El bautismo de fuego (2 Nefi 31:10–17)
La puerta del bautismo conduce al estrecho y angosto camino y a la meta de despojarnos del hombre natural y llegar a ser santos mediante la expiación de Cristo, el Señor. El propósito de nuestra jornada terrenal no es simplemente ver los paisajes de la tierra o utilizar el tiempo que se nos adjudicó con fines egoístas, sino más bien “[andar] en vida nueva”, ser santificados al entregar nuestro corazón a Dios, y obtener “la mente de Cristo”.
Se nos manda y se nos enseña a vivir de manera tal que nuestro estado caído cambie por medio del poder santificador del Espíritu Santo. El presidente Marion G. Romney enseñó que el bautismo de fuego por el Espíritu Santo “nos cambia de lo carnal a lo espiritual; limpia, sana y purifica el alma… La fe en el Señor Jesucristo, el arrepentimiento y el bautismo de agua son todos elementos preliminares y requisitos del mismo, pero [el bautismo de fuego] es la culminación. El recibir [este bautismo de fuego] significa que nuestros vestidos son lavados en la sangre expiatoria de Jesucristo”.
Por lo tanto, al nacer de nuevo y procurar tener siempre Su Espíritu con nosotros, el Espíritu Santo santifica y refina nuestra alma como si fuese por fuego; y finalmente, nos hallaremos sin mancha ante Dios.
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