Los perjuicios del juego por dinero
por Dallin H. Oaks
Presidente de la Universidad de Brigham Young
Liahona, Agosto 1973

La atracción fundamental del juego por dinero para el individuo ha sido siempre la tentación de «obtener algo por nada.» En su forma más simple el juego de este tipo es el acto de arriesgar algo de valor por lo que será el resultado de un juego o acontecimiento que puede estar determinado en parte o enteramente por el azar. La actitud de la Iglesia hacia el juego por dinero se halla claramente establecida en la siguiente declaración hecha por el presidente Heber J. Grant y sus consejeros de la Primera Presidencia, el 21 de septiembre de 1925: »
La Iglesia se ha opuesto y se opone inalterablemente al juego por dinero en cualquiera de sus formas. Se opone a cualquier juego de azar, ocupación, o los así llamados negocios, que tomen dinero de la persona a la cual le pertenezca sin otorgar a éste ningún valor. Se opone a todas las prácticas cuya tendencia sea animar el espíritu de la imprudente especulación, y particularmente a aquella que tienda a degradar o debilitar las elevadas normas morales que los miembros de la Iglesia, y nuestra comunidad en su mayoría, han mantenido siempre.
Por lo tanto, aconsejamos e instamos a todos los miembros de la Iglesia a que se refrenen de participar en cualquier actividad que sea contraria al punto de vista aquí establecido.»1 Subsiguientemente, las declaraciones de los directores de la Iglesia han sido elaboradas en base a las razones de esta firme posición.
El juego de azar es un antiguo mal, por largo tiempo reconocido como tal; algunos juegos de azar orientales provienen de épocas tan remotas como el año 2100 A.C. En el antiguo Egipto las personas acusadas de participar en este tipo de juegos eran enviadas a las canteras. El juego de azar es censurado en el hinduismo (religión brahmánica, la más antigua de la India), en el Corán (libro sagrado de los musulmanes), y en el Talmud (colección de tradiciones rabínicas que interpreta la Ley de Moisés). Aristóteles (filósofo griego; 384-322 A.C.) censuró a los jugadores de este tipo de juegos.
El juego por dinero se extendió ampliamente en la Edad Media, especialmente entre la nobleza; más aun, aquellos que practicaban los juegos de azar reconocían voluntariamente los perjuicios de los-mismos, por lo menos, para los demás. La legislación, tanto de Inglaterra como de Francia, intentó impedir los efectos nocivos de los juegos de azar en los sirvientes, a causa de que éstos los inducían a la ociosidad, y a. descubrir la práctica de la ballestería, haciendo peligrar de este modo la seguridad nacional.
Una de las formas más populares de los juegos de azar era la lotería, la cual se permitía entre la gente de la clase trabajadora y era común en el mundo de habla inglesa en los siglos diecisiete y dieciocho. La reina Isabel promulgó la primera lotería estatal en Inglaterra en 1576. En 1660, aun se realizó una lotería a fin de poder rescatar a los ingleses que se hallaban prisioneros como esclavos en Túnez, Argelia, y en las galeras turcas. En los Estados Unidos las loterías se extendieron en tal forma a principios del siglo diecinueve que en el estado de Nueva York solamente llegó a haber más de doscientas oficinas de lotería. En 1832 el total de la venta de billetes de lotería sobrepasó los 60 millones de dólares, lo cual era cinco veces el total del presupuesto nacional del gobierno de los Estados Unidos.
Se había sugerido que la lotería era una manera popular de financiar grandes proyectos en vista de que durante ese período había pocos bancos dignos de confianza; en consecuencia, no existían medios autorizados para obtener grandes sumas de dinero sino el de juntar un gran número de pequeñas cantidades de los ciudadanos de escasos recursos. Sea cual fuere el mérito de esa sugerencia, en la primera mitad del siglo diecinueve hubo una reacción pública en contra de la lotería. Alrededor de 1850 muchas constituciones estatales tenían estipulaciones que prohibían las loterías y otras formas de juegos de azar. En la actualidad, en muchos estados (de los Estados Unidos) estas mismas estipulaciones constitucionales se mantienen como barreras ante la legalización de los juegos de azar, y reciben constantes ataques de parte de los que los favorecen.
La oposición a las loterías surgió primeramente en Inglaterra en 1773, cuando la ciudad de Londres elevó una petición a la Cámara de los Comunes (o Cámara Baja, asamblea parlamentaria que ejerce en Gran Bretaña, con la Cámara de los Lores, el poder Legislativo) de que se abolieran las loterías por motivo de que estaban perjudicando el comercio del reino y amenazando el bienestar y la prosperidad del pueblo. En 1808 los Comunes asignaron a un comité selecto la realización de un estudio de los perjuicios que las loterías traen como consecuencia. El informe del comité, que contribuyó a abolir las loterías en Inglaterra pocos años después, es de tal actualidad que bien pudo haberse escrito la semana pasada en vez de hace más de 160 años.
El comité informó de casos de gente que habiendo vivido con comodidades y respetabilidad había sido reducida a la pobreza y la miseria; de casos de altercados domésticos, asaltos, y la ruina de la paz y armonía familiares, casos de padres que abandonaban a sus familias, de madres que descuidaban a sus hijos, de esposas que robaban a sus maridos de las ganancias de meses y de años, y de gente que empeñaba ropa, camas y anillos de matrimonio, a fin de entregarse al juego.
«En otros casos,» informó el comité, «ha habido hijos que han robado a sus padres, sirvientes a sus señores; se han cometido suicidios, habiéndose ocasionado, además, casi toda clase de crímenes imaginables, ya sea directa o indirectamente, mediante la perniciosa influencia de las loterías. . .»2

En su informe final el comité concluyó en que el fundamento del sistema de la lotería era tan radicalmente vicioso que no podía idearse método alguno de reglamentación que permitiera al Parlamento adoptarlo como medida eficaz de recaudar rentas públicas y despojarlo al mismo tiempo de todos sus males concomitantes.
En las ocasiones en que las loterías estatales se consideren como una forma atractiva de recaudar fondos públicos que se necesiten con urgencia, bien vale recordar que la lotería es la más regresiva de todas las medidas que puedan tomarse para recaudar rentas públicas. Su peso cae, aún más que el impopular impuesto sobre la renta, sobre los pobres que son los clientes principales de este tipo de juego de azar.
Existen por lo menos cinco razones por las cuales las autoridades de nuestra Iglesia nos han instado a evitar los juegos de azar y a luchar en contra de la práctica de este mal en nuestras comunidades.
Primero, los juegos de azar debilitan la ética del trabajo, la industria, la economía y el servicio—fundamento de la prosperidad nacional—manteniendo firme la seductora tentación de obtener algo por nada. Por otra parte, el juego de azar estimula la ociosidad, con todos su resultantes malos efectos para la sociedad.
El presidente Joseph F. Smith, sexto Presidente de la Iglesia, recalcó la importancia de la ética del trabajo en el evangelio de Jesucristo:
«Consideramos que no es posible que los hombres sean en verdad buenos y fieles cristianos a menos que también sean personas buenas, fieles, honestas e industriosas. Por consiguiente, predicamos el evangelio de la economía, el evangelio de la sobriedad. Predicamos que el ocioso no comerá el pan del trabajador (D. y C. 42:42), ni tiene derecho a una herencia en Sión.»3
El presidente Stephen L. Richards de la Primera Presidencia (1879-1959), dijo que el juego de azar «procede de la suposición de que uno ha de perder a fin de que otro pueda ganar.» Entonces declaró que el factor «azar» en el juego conduce a aquellos que se entregan a él a creer que él azar es la influencia que controla y domina en la vida. «Y de este modo, algunas personas llegan a obsesionarse de tal manera con ello que no pueden meditar ni pensar en ninguna otra forma en la cual aumentar sus ingresos que no sea la de probar el azar que el juego por dinero les proporciona.» 4
Un segundo mal del juego por dinero es que fomenta la codicia y la ambición e inevitablemente involucra y anima la vil práctica de engañar y despojar a los semejantes. Un ministro metodista, Lycurgus M. Stakey, Jr., de la Escuela de Teología St. Paul de Kansas City, Misuri (Estados Unidos), atacó el juego por dinero con palabras que todo Santo de los Últimos Días debe reconocer como doctrina conocida:
«El amor del buen cristiano hacia sus semejantes se mantendrá en contra de toda práctica que obstaculice el progreso del espíritu humano hacia la semejanza de Cristo o que derrumbe las estructuras de la justicia en la sociedad. El cristiano se refrenará de participar en juegos de azar y de apoyarlos públicamente en cualquier forma, dándose cuenta de que el juego por dinero es perjudicial para el propósito de la vida como fue revelado por Jesucristo.»5
Un tercer mal del juego de azar es su tendencia a corromper al que en él participa. Todos conocemos casos en «que empleados dignos de confianza han arruinado su vida, acarreando la desgracia y la tragedia tanto sobre sí mismos como sobre sus familiares, al robar dinero a sus empleadores. Con mucha frecuencia se descubre que la causa de la sórdida historia ha tenido su origen en el intento desesperado de pagar deudas de juego o de financiar futuras actividades de juego.
Las tentaciones del jugador son tales que las personas que ocupan cargos de responsabilidad en el gobierno así como en la industria privada, no emplean ni conservan como empleados* a aquellos que tienen fama de jugadores. Al hacer un recuento de los indeseables efectos secundarios del juego por dinero, también ha de mencionarse el hecho de que muchas veces acompaña a éste la indulgencia en el alcohol y otros vicios.
Una cuarta desventaja, ésta citada por personas no interesadas en los efectos morales del juego por dinero, es la extraordinaria pérdida de tiempo que éste implica. Aquellos que se entretienen horas jugando lo hacen muchas veces descuidando sus familias y su trabajo.
El tiempo que se desperdicia en el juego llega a adquirir aún mayor significado cuando se toma en cuenta el hecho de que muchas personas que se dejan dominar por él se vuelven sus adictos. El extinto élder Richard L. Evans, del Consejo de los Doce (1906-1971), hizo la siguiente declaración:
«El espíritu del juego de azar es algo progresivo. Por lo general, comienza modestamente y después, como muchos otros hábitos peligrosos, frecuentemente aumenta en forma incontrolable. En el mejor de los casos, desperdicia tiempo y no produce nada; en la peor de las circunstancias, se convierte en una perniciosa obsesión y da paso a un vivir incierto animando la vana creencia de que se puede vivir continuamente obteniendo algo a cambio de nada.»6
La quinta y última condenación del juego por dinero se deriva de las otras desventajas ya mencionadas. Cuando nosotros, como Santos de los Últimos Días nos entregamos a cualquier tipo de conducta que sea incompatible con la compañía del Espíritu del Señor, pagamos un precio descomunal. Al quedar sin la influencia protectora de ese Espíritu, somos vulnerables a la tentación, nos volvemos propensos a criticar, y quedamos sujetos a ser lanzados de aquí para allá y abofeteados por las fuerzas del mundo y las obras del Maligno.
No cabe lugar a dudas de que el juego por dinero opaca la sensibilidad espiritual de aquellos que participan en él. En ese terrible efecto podemos identificar la más trascendente y maligna influencia. El élder John A. Widtsoe, del Consejo de los Doce (1872-1952), expuso una vivida expresión de este pensamiento:
«Aquellos que juegan, que caminan con el azar, sufren la degeneración del carácter; se vuelven espiritualmente flojos y terminan siendo enemigos de la sana sociedad. Una sala de juego, no importa cuán hermosamente decorada esté, es el lugar más horripilante de la tierra. Los tensos participantes viven en medio de un silencio que se rompe sólo sobre las mesas, con el movimiento de las alas de las tinieblas; existe allí el siempre presente espíritu de horror de un mal desconocido. Es la casa misma del demonio.»7
Debe entenderse que lo que he expuesto en cuanto a los juegos de azar incluye el juego de cartas por dinero, las apuestas en carreras de caballos y concursos atléticos (incluyendo las apuestas sobre los resultados de los campeonatos mundiales), los juegos en los casinos en todas sus formas, las loterías, las rifas, el bingo por dinero, y el juego de dados.
Sugiero además, que el mismo espíritu del juego de azar, la misma imprudente y temeraria apuesta sobre el giro fortuito de los acontecimientos caracteriza algunas formas de inversión. Los mismos perjuicios que acompañan el lanzamiento de un dado por dinero pueden acompañar a la persona que casualmente coloca dinero en un capital comercial o mercancía de carácter altamente especulativo. No conozco examen mejor en este aspecto que el sugerido por el presidente José F. Smith, quien observó:
«El factor azar tiene mucho que ver en una legítima empresa de negocios.»8
Un tipo de juego de azar que ha sido vigorosamente criticado por nuestras autoridades es el juego de cartas. Desde luego, puede jugarse a las cartas sin dinero, pero la relación entre uno y otro es muy estrecha y la práctica misma del juego de cartas entraña tantas de las desventajas del juego de azar que ha llegado a condenarse, ya sea que se juegue por dinero o no.
El élder Widtsoe criticó el juego de cartas apoyándose en la razón de que éste forma el hábito y es además un desperdicio del tiempo. Declaró lo siguiente:
«Después de una tarde o de una velada de juego de cartas, nada ha cambiado, no se han expresado nuevos pensamientos, ni nuevo conocimiento ni nueva visión, ni se han engendrado nuevas esperanzas ni aspiraciones que no sea la de otra oportunidad para desperdiciar preciosas horas. No conduce a ninguna parte; es un camino sin salida. . . Apagada y sin vigor es la vida que no procura sumergirse en las tormentosas aguas del nuevo y creciente conocimiento y poder. Se requiere tiempo para ‘mantener el paso con las épocas.’ No nos atrevamos a desperdiciar las horas en pasatiempos que dejan morir el alma.»9
En la actualidad, con las propuestas cada vez más frecuentes y persuasivas para legalizar el juego de azar, es necesario que tomemos una determinación más concreta. Todos debemos usar nuestra influencia como ciudadanos para combatir todas las tentativas de usar los males de los juegos de azar como medio de lograr algún supuesto bien social. Debemos prestar atención al consejo de las Autoridades de nuestra Iglesia que se oponen inalterablemente al juego por dinero «en cualquiera de sus formas» y que siempre nos aconsejan que nos mantengamos limpios de las manchas del mundo.
- «Editor’s Table: Gambling,» Improvemenl Era tomo 29 (septiembre de 1926), Página 1100.
- Francis Emmett Williams, Lotterins, iaws am¡ Moráis (New York: Vantage, 1958), páginas 26-27.
- Joseph F. Smith, Gaspel Doctrine, 5a edición (Deseret Book Co., 1939), página 208.
- ‘Stephen L Richards, Wíicre h Wisdom? (Deseret Book Company, 1955), páginas 54-55.
- Stakey, páginas 232-33.
- «On Taking a Chance,» Improvemtnt Era, tomo 49 (diciembre de 1946), página 793.
- «Should Latter-day Saints Play Cards?» Impmviment Era. tomo 43 (abril de 1940), página 225,
- Gaspcl Doctrine, página 326.
- Imprímeme»! Era, tomo 43 (abril de 1940), página 225.
























