El Milenio
por el élder Alvin R. Dyer
Ayudante del Consejo de los Doce
Liahona, Diciembre 1970
La palabra milenio se deriva de las palabras latinas «mille», que significa 1.000, y «annus». Año. Es un período de 1.000 años. Será interesante exponer brevemente los puntos de vista de los hombres concernientes a ese período al cual se hace referencia en las escrituras como el «milenio».
Mileniarismo
Después de la venida de Cristo a la tierra, hubo aquellos que opinaban que el Salvador regresaría y reinaría durante mil años; éstos eran llamados milenarios. Dicho concepto, conocido como Mileniarismo, se propagó y gozó de muchos adeptos durante los primeros días de la Iglesia Cristiana. Esta creencia generalmente se basaba en el salmo: «Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche» (Salmos 90:4). Estas palabras comparan mil años del hombre con tal sólo un día del Señor. Se pensaba que los seis días de la creación que se mencionan en el relato de Moisés significaban 6,000 años de tribulaciones, y el sábado siguiente, 1,000 años de descanso y felicidad. El milenio sería el descanso sabático de la creación de la humanidad. A fin de apoyar sus opiniones, los milenarios citaban pasajes de los escritos de Juan, refiriéndose frecuentemente a uno especialmente conocido que se encuentra en Apocalipsis: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. . . .» (Apocalipsis 21:1-6)
Los primeros judíos cristianos se adherían a la idea, con la esperanza de que ellos, como pueblo, reinarían en el mundo durante el milenio bajo un Mesías real. Los ebionitas, nazarenos y corintios intercedían por el milenio, como lo hizo otra secta cristiana llamada en honor a Montano, quien consideraba ésta como la doctrina fundamental de la religión cristiana.
Después de eso, el concepto del mileniarismo continuó durante muchos siglos de credulidad e incredulidad, pero después de este primer período del cristianismo, nunca volvió a adquirir gran pujanza, aunque la reforma le brindó un nuevo ímpetu.
Carencia del conocimiento del milenio
A pesar de que las sagradas escrituras, aceptadas por la mayoría de los cristianos, hacen referencia a este «período sabático» de la existencia terrenal, es sorprendente ver cómo éstas son mal interpretadas y cómo las enseñanzas doctrinales del mundo cristiano carecen verdaderamente del propósito y necesidad de un período semejante al milenio. Su silencio respecto al tema, o su desaprobación, indudablemente nacen de la información incompleta o pérdida del mismo.
Existe una cierta clase de milenio que anticipan los antirreligiosos; sus ideas son acerca de un milenio material, cierto tipo de utopía, la cual, como ellos afirman, se encuentra al alcance de posibilidades futuras. Enseñan que la raza debe contemplar su renovación y mejoría mediante la restricción de las enfermedades e impotencia de toda clase, y por la gozosa y persistente multiplicación de los mejores elementos de nuestra civilización, en un progreso continuo a lo largo de la jerarquía de la vida, lo cual debe llevarse a cabo a través de medios naturales. En su mayoría, tales ideas han sido y son perversiones del verdadero concepto del milenio. Mediante la revelación de Dios, quien estableció sus límites y período de tiempo en el principio, el hombre puede recibir un conocimiento del verdadero significado y propósito del mismo.
El milenio de acuerdo a los profetas: antiguos y modernos
Las fronteras y morada de la existencia terrenal fueron establecidas antes de que Adán, el primer hombre, fuera introducido a ella. El período del milenio es una parte vital y necesaria de la morada del hombre en la tierra. A pesar de que frecuentemente se hace referencia al mismo como un tiempo de descanso y paz entre los hombres, un período en el que desaparecerá la enemistad de toda la naturaleza, las bestias y el hombre, cuando la aflicción y la pesadumbre no serán la suerte del hombre, todas estas condiciones deben ser consideradas como características de ese período y no precisamente para describir su propósito.
En la sabiduría de Dios el Padre, aproximadamente los últimos 1,000 años de la existencia terrenal presenciarán la culminación de su obra entre los hombres. Mediante las palabras de los profetas, reveladas por Dios, llegamos a comprender que bajo un verdadero reinado milenario gubernamental de Cristo, se trabajará diligentemente a fin de preparar a todos los hombres para sus asignaciones y puestos en esa esfera de la existencia eterna, posterior a la vida terrenal y la resurrección del cuerpo mortal. En este sentido, el «descanso» no formará parte del milenio; por el contrario, éste será un descanso de la dolorosa faena y la contienda, porque el trabajo que tendremos que efectuar será placentero y glorioso, bajo condiciones ideales. Uno no puede imaginarse en forma realista una escena del milenio extra de las sagradas escrituras, como un tiempo en el que viviremos felizmente y sin ningún propósito, sin cuidado u obligación. Esto no tiene cabida en el plan preordenado para este gran período de adaptación, juicio y preparación.
Apariciones de Cristo para establecer el reinado del milenio
Se debe recordar que para beneficio de la humanidad, Jesucristo, el Hijo de Dios, tiene el cargo administrativo del plan de vida y salvación sobre la tierra. Posee los derechos, poderes y llaves del sacerdocio delegadas al hombre en los diversos tiempos y lugares a través de la jornada de la existencia mortal; de este modo, su gran preocupación e inmediata participación quedarán en evidencia hasta que la obra de la vida terrenal quede terminada. Después, para beneficio de los justos, gozará de un dominio aún mayor.
Como se profetizó, y cuantas veces se crea necesario, la presencia de Cristo sobre la tierra durante la proximidad del milenio será suficientemente frecuente, y su poder e influencia constantes, a fin de dar comienzo a la obra que conducirá al establecimiento del milenio.
Gran Consejo de Sacerdocio de los Antiguos en Adán-ondi-Ahman
En una revelación dada a José Smith en Harmony, Pennsylvania, en agosto de 1830, el Señor se refiere a «la hora viene» como el tiempo en que se asociará en la tierra con muchos de los antiguos profetas que le sirvieron, cada uno a su propio tiempo.
Fue en el valle de Adán-ondi-Ahman que Adán, tres años antes de su muerte, llamó a su justa prosperidad y les confirió su última bendición. De acuerdo a lo establecido en la visión que tuvo el profeta Daniel, este mismo valle será donde el Anciano de días se sentará. (Daniel 7:9) Ahí estarán ante Miguel aquellos que han poseído las llaves en cada dispensación, y le rendirán su mayordomía al Príncipe Patriarca de la humanidad que posee las llaves de la salvación. Este será un día de juicio y preparación.
Ya que Cristo vivirá y reinará personalmente sobre la tierra por un espacio de mil años, las llaves que serán asignadas a Adán, las entregará éste a su vez a Cristo; de este modo, la concentración del poder del sacerdocio será restituida al Hijo. En este gran consejo en Adán-ondi-Ahman, al cual serán invitados muchos de los justos líderes que están embarcados en la gran obra de Dios en estos últimos días, el Señor se encargará oficialmente de las riendas del gobierno terrenal.1
La transferencia de autoridad
La acción que tendrá más importancia para el mundo será la transferencia de autoridad: del usurpador e impostor, Lucifer, al justo rey, Jesucristo. El sacerdocio ahí congregado apoyará esta acción y recibirá instrucciones y delegación de autoridad directamente del Señor, a medida que los preparativos continúen para la introducción del milenio. Cuando se verifique este recogimiento, el mundo se dará cuenta de ello. Los miembros de la Iglesia en general también lo sabrán, pero únicamente asistirán aquellos que sean oficialmente señalados. Esta aparición de Cristo precederá su segunda venida general y cumplirá el pasaje de escritura de que «vendrá así como ladrón en la noche» (1 Tesalonicenses 5:2).2
La profecía y la revelación señalan importantes acontecimientos que deberán preceder el reino milenario de Cristo; éstas, indudablemente, serán consideradas en el gran consejo de sacerdocio en Adán-ondi-Ahman, el cual será presidido por Jesucristo, el Hijo de Dios. Se impartirán instrucciones para:
- Que los descendientes de Efraín y Manases edifiquen la ciudad de la Nueva Jerusalén, con cuantos gentiles participantes hayan recibido el convenio sempiterno y estén contados con los de la Casa de Israel. (3 Nefi 21:22, 23.)
- Trabajar en beneficio del resto de Jacob (los lamanitas), quienes avanzarán diligentes en ese tie (3 Nefi 21:23, 26.)
- Los preparativos a fin de que las tribus que habían estado perdidas regresen y formen parte de la Nueva Jerusalén. (3 Nefi 20; 21:26.)
El Señor vendrá repentinamente a su templo
Otra importante aparición del Señor antes de su venida general, será en el templo de la Nueva Jerusalén, que será erigido en el lugar central de Sión, en la región conocida como el Condado de Jackson, (Alvin R. Dyer, The Lord Speaketh; pág. 183-185. Véase también Mateo 24:43 Misurí. (3 Nefi 21:25.) Indudablemente esta aparición, frente a aquellos llamados para estar presentes, se verificará a fin de hacer los arreglos para el reinado de mil años de paz en la tierra y buena voluntad para con los hombres. Para llevarlo a cabo, esta aparición del Señor será «una maldición; sí, sobre todas las naciones que olvidan a Dios y sobre todos los impíos» (D. y C. 133:2). Como el profeta Malaquías proclamó, concerniente a esta venida particular del Señor: «Él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores» (Malaquías 3:2).
Durante los días de preparación para el reinado milenario de Cristo, los santos de Sión serán probados como nunca; serán probados en su dignidad para ver al Señor durante su venida.
Destrucción de los inicuos
Instrumentos de destrucción: La destrucción de los injustos e impíos durante el período pre-milenario, provendrá del hombre mismo; su propia desobediencia y las leyes de la justicia las cuales no permitirán que el poder del Espíritu Santo more con el hombre, serán la causa principal del quebrantamiento y decadencia de las civilizaciones de la tierra.
Se harán distinciones claras: Es importante notar, como se manifiesta mediante la profecía, las parábolas y la revelación directa, que todas las referencias concernientes a este período de tiempo en la culminación de la obra de Dios con la humanidad, muestran distinciones claras en cuanto a lo recto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, o inicuo. Esta distinción, a pesar de ser general en cada categoría, se pronunciará aún más en los últimos años de la existencia terrenal del hombre, y por último conducirá a una batalla final entre las huestes del infierno dirigidas por Lucifer, y los ejércitos de los justos al mando de Miguel, el arcángel. (D. y C. 88:111-115.)
La restricción de Lucifer: Con la destrucción de los inicuos, el resto de las personas de la tierra morarán en justicia, y Satanás no tendrá poder sobre ellos, de manera que éste, o sea Lucifer, será atado.
Ya no siendo el hombre confundido o engañado por Satanás, su poder es inútil. Estando éste atado, la obra necesaria de los siete mil años, el sábado de la creación, seguirá progresando.
Dos grandes capitales en el mundo
En preparación para el gobierno del mundo bajo la dirección de Cristo, los justos, o aquellos que permanezcan en la tierra después de la destrucción de los inicuos, serán formados en un reino o gobierno glorioso. Los más justos que ayudarán en la gran obra que se verificará durante este período, provendrán de las naciones del mundo y se reunirán en dos sitios: uno en Jerusalén, para los descendientes étnicos de Judá, a los que se hace referencia como las hijas de Sión, y cuantos sean necesarios de los descendientes de las otras tribus de Israel; y el otro, en la ciudad de la Nueva Jerusalén, referida como Sión, donde el cuerpo principal de los descendientes étnicos de todas las otras tribus de Israel, bajo el mando de la tribu de Efraín, o sea el primogénito patriarcal de Israel, serán los primeros que respondan al llamado del recogimiento. Con la unión de las «islas», o continentes, como en los días antes de que la tierra fuera dividida,3 la distancia terrestre entre las ciudades de Jerusalén de antaño y la Nueva Jerusalén, la cual será edificada en lo que actualmente es el centro geográfico de los Estados Unidos, será reducida sobremanera.
El reino de Dios
El reino de Dios, idéntico a la Iglesia de Cristo, ha estado sobre la tierra en estos últimos días, desde la restauración del Santo Sacerdocio y las llaves mediante las cuales se ejerce su poder. El reino de Dios ha estado sobre la faz de la tierra en otras varias ocasiones, comenzando cuando se le confirió el divino sacerdocio a Adán. Estos tiempos se llaman dispensaciones; la última y más grandiosa de éstas, «la dispensación del cumplimiento de los tiempos» (Efesios 1:10; Doc. y Con. 112:30), está actualmente en vigor en la tierra; consiguientemente, la Iglesia de Jesucristo, o el reino de Dios, se encuentra sobre la tierra.
El reino de Dios
La oración del Señor, dada como modelo para aquellos que oran en su nombre, incluye las palabras: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6:10). Respecto al establecimiento del reino de los cielos sobre la tierra, tenemos esta declaración:
. . . El reino de los cielos, que comprende la Iglesia y abarca todas las naciones, será establecido con poder y gran gloria cuando el Rey triunfante venga con sus huestes celestiales a gobernar y a reinar personalmente sobre la tierra que ha redimido con el sacrificio de su propia vida.
Como ya se ha visto, el reino de los cielos comprenderá más que la Iglesia. Los hombres honorables y honrados gozarán de protección y de los privilegios de ciudadanía bajo el sistema perfecto de gobierno que Cristo administrará, sean miembros de la Iglesia o no (Artículos de Fe, pág. 404).
Aquellos que acepten plenamente el evangelio y estén asociados con la Iglesia durante el milenio, tendrán el derecho de poseer y ejercer el Santo Sacerdocio, en beneficio de su propia salvación y de sus parientes fallecidos que vivieron y murieron en los días previos al reinado milenario de Cristo y quienes esperan, en prisión, su libertad vicaría.
La segunda venida de Cristo
El Décimo Artículo de Fe de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días declara la convicción de sus adeptos de que «Cristo reinará personalmente en la tierra». Esta inspirada declaración establece la razón principal para la segunda gloriosa venida del Hijo de Dios, quien reinará sobre la tierra con los hijos que el Padre le ha concedido por adopción. El profeta José Smith ha hecho esta importante declaración concerniente al dominio del gobierno que vendrá al Señor:
Ha sido el designio de Jehová, desde el principio del mundo, y es su propósito actual, regular los asuntos del mismo en Su propio tiempo, de permanecer como cabecera del universo y tomar en sus manos las riendas del gobierno. Cuando se lleve a cabo, el juicio será administrado en justicia; la anarquía y la confusión serán destruidas y las naciones no «se adiestrarán más para la guerra». Es por falta de este gran principio gubernamental que ha existido toda esta confusión; «ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos»; como lo hemos mostrado plenamente.4
Con el Señor vendrán patriarcas y profetas
Enoc y aquellos de su ciudad santa, los patriarcas, profetas y apóstoles acompañarán al Señor en la majestad y gloria de su segunda venida. Respecto a los doce apóstoles de la dispensación del meridiano de los tiempos y su lugar en la presencia del Señor cuando venga, el Señor ha dicho:
«. . . Que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel» (Lucas 22:30)5.El mismo llamamiento milenario se hizo a los doce discípulos nefitas que fueron llamados por el Señor para ministrar a su pueblo. Al profeta José Smith se le hizo la promesa de que vería «la faz del Hijo del Hombre»6, porque cuando el Señor venga, como el Profeta proclamó, «Veremos que es un varón como nosotros»7. En otra ocasión, al Profeta se le prometió que el Señor bebería «del fruto de la vid. . . En la tierra»8, con José mismo, con Moroni, Elías, Elías el Profeta y otros profetas.
De manera que podemos decir que todos los justos, los que sean dignos de ser llamados santos, que hayan conocido a Dios y obedecido el evangelio de Jesucristo, que hayan vivido y muerto o sido arrebatados al cielo, o quienes hayan sido resucitados, así como todos los que esperen la resurrección en el mundo espiritual, junto con aquellos que vivan en la tierra durante su venida, serán resucitados en «un abrir y cerrar de ojos», y preparados para recibirlo en las nubes.
La grandeza, el asombroso poderío y la majestad de su segunda venida han sido descritas para el mundo entero por los profetas, quienes, mediante la revelación, visiones y manifestación del Señor mismo, han llegado a saber de este glorioso acontecimiento que desde el principio ha sido anticipado en los corazones de los hombres. (Véase también Mateo 19:28 D. y C. 130:15. Doctrina y Convenios 130:1. Véase Doctrina y Convenios 27:5-12.
- Alvin R. Dyer, The Lord Speaketh; pág. 183-185.
- Véase también Mateo 24:43
- Véase Doc. y Con. 133:22-34; también Génesis 10:25
- Documentary History of the Church, Vol. 5, pág. 63.
- Véase también Mateo 19:28
- Doc. y Con. 130:15.
- Doc. y Con. 130:1.
- Véase Doc. y Con. 27:5-12.























