Religió y vida
por el presidente David O. McKay
Liahona Febrero 1969
La vida es un don de Dios y es divina.
Porque, ¿qué aprovechará al hombre si ganara todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? —Marcos 8:36,37
Fuer Sir Humphery Davy, el químico inglés, quien una vez dijo: «Si de todas las cosas pudiera escoger lo que al mismo tiempo fuera lo más deleitable y útil para mí, preferiría una firme creencia religiosa que cualquier otra bendición.»
La Iglesia organizada
Se afirma que el hombre común no es religioso; hablando del mundo cristiano en general, creo que así es. También se afirma que en nuestra propia organización los jóvenes se están alejando de la Iglesia. Esto no es verdad; hay unos pocos, como siempre los ha habido, que a través de la indiferencia, inactividad o incredulidad se privan de la religión organizada. Eso se debe principalmente al hecho de que no se han familiarizado, mediante el estudio, con las ventajas que la Iglesia ofrece. La única forma segura de probar el valor de la organización de la Iglesia es trabajando en ella. Si habéis tratado una cosa y da resultado, todos los argumentos y razones del mundo no os pueden convencer de lo contrario. En esto yace uno de los valores de la Iglesia organizada; brinda una oportunidad de servir y prueba la verdad de las palabras de Cristo cuando dijo: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.» (Juan 7:17)
El autor de The Abundant Lije Through Religión (Una. vida plena a través de la religión) dice:
En el punto donde se bifurca una ancha calle que sale de la entrada de cierta universidad, se halla una gran iglesia de piedra la cual, vista desde la entrada de la universidad, da la impresión de que obstruye toda la calle. De hecho, ningún estudiante puede pasar por ahí sin darse cuenta de que existe; o tiene que entrar o pasar a su alrededor. Si hace lo último, la iglesia permanece en el mismo lugar que antes. Este edificio es un símbolo del papel que la religión juega en el mundo del estudiante. Es una institución que está profundamente arraigada en el orden social, una parte de la herencia social de la que nadie puede escapar.
Un lugar de reuniones ideal
Desde el punto de vista social, una de las oportunidades más grandes que la Iglesia ofrece a la juventud es la de proveerles un centro ideal. Hace muchos años, mientras hacía una visita oficial por los estados del sur de EE. UU., acompañé al presidente Charles. A. Callis, a la Rama de Centerville, aproximadamente a 35 Km. de Columbia, Carolina del Sur. Un miembro del cuerpo legislativo amablemente se ofreció a llevarnos a nuestro destino. Yo me imaginaba que Centerville sería un pueblo de tamaño regular, tal como nuestros bien diseñados pueblos del Oeste. Al detenerse frente a una pequeña capilla recién construida y pintada, me sorprendí al escuchar al presidente Callis decir: «¡Bueno, aquí estamos!» No había ningún pueblo, sólo dos o tres casas aquí y allá. En medio de un territorio arbolado se hallaba este pequeño lugar de adoración de los Santos de los Últimos Días totalmente desolado, según me parecía; sin embargo, antes de que el servicio comenzara, estaba totalmente lleno con un grupo de personas felices y joviales. Después del servicio dominical se sirvió un banquete para aproximadamente 200 personas. Para aquellos que vivían dentro de un radio de 50 Km., esa pequeña capilla servía como centro de recreación social, estudio e instrucción espiritual. Para realmente apreciar el valor de un centro como éste, imaginaos lo que sería la vida de estas personas si ni la Iglesia ni el Estado les proporcionaran un lugar de reuniones. ¿Estamos ganando o formando una vida? Pero la misión de la Iglesia no es ser tan sólo un centro social, sino desarrollar espiritualidad en el hombre, enseñarle que «el propósito de la vida es ser como Dios; el alma que sigue a Cristo será como El». «La verdadera religión», declaró un célebre estadista, «es la fundación de la sociedad, y cuando ésta es sacudida por la rebeldía, no puede ser estable ni duradera.»
El poeta Henry Wadsworth Longfellow dijo: «La vida es un don de Dios y es divina.»
Y Cristo declaró: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.» (Juan 10:10)
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días exhorta a todos los hombres a que busquen una vida mejor, tanto intelectual como espiritual, y los amonesta a que sean más diligentes en tratar de obtener una vida plena.
El pensamiento dominante en la mente de todos los hombres en la actualidad es cómo ganarse la vida. Están tratando de escoger la profesión que mejor los capacite para triunfar en ganarse su sustento, abrigo, habitación y que les ayude a criar una familia.
«Indudablemente estamos atados a los hechos económicos y reconocemos la dificultad de ganarse la vida. Aquel que no considera estas necesidades vitales y no provee inteligentemente para el futuro,» dice Wagner, «es considerado como un visionario o incompetente, y corre el riesgo de tener, tarde o temprano, que pedir limosna a aquellos de cuya mezquindad se ha mofado.» Y no obstante, el ganarse la vida es tan sólo mantener en orden la máquina que se usa para sustentarnos en la larga jornada de la vida.
El ganarse la vida es una necesidad, el formar una vida es un deber, una bendición eterna.
El verdadero propósito de la vida
Algunas personas se ganan la vida sólo para seguir existiendo; para los tales, la vida es una faena desagradable. Otros se ganan la vida para poder tener diversión; para éstos, la vida es siempre insaciable.
Algunos consideran la fama como un propósito de la vida, y a éstos les esperan las recompensas de la vanidad y desilusión. Otros consideran la riqueza como su único deseo, y como resultado, el egoísmo y una estrechez para apreciar las bellezas de la vida, se convierten en gran parte de su recompensa. Muy a menudo sus esperanzas mueren en las cenizas de la sordidez y la desilusión.
El verdadero propósito de la vida no es tan sólo la existencia, ni el placer, la fama, ni la riqueza. Es la perfección de la humanidad mediante el desarrollo individual bajo la guía de la inspiración de Dios.
Así como un niño se asemeja a sus padres en la apariencia física, así toda alma debería parecerse más a su Padre Eterno.
La verdadera vida es responder a lo mejor que existe a nuestro alrededor. El vivir sólo para satisfacer apetitos, por placer, orgullo, riquezas, y no para la bondad y amabilidad, pureza y amor, historia, poesía, música, flores, estrellas, Dios y las esperanzas eternas, es vegetar; al tal, sólo le falta estar muerto.
Todo lo que tiene órganos capaces de efectuar sus funciones, puede decirse que posee vida. Mientras los órganos físicos en un objeto efectúan sus funciones, puede decirse que ese objeto posee vida; o sea, existe. Pero aun la más leve observación en la naturaleza de la vida mostrará que la vida del hombre es más que una mera existencia; que hay por lo menos dos o más vidas para cada uno de nosotros. Existe la etapa física de la vida, y la espiritual. En el desarrollo de lo físico, el hombre es simplemente una criatura de la naturaleza; progresa a medida que obedece las leyes de la misma; sujeto al medio que lo rodea, se encuentra continuamente afrontando fuerzas para poder sobrevivir. En este período de la vida, la auto preservación—la primera ley de la naturaleza—es la idea que domina al individuo y a la raza humana en general. Como resultado, el egoísmo es la característica que prevalece. Jesús sabía que la raíz del pecado—el egoísmo—conduce al hombre a sacrificar la felicidad de otro por la propia.
El hombre es un ser espiritual
La etapa física de la vida del hombre puede dividirse en dos fases: (1) la lucha por la subsistencia y las comodidades, y (2) la tendencia a envilecerse. La primera es natural y recomendable. «Si alguno no provee para los suyos, es peor que un incrédulo.» La segunda es humillante, y cuando está fuera de control, lleva a los hombres a un nivel más bajo que el de las bestias. Cuando un hombre abriga el pensamiento de que seguirá existiendo si hiere a su prójimo, desde ese momento empieza a circunscribir su vida; la amargura reemplaza a la felicidad, la sordidez suplanta a la generosidad, el odio al amor, y la bestialidad a la humanidad. ¿Qué tiene que experimentar este mundo antes de que la opinión pública condene este estado arrebatador y egoísta que atrae sólo los deseos más bajos del hombre?
Pero éste no es solamente un animal; es un ser espiritual, un alma; y en un momento u otro, todo hombre posee un deseo irresistible de saber su relación con el infinito. Hay algo en su interior que lo induce a elevarse, a controlar su medio ambiente, a controlar su cuerpo y todas las cosas físicas y a vivir en un mundo más alto y más hermoso.
En el hombre existe no sólo un instinto, sino una divinidad que lo empuja hacia arriba y adelante. Este sentimiento es universal, y llega el momento en la vida de cada persona en que es consciente de que lo posee. Este espíritu mora en cada alma listo para perfeccionarla, y todos los hombres deberían estar profundamente comprometidos en esta misma gran obra: la búsqueda y el desarrollo de la paz y libertad espiritual.
Rudolph Eucken, el filósofo alemán, dice:
No puedo concebir el desarrollo de una poderosa personalidad, una mente arraigada y profunda, de un personaje que se levanta sobre este mundo, sin imaginar que éste ha experimentado una divinidad en la pre-existencia, más allá del mundo de la realidad, y así como podemos crear en nosotros mismos una vida en contraste con la naturaleza pura, progresando gradualmente y extendiéndonos hacia las alturas de la verdad, lo bueno y lo hermoso, podremos tener la misma seguridad de esa religión llamada universal.
Los anhelos del alma humana
Toda persona normal anhela saber algo acerca de Dios. ¿Cómo es? ¿Está interesado en la familia humana, o la ignora por completo? ¿Cuál es la mejor manera de vivir en este mundo para poder tener éxito y vivir felices? ¿Qué es esa cosa inevitable llamada muerte? ¿Qué hay más allá?
Si deseáis vuestra respuesta a estos anhelos del alma humana, debéis venir a la Iglesia. Sólo la religión verdadera puede satisfacer el alma anhelante.
El hombre necesita la religión para cumplir adecuadamente con los propósitos de la creación. Toda la naturaleza está impregnada con un expreso propósito, del cual el evento culminante es el hombre. Toda la preparación de la tierra es tan sólo una anticipación de la gloria de la creación. Fosdick, el clérigo norteamericano, dice: «La perpetuación de la personalidad es la cosa más grandiosa de la creación.» Este gran pensador ha meditado lo que José Smith recibió por revelación, la cual es una de las expresiones más sublimes de las escrituras modernas: «Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.» (Moisés 1:39)
El plan y propósito de Dios son la perfección de la humanidad; Él se preocupa y ama a sus hijos, y no es una mera fuerza cegadora, ni un poder abstracto, sino un Dios viviente y personal.
























