venes. Y él gozó de su trabajo; él y su compañero. Guillermo Dougall (hijo), dirigieron reuniones en las varias ciuda­des, organizaron Asociaciones de Mejoramiento Mutuo, y alentaron a la juventud a vivir de acuerdo con los principios de su religión. Después de trabajar arduamente, por un período de 4 meses, los dos élde­res fueron relevados, para retornar a sus hogares.

Al año siguiente, 1892, el presidente Smith fué llamado en misión a los estados del Sur. Antes de dejar la ciudad de Lago Salado, se casó, el 25 de mayo, con la novia de su niñez, Lucía Woo­druff. Un mes más tarde, partió para Chattanooga, Tennessce, y a su arribo fué asignado al dis­trito Central de Tennessee.

Cuatro meses más tarde fué llamado a la oficina de la Mi­sión de los Estados del Sur. Su esposa se unió entonces a él, y juntos sirvieron co­mo misioneros hasta junio de 1894 en que fueron relevados para volver a su hogar. Fué en esta misión que desarrolló su don de la oratoria, en el que sin duda tenía in­terés debido a que su padre, John Henry Smith, era muy conocido a lo largo de to­do el Oeste por su excelente modo de ha­blar en público.

Nueve años después del retorno del presidente Smith, de la Misión de los es­tados del sur, tiempo durante el cual sir­vió como superintendente de la Escuela Dominical del 17° Barrio y como super­intendente de la A. M. M. de jóvenes de la Estaca de Lago Salado, fué selecciona­do para llenar una vacante en el Quórum de los Doce, y fué sostenido en esta importante posición por la vasta congrega­ción reunida en la conferencia de octubre de 1903.

En la primavera de 1919, poco después de la guerra mundial, el Presidente Smith fué requerido por la Primera Presidencia para ir a Inglaterra y hacerse cargo de la Misión Europea de la Iglesia. En compa­ñía de su esposa y dos de sus hijos, par­tió en junio y arribó a Liverpool a fines del mismo mes. Inglaterra, en esa época, se recobraba de la devastación de la guerra, y como los alimentos escaseaban, los élderes americanos tuvieron dificultades para obtener permiso de entrar al país.

El presidente Smith se abocó a la so­lución de este problema con su caracte­rística energía, y después de once meses de continua labor, durante los cuales ape­ló a muchos oficiales del gobierno, estu­vo en condición de poder escribir en su diario, 31 de mayo de 1920, “Hoy se me dió palabra de que se permitiría entrar a nuestros misioneros”. En el ínterin, ha­bía visitado las ramas de la Iglesia en Ir­landa, Escocia, Francia y Suiza.

En febrero de 1920, el presidente Smith dirigió una disertación brillante so­bre la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ante los miembros del Rotary Club de Glasgow, Escocia. En el verano, a fines del mismo año, hizo una gira por Noruega, Dinamarca, Suecia y Alemania, y organizó reuniones con san­tos e investigadores. Como los misioneros empezaban a llegar a Inglaterra, la obra fué de nuevo firmemente establecida en el país. Al final de los dos años de servicio en Europa, el presidente Smith fué rele­vado, y volvió a su casa en la Ciudad de Lago Salado.

En un mensaje de despedida a los San­tos de los Últimos Días de las Islas Bri­tánicas, publicado en la Millennial Star con fecha 30 de junio de 1921, expresó sus verdaderos sentimientos con respecto a la necesidad de la obra misionera:

No debemos olvidar, Santos de tos Últimos Días, que hemos sido hechos parti­cipios del evangelio de Jesucristo, y tene­mos la responsabilidad de compartir nues­tras bendiciones con nuestros semejantes. Hemos sido prevenidos y debemos conti­nuar previniendo a nuestros vecinos. El Señor ha hablado en nuestros días y or­ganizado su Iglesia. Ha conferido la au­toridad divina sobre el hombre, y su bra­zo todopoderoso se está mostrando para preparar el camino para su segunda ve­nida. Sabiendo esto, no debemos mostrar­nos fatigados para hacer el bien. El tiem­po pasa rápidamente. Nuestra oportunidad pronto se habrá ido. Si logramos lle­var alguno de los hijos de nuestro Padre Celestial hacia Él, tas horas que emplee­mos y las dificultades que encontremos al hacerlo, serán placenteros recuerdos de un servicio a nuestro prójimo.

Este es el espíritu que ha animado al presidente Smith desde su juventud has­ta el presente.

Tal vez la más interesante de todas las travesías misioneras llevadas a cabo por el presidente Smith, du­rante su vida activa y ocupada, baya sido su gira por las misiones del Pacífico Sur, en 1938. En enero de ese año zarpó el barco que lo llevaba a Honolulú y allí encontró a su compañero de viaje, élder Rufus K. Hardy. El 7 de febrero, partie­ron juntos para Australia. A su llegada a Sidney, encontraron al presidente de la Misión, Dr. Thomas D. Rees, y con él re­corrieron el continente. Melbourne, Tasmania, Adelaide, Brisbane y Perth fue­ron objeto de su visita, y se llevaron a ca­bo reuniones con Santos, misioneros y amigos.

Después de estar un mes en Austra­lia, los hermanos navegaron hacia Nueva Zelandia, arribando a la cabecera de la Misión en Auckland. Allí entre los maoríes, encontraron gran número de Santos de los Últimos Días formado en extenso grupo. Tuvieron una conferencia de tres días, con más de trescientos miembros asistentes. También fueron visitados du­rante la gira, Wellington y Palmerton.

Después de completar una visita a Nueva Zelandia, el presidente Smith y un élder local llamado Alejandro Wishart hi­cieron una gira a las Islas Tonga. El él­der Hardy se hallaba enfermo y perma­neció en Nueva Zelandia; sin embargo, se repuso a tiempo para unirse al presidente Smith y hacer una gira de un mes por las Islas Samoa. Poco después, los dos misio­neros viajaron hacia sus hogares, llegando a Los Angeles el 11 de julio. Tres días después se reunían con sus familiares en la ciudad de Lago Salado. El presidente Smith había estado ausente seis meses y viajando 27,000 millas.

Como informe de su misión en la con­ferencia de octubre de 1938, el presidente Smith dijo lo siguiente:

Nuestra obra misionera es maravillo­sa. Hemos encontrado a vuestros hijos e hijas en las diversas islas de los mares del Sur, y estamos orgullosos de ellos, como vosotros debéis estarlo. .. La obra del Se­ñor adelanta en el Pacífico Sur. Los Po­linesios son hijos de nuestro Padre Celes­tial. Es vuestro privilegio y el mío com­partir con ellos el evangelio de nuestro Señor y llevarles el mensaje de vida y sal­vación no sólo para su beneficio, sino también para ganar vuestra propia exal­tación. Sólo obtendremos nuestra exalta­ción en el reino celestial, con la condición de compartir las bendiciones del evange­lio de nuestro Señor con los otros hijos de nuestro Padre Celestial, y observar los mandamientos que enriquecerán nuestras vidas, aquí y en el más allá.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario