Confraternidad, Unidad y Amor

Confraternidad, Unidad y Amor

por Joseph Fielding Smith
Liahona septiembre 1951


Acabamos de testificar y participar en una solemne y asombrosa manifes­tación de confraternidad, unidad, y amor.

Primeramente quiero decir ante esta congregación inmensa del sacerdocio y miembros de la Iglesia que prometo sostener a mis hermanos de la primera presidencia. Ellos tienen todo mi apo­yo, mi amor, y mi confraternidad, y pi­do que el espíritu del Señor descanse sobre ellos en gran abundancia para guiarlos y dirigirlos en todas las cosas pertenecientes a sus llamamientos sa­grados.

Siendo humilde en pararme aquí, con­siderándome el más débil de mis her­manos. Yo amo a cada uno de ellos: La primera Presidencia, el Concilio de los Doce, y los demás de los hermanos cu­yos nombres han sido presentados y aprobados aquí este día. Y que el Se­ñor esté con nosotros para ayudarnos a cada uno para que podamos magnificar nuestro llamamiento.

Me doy cuenta de que el puesto a que he sido llamado para cumplir es uno de gran importancia. Me hace sentir hu­milde. Estoy agradecido por las expre­siones que he recibido de mis herma­nos. Han expresado su confianza y me han dado su apoyo.

Me da mucho gusto en ver una con­gregación tan grande como la que te­nemos aquí hoy (formada de los her­manos guiando la Iglesia y muchos otros que no han sido llamados a la ca­pacidad de presidir), levantando sus manos con entusiasmo, sintiendo en sus corazones el deseo de dar su apoyo a los hermanos que han sido aprobados.

Doy gracias al Sr. por el evangelio de Jesucristo, que soy miembro de la Iglesia, por la oportunidad que me ha venido de dar servicio. Solamente ten­go un deseo, aunque estoy débil, es de magnificar mi llamamiento lo mejor que yo pueda.

Necesito la fe y las oraciones de los miembros de la Iglesia. También estos hermanos de la presidencia las necesi­tan. Debemos sostenerlos y apoyarlos por nuestra fe y nuestras oraciones, que puedan sentir la influencia que irradia de esta congregación grande del sacerdocio y miembros de la Iglesia.

Hay una influencia que irradia a la vista. En efecto cada individuo irradia alguna influencia. Nuestra influencia debe ser buena para la edificación del reino de Dios. No debemos tener otro propósito, sino para llevar a cabo esta .gran obra y verla establecida en todo el mundo como el Señor la tendría.

En los primeros años de la Iglesia los hermanos vinieron al profeta José Smith, pidiéndole la voluntad del Señor para con ellos. La contestación que les fué dada era, “dar a luz la causa de Sión”. Eso es nuestra obra, de estable­cer a Sión, de edificar el reino de Dios, de predicar el evangelio a toda criatura en el mundo, que ni una alma sea pasada por alto donde hay la posi­bilidad para nosotros de presentarle la verdad.

Como hemos oído durante esta confe­rencia, todos nosotros vamos a ser juz­gados según nuestras obras. Muchas veces he pensado de mi posición y res­ponsabilidad en esta Iglesia. Que cosa terrible sería en ir a predicar, ir a en­señar a los hombres, a guiarlos en algo que no sería la verdad. Pienso que el crimen peor en todo el mundo es en guiar a los hombres y a las mujeres, los hijos de Dios, en dirección opuesta a los principios verdaderos. Hoy vemos en el mundo filosofías de varias clases, con la tendencia de destruir la fe, la fe en los principios del evangelio. Que cosa tan terrible es esa.

El Señor dice que si obramos todos nuestros días y salvamos una alma, que grande será nuestro galardón con el: en otra manera, que grande será nues­tra condenación si por nuestros hechos hemos guiado a un alma fuera de la verdad.

Otra vez quiero dejarles mi testimo­nio.’ Yo sé que Dios vive. Yo sé que Jesucristo es el unigénito en la carne de nuestro padre, el gran Elohim, al cual adoramos. Tengo fe perfecta en la mi­sión del profeta José Smith y los que le han sucedido.

Yo sé que tenemos el verdadero evan­gelio eterno de Jesucristo, tan seguro que sé que me paro aquí ante ustedes. Si no lo supiera, no quisiera estar aquí ni tendría nada que hacer con esta obra. Pero yo lo sé en cada fibra de mi cuer­po. Dios me lo ha revelado. Que el Señor nos bendiga a todos nosotros lo pi­do en el nombre de Jesucristo, Amén.

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