Conferencia General Octubre 1972
Enseñad el evangelio de salvación
por el presidente Harold B. Lee
Mis amados hermanos y amigos que podáis estar escuchándome por radio o televisión:
Ruego que pueda yo tener la inspiración de esta conferencia conmigo durante estos pocos momentos.
El día que la Iglesia fue organizada, y poco después de nuevo, el Profeta director de esta dispensación recibió la palabra del Señor. Después del anuncio del establecimiento de la Iglesia de Cristo en estos últimos días, el Señor dio mandamientos al Presidente de la Iglesia y «le dio poder de lo alto,» primero, para que sacara a luz «la historia de un pueblo caído, y la plenitud del evangelio de Jesucristo» (D, y C. 20:8-9); a continuación, para que sea una luz ante el mundo y un estandarte para los miembros de la Iglesia a fin de que lo busquen los que no son miembros todavía (D. y C. 45:9); tercero, a fin de preparar a un pueblo para recibir la venida del Señor, y finalmente, para enseñar la plenitud del evangelio con poder a todas las naciones (Documentary History of the Church, tomo 4, página 537).
En nuestros días, cuando esta nación y el resto del mundo enfrentan graves problemas, los hombres en todas partes andan en busca de formas de remediar los males que afligen a la humanidad, así como de respuestas a los problemas del mundo que permanecen sin solución.
Los antiguos profetas parecen haber visto nuestros días de completa frustración, cuando los hombres buscarían las respuestas a sus interrogantes en los lugares errados y las soluciones a sus problemas de la manera errónea. Los profetas previeron los días en que habría «hambre en la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.» Más adelante, el Profeta dice: «. . . desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán» (Amos 8:11- 12).
En estos días de frustración, de todas partes nos hacen preguntas como:
¿Cuál es la posición de la Iglesia con respecto al exceso de población y el control de la natalidad?
¿Cuál es la posición de la Iglesia con respecto al aborto?
¿Cómo debemos combatir la amenaza de la libertad que se cierne sobre todo el mundo?
¿Cuáles son los puntos de vista de la Iglesia en cuanto a la ola de crímenes y el aumento de la delincuencia juvenil?
¿Qué puede hacerse para fortalecer los lazos familiares, reducir la oleada de inmoralidad, y enseñar la confianza en sí mismo, la responsabilidad, y la disciplina moral y física?
¿Es que no existen soluciones para estos problemas?
A fin de establecer el tema de mis breves observaciones, quisiera repetir algo de vital importancia que fue pronunciado desde este mismo pulpito hace casi diez años por el extinto Presidente de la Iglesia, David O. McKay:
«En estos tiempos de incertidumbre y desasosiego, la mayor responsabilidad y principalísimo deber de quienes aman la libertad, es preservar y proclamar la libertad del individuo, su relación con la Deidad y la necesidad de la obediencia a los principios del evangelio de Jesucristo. Sólo de este modo la humanidad encontrará paz y felicidad» (Improvement Era, de diciembre de 1962, página 903).
Entonces aparece la pregunta: «¿qué haremos en cuanto a todo esto?»
Cuando Pablo, el Apóstol, se encontraba prisionero en Roma, envió una epístola a Timoteo, diciéndole:
«. . . que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas» (2 Timoteo 4:2-4).
A continuación, cito otra vez las observaciones del presidente McKay:
«Esto es tan importante hoy en día como cuando Pablo escribió ese mensaje de despedida a Timoteo, que… los miembros de todas partes ‘prediquen la palabra e insten a tiempo y fuera de tiempo.’
En la actualidad, en medio de la confusión del mundo, no debería caber duda alguna en la mente de ningún fiel Santo de los Últimos Días en cuanto a qué hemos de predicar. La respuesta es tan clara como el sol del mediodía en un cielo despejado. . .
Entonces, en simples términos, he aquí la palabra que debemos predicar: el plan de salvación del evangelio. Actualmente es común notar una apologética actitud de parte de los hombres cuando se refieren a la necesidad de que Dios rija en sus asuntos. . .
Pero yo os digo, predicad en tiempo y fuera de tiempo la creencia en Dios el Eterno Padre, en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo. Proclamad que lo fundamental en el evangelio es la santidad del individuo; que la obra y la gloria de Dios es ‘llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre’ (Moisés 1:39).
Proclamad que Dios vive y que su Amado Hijo es el Redentor y Salvador de la humanidad; que está a la cabeza de su Iglesia que lleva su nombre; que guía e inspira a aquellos que están autorizados para representarlo aquí sobre la tierra . . . Predicad que la responsabilidad de declarar este plan de vida, este modo de vida, este plan de salvación, descansa sobre todos los miembros de la Iglesia, pero más particularmente sobre aquellos que han sido ordenados en el sacerdocio y llamados como directores y servidores de la gente» (Improvement Era, de diciembre de 1966, página 1093).
Estas verdades eternas son tan aplicables ahora, en el año 1973, como lo fueron cuando Jesús las promulgó, y seguirán siendo fundamentales y esenciales para el progreso y la felicidad del hombre mientras duren la vida y el ser.
A continuación leeré una referencia a una cita de un eminente educador, que dijo:
«Si ha de haber regeneración social y política en… el mundo, ésta debe verificarse mediante una tremenda regeneración de los ideales morales» (Dr. J. William Hudson, Universidad del estado de Misuri, Estados Unidos).
El burlón tildará de inmediato e invariablemente tal declaración como ingenua y como que procede de alguien que ha perdido el paso con las realidades de nuestros tiempos, como lo demostraron recientemente algunos de nuestros estudiantes de ciencias sociales, quienes evidentemente no han aprendido que su pequeño conocimiento no sería peligroso si tan sólo llegasen a darse cuenta de que lo que saben es insignificante.
El tiempo no me permitirá hacer más que unas pocas observaciones con respecto a algunos de estos alarmantes problemas de nuestra generación.
En medio de las primeras persecuciones de esta Iglesia, los santos preguntaron fervientemente al Señor cómo hacer frente a las amenazas de sus enemigos.
La respuesta que recibieron fue: «Por lo tanto, repudiad la guerra y proclamad la paz; procurad diligentemente tornar los corazones de los hijos a sus padres, y los corazones de los padres a los hijos» (D. y C, 98:16). Y a continuación dio esta significativa promesa:
«Y de nuevo os digo, si hacéis todo lo que os mando, yo, el Señor, desviaré de vosotros toda ira e indignación, y las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros» (D. y C. 98:22).
Al principio de la historia de la Iglesia, se recibió la esclarecedora palabra del Señor:
«Ninguno quebrante las leyes del país, porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país.
Sujetaos, pues, a las potestades existentes, hasta que reine aquel cuyo derecho es reinar, y sujete a todos sus enemigos a sus pies» (D. y C. 58:21-22).
El inspirado Profeta y director de esta dispensación hizo una declaración de la fe de esta gente en lo que llamamos los Artículos de Fe:
«Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley» (Décimo segundo Artículo de Fe). Fieles a esta declaración, aun en tiempos de emergencia nacional obedecemos a la autoridad civil.
Entonces, en palabras sencillas, se dijo a los santos que debían evitar la guerra con sus enemigos, renunciar a la hostilidad y proclamar la paz, y al mismo tiempo observar esta conducta en el hogar donde los padres y los hijos estarían en paz unos con otros.
El Señor dio otra promesa diciendo que una vez que conquistasen dentro de sí toda ira e indignación, los males de los poderes de Satanás no podrían acometerlos con éxito.
No nos dejó con ninguna duda en cuanto al lugar principal en su Iglesia y en el mundo donde esta preparación y la batalla en contra del mal—a menos que se refrenen en los comienzos estallaría en un conflicto armado.
Después de dar su ley a los padres de que enseñen a sus hijos a andar rectamente delante del Señor, indicó que no estaba complacido con aquellos de entre nosotros que son «ociosos… y sus hijos también están creciendo en maldad; ni tampoco buscan esmeradamente las riquezas de la eternidad, sino que sus ojos están llenos de avaricia» (D. y C. 68:31).
Si estas palabras se entienden claramente, comprenderemos que se nos ha dicho dónde se encuentra la raíz de todos los males. Nuestros hijos no han sido debidamente enseñados por sus padres en el hogar; nuestras comunidades han adoptado sistemas que animan la ociosidad en vez del trabajo para aquellos que quieren trabajar por lo que necesitan, al mismo tiempo que han fracasado en sus intentos de adoptar medidas para que la ociosidad y la cesantía se reduzcan a un mínimo absoluto.
En nuestra época, un director pionero, el presidente Brigham Young, habló como un estadista pionero en cuanto a la importancia del trabajo, diciendo:
«La experiencia me ha enseñado, y esto se ha convertido en un principio para mí, que jamás se obtiene ningún beneficio en dar sin reservas a hombre o mujer, dinero, alimento, ropa o cualquier otra cosa, si éstos se encuentran físicamente capacitados para trabajar y ganar lo que necesitan, mientras haya algo sobre esta tierra que ellos puedan hacer. Este es mi principio e intento actuar de acuerdo con él. Seguir un curso contrario arruinaría a los miembros de cualquier comunidad del mundo convirtiéndolos en ociosos» (Discourses of Brigham Young, Deseret Book Co., 1943 página 274).
Quisiera ahora apartarme del tema sólo por un momento y repetir algo que se mencionó esta mañana en cuanto a lo que dijeron las autoridades de la Iglesia hace sólo unos pocos años cuando se instituyó el Plan de Bienestar: «Esta es la esencia del programa de seguridad de la Iglesia, no simplemente para que los individuos sean alimentados y vestidos —sabemos que esto es importante—sino para que el hombre eterno sea edificado mediante la confianza en sí mismo, la actividad creadora, el trabajo honorable, el servicio. Una generación criada en la ociosidad no puede mantener su integridad» (Richard L. Evans, Improvement Era, tomo 39, página 768. 1963).
«Desde el principio, el objetivo de largo alcance del Plan de Bienestar, fue edificar el carácter de los miembros de la Iglesia, tanto de dadores como de recibidores, rescatando así todo lo mejor que tienen dentro de sí, haciendo florecer y dar fruto a la cargada riqueza del espíritu, lo cual, después de todo, es la misión, propósito y razón de ser de esta Iglesia» (Albert E. Bowen. Church Welfare— Deseret Sunday School Union, 1946—página 44).
Vosotros los de la Iglesia debéis daros cuenta ahora de que a fin de poner en práctica estas admoniciones divinamente inspiradas, tal como se han recibido de directores inspirados por el cielo, se ha dado el pían de salvación temporal en el programa de bienestar para toda la Iglesia, según el cual ha de dar cada uno de su trabajo, dinero, o servicio en toda la extensión de sus habilidades, para recibir después de los caudales, en los cuales todo necesitado ha sido un productor, sí, recibir entonces según lo que necesita y sin perturbación ni reserva.
Fuera de esto, el Señor ha dirigido el establecimiento de actividades para los niños y los jóvenes, como asimismo instrucción para los padres tanto en las organizaciones auxiliares de la Iglesia como en los quórumes del sacerdocio, donde se proporcionan todos los medios posibles para dar a todos, como dijo un observador hablando de las actividades que la Iglesia proporciona a la juventud, «oportunidad de participar en tantas cosas buenas que les queda poco tiempo o nada para malas actividades.»
Cualquier persona reflexiva puede ver que si no se emplean estos recursos fundamentales de sólidos principios sociales en todas las comunidades para abordar el problema del crimen, la cesantía y la delincuencia juvenil, sucederá que las semillas del desasosiego y la amargura conducirán hasta lo último, en cuanto a lo cual el Señor ha dado la señal de advertencia. Cuando no se presta oído a estos principios de recto vivir quedando sin aplicación sus doctrinas de salvación, podemos esperar que los poderes del mal produzcan conflictos en la familia, en la nación y en todo el mundo.
He aquí las propias palabras proféticas del Señor de que en vez de paz, habría espada; el hombre estaría en «contra del padre, y la hija contra su madre, y la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mateo 10:35-36).
¿Os dais cuenta de que esto es lo que está sucediendo a muchas familias en todo el mundo? ¿Necesito decir más para que nos volvamos hacia la completa aplicación del plan del Señor a fin de salvar a la humanidad y al mundo? Si esta gente prestase atención a este consejo de vuestros directores, tendríais la promesa de que, como ha dicho el Señor:
«. . . no prevalecerán contra vosotros las puertas del infierno; sí, y el Señor Dios dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro beneficio y para la gloria de su nombre » (D. y C. 21:6). Y seriamos además tan intrépidos como para invitar a los Liahona Agosto de 1973 honorables de la tierra, de todas partes, a seguir un curso semejante para bendición de toda la humanidad.
Mas ahora, los miembros de esta Iglesia en todas partes del mundo deben reforzarse para la contienda sin fin entre las fuerzas de la rectitud y las fuerzas del mal. El profeta José Smith hizo la siguiente declaración a los Doce, apoyada en su experiencia, y de lo cual muchos de nosotros podemos testificar desde aquel tiempo. Dijo:
«Tendréis que pasar por todo tipo de penalidades, y es absolutamente necesario que seáis probados como lo fue Abraham y como lo fueron otros hombres de Dios, y. . . Dios os cuidará, os sostendrá y os hará vibrar las fibras mismas del corazón, y si no podéis resistir estas pruebas no tendréis lugar en la herencia del Reino Celestial de Dios » (John Taylor, en Journal of Discourses, tomo 24, página 197).
Ahora, repito, donde exista abyecta pobreza en algunos países que tienen exceso de población, declaramos que es un pecado atroz ante Dios adoptar medidas restrictivas en desobediencia al divino mandamiento de Dios desde el principio del tiempo de «fructificad y multiplicaos; llenad la tierra» (Génesis 1:28). Ciertamente aquellos que proyectan tales medidas para evitar la vida o destruirla antes o después del nacimiento, cosecharán el torbellino de la justicia de Dios, pues Dios no puede ser burlado (Calatas 6:7).
Lo que se necesita urgentemente es un movimiento mundial en el que se empleen todos los medios posibles para vencer la ignorancia que se encuentre entre estas desafortunadas almas, en el que deben adoptarse los principios fundamentales de la vida recta y el autodominio, así como sólidos principios económicos según el modelo del plan de salvación del Señor.
Esta Iglesia debe estar en la primera fila para mostrar el camino. Si lo hacemos, empezaremos a ver la alborada del cumplimiento de la antigua profecía, cuando, como dijeron los profetas: «…será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes,
. . . y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová… y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Isaías 2:2-3. Véase también Miqueas 4:1-2).
Con respecto a los disturbios políticos entre las naciones, si éste y otros países se fuerzan a adoptar sistemas gubernamentales que aseguren la libertad civil y política y viven de acuerdo con ellos, por lo cual rogamos fervientemente, podemos esperar con confianza el cumplimiento de la antigua profecía de los profetas Isaías y Miqueas, a la que acabo de hacer referencia, de que «de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.» Cuando llegue ese día se verificarán las bendiciones y libertades del mundo libre.
Ahora, una última palabra en cuanto a uno de los grandes peligros de algunas de las extensamente diseminadas doctrinas de los enemigos de la libertad, lo cual fue calificado en esencia por nuestro amado Profeta estadista, el presidente J. Reuben Clark, Jr., como nada más que «una chapucera tentativa de Satanás de falsificar el plan del Orden Unido del Señor como se encuentra definido en las Sagradas Escrituras.» Nuestro actual plan de bienestar bien podría corresponder a los «ejercicios preliminares» para ver cuán preparada está la Iglesia para vivir este plan, a fin de que, como fue la gozosa realización de un pueblo de este continente, como se encuentra registrado en una antigua escritura que llamamos Libro de Mormón, después que todos fueron convertidos al Señor, «no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos . . . participaban del don celestial» y «ciertamente no podía haber pueblo más dichoso» sobre la faz de la tierra (4 Nefi 3, 16), viviendo en su plenitud la ley del sacrificio y la consagración.
Hay algunas personas bien intencionadas dentro de la Iglesia que parecen haberse encargado de substituir los grandes principios del evangelio de Jesucristo y el reino de Dios, por lo que algunos han calificado de «cultos,» el resultado de lo cual, no importa cuán sinceros sean, ha sido causa de confusión al usarse otros cuerpos organizados que no son los del sacerdocio de Dios para combatir estos peligros. Al hacer esto, han puesto hermanos contra hermanos en la Iglesia debilitando así la unidad del arma más poderosa que el Señor ya ha provisto en contra de estos males mediante las organizaciones del sacerdocio de la Iglesia y el reino de Dios. Algunos de estos grupos, habiendo adoptado medidas y procedimientos falsos se han alejado de la Iglesia llegando a apostatar y siendo excomulgados de ella.
Si seguimos la dirección del sacerdocio, el Señor cumplirá su promesa, la cual se encuentra en el prefacio de sus revelaciones, cuando Satanás tenga poder sobre su propio dominio. Esta fue la promesa: «. . . el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos, y bajará en juicio sobre. . .el mundo » (D. y C. 1:36).
Insto encarecidamente a toda nuestra gente a unirse bajo el verdadero estandarte del Maestro, a enseñar el evangelio de Jesucristo en forma tan poderosa que ninguna persona verdaderamente convertida podría jamás alinearse con estos contenciosos conceptos y procedimientos contrarios al plan de salvación del Señor.
El Señor reina en medio de sus santos a través de su sacerdocio, el cual delega al hombre, y no a través de otras organizaciones hechas por el hombre, como las que acabo de mencionar.
Ahora, en conclusión, permitidme ofrecer una humilde oración en nombre de la Iglesia, esta nación y el mundo. Comprendo que hay mucho más que podría decirse, pero en esta oración quisiera permitirme pediros que unáis vuestra fe con la mía durante unos breves momentos:
«Nuestro Padre celestial y eterno, escucha nuestra oración este día y santifica para nuestro bien los esfuerzos que están haciendo hombres y mujeres justos, tanto en la Iglesia como en todo el mundo, para acabar con los males que azotan este mundo como una avalancha. Aumenta dentro de nosotros el fervor para llevar tu grandioso plan de redención a toda nación, tribu, lengua y pueblo, con nuestra mira hacia ese glorioso día en que se cumpla tu profecía cuando la verdad cubra la tierra como las aguas cubren el mar.
Suplicamos la protección de tu omnipotente poder para ese fin que está de acuerdo con tu propósito concerniente a nosotros y a tu obra. Nos colocamos bajo la vigilancia de tu ojo atento, rogándote que nunca nos dejes solos y que continúes dándonos la guía necesaria hacia el cumplimiento de tus propósitos.»
Agrego a esa humilde oración mi testimonio a los miembros de esta Iglesia y al mundo, de que mediante la expiación del Señor Jesucristo, «todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio» (Tercer Artículo de Fe).
Esta es en verdad la obra del Señor en la cual nos hemos embarcado. Él vive y está presto a acercarse a nosotros una vez que nos preparemos para ser dignos de acercarnos a él.
Sé esto por mi propia experiencia y declaro con la más absoluta seriedad que esto es cierto, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























