Levántense y sean nombrados entre los del Señor
Por Oscar A Kirkham
Del Primer Concilio de los Setenta.
Discurso pronunciado en la Conferencia General de la Iglesia en octubre de 1950.
Pido que pueda gozar de las bendiciones del Espíritu del Señor. Le doy gracias a él que soy miembro de esta Iglesia. Ojalá que tuviera yo el poder y la habilidad de hacer más efectiva esa expresión, que no sea solamente más útil para mí sino también para aquellos con quienes me asocio.
Nos es dado mucho. Se espera mucho de nosotros. En sinceridad siento que nunca hubo tiempo cuando más grandes oportunidades se hubiesen presentado a la Iglesia. Yo sé que cada año, o cada veinte años, trae a su grupo y a su generación los mismos sentimientos, pero cosas verdaderamente grandes ya se labran en el mundo, y grandes oportunidades ya se nos presentan. Las naciones se temen. Hay mucho que estamos haciendo, pero tenemos una tarea que en verdad nos demanda lo mejor que haya en nosotros, yo en mi hogar, ustedes en los suyos, todos nosotros, dondequiera que nos encontremos.
Estas líneas son de San Juan:
“El que recibe su testimonio, éste signó que Dios es verdadero”. (S. Juan 3:33)
Quiero referirme al bautismo del hermano Karl G. Maeser, uno de los espíritus más grandes de nuestra Iglesia, lino de los líderes de la Universidad de Brigham Young. Inmediatamente después de su bautismo en Alemania, dijo estas palabras: “Al subir del agua, levanté las manos al cielo y dije: “Padre, si lo que ya he lucho es bueno en tu vista, dame un testimonio, y cuanto me requieras, esto haré, aun hasta dar mi vida por esta causa» (The Improvement Era 3:25)
Inmediatamente después de hacer este convenio con el Señor, él y el presidente Franklin D. Richards de la Misión Europea recibieron la respuesta a esa promesa al Señor, aunque no pudieron hablar la lengua del otro; esto es, el hermano Richards no podía hablar alemán, el hermano Karl G. Maeser no podía entender el inglés, pero el Señor les dió el don de lenguas y de entendimiento. La promesa fué cumplida de una vez. Ustedes saben, cientos de ustedes hoy, en esta audiencia que el Señor continuaba sus bendiciones con Karl G. Maeser, porque nombrados entre sus alumnos son George Sutherland de la Suprema Corte de los Estados Unidos, Reed Smoot del Senado de los Estados Unidos, William H. King del Senado de los Estados Unidos, y muchos otros. Siento que en igual manera en nuestro corazón nosotros también hemos hecho, con buen ánimo, tal promesa al Señor. Y otra vez quiero decir, esta es nuestra oportunidad de justificar, con el Señor, esa promesa.
En una de las conferencias más recientes de una de las estacas, le pedimos a una señorita que nos dijera sus experiencias en una asamblea nacional. Ella había recibido hermosos honores. Ella contó detalladamente lo que había pasado a la convención, pero cuando se cansó por tantos detalles, agarrándose al pulpito, y levantándose unos centímetros más alto, dijo: “Yo quiero darles mi testimonio. Esto es lo que está en mi corazón: Luego esta señorita en su gloria expresó lo que le significaba su testimonio.
Han sido muchos los años en mi vida. Fácilmente estoy entre los viejos de esta generación, pero me desafío con ustedes, la mayoría de esta asamblea, si no aceptamos la oportunidad que tenemos de servirle al Señor haciendo su voluntad valerosamente, él levantará una generación que guardará sus mandamientos y probará la gloria del Evangelio de Jesucristo.
Hace unos días escuché a un periodista talentoso quien acababa de regresar de Corea. Dijo que muchas veces preguntó a los soldados en las líneas más avanzadas por qué estaban peleando. Me relató no más que un incidente sencillo. Me dijo que ellos saben. Cuando miles de coreanos estaban desocupando una ciudad, pasó por el camino un joven en carro. En la multitud que anduvo apurada en confusión, había una viejecita, agobiada por los años, con un paquete en la espalda. El carro se paró; el soldado echó dentro el paquete; luego levantó a la viejecita al asiento. Se fueron por el camino en seguridad. Pues, el periodista hizo mucho de este incidente sencillo, y yo creo que comprendí el espíritu de ello. Ciertamente el joven americano sabía por qué pelearon. Que Dios los bendiga con valor que cuando vuelvan a casa, puedan tomar sus puestos y hacer lo mejor posible. Que tengan y gocen del destino suyo.
Un espíritu igual ha salido con 5,800 hombres y mujeres jóvenes a las partes diferentes del mundo. Para mí una sencilla, pero una experiencia gloriosa, fué gozada el mes pasado en la misión de los Estados Centrales del Este de los Estados Unidos. Como de costumbre, nos encontramos con todos los misioneros cuándo pasamos por la misión. Sus testimonios verdaderamente le inspiran a uno. Nos conmovimos al oírlos. Rara vez es que he dejado tal culto que no tengo que retener lágrimas de gozo y orgullo por la juventud de esta Iglesia. En una ocasión recibí una reflexión linda de su servicio. Un hermano vino a mí después de la dedicación de una de las capillas chicas de la misión, y me dijo: “Hermano Kirkliam, ya he sido miembro de la Iglesia por casi 19 años, y estoy muy agradecido por lo que Dios nos ha dado. La luz y verdad del Evangelio verdaderamente han enriquecido mi vida. Permítame decirle cómo pasó”. Me dijo: “Había un joven misionero que vino a mi casa. De vez en cuando yo solía tomar licores. Yo fumaba mucho, pero el joven limpio, con su espíritu dulce, y agradable aspecto, vino a nuestra casa y nos dijo que tenía algo para nosotros. Llamé a mi esposa, y nos sentamos y le escuchamos. Esto continuaba por varias noches, hasta una noche cuando estuvimos completamente libres en nuestra conversación, y nos sentimos que nos conocíamos muy bien. Yo me tomé la libertad de enrollar un cigarrillo. Y dijo el joven: “Supongo que sea tiempo de decirles de otro gran principio de los Santos de los Últimos Días”. Él dijo: “Quiero leerles lo que llamamos la Palabra de la Sabiduría”, y se puso a leernos. Yo había sacado el cigarrillo de mí boca, y como este joven leyó esta Palabra de Sabiduría, algo me sobrevino, me encontraba tratando de machacar esa cosita en mis dedos. Una vez sentí el fuego, pero esforzándome, continué en machacarlo, y dije, como ahora le digo a usted, hermano Kirkliam, él habló la verdad. Este joven me trajo un mensaje de Dios y aclaró mi vida”.
Pues, estas oportunidades también son nuestras. Al otro lado de la cerca donde vivimos nosotros alguien espera oír la palabra. Considérame la manera en que aceptamos nuestras oportunidades como ciudadanos. Sí, clamo a todos los Santos de los Últimos Días: voten ustedes… es uno de los privilegios más grandes de su ciudadanía americana. Den su testimonio en cada oportunidad que se les presente. “Levántense, y sean nombrados entre los del Señor”.
Que Dios nos bendiga y nos ayude que estas horas grandes nos sean realidades y oportunidades grandes. Que se diga de nosotros, “Mucho les fué dado; muchos se les espera; e hicieron su parte”. Que Dios nos bendiga y esté con nosotros, que hagamos de nuestra gloriosa religión una realidad. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























