A las Madres de Sión
Presidente Ezra Taft Benson
Presidente de la Iglesia
Discurso pronunciado en una charla fogonera el 22 de febrero de 1987
Las alegrías y las bendiciones más grandes de la vida están relacionadas
con la familia, el ser padres y el sacrificio.
…la carrera más importante de esta tierra [es] la de ama de casa, esposa y madre.
No hay tema alguno del que preferiría hablarles a ustedes más que del hogar y la familia porque éstos son parte central del Evangelio de Jesucristo. En muchos aspectos, la Iglesia existe con el fin de que las familias logren la salvación y exaltación.
En una reunión general del sacerdocio que se celebró hace poco, me dirigí directamente a los hombres jóvenes del Sacerdocio Aarónico con respecto a sus deberes y responsabilidades. Un poco tiempo después, durante una conferencia general de mujeres, dirigí la palabra a las mujeres jóvenes de la Iglesia para abarcar el tema de las oportunidades y el llamamiento sagrado que tienen.
Esta noche que nos encontramos en esta charla fogonera para padres, procuro obtener la dulce inspiración de los cielos, porque deseo dirigirme directamente a las madres que se han reunido aquí y en toda la Iglesia, debido a que ustedes son, o deberían ser, el centro mismo de la familia.
No existe obra más noble
No existe, ni en los escritos seglares ni en los escritos santos, palabra más sagrada que la palabra madre. No existe obra más noble que la que desempeña una buena madre llena del temor de Dios.
Esta noche rindo tributo a las madres de Sión, y elevo un ruego de todo corazón para que lo que les tengo que decir se entienda por medio del Espíritu y sirva para edificar y bendecirles en sus vidas al desempeñar el sagrado llamamiento de ser madre.
El presidente David O. McKay declaró: «En ser madre radica el mayor potencial para influenciar en la vida humana, ya sea para bien o para mal. La imagen de la madre es la primera en quedar grabada sobre las páginas vacías de la mente de un niño pequeñito. El primer sentido de seguridad llega por causa de la caricia de una madre; la primera comprensión de lo que es el afecto, por causa del beso de una madre; la primera garantía de que hay amor en el mundo, por causa de la compasión y ternura de una madre».
El presidente McKay agrega: «El ser madre consiste en tres atributos o cualidades principales, a saber:
(1) la capacidad de dar a luz,
(2) la facultad de criar,
(3) el don de amar.
«Esta facultad y disposición de criar apropiadamente a los hijos, el don de amar y la ansiedad, sí, el anhelo de expresar todo ello al ayudar con el crecimiento del alma hacen de la calidad de ser madre el oficio o llamamiento más noble del mundo. La mujer que pinta una obra maestra o que escribe un libro que influya en la vida de millones de individuos es digna de admiración y de los elogios del género humano, pero la mujer que cría con éxito a una familia de hijos bellos y saludables ejercerá su influencia por generaciones;… se merece la mayor honra que la humanidad sea capaz de dar y las más selectas bendiciones de Dios» (Gospel Ideals, págs. 452-454).
Comparto de todo corazón las palabras del presidente McKay.
La función de la madre es ordenada por Dios
Dios ha establecido que el padre ha de presidir el hogar de la familia eterna. El padre debe suministrar, amar, enseñar y dirigir.
Pero también la función de la madre es ordenada por Dios. Las revelaciones declaran que la madre debe concebir, dar a luz, criar, nutrir, amar y capacitar.
En la sección 132 de Doctrina y Convenios, el Señor declara que la oportunidad y responsabilidad de las esposas es la de «multiplicarse y henchir la tierra, de acuerdo con mi mandamiento. para cumplir la promesa dada por mi Padre antes de la fundación del mundo, y para su exaltación en los mundos eternos, a fin de que engendren las almas de los hombres; pues en esto se perpetúa la obra de mi Padre, a fin de que él sea glorificado» (D. y C. 132:63).
Los maridos y sus esposas son cocreadores
Habiendo recibido esta orden divina, los maridos y sus esposas, en calidad de cocreadores, deben invitar, con anhelo y oración, a los niños a formar parte de sus hogares. A medida que cada niño pase a formar parte de la familia, los padres podrán exclamar con gratitud lo mismo que dijo Ana: «Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová» (1 Samuel 1:27-28).
¿Acaso no es hermoso? Una madre que ora por dar a luz a un hijo para ofrecerlo al Señor.
Siempre me han encantado las palabras de Salomón: «.herencia de Jehová son los hijos. Bienaventurado el hombre [y la mujer] que llenó su aljaba de ellos» (Salmos 127:3, 5).
Conozco las bendiciones especiales que se brindan a las familias grandes y felices porque mis queridos padres llenaron su aljaba de hijos. Fui el mayor de once, y como tal presencié los principios de la consideración abnegada y mutua, de la lealtad de unos para con otros y de muchas otras virtudes que se desarrollaron en el ceno de una familia grande y extraordinaria en la que reinaba mi noble madre.
Desde lo más profundo de mi alma aconsejo a los padres jóvenes a no postergar tener hijos y así convertirse en cocreadores con nuestro Padre Celestial.
No razonen como el mundo, diciendo cosas tales como: «Vamos a esperar a poder darnos el lujo de tener hijos, a poder tener más seguridad económica, hasta que John termine de cursar sus estudios, hasta que tenga un empleo mejor remunerado, hasta que tengamos una casa más grande, hasta que tengamos algunas comodidades materiales», etcétera.
Esta forma de razonar pertenece al mundo, y no agrada a Dios. Las madres que gozan de buena salud deben tener hijos y pronto. Por su parte, los maridos siempre deben ser considerados con sus esposas en lo que se refiere a tener hijos.
No limiten el número de hijos que tendrán por causa de motivos personales o egoístas. Las posesiones materiales, la conveniencia social y las supuestas ventajas profesionales no tienen punto de comparación con una posteridad justa. Desde una perspectiva eterna, nuestro más preciado tesoro son los hijos, no las posesiones, no la posición, no el prestigio.
Brigham Young recalcó lo siguiente: «Existen multitudes de espíritus puros y santos que esperan obtener un cuerpo mortal, por lo tanto, ¿cuál es nuestro deber? Prepararles tabernáculos, seguir un curso que no aumente las probabilidades que esos espíritus terminen en familias inicuas en las que se les inculcará la iniquidad, el libertinaje y toda suerte de crímenes. Es el deber de todos los hombres y mujeres justos preparar tabernáculos para tantos espíritus como puedan» (Discourses of Brigham Young, selecciones de John A. Widtsoe, pág. 197).
Sí, benditos son el marido y mujer que tienen una familia con hijos. Las alegrías y las bendiciones más grandes de la vida están relacionadas con la familia, el ser padres y el sacrificio. El que tan dulces espíritus pasen a formar parte de nuestros hogares hace que prácticamente cualquier sacrificio valga la pena.
Dios ha extendido promesas especiales
Sabemos que hay mujeres que por razones que quedan fuera de su control no pueden tener hijos. Todos los profetas de Dios han prometido a estas adorables hermanas que se les bendecirá con hijos en las eternidades y que no se les privará de tener posteridad.
Muchas de estas adorables hermanas, acompañadas de sus nobles compañeros, han experimentado milagros en carne propia y han sido bendecidas con hijos por medio de la fe pura, las oraciones de ruego, el ayuno y las bendiciones especiales del sacerdocio. Otras han escogido, tras orar al respecto, adoptar hijos; hacemos un reconocimiento de estas parejas maravillosas que se sacrifican y brindan amor a los niños que han decidido tomar por hijos.
Criar hijos a la manera del Señor
Ahora bien, estimadas madres, ya que saben que tienen la función divina de dar a luz y criar hijos para mandarlos de regreso a la presencia de Él, les pregunto: ¿cómo lo harán a la manera del Señor? Uso la frase «a la manera del Señor» porque ésta no es la manera en que el mundo hace las cosas.
El Señor definió claramente los papeles que deben despeñar la madre y el padre al suministrar para los hijos y criar una posteridad justa. En el principio, se dio a Adán -y no a Eva- la instrucción de ganarse el pan con el sudor del rostro. A diferencia de lo que se cree hoy por hoy, el llamamiento de la madre la coloca en el hogar, no en el mercado.
Una vez más, Doctrina y Convenios nos dice: «Las mujeres tienen el derecho de recibir sostén de sus maridos hasta que éstos mueran» (D. y C. 83:2). Tal es el derecho divino de la esposa y madre. Ella cuida y nutre a los hijos en casa mientras que el marido se gana la vida por la familia, lo cual hace posible que los hijos sean nutridos. Teniendo ese derecho de recibir sostén económico de sus maridos, a las madres la Iglesia siempre les ha aconsejado quedarse en casa para criar y cuidar a sus hijos.
Nos damos cuenta que algunas de nuestras hermanas son viudas o divorciadas, y que otras se encuentran en circunstancias especiales en las que, por necesidad, deben trabajar durante un tiempo. Pero estos casos son la excepción, y no la regla.
Si en el hogar hay un esposo que está bien físicamente, se espera que sea él quien ponga el pan sobre la mesa. A veces nos enteramos de que hay esposos que, por causa de la situación económica, se quedan sin trabajo y que esperan que sus señoras salgan a trabajar a pesar de que ellos todavía pueden suministrar para la familia. En casos como ese, instamos a los maridos a hacer todo de su parte para que la esposa pueda quedarse en casa cuidando de los hijos mientras que, hasta donde sea posible, él sigue siendo la fuente del sustento económico para la familia, incluso en los casos en que el trabajo que él consiga no sea el deseado y en que haya que ajustar el presupuesto familiar.
Unos consejos del presidente Kimball
Nuestro amado profeta Spencer W. Kimball habló mucho en cuanto al papel de las madres en el hogar y en cuanto a sus llamamientos y responsabilidades. En esta ocasión siento que debo compartir con ustedes algunas de sus inspiradas palabras. Me temo que en gran parte no se ha prestado atención a sus consejos y que a causa de ello han sufrido las familias, pero esta noche me pongo de pie como segundo testigo de la veracidad de lo que ha dicho el presidente Spencer W. Kimball. Ha hablado en calidad de un profeta verdadero de Dios.
El presidente Kimball declaró: «La mujer debe atender a su familia -el Señor así lo ha declarado- para ser ayudante del esposo y trabajar con él, pero no para ganar el sustento, excepto bajo circunstancias excepcionales. Los hombres deben ser verdaderos hombres y, bajo circunstancias normales, ganar el sustento» (The Teachings of Spencer W. Kimball, pág. 318).
El presidente Kimball dice además: «Demasiadas son las madres que trabajan fuera del hogar para comprar suéteres, pagar clases de música, costear viajes y diversión para los hijos. Demasiadas son las mujeres que se pasan el rato haciendo vida social, metidas en la política o en actividades públicas cuando deberían estar en casa para enseñar, capacitar, recibir y amar a sus hijos de modo tal que ellos se sientan seguros» (The Teachings of Spencer W. Kimball, pág. 319).
Recuerden el consejo que el presidente Kimball dio a Juan Antonio y María Isabel: «.en los planes del Señor nunca se contempló que las mujeres casadas compitieran con sus maridos en el trabajo. A ellas les corresponde rendir un servicio mucho más grandioso e importante. María Isabel, tú habrás de convertirte en una mujer profesional en la carrera más importante de esta tierra: la de ama de casa, esposa y madre» (véase La fe precede al milagro, págs. 129, 130).
El presidente Kimball también dice: «Se espera que el marido mantenga a la familia y que la esposa salga a buscar empleo fuera del hogar sólo en caso de emergencia. A ella le corresponde estar en el hogar para que éste se convierta en un agradable refugio.
«Muchos divorcios comienzan a germinar en el momento exacto en que la esposa abandona el hogar y entra al mundo en busca de empleo. Dos ingresos elevan la calidad de vida por encima de la norma. Cuando los dos cónyuges tienen empleo, la vida plena y adecuada de la familia se ve interrumpida, las oraciones familiares pasan a ser irregulares y se genera una independencia que va en contra de la cooperación causando distorsiones, poniendo límites a la familia y frustrando a los hijos que ya han nacido» (discurso pronunciado el 3 de diciembre de 1977durante una charla fogonera en San Antonio, Texas).
Para concluir con esto, el presidente Kimball aconseja: «Les suplico a quienes pueden y deben estar criando una familia: Esposas, dejen de lado la máquina de escribir, la lavandería, la guardería, la fábrica, la cafetería y regresen al hogar. No existe profesión que sea remotamente tan importante como la de esposa, ama de casa, madre, con sus responsabilidades tales como cocinar, lavar los platos y tender las camas de los preciados hijos y del marido. Esposas, regresen al hogar, regresen a sus maridos. Hagan del hogar un refugio para ellos. Regresen esposas a sus hijos, tanto los nacidos como los por nacer. Vístanse con el manto de la maternidad y, sin avergonzarse, ayuden en la función primordial de crear cuerpos para las almas inmortales que con anhelo están a la espera.
«Una vez que hayan complementado plenamente a sus esposos en la vida del hogar y que hayan dado a luz hijos que crecen en completa fe, integridad, responsabilidad y bondad, habrán logrado el máximo éxito, el que no tiene comparación, el que es digno de envidia por todo el tiempo y la eternidad» (charla fogonera, San Antonio, Texas).
El presidente Kimball dijo la verdad. Sus palabras son proféticas.
Diez formas de dedicarles tiempo a los hijos
Madres en Sión, su cometido divino es sumamente vital para su exaltación y para la salvación y exaltación de su familia. Por encima de cualquier cosa que se pueda comprar con dinero, el niño necesita una madre, y dedicarle tiempo es el mayor de todos los regalos.
Con el corazón lleno de amor por las madres de Sión, quisiera sugerirles diez modos en que pueden dedicar a sus hijos un tiempo que resulte eficaz.
Estén siempre disponibles. Primero, dediquen tiempo a estar presentes y disponibles cuando sus hijos vayan y vengan: cuando salgan para la escuela y cuando vuelvan de ella, cuando salgan con otros jóvenes y cuando regresen del paseo, cuando lleven amigos a casa. Estén allí ya sea que tengan hijos de seis o dieciséis años. Entre los mayores problemas que enfrenta nuestra sociedad está el de los millones de niños que vuelven diariamente a una casa vacía y sin supervisión debido a que ambos padres trabajan.
Sean amigas de sus hijos. Madres, en segundo lugar, dediquen tiempo a ser verdaderas amigas de sus hijos. Escúchenlos con atención; hablen con ellos, hagan chistes y rían con ellos; canten, jueguen y lloren con ellos; abrácenlos; elógienlos sinceramente. Y dediquen regularmente un tiempo exclusivo, personal, a cada uno de ellos. Sean amigas verdaderas.
Léanles a menudo. Tercero, dediquen tiempo a leerles desde que están en la cuna. Piensen en las palabras de este poema:
«Puedes tener incontables tesoros,
piedras preciosas y cofres con oro.
Mas lo que yo tengo es perdurable:
Lo que cuando era niño me leyó mi madre»
(Strickland Gillilan, «The Reading Mother» [La madre que lee]).
Si les leen regularmente, inculcarán en sus hijos el amor por la buena literatura y por las Escrituras.
Oren con sus hijos. Cuarto, dediquen tiempo a orar con ellos. Bajo la dirección del padre, se debe tener una oración familiar de mañana y de noche. Cuando piden las bendiciones del cielo sobre ellos, háganlo de manera que sus hijos puedan percibir la fe que tienen. Parafraseando a Santiago diré: «La oración de la madre justa puede mucho» (véase Santiago 5:16). Enséñenles a participar en las oraciones familiares y a decir sus propias oraciones, y regocíjense al escuchar sus dulces súplicas a nuestro Padre Celestial.
Lleven a cabo semanalmente la noche de hogar. Quinto, dediquen tiempo todas las semanas a tener una noche de hogar que sea de valor para su familia. Con su esposo presidiendo, contribuyan a la noche de hogar para que sea espiritual y edificante; den participación en ella a sus hijos; enséñenles principios correctos; hagan que esta reunión se convierta en una tradición familiar. Recuerden la maravillosa promesa del presidente Joseph F. Smith cuando la Iglesia estableció la práctica de las noches de hogar: «Si los santos obedecen este consejo, les prometemos que recibirán grandes bendiciones por ello. El amor en el hogar y la obediencia a los padres aumentarán; la fe crecerá en el corazón de los jóvenes de Israel y obtendrán el poder para combatir la influencia maligna y las tentaciones que los rodean» (en Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, comp. por James R. Clark, 6 tomos, 1965-1975, tomo IV, pág. 339). Esta maravillosa promesa sigue en vigor en la actualidad.
Estén con ellos a la hora de comer. Sexto, dediquen tiempo a estar con ellos a la hora de la comida. Esto se convierte en un problema después que los hijos crecen y tienen una vida más ocupada. Pero si los padres y los hijos hacen el esfuerzo por estar juntos a esa hora, alrededor de la mesa tienen lugar conversaciones agradables, planes compartidos acerca de las actividades diarias y oportunidades especiales de enseñar y aprender.
Lean diariamente las Escrituras. Séptimo, dediquen tiempo a leer las Escrituras juntos, todos los días en familia. Es importante que se lean individualmente; pero la lectura familiar es vital. El hecho de que la familia lea junta el Libro de Mormón traerá más espiritualidad a su hogar y les dará a todos el poder de resistir la tentación y de tener el Espíritu Santo como su constante compañero. Yo les prometo que el Libro de Mormón cambiará la vida de todos los miembros de la familia.
Tengan actividades de toda la familia junta. Octavo, dediquen tiempo a tener actividades con toda la familia. Hagan que los paseos y salidas especiales, comidas al aire libre, celebraciones de cumpleaños, viajes y cualquier otra actividad sean momentos especiales que creen en todos recuerdos felices para el futuro. Siempre que sea posible, asistan juntos a acontecimientos en los que un miembro de la familia participe, tales como una representación escolar, una competencia deportiva, un discurso, un recital. Asistan juntos a las reuniones de la Iglesia, y siéntanse juntos siempre que puedan. Las madres que influyen para que sus hijos oren y se entretengan juntos verán que la familia se mantiene unida y serán una bendición para todos ellos.
Enseñen a sus hijos. Noveno, madres, dediquen tiempo a enseñarles, aprovechando también toda oportunidad de enseñanza que se les presente. Puede ser en cualquier momento: a la hora de comer, en ocasiones de estar sentados juntos descansando, en el dormitorio al final del día o en una caminata en las primeras horas de la mañana. Ustedes son el mejor maestro que sus hijos tendrán. No entreguen esa valiosa responsabilidad a las niñeras o las guarderías. Los ingredientes más importantes de que dispone una madre para enseñar a sus hijos son el amor y el profundo interés que siente por ellos.
Enséñenles los principios del Evangelio; enséñenles las recompensas de ser buenos; enséñenles que en el pecado no existe la seguridad; enséñenles a sentir amor por el Evangelio de Jesucristo y a obtener un testimonio de su divinidad.
Enseñen a sus hijos a ser modestos y a respetar su condición de futuros hombres y mujeres; enséñenles la pureza sexual, las normas apropiadas del trato cuando salen con jóvenes del sexo opuesto; enséñenles sobre el casamiento en el templo, el servicio misional y la importancia de aceptar los llamamientos en la Iglesia y honrarlos.
Enséñenles a sentir amor por el trabajo y a reconocer el valor de una buena instrucción escolar.
Enséñenles la importancia de buscar formas apropiadas de entretenerse o divertirse, incluso en el cine, la televisión, la música, los libros y las revistas. Analicen con ellos los daños de la pornografía y del consumo de drogas y enséñenles el valor de llevar una vida limpia.
Sí, madres, enseñen a sus hijos el Evangelio en su propio hogar, en sus conversaciones con ellos. Ésta será la enseñanza más eficaz que ellos recibirán en su vida; es la enseñanza a la manera del Señor. La Iglesia no puede enseñar en la forma en que ustedes lo pueden hacer; ni puede hacerlo la escuela, ni la guardería. Ustedes pueden y el Señor las sostendrá en esta tarea. Sus hijos recordarán sus enseñanzas, y aun cuando sean viejos no se apartarán de ellas. Y las llamarán «bienaventuradas», y serán un ángel para ellos.
Madres, esta enseñanza materna y divina lleva tiempo, mucho tiempo. No se puede llevar a cabo con eficacia si se efectúa de a ratos, sino que tienen que dedicarse a ella constantemente a fin de que sus hijos sean salvos y reciban su exaltación. Ése es su llamamiento divino.
Amen sinceramente a sus hijos. Décimo y por último, dediquen tiempo a amarlos sinceramente. El amor incondicional de una madre se asemeja al amor de Cristo.
Éste es un hermoso tributo que un hijo rindió a su madre: «No recuerdo muy bien cuál era su opinión con respecto al voto ni si tenía algún prestigio social; tampoco recuerdo sus ideas sobre pedagogía, nutrición ni genética. Lo que permanece en mi memoria a través de los muchos años pasados es el amor que me expresaba. Muchas veces se acostaba en la hierba conmigo para contarme cuentos, y le gustaba jugar a las escondidas con nosotros. Siempre estaba abrazándome, y eso me gustaba. Tenía un rostro radiante. Para mí, era como estar con Dios y pensar en todas las cosas maravillosas que se dicen de Él. ¡Y sus canciones! De todas las sensaciones agradables que he experimentado, ninguna se compara con el éxtasis de subirme a su falda y dormirme en sus brazos mientras ella se mecía en la mecedora y me cantaba. Al pensar en mi madre, me pregunto si la mujer de hoy, con todas sus ideas modernas y sus planes, comprenderá la enormidad de la influencia que puede tener para moldear a sus hijos, ya sea para bien o para mal. Me pregunto si se dará cuenta de la importancia que tienen su amor y atención en la vida de un niño».
Madres, sus hijos adolescentes también necesitan de amor y atención similares. Parece que a algunos padres les es fácil expresar y demostrar amor a sus hijos mientras éstos son pequeños, pero les es difícil hacerlo cuando son ya mayores. Esfuércense en esto orando al respecto. No tiene por qué haber nada que les separe de ellos, y el amor es la clave para el entendimiento. Nuestros jóvenes necesitan amor y atención, no liberalidad; necesitan de sus padres comprensión profunda, no indiferencia; necesitan que sus padres les dediquen tiempo. Las bondadosas enseñanzas de una madre y su amor y confianza en sus hijos adolescentes pueden salvarlos de un mundo de iniquidad.
Las bendiciones del Señor a los padres
A modo de conclusión, caería en la negligencia si en esta noche no expresara mi amor y gratitud eternos por mi querida compañera, por la madre de nuestros seis hijos. No hay palabras para expresar cuánto he sido bendecido, al igual que nuestra familia, por causa de la devoción con que ella es madre. Ha sido una madre extraordinaria que ha dedicado su vida por completo y con toda alegría a su familia. ¡Cuán agradecido estoy por tener a Flora!
También expreso el agradecimiento que siento por los padres y maridos que se han reunido en esta ocasión. Esperamos que presten recto liderazgo en sus hogares y familias y que, junto a sus compañeras que son las madres de sus hijos, guíen a sus familias de regreso al Padre Eterno.
Ahora, que Dios bendiga a nuestras maravillosas madres. Oramos por ustedes. Las apoyamos. Les rendimos honor a medida que dan a luz, nutren, capacitan, enseñan y aman por la eternidad. Les prometo que recibirán las bendiciones del cielo y «todo lo que [el] Padre tiene» (véase D. y C. 84:38) en cuanto magnifiquen el llamamiento más noble de todos: ser madre en Sión. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























